Pueblos de Sinaloa y Sonora
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Andrés Pérez de Ribas

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Pueblos de Sinaloa y Sonora

Andrés Pérez de Ribas

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Andrés Pérez de Ribas llegó a la Nueva España en 1604 y vivió durante 16 años entre los indios zuaques, ahomes y yaquis del noroeste de México. Nos entrega en esta selección paisajes, pueblos, costumbres y peripecias que enmarcaron la conquista espiritual de aquel territorio.

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DEL SITIO Y PUESTO DE LAS NACIONES Y PUEBLOS DE QUE SE ESCRIBE EN ESTE LIBRO

ESCRITO dejo atrás que ha sido singularísimo beneficio de la divina clemencia el que ha hecho a la provincia de Sinaloa, que desde que se comenzó a predicar en ella el santo Evangelio ha proseguido con su curso, sin parar, por todas las naciones que se van descubriendo, y las que ahora se siguen, sin volver atrás por tiempo de sesenta años, de suerte que no ha habido ninguno dellos en que seis o ocho no se hayan bautizado y algunos a diez mil almas; y por los libros de bautismos, y cuenta que dan los padres misioneros a sus superiores, se hallan bautizadas como trescientas mil de párvulos, y adultos. Las naciones de que tengo de tratar en este libro, si bien son las últimas que han recibido el santo Evangelio; pero no las últimas desta provincia: porque en sus fronteras se sigue otras gentiles, que será Dios servido de ir recogiendo al rebaño de su Iglesia. Las de cuya conversión aquí se trata, están pobladas a la banda del norte, entre faldas de serranías, y a orillas, no de ríos caudalosos, sino de cuatro arroyos, que por ellas corren, y vienen a estar de treinta y dos y treinta y tres grados en altura del norte, declinando unos al oriente y otros al occidente. Y así, aquí son ya más templados los calores de lo que habemos escrito de los demás puestos desta provincia. Estas naciones, con sus pueblos principales, de las cuales se nombran una de Nebomes Altos y otra Nebomes Bajos; y en los Altos los pueblos que llaman Mobas, Onavas, y Nures; en los Bajos, Comoripa, Tecoripa y Zuaque, ésta es diferente nación de la que también tiene ese nombre, y de la cual se escribió a lo largo en el Libro Tercero, y dista de estotra ochenta leguas. Síguense luego las naciones de aibinos, sisibotaris, batucos, hures y los últimos los sonoras, que vienen a estar distantes de la villa de Sinaloa ciento y treinta leguas, y del principio della ciento y cuarenta. Destas naciones reducidas a unos veinte pueblos, y a cuatro partidos, cuidan cuatro o cinco padres ministros de doctrina. En ellas están reducidos tres mil y quinientos vecinos, o familias, de cuatro lenguas principales, y diferentes de las demás de Sinaloa: dificultad que van venciendo estos celosísimos padres, haciéndose niños por gloria del nombre de Cristo, y darlo a conocer en estas lenguas. Y porque quede aquí declarada la grande mies, que por esta parte de nuevo mundo va descubriendo a los hijos de la