Los grandes pedagogos
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Los grandes pedagogos

Jean Château, Ernestina de Champurcín, Ernestina de Champurcín

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Los grandes pedagogos

Jean Château, Ernestina de Champurcín, Ernestina de Champurcín

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Información del libro

Obra de notable valor didáctico que presenta un panorama de la evolución de las ideas pedagógicas. Se incluyen así, las monografías de grandes pedagogos de la historia: Platón, Vives, Comenio, Locke, Rollin, Rousseau, Pestalozzi, Humboldt, Kerschensteiner, Decroly, Claparède, Dewey, Montessori y Alain.

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Información

Año
2014
ISBN
9786071619495
Categoría
Education

III. LA PEDAGOGÍA DE LOS JESUITAS

(1548-1762)
Se ha escrito mucho acerca de la pedagogía de los jesuitas. Desgraciadamente, la mayor parte de los estudios consagrados a esta cuestión se escribieron en el fragor de las discusiones ideológicas o políticas que no permitieron ni un mínimo de objetividad a los censores ni a los apologistas. En los dos lados de la barricada se tuvo, además, la tendencia a simplificar extraordinariamente este asunto: la regla de la obediencia pasiva que impresiona tanto a la imaginación, indujo a representarse las instituciones pedagógicas de los jesuitas (así como el conjunto de las normas de la compañía) como un bloque compacto y homogéneo que salió en su estado definitivo de las poderosas manos del fundador. La realidad es muy distinta. Si la pedagogía de los jesuitas responde a un ideal, cosa que trataremos de definir, ese ideal fue concebido por unas inteligencias extraordinariamente realistas y de acuerdo con las necesidades de una época determinada. Como todo valor positivo supo definir indudablemente un tipo capaz de adaptarse, con los retoques necesarios, fuera del campo de aplicación en que fue erigida su estructura, y sería por cierto interesante estudiar cómo la pedagogía de los jesuitas, establecida por el hombre honrado de la época barroca, se esforzó en adaptarse, tras su regreso en 1832, a la era de la civilización y de las democracias nacionalistas. Pero ése es un proceso todavía en curso y acerca del cual el historiador no ha adquirido aún el derecho de opinar de un modo concluyente.
Otra cosa acontece en lo que atañe al periodo continuo que va desde mediados del siglo XVI a la mitad del XVIII, o, para precisar más todavía, desde 1548, fecha de la inauguración del colegio de Mesina, a 1762, fecha de la expulsión de Francia y de la clausura del colegio de Clermont. Tenemos ahí un periodo de dos siglos en el curso del cual la acción pedagógica de los jesuitas se desarrolla sin ninguna solución de continuidad. Todo juicio objetivo acerca de sus instituciones deberá tener en cuenta cómo se insertaron en las tradiciones escolares del siglo XVI, y han constituido y difundido, en el transcurso de los dos siglos siguientes, un espíritu y unos métodos cuya influencia en el desarrollo de la cultura occidental es menester que apreciemos. El estudio de esta larga campaña pedagógica es, desde luego, sumamente arduo, ya que los cronistas de la segunda mitad del siglo XVI no siempre fecharon los textos que nos procuran, y dado que las persecuciones del siglo XVIII han destruido o dispersado los archivos más preciosos. Es, pues, preciso atenerse a la labor paciente y metódica de algunos humanistas que hace poco han renovado la cuestión apoyándose en las bases de la crítica más positiva, y, en particular, a los hermosos trabajos del padre de Dainville (cf. bibliografía).

