Cempoala
  1. 248 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Descripción del libro

El lector hallará una serie de reflexiones construidas desde una visión que pretende trascender los enfoques que priorizan el análisis de los materiales arqueológicos, desligándolos de sus referentes culturales y sociales. La obra se orienta hacia el examen de los vacíos cognoscitivos evidentes.

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Información

Año
2012
ISBN del libro electrónico
9786071640468

II. El Totonacapan y Cempoala en las crónicas

1. Perspectiva arqueológica

Primeros pobladores de la costa del Golfo de México

HACE CERCA DE OCHO MIL AÑOS, pequeños grupos humanos ya habían alcanzado las costas del Golfo de México. Eran nómadas que subsistían de la caza, la pesca o la recolección de moluscos, frutos, semillas y vegetales silvestres. Las imágenes más estereotipadas de estos grupos suelen mostrarlos como cazadores de grandes presas como el mamut, pero hoy sabemos que la apropiación o colecta de recursos alimentarios, incluso de tubérculos e insectos, fue su actividad más regular. Es decir, antes de que el hombre lograra la proeza de domesticar plantas y animales, tomaba de la naturaleza prácticamente todo lo que necesitaba para subsistir.
La cercanía a los cuerpos de agua no sólo garantizaba la existencia del líquido vital, sino que era fuente casi inagotable de especies comestibles, una amplia gama de peces, crustáceos, mariscos y tortugas. Además, éstas eran áreas pródigas para una amplia variedad de animales terrestres y aves que el hombre podía cazar en caso necesario; la fauna heterogénea no sólo servía de alimento, sino que proporcionaba los materiales indispensables para fabricar algunos artefactos con pieles, huesos, tendones, espinas y conchas, que tuvieron infinidad de usos y aplicaciones.
Las difíciles condiciones de subsistencia obligaron a aquellos hombres a explorar entornos ecológicos y, después de un largo proceso de observación y experimentación, lograron reconocer distintos ecosistemas y asociarlos con las estaciones del año. Al adquirir el conocimiento de las variaciones del tiempo y del espacio, el hombre identificó los ciclos bióticos de muchas especies vegetales y animales. Este conocimiento impulsó un proceso clave para que cambiara sus hábitos nomádicos y circunscribiera su movilidad a campamentos estacionales menos erráticos, ligados a los recursos de su entorno natural.
Surgieron entonces las rutas itinerantes, que se estrechaban a medida que el ser humano lograba vincular el conocimiento del tiempo con el del espacio, condición necesaria para crear una economía de producción agrícola y, con ella, la fundación de las primeras aldeas. Por ello, las zonas con una gran variedad de ecosistemas eran áreas propicias para el establecimiento de un sedentarismo incipiente, como el que pudo desarrollarse en la planicie costera del Golfo de México.
Según Alfonso Medellín Zenil, la franja costera central del actual estado de Veracruz (entre las desembocaduras de los ríos Actopan y Colipa) fue particularmente favorable para alojar numerosas localidades que pudieron haber sido campamentos de pequeñas bandas recolectoras, cazadoras y pescadoras. Escribe Medellín Zenil:
El bagaje cultural de estos grupos no se diferenciaba notablemente de sus coetáneos del Altiplano de México, de Tehuacán y de áreas más distintas como la Costa Atlántica de Colombia o del Ecuador; seguramente ya tenían conocimiento de las técnicas del cultivo para el maíz, chile, frijol, etc., que en Mesoamérica estaba generalizándose alrededor de 5000 a.C.
Se han encontrado sencillos artefactos líticos (cuchillos, buriles, puntas de proyectil, hachas de mano, morteros, cuencos y raspadores), localizados a lo largo de 80 kilómetros del litoral, que posiblemente constituyen los restos materiales más antiguos de estos pequeños grupos que buscaron su sustento en un área pródiga en recursos. Entre los sitios señalados por la abundancia de esas evidencias destacan Rancho Nuevo y Boca Escondida, donde se encontraron utensilios comparables con las herramientas de piedra del Altiplano Central y el valle de Tehuacán, que han sido fechados entre los años 4000 y 2000 a.C. Ambos yacimientos mantuvieron actividades de explotación de especies marítimas, lagunares y ribereñas durante más de 30 siglos, cuando los crecientes asentamientos urbanos de la región demandaron una gran cantidad de productos alimenticios.
