Teatro completo, V
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Teatro completo, V

Escritos sobre la historia del teatro en México

Rodolfo Usigli

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Teatro completo, V

Escritos sobre la historia del teatro en México

Rodolfo Usigli

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El tomo quinto del Teatro completo de Rodolfo Usigli contiene sus escritos de historia y crítica del teatro del siglo XX mexicano. Es, esencialmente, la poética entera de uno de los autores que definieron la forma de hacer teatro en nuestro país.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071632517
Categoría
Literatura
Categoría
Arte dramático
ITINERARIO DEL AUTOR DRAMÁTICO Y OTROS TEXTOS
Texto de la primera edición, La Casa de España en México, 1940.
NOTA DEL EDITOR
Para esta edición se usó el texto de la primera edición publicada por La Casa de España en México, México, D. F., 1940.
Se incorporaron las notas manuscritas del autor, realizadas directamente en un ejemplar de esta edición. Dichas adiciones aparecen en cursiva. En algunos casos, muy pocos por cierto, el autor señaló cortes de texto que por ese motivo no aparecen ya en esta edición. Todas las correcciones a erratas de esa edición fueron incorporadas a ésta.
Los títulos de los ensayos que aparecieron anexos a la primera edición de este Itinerario del autor dramático, se presentan en esta edición como parte del Itinerario, aun cuando podrían considerarse autónomos. Éstos son en realidad los que conforman el ensayo “Una investigación de los estilos en el teatro”, según aparece en el índice de esa primera edición. Posteriormente, Usigli añadió al capítulo XVII de ese ensayo, “Profesión del director”, contenidos que se incorporan en esta edición. En realidad, aun cuando resulta un tanto repetitivo el contenido yuxtapuesto de los ensayos, Itinerario del autor dramático y “Una investigación de los estilos en el teatro”, el criterio de esta edición ha sido considerarlos como unidad.
En 1964, los años de Oslo, Usigli escribió “Apostillas”. Ahí parece redactar un prólogo a la edición de un libro que reuniera los textos “Itinerario del autor dramático”, “Una investigación de los estilos en el teatro”, “La llamada al teatro”, “Las XII horas del poeta dramático” y un ensayo en verso —“La dramática”—, con el fin “de agrupar entre estas pastas las observaciones, los argumentos ad theatrum, que a menudo podrán considerarse ontológicos, y las conclusiones a pari frutos de una experiencia cotidianamente acumulada durante algo más de 30 años. Se trata, en cierto modo, de una ‘reunión de familia’ en el otoño del autor”.
Tal proyecto de edición no se realizó. Tal vez sea ésta el cumplimiento de ese propósito. Por ello, se incorporan aquí esas “Apostillas” tal como el autor las redactó. Es necesario advertir que en estas notas aparecen esbozos de introducciones a Itinerario del autor dramático y a “Una investigación de los estilos en el teatro”. Son en realidad comentarios valorativos en los que el autor confirma la validez y vigencia de su contenido, tras los años que han transcurrido desde su primera edición.
Aparecen también en “Apostillas” introducciones a los ensayos “La llamada al teatro” y “Las XII horas del poeta dramático”. En el caso de “La llamada al teatro”, se trata de un texto que, según indica, pensaba agregar a Itinerario. Sin embargo, no precisa el lugar de su inserción ahí; su contenido consistente en juicios críticos sobre las transformaciones teatrales coetáneas al autor, tampoco permite concluir cómo y dónde podría incluirse en el Itinerario, por lo que se ha decidido que aparezca independiente después de “Apostillas”.