1. ORÍGENES REMOTOS Y FUENTES INMEDIATAS

Cuando Ignacio de Loyola (1491-1556) experimentó, en 1521, tras la lectura de la vida de los santos, el deseo irresistible de convertirse, a su vez, en un instrumento eficaz en las manos de Dios, se dio pronto cuenta de los angostos límites que su incultura de segundón precipitadamente puesto al servicio del ejército imponía su acción. Así, decidió reanudar sus estudios. Se inscribió al principio en las universidades de Alcalá (1526-1527) y de Salamanca (1527); pero hay que suponer que no encontró en ellas lo que buscaba, ya que decidió pasar los Pirineos, y siendo estudiante de la Universidad de París (1528-1535) fue cuando echó, como se sabe, los cimientos de la futura compañía.
Hay aquí un punto que merece que nos detengamos en él. Primeramente, porque la orden de los jesuitas no es, como se dice en ocasiones, una orden contemplativa desviada hacia la enseñanza. En segundo lugar, porque el periodo y el medio en que los jesuitas arraigan no permiten semejante separación.
El precioso libro de Renaudet, Prerreforma y humanismo en París durante las primeras guerras de Italia (1494-1517), descubre en su misma estructura la profunda complejidad de la cuestión: muestra claramente cómo la capital francesa, inmediatamente después de la Guerra de los Cien Años, fue la sede de una doble corriente de reforma que afecta a la religión y a los estudios. Las influencias más sobresalientes —los hermanos de la vida común, el humanismo fichetista y después el fabrista—* son las que se hacen sentir a la vez en la Iglesia y en la Universidad. Pero la fecha de 1517 sólo tiene sentido a este respecto si se recarga abusivamente el término “prerreforma” dándole un sentido demasiado material, esto es, todo lo que precede a Lutero y a Calvino, o, como se decía en el siglo XVIII, el establecimiento de la religión supuestamente reformada. Si, por el contrario, se atiende al fondo, y si el libro de Renaudet nos habla de algo real, esta prerreforma, que Imbart de La Tour llama con frecuencia reformismo, es una tentativa para restaurar la civilización cristiana sobre la base de unos valores vueltos a descubrir a principios del siglo XVI. Ahora bien, lejos de extinguirse, este movimiento recobra fuerza y vigor, en 1517, bajo el reinado de Francisco I, encarna admirablemente en la persona de Guillermo Budé (1467-1540) y lleva a la institución de los lectores reales (1530), cebo del futuro Colegio de Francia.
Desde el punto de vista teológico y eclesiástico la prerreforma está dominada por la persona de Erasmo, cuya influencia parece cada día más importante: su acción puede considerarse no sólo como eficaz, sino como preponderante, mientras se columbra la esperanza de una reforma universal y pacífica por medio de un arbitraje entre “pontificales” y “protestantes”: las tendencias irénicas que triunfan en la redacción del interim de Augsburgo (1548) y en el coloquio de Poissy (1561), señalan el extremo límite cronológico de su eficacia política y eclesiástica. Pero desde el punto de vista cultural esta corriente se prolonga más lejos: por los erasmistas españoles continúa influyendo en la Iglesia católica y en los políticos franceses mucho después del Concilio de Trento (1545-1563). Por Melanchton, que es suyo en cuerpo y alma, dirige una rectificación progresiva del luteranismo que permitirá, llegado el tiempo, la alineación de las universidades alemanas dentro de la filosofía jesuita y la constitución del bloque barroco. En fin, continuará por la acción de muchos pedagogos fieles a su ideal, incluso cuando tal corriente no corresponde ya al tiempo de las rupturas y las elecciones, por la supervivencia de sus obras fundamentales.
Citamos entre estos últimos no sólo al célebre Vives (De tradendis disciplinis, 1531), sino al bueno de Mosellanus, árbitro pacífico de la controversia entre Eck y los luteranos (1519) y cuya Paidología (1521) no dejará de reimprimirse hasta 1701.
Es preciso proyectar la silueta de Loyola sobre el fondo de este cuadro. Su actividad creadora es tanto más eficaz cuanto prosigue todo ese esfuerzo, históricamente aciago, cuyos elementos positivos colocará en el seno del nuevo edificio cuya construcción sistemática emprende la Iglesia.
En lo que atañe a la futura pedagogía de los jesuitas importa recordar que Ignacio de Loyola conoció a Francia durante una verdadera revolución universitaria. La reforma de la Universidad de París por el cardenal de Estouteville, legado pontificio, en 1452, puso un poco de orden en la vieja casa: se encuentran allí, a principios del siglo XVI, la Facultad de Decreto (derecho canónico), la Facultad de Teología (sacratissima theologorum facultas), reagrupada alrededor de la Sorbona, la Facultad de Medicina, nuevamente en auge, y la Facultad de las Artes, en plena efervescencia. Ésta ya no se contenta con representar su misión tradicional de propedéutica, “facultas omnium aliarum basis, mater et nutrix”; es el punto de partida para la constitución de una verdadera enseñanza secundaria. La reforma administrativa de 1463 aumenta la importancia y la autonomía de los colegios (que eran, hasta entonces, organismos estrechamente subordinados), y facilita el desarrollo y la multiplicación de éstos. No son ya únicamente residencias de estudiantes becados o fundaciones sostenidas por las órdenes religiosas para el uso de sus escolásticos, sino verdaderos pensionados donde se procura una enseñanza cada...

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