Entre el tercero y el segundo milenios antes de Cristo, algunos grupos mesoamericanos habían alcanzado el grado de “horticultores” o agricultores incipientes, basados en dos técnicas principales de cultivar la tierra: una por medio de la siembra de semillas, obtenidas a través de un largo proceso de selección, y otra mediante la plantación de tubérculos o raíces. Es posible que muchos artefactos de piedra, como cuencos para la molienda o raederas, estén relacionados con el procesamiento de estos productos destinados a la alimentación.
En el lapso comprendido entre los años 2000 a 1500 a.C. aparecen distintos artefactos de cerámica entre los pobladores de la región. En esta etapa ya se había difundido una tradición alfarera que comprendía vasijas decoradas con el estampado de cuerdas, dedos, textiles o punzonados, que dejaban sus improntas en la superficie del barro cuando éste aún se encontraba en estado plástico. También hay patrones recurrentes, como el cuadriculado, en algunas secciones de la pieza de barro, y sobresale un motivo logrado con el vaivén zigzagueante de una concha, técnica que los arqueólogos llaman rocker stamp o impresión de mecedora.
Esta tradición alcanzó el área que muchos siglos después ocuparía la ciudad de Cempoala. En sus primeras etapas, los asentamientos humanos sólo llegaban al rango de aldeas, que no estaban exentas de la influencia de las tradiciones culturales contemporáneas, como el estilo olmeca, que tuvo su auge entre los años 1500 y 600 a.C. En sitios como Chalahuite y Trapiche, José García Payón encontró numerosos ejemplares de figurillas antropomorfas que pueden considerarse “típicamente” olmecas, las cuales muestran rasgos como la deformación craneana de tipo tabular erecta, rapado de la cabeza o con algunos mechones de cabello, prácticas culturales que, como en las figuras de barro, debieron haberse aplicado entre los hombres de esa época.
La cerámica ha sido el testimonio material más estudiado por los arqueólogos debido a la gran resistencia que este tipo de utensilios presenta ante el deterioro físico y químico de los suelos. Por ello, la abundancia de fragmentos de terracota ha servido para tener una idea de la evolución tecnológica de esta industria artesanal y, cuando parecen compartirse formas y estilos, pensar en el posible contacto con otros centros contemporáneos.
Las analogías entre los vestigios arqueológicos sugieren que la influencia de la cultura olmeca fue considerable en la región central de Veracruz, pues las tipologías de artefactos muestran similitudes formales y decorativas, como ocurre con las cerámicas monocromas de fino pulimento en colores blanco, negro, guinda con hematita o en vasijas negras con borde blanco.
Desde tiempos remotos el hombre ha plasmado en sus creaciones artísticas y utilitarias lo que ve a su alrededor. Por lo tanto, se ha representado a sí mismo y ha modelado a sus dioses en arcilla; las figuras de seres humanos que se han encontrado en los centros formativos olmecas de San Lorenzo y La Venta también comparten las mismas técnicas de manufactura con dos tipos equivalentes que se recogieron en los sitios de Trapiche y Chalahuite. Generalmente son cabecitas de barro elaboradas por medio del modelado directo, y sus detalles faciales, ornamentos y tocados fueron agregados al pastillaje, es decir, mediante la adición de pequeños detalles de barro mientras la pasta se encontraba en estado plástico. Unas veces los ojos se plasmaron con suaves depresiones o ranuras, en tanto que en otras la pupila se formó con una horadación central. Las bocas prominentes se representan mediante una pequeña incrustación de barro, separada con un corte para indicar los labios. Hay otro tipo, llamado “cara de niño”, que muestra con claridad el estilo olmeca. Se trata de figurillas con deformación craneana y ojos ranurados ligeramente oblicuos, que recuerdan rasgos asiáticos; las bocas son abultadas y con las comisuras hacia abajo, quizá para mostrar atributos felinos.
Otra prueba relevante de esta vigorosa difusión fue encontrada en el sitio de El Viejón, que dista apenas 25 kilómetros al norte de Cempoala, muy cerca de Villa Rica y del cerro de Quiahuiztlan. Allí los antiguos olmecas labraron una lápida de piedra en bajorrelieve para perpetuar un mensaje posiblemente relacionado con algún rito agrario. La estela, de más de dos metros de altura, muestra a dos personajes en actitud de diálogo, cuyas robustas extremidades siguen el mismo estilo de representación antropomorfa que caracterizó a la escultura monumental de los centros capitales del área metropolitana o zona nuclear. Uno de ellos está ataviado como jugador de pelota, con protecciones en las rodillas y el bajo torso, alrededor de la zona abdominal y hepática, su cabeza cubierta con un elevado tocado y sus hombros cubiertos con una capa. Este personaje porta una planta de maíz a manera de cetro, lo que recuerda escenas plasmadas en Chalcatzingo, Morelos. Su interlocutor también porta el protector abdominal que algunos arqueólogos asocian con los llamados “yugos”, tan abundantes en el centro de Veracruz. Aunque la erosión ha afectado los detalles, en la mano diestra sostiene lo que parece ser un gran cuchillo y en la izquierda una bolsa o caja. La lápida está fragmentada y la parte faltante comprendía la cabeza del segundo individuo: además, existen huellas de mutilación intencional de la obra escultórica, antigua práctica que se aplicó con frecuencia en muchos monolitos olmecas.