Se encontraron anexos a los borradores de “Apostillas” tres capítulos titulados “Sentido común y sentido del teatro”, “La técnica”, al parecer escritos en 1949, y “Ética, estética y mística del mundo actual”, escrito en 1950, con un añadido de 1964, que corresponderían a los capítulos IV, V y VII. Desconcierta el salto de orden y fechas de escritura para determinar a qué cuerpo textual pertenezcan. Sin embargo, a pesar de la diversidad de enfoque y contenido, explicable por la diferencia de fechas de elaboración, parece posible inferir la voluntad del autor de rescatar y reagrupar textos de reflexiones anteriores en el cuerpo textual que titula “La llamada al teatro” que a su vez pensaba agregar a Itinerario. Contribuye a esta hipótesis lo afirmado por el autor en “Apostillas” acerca de “La llamada al teatro”: “Es poco lo que sería pertinente explicar en la presentación de este conjunto de ensayos, fuera del interés que pudiere ofrecer su cronología. Iniciado en 1945, al terminar la segunda Guerra Púnica, lo continué de modo esporádico en los años siguientes…”
Finalmente, “Las XII horas del poeta dramático”, texto inconcluso en el que Usigli inicia una poética evocación de su experiencia en el teatro, se presenta aquí en su condición de borradores para un futuro libro. Estos textos, escritos entre grandes saltos de tiempo —1949, 1954, 1964—, corresponden, según el proyecto, a un prólogo (1954), un capítulo I: “La raíz” (1954); a este capítulo, por su inclusión posterior en el manuscrito, parecía añadírsele una nota fechada en Oslo en 1964. En el manuscrito original de “La raíz”, Usigli añadió el índice del futuro contenido que seguiría a este primer capítulo:
II.
El tronco
III.
Las ramas
IV.
La poda (autoanálisis)
V.
Las estaciones
VI.
La lluvia y la sequía (problemas)
VII.
El sol (éxito pasajero)
VIII.
La tala (la crítica)
IX.
El trasplante (la ausencia)
X.
La flor (tardía)
XI.
EL fruto
XII.
El retorno a la tierra
Estos capítulos nunca fueron escritos, como tampoco el anunciado texto en verso, “La dramática”, y si lo fueran, no quedó rastro de ellos en el archivo del autor.
Sin embargo no lo concluyó, a pesar de la impresión que produce su presentación anticipada en el texto de “Apostillas”.
[PRESENTACIÓN]
ESTA PEQUEÑA vulgarización de las preceptivas de la dramática responde a una necesidad que en México tiene un carácter nacional que no excluye siquiera a los autores y críticos profesionales. En realidad es una compilación limitada de las teorías esenciales existentes desde Aristóteles a la fecha. La idea de elaborarla surgió del conocimiento que el autor tiene de esa necesidad y de la curiosidad, cada vez mayor, que el teatro suscita en las nuevas generaciones mexicanas. A colaborar en ella fueron invitados algunos de los hombres a quienes considero verdaderamente capacitados para abordar semejante materia, a fin de que, como obra de conjunto, este Itinerario pudiera ofrecer todas las garantías posibles de exactitud y claridad a sus lectores. Todas esas personas se excusaron por diversas causas. Algunos temían quizás parecer académicos o pedantes, por lo mucho que esta clase de trabajos se presta a esa apariencia. Otros me aseguraron que les parecía justo el que yo reservara para mí solo la satisfacción natural de realizar mi idea. Fueron, ciertamente, muy amables y desde aquí deseo agradecer su actitud.
Destinado originalmente para ser difundido por una dependencia oficial, este Itinerario no pudo aparecer entonces por mi propia desconexión del medio burocrático. Aunque no es una fábrica de autores, ni un dogma, podrá quizás parecerlo a quienes piensan que el teatro es apenas un arte de inspiración en libertad. Sería yo el primero en deplorar esa interpretación si no recordara que mi trabajo se dirige justamente a quienes no piensan así, y saben, íntimamente, que el teatro entraña la mayor servidumbre y la mayor grandeza del poeta. Pero, sobre todo, a aquellos raros espíritus capaces de acercarse con candor al problema de la creación dramática.
