Las categorías de la cultura mexicana
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Las categorías de la cultura mexicana

Elsa Cecilia Frost

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Las categorías de la cultura mexicana

Elsa Cecilia Frost

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Escudriña la noción de cultura desde la filosofía, para llegar al estudio de lo mexicano y así analizar algunos fenómenos históricos en los que dicha influencia resulta definitiva: la Revolución mexicana y sus repercusiones en la novela, los corridos y la pintura mural, así como el conflicto religioso de 1926 a 1929.

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Información

Año
2014
ISBN
9786071620699
Categoría
Social Sciences
Categoría
Anthropology

PRIMERA PARTE

I. LA CULTURA COMO OBJETO
DE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA

HISTORIA

Es un hecho innegable que el hombre es un ser creador que, como tal, ha tenido siempre conciencia de su obra, es decir, ha conocido que frente al mundo de la naturaleza existe otro, el de lo creado o transformado por él, el mundo de la cultura. Pero es también un hecho que al enfrentarse a su obra el hombre tiene la sensación de que la cultura no es “algo dado y obvio, sino que constituye una especie de portento que necesita ser explicado”.1 Y puede afirmarse que la filosofía de la cultura nace de este asombro del hombre frente a su propia obra.
Ahora bien, ¿en qué momento surgió la filosofía de la cultura como tal? Y ¿qué es lo que se ha entendido bajo el concepto de cultura a lo largo de su historia?
Posiblemente la filosofía de la cultura sea casi tan antigua como la filosofía misma, pues desde la época griega han existido estudios y consideraciones sobre el mundo cultural; pero es nuestro tiempo el que, al parecer, ha hecho de ellos una reflexión sistemática e independiente.
Creo que sin temor a caer en un error puede decirse que la filosofía de la cultura nació y ha seguido un curso paralelo al de la filosofía de la historia. Giambattista Vico y los filósofos de la Ilustración son, así, su primer antecedente. Y si bien es cierto que ninguno de estos filósofos la desarrolló en una forma explícita, sí puede afirmarse que implícitamente está contenida en todos ellos. Por ejemplo en Vico, quien adivina comparativamente la ley estructural de la “evolución de la cultura” al hablar de la naturaleza común de los pueblos, o en Montesquieu, quien aplica las formas del Estado desarrolladas por el absolutismo para comprender el espíritu de determinados tipos de cultura.2 En general, puede considerarse que la labor de los filósofos de la Ilustración es el primer serio intento de formular una verdadera filosofía de la cultura en el sentido de buscar una determinación filosófica del objetivo de ésta.3 Sus obras son una verdadera mina de sugerencias respecto a este tema (cf. Montesquieu, Esprit des lois; Voltaire, Siècle de Louis XIV, Essai sur les moeurs; D’Alembert, Discours préliminaire).
Creo conveniente adelantar que de las tres actitudes posibles frente al problema de la cultura, dos se presentan ya en el momento mismo en que se toma conciencia de él. Desde luego, el origen de las dos más comunes, como el del problema mismo, podría remontarse mucho más atrás. Frente a su obra —la cultura— el hombre ha venido adoptando uno de estos tres puntos de vista:
a) La cultura es la actividad natural del hombre.
b) La cultura es la negación de la naturaleza y, por lo mismo, corrupción.
c) La cultura niega la naturaleza, pero la niega para trascenderla.
Es evidente que los enciclopedistas, como más tarde el positivismo, adoptan el primer punto de vista. La cultura es para ellos un proceso natural y el hombre un animal cuya característica es producir cultura. La época en que vivieron fue una época de gran optimismo cultural; no sólo consideraban que cultura y progreso eran sinónimos, sino además que se había llegado a la fase histórica superior. Sin embargo, en este coro de alabanzas a la cultura hay una voz discordante: la de Rousseau, para quien la cultura lejos de ser el último fin de la naturaleza respecto al hombre es la negación absoluta de lo natural. “El hombre que medita —afirma Rousseau— es un animal depravado.” La cultura niega la naturaleza, pero no, como piensa algún contemporáneo, para superarla, sino para corromperla. En su entusiasmo, Rousseau llegó a pintar el “estado de naturaleza” como un paraíso perdido y a exigir el abandono de toda cultura.
Pero, a pesar de los disidentes, el optimismo de la Época de las Luces pasa, corregido y aumentado, al siglo XIX. Posiblemente nunca vuelva a presentarse una convicción tan firme en el progreso cultural como la de este siglo. Podrá haber controversias en cuanto al origen de la cultura —los pensadores franceses adoptan, en general, la teoría naturalista, en tanto que los alemanes se plantean el problema del espíritu—, pero la fe en el progreso y en el poder esclarecedor de la cultura es unánime. El problema cultural podrá plantearse como un problema filosófico o como un problema biológico (en las últimas décadas del siglo es evidente la influencia de la teoría evolucionista), pero el progreso casi ininterrumpido de la cultura se mantiene como un dogma hasta los primeros años del siglo XX. Entonces, horrorizado ante una guerra que se creía imposible, el hombre llega a dudar de la efectividad de sus normas de vida y se plantea, con plena conciencia, el problema de la cultura. En nuestro siglo la filosofía de la cultura no aparece ya en forma implícita en obras sobre otros temas, sino que se ha convertido en una reflexión autónoma.
He escogido, para el estudio de la filosofía de la cultura en el siglo XX, cuatro grandes pensadores de muy diverso matiz por considerar que representan no sólo el interés contemporáneo por la filosofía cultural, sino las posibles actitudes ante ella.

OSWALD SPENGLER

Fruto de este doloroso despertar del optimismo cultural fue la obra de Spengler, y aun cuando la filosofía de la cultura expuesta en las páginas de La decadencia de Occidente está definitivamente superada, su aparición en 1918 tuvo una enorme repercusión. Repercusión que se debió tanto al momento y al sensacionalismo del título como a la postura de su autor, pues es evidente que Oswald Spengler representa —más acusadamente que ningún otro filósofo del siglo XX— esa tendencia de la filosofía de la cultura a servirse de la historia como de una base que le permita entrever el futuro. Ya la frase inicial de La decadencia revela su propósito: “En este libro se acomete por primera vez el intento de predecir la historia”.4 Spengler se equivoca, desde luego, al decir que es la “primera vez” que alguien trata de descubrir el secreto del devenir histórico, pues este profetismo es el resultado inevitable de toda filosofía que suponga una regularidad, un eterno retorno, en el curso de la historia, ya se trate de la teoría de los corsi e riccorsi de Vico, de la ley de los tres estados de Comte o del evolucionismo biológico del siglo XIX. Pero lo que sí es evidente es que en él el profetismo es deliberado. Spengler asume su papel con plena conciencia. Ahora bien, ¿qué tipo de regularidad advierte en la historia que le permita predecirla?
La filosofía de la cultura de Spengler parte del supuesto de que las culturas son obra de un alma colectiva que se expresa en ellas y son, al mismo tiempo, organismos, seres vivos, que nacen, florecen, decaen y, finalmente, mueren. Toda cultura es pues algo pereced...

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