En todo caso, la cerámica, las figurillas y la escultura pétrea indican claramente la presencia de la cultura olmeca (la “cultura madre”) en este territorio, aunque tal presencia no pueda considerarse uniforme, como lo refleja la heterogeneidad de los repertorios materiales que los arqueólogos han recogido en sitios coetáneos, donde existen vestigios de otros complejos cerámicos que sugieren un mosaico étnico plural.
La coexistencia de dos tradiciones ha sido interpretada como la expansión de la tradición “sureña-costeña” en áreas donde ya existía el sustrato de una población original o autóctona. Sin embargo, encontrar algunos patrones estilísticos comunes sugiere también la posibilidad de intercambio o comercio de otros productos, que rebasan las esferas geográficas de la actual entidad veracruzana. Aún existe polémica sobre la red de caminos que siguieron los antiguos mercaderes, quienes hacían circular productos como hematita, caolín, jade, chapopote, plumas preciosas, caracoles marinos, obsidiana, hule, sal y numerosos artículos alimenticios. Sin embargo, resulta clara la existencia de una constelación de pequeñas aldeas que practicaban una economía mixta y que no estaban exentas de la influencia seductora de los hombres que se consideraban descendientes del jaguar. Kenneth G. Hert señala que la redistribución de productos “se ha propuesto como una forma de intercambio durante el Preclásico Tardío en el centro de México, Oaxaca y la costa del Golfo, el área maya y la mayor parte de Centroamérica”. Menciona también el planteamiento de Kent V. Flannery respecto de un “modelo de intercambio cultural interregional”, que explicaría “la similitud estilística observada durante el Preclásico Temprano y Medio entre los olmecas de la costa del Golfo y el valle de Oaxaca”.
La fase que muestra la clara presencia del arte olmeca en las planicies centrales de la costa del Golfo se extendió al menos hasta el año 600 a.C., lo que confirma el enorme radio de difusión que alcanzó esta civilización prístina. Sin embargo, es necesario reiterar que en el centro de Veracruz se ha detectado, al menos, otra vigorosa tradición cerámica que también se desarrolló durante el Horizonte llamado Formativo. Se trata de un complejo cultural de origen incierto, el cual los arqueólogos han descubierto en varios asentamientos tempranos, sobre todo en la llamada zona semiárida central veracruzana, cuyo núcleo se encuentra muy próximo al área donde siglos después florecería la ciudad de Cempoala.
Si bien se sabe poco de los grupos que se establecieron de manera temprana en este territorio, es innegable que la llamada “Cultura de Remojadas” poseía una tradición alfarera madura y con personalidad propia, que contrasta con la formas y estilo de la cerámica olmeca. El nombre de Remojadas se tomó de una pequeña localidad homónima, donde Medellín Zenil excavó una serie de montículos prehispánicos con abundante material cultural y detectó este utillaje por primera vez.
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CUADRO II.1. Las culturas de Veracruz. Cronología
FUENTE: Arqueología Mexicana, núm. 22, edición especial, Raíces/Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, septiembre de 2006.
Los estudios actuales demuestran que la Cultura de Remojadas se extendió ampliamente hasta alcanzar el territorio que hoy ocupan más de 20 municipios, entre los cuales destacan Soledad de Doblado, Paso de Ovejas, Puente Nacional, Jamapa, Medellín o Cotaxtla, entre otros. A diferencia de los olmecas, estas sociedades formativas no habitaron en áreas donde el agua abundaba; aun así, y pese a vivir en ecosistemas con difíciles condiciones ambientales, crearon una economía eficaz, acorde con una estructura social bien organizada, probablemente integrada en torno a un sistema de creencias religiosas. En opinión de Medellín Zenil, el territorio donde se han registrado elementos de la cultura de Remojadas abarca 30 000 km2 y limita al norte con el río Cazones, al sur con el río Papaloapan, al oeste con la parte central del estado de Puebla, cubriendo toda la sierra poblana, hasta Zacatlán, y hacia el oriente limita con la costa del Golfo, incluyendo la Isla de Sacrificios.