R. U.
[INTRODUCCIÓN]
SEGUIR este Itinerario no llevará a escribir buenas obras dramáticas sino a aquellos que posean una capacidad de síntesis y un poder de creación latentes y en espera de un estímulo o de una técnica adecuada. No bastará seguir fielmente todos sus puntos para convertirse en un dramaturgo; pero hacerlo servirá por lo menos al fomento de un público en formación, al que la llamada crítica profesional no ha orientado hasta ahora en México, y también al esclarecimiento de las intenciones de quienes pretendan expresarse en el teatro.
I. Los géneros fundamentales del teatro son la tragedia y la comedia, originadas en las ceremonias religiosas y en los festivales dionisiacos de Grecia, y de su mezcla ha resultado una tercera forma: la tragicomedia, apta para ciertas tramas mixtas, pero poco recomendable por su violenta tendencia al contraste, que es un recurso fácil y generalmente contrario al arte. Una cuarta forma fundamental es la farsa, así llamada por haber sido originalmente un relleno incorporado a otras representaciones. Para mayor claridad de este Itinerario, la palabra drama se usará en su estricto valor semántico que la hace aplicable a cualquier género del teatro puesto que significa ‘acción’. La obra seria, en la que predominan los elementos y recursos de orden grave y en la que el conflicto se aproxima a la tragedia sin tolerar, sin embargo, el cumplimiento de todos los requisitos de ésta, será designada con la palabra pieza. Junto a estos géneros fundamentales puede colocarse a los menores, o subgéneros, más usuales: la sátira (poco explotada actualmente), el melodrama y el sainete.
II. Cada uno de estos géneros es condicionado por los diversos estilos que han predominado en el teatro al igual que en todas las artes: el clásico y el romántico, estilos manantiales, y sus derivados: el neoclásico y el neorromántico; después, el realista en todos sus diferentes grados; el naturalista, el simbolista, el impresionista, el expresionista y el poético en su sentido moderno.
III. Es conveniente que el autor consigne su idea ante todo en forma sinóptica, en una extensión que no necesita exceder de dos cuartillas, con objeto de discernir los requisitos indispensables de la obra y cerciorarse de la presencia en ella de un conflicto o nudo, sin el cual no puede haber teatro. Este conflicto puede ser el del hombre consigo mismo y sus pasiones; del hombre con el destino; del hombre con el ambiente, o bien el naturalmente suscitado por las pasiones contradictorias de los personajes.
IV. Después convendrá al autor fijar ante todo los límites de estilo y género de la obra que va a escribir, basando esta delimitación en el elemento esencial que lo haya decidido a escribirla.
V. Los elementos esenciales que determinan la creación de una obra dramática son:
a) La anécdota o trama
b) Los caracteres
c) La situación
d) La idea central o filosófica
e) La tesis
Todos estos elementos corresponden por igual a cualquiera de los géneros y estilos mencionados. El menos importante es la tesis o doctrina que se pretenda sustentar, pues en principio toda buena producción dramática contiene una tesis implícita, y subordinar la acción a la tesis impedirá el libre movimiento de aquélla, falseará casi siempre los caracteres y mermará la calidad artística de la obra.
VI. Una vez que el autor haya fijado el género y estilo de su obra para darle la unidad indispensable, deberá definir la extensión justificada por el elemento esencial de donde parta, considerando que toda obra o acción debe tener un principio, un centro y un fin para obtener su desarrollo y madurez propios y absolutos.
VII. Definirá entonces el lugar de acción, procurando en todos los casos ajustarse a una unidad, no tanto por causa de un ciego respeto a las exigencias de los preceptistas clásicos, que así lo piden, como por la solidez misma de la arquitectura de su obra, y porque la unidad de lugar implica un problema de orden teatral que desaparece donde la variedad de los lugares de acción facilita la tarea y presta características de orden cinematográfico a lo que debe ser teatral únicamente.
VIII. Fijado el lugar, es preciso definir el tiempo de la acción. Los preceptistas clásicos han disputado sobre si es de 12 o de 24 horas. Pero dos cosas son las que principalmente condicionan el tiempo de la acción. Una es la anécdota misma con sus exigencias particulares; otra, el cambio de sentimientos o la reflexión que lo motiva en los caracteres. La habilidad del autor puede reducir el tiempo, si logra que la obra principie en el momento ya maduro de la vida de los personajes, cuando todos los antecedentes se han desarrollado fuera de la escena pudiendo comprimirse en pocas frases del primer acto, y va a tener lugar únicamente la acción decisiva. Mientras menos realista sea la obra, más fácil será condensar en ella largos periodos de tiempo.
IX. Después de fijar el lugar y el tiempo de acción, el autor deberá prestar su atención al problema de los personajes. En ninguna obra debe haber mayor número de personas que el estrictamente indispensable para el desarrollo del drama. Además, todos los personajes deberán aparecer entre el principio y el centro de la obra, en un orden lógico y en una progresión natural. Sólo en casos excepcionales podrá presentarse a nuevos personajes al final, cuando no requieran un desenvolvimiento psicológico particular, o cuando operen como factores determinantes en la acción de los personajes centrales. También podrán usarse personajes episódicos con el objeto de completar el ambiente en que se desarrolla la obra, o de darle un acento local determinado, pero es preferible no abusar de ellos. Esta regla no comprende, como es natural, a la comparsería inherente al teatro de masas, a las obras que reclamen aparición de cortes, o grupos sociales, ejércitos, etc. Pero aun en estos casos el autor debe usar su ingenio para lograr el fin que se propone con la mayor economía de elementos.
X. Una vez que haya seleccionado los personajes indispensables, el autor deberá ocuparse en determinar con la más absoluta precisión el carácter de cada uno, y prever hasta donde fuera posible todos sus cambios y reacciones a través de la acción. Todo personaje deberá ser claramente delineado y estar sujeto a límites específicos, para evitar que incurra en inconsistencias de pensamiento o de acción, en actitudes incongruentes, etc. Hay dos medios directos a este fin: trazar los personajes como “tipos”, bien recortados pero sujetos a un denominador común o genérico, superficiales pero claros y con límites visibles; o bien, dar a cada uno una profundidad y una perspectiva de valor psicológico, haciendo, en suma, un estudio elaborado del carácter particular del personaje. De este modo, pueden crearse caracteres, que es lo más difícil porque corresponden a valores humanos individuales y singulares; tipos, que son representativos de grupos, clases, naciones, etc., o siluetas, para los casos en que no entre en juego ningún movimiento psicológico ni genérico del carácter. En todo caso, la elección del medio para trazar a los personajes está igualmente sujeta a los límites de unidad impuestos por el estilo y por el género.
XI. Satisfecho el requisito anterior, es necesario fijar las entradas y salidas, o sea las presencias y ausencias, de los personajes, de una manera congruente y bien ligada con el desarrollo de la acción, a efecto de que ninguno de ellos permanezca en escena mayor tiempo que el necesario para su función específica, ni tenga que salir o entrar nunca sin un motivo verdadero, razonable, lógico y claramente derivado de su carácter y de su función en la obra. El autor debe cuidar escrupulosamente de no olvidar nunca a un personaje dentro o fuera de la escena. Cuando lo mantuviera en ella sin hablar, deberá darle un objeto perfectamente claro para el público. En el teatro todo debe tener un objeto y tender a una unidad.