Las excavaciones en algunos sitios de la zona semiárida central, como Remojadas, Buenavista, Carrizal, Puente Nacional o Jamapa, han permitido recoger un gran número de piezas decoradas al pastillaje o por medio de incisiones, entre las cuales destacan personajes antropomorfos, vasijas “efigie” y sobresalientes piezas con asa y vertedera, que demuestran la maestría de los ceramistas y que recuerdan a los complejos cerámicos andinos. Gracias a la plasticidad del barro, estos grupos pudieron representar conceptos míticos y escenas de la vida cotidiana, como se aprecia en el repertorio de ejemplares de barro modelado.
Como es común en las figurillas del periodo Formativo, existe un alto porcentaje de representaciones femeninas que probablemente reiteren la constante preocupación por la fertilidad de la tierra, los ciclos de vida, la organización social y la filiación parental corporativa. Asimismo, se ha sugerido que entre las esculturas de terracota también existen evocaciones de deidades y cuerpos astrales, como el Sol, la Luna y Venus. Los vestigios tempranos de estas sociedades demuestran distintas costumbres funerarias, como la incineración de los cuerpos o la deposición secundaria de los restos en grandes vasijas, muchas veces precedida de la aplicación de colorantes rojos o negros en los huesos. Hoy se sabe también que desde hace más de tres milenios existió la práctica de la deformación craneana, o el ennegrecimiento o la mutilación intencional de los dientes, aunque aún se ignora el propósito exacto de tales alteraciones.
A partir del estudio de la evidencia material puede decirse que los grupos humanos que los arqueólogos han filiado con el “complejo Remojadas”, que practicaban el cultivo del maíz, erigieron montículos cónicos y largas plataformas de tierra para la práctica de sus cultos y para venerar a sus dioses. Alrededor de sus templos (distribuidos en torno a plazas abiertas) se ubicaban las casas-habitación cuyos muros y cubiertas generalmente eran construidos con materiales perecederos; los pisos se consolidaban con tierra quemada. En algunas excavaciones se han hallado ofrendas asociadas a la construcción de montículos. En el sitio epónimo se descubrieron indicios de prácticas crematorias de cadáveres, además de entierros secundarios que mostraban dientes ennegrecidos y deformación craneal.
Hacia el inicio de la era cristiana, los sistemas de producción, organización y asentamiento característicos del periodo Formativo sufrieron una notable transformación, pues muchas aldeas crecieron en los siglos posteriores hasta convertirse en ciudades con un alto grado de urbanismo y organización estatal, generalmente relacionado con un poder teocrático. El desarrollo de esta cultura se ha dividido en dos grandes fases: Remojadas Inferior y Remojadas Superior.
Remojadas Inferior corresponde al Preclásico o Formativo, siglos VI-I a.C., y tiene semejanza con otros grupos culturales del periodo aldeano mesoamericano. Se distingue por el uso del modelado, decoración por pastillaje e incisión en las figurillas, representación de personajes desnudos con tatuajes, ojos incisos, rectangulares o de “granos de café”, con párpados grabados cubiertos de pintura de chapopote. Sus torsos son muy aplanados, con base en forma de “U”, sus miembros rudimentarios y rígidos. Hay también esculturas huecas, antropomorfas, de piernas mamiformes y asa vertedera; es común el uso del cinabrio, el tizatl y el chapopote.
La cerámica se caracteriza por materiales monocromos y pasta gruesa, café arenosa, ausencia casi completa de soportes en las vasijas, decoración en negativo, incisión, y por las cerámicas café con baño negro pulido, o bien café pulido o café claro. También encontramos cerámica grisácea pulida, café con baño crema pulido y ollas de pasta café y roja arenosa. Según Medellín Zenil, durante la parte final del periodo Formativo se presentó un “violento cambio de formas y estilos de la cerámica”. Esta circunstancia obliga a desconfiar de una supuesta continuidad étnica prolongada de la fase denominada Remojadas Inferior. En todo caso, la contemporaneidad...

Índice

  1. Portada
  2. Índice
  3. Presentación
  4. Introducción
  5. I. Estudios arqueológicos previos
  6. II. El Totonacapan y Cempoala en las crónicas
  7. III. Entorno geográfico de Cempoala
  8. IV. Paisaje urbano
  9. V. Organización social y política
  10. VI. Los gobernantes del Totonacapan
  11. VII. La religión en Cempoala
  12. VIII. La condición axial de Cempoala en la conquista de México-Tenochtitlan
  13. IX. El abandono de la ciudad y su repoblamiento durante el siglo XIX
  14. A manera de conclusión
  15. Bibliografía
  16. Créditos de imágenes