XII. El siguiente punto por observar es uno de los más importantes para el autor dramático. Se refiere al lenguaje en forma dialogada. El diálogo es el medio de expresión de que se valen los personajes para exponer su carácter y sentimientos, justificar sus acciones, explicar los antecedentes del drama, presentar a otros personajes; para mencionar los hechos ocurridos fuera de la escena que deban reflejarse de un modo directo sobre la acción; y, finalmente, para hacer las revelaciones que provoquen el desenlace feliz o infortunado de la obra. El diálogo debe consistir en un lenguaje claro, animado, viviente, que impida al público recordar que asiste a un espectáculo de imaginación, y aleje toda idea de un habla puramente literaria. Para este fin el diálogo debe supeditarse también al estilo, al género, a la época y al ambiente de la obra, y particularmente a la edad, la condición y el carácter de los personajes. El diálogo debe parecer real en relación directa con el estilo de la obra; pero esto no significa que deba ser desusado al tratarse de un drama situado en una época ya histórica, ni absolutamente fotográfico en un drama moderno. El autor tendrá que procurar que su lenguaje vivo sea, además, un trabajo literario digno de perduración y gramaticalmente sólido, aun tras la apariencia del lugar común y del habla cotidiana de la gente que trata de presentar en su obra. Ningún sistema debe regir el uso del diálogo, como no sea el ritmo. Es decir: los personajes no deben usar solamente parlamentos de breve extensión o bocadillos, ni apelar regularmente a largas tiradas. En cada parlamento es necesario usar precisamente el número de palabras que requiera la expresión de la idea; pero sin olvidar que el lenguaje del teatro exige ante todo una concentración de orden poético, aunque sea en frases ordinarias y realistas. Al eludir todo sistema, se amplía la posibilidad de expresión de los personajes y se evita la monotonía que crean por igual los bocadillos o las tiradas. Para establecer el ritmo del diálogo deben tomarse en cuenta dos factores: el flujo natural del lenguaje y la alternación de escenas hechas con frases largas y de escenas tratadas con frases cortas. Con todo, el ritmo tiende generalmente a establecerse por sí solo cuando la arquitectura del diálogo interpreta con exactitud las ideas que expresa. El lenguaje de cada uno de los caracteres deberá corresponder precisamente a su fisonomía personal y a su función dentro de la obra y distinguirse sin la más ligera debilidad del de los demás. El autor tiene que diferenciar a sus personajes por el lenguaje; pero sin olvidar que todos ellos están a la vez sujetos a una unidad, al denominador común del estilo personal del escritor, y sin permitir tampoco que éste llegue a hacer borrosos los caracteres. El buen diálogo, con valor dramático y literario a la vez, es quizá la hazaña más difícil del autor.
XIII. El elemento inmediato que hay que tener presente en la elaboración de una obra es su continuidad o progresión. Por progresión se entiende la distribución de los episodios en razón directa de su lógica, de su importancia y de su intensidad. La lógica exige que ningún episodio correspondiente al medio o al final aparezca fuera de su sitio, pues poner en el principio un episodio del final o del medio altera el orden y precipita la acción, mientras que poner un episodio del principio al medio o al final destruye el ritmo y retarda y estanca la acción. La importancia de los episodios define también su situación en la obra, debiendo considerarse que hay dos clases de episodios importantes: aquellos que determinan las acciones de los personajes, o sea los episodios de causa —que deben situarse lógicamente al principio— y aquellos que resultan en consecuencia de las acciones de los personajes, o sea de efecto, que corresponden al medio o al final del drama. La intensidad requiere, a su vez, que los episodios sean colocados en una gradación inflexible, a fin de que los menos intensos conduzcan hasta los más intensos para que la culminación de la obra sea clara al público, armoniosa y correspondiente al sentido arquitectónico del teatro. Es requisito de la progresión que el medio continúe lo expuesto en el principio y que el final termine lo sentado en el medio. Hay que evitar las regresiones entre los actos, pues todo movimiento tiende naturalmente hacia adelante. El precepto clásico que reclama la existencia de una exposición, un nudo y un desenlace, sigue siendo válido. Debe observarse, por otra parte, que es inconveniente terminar una obra o un acto en el momento mismo de su culmina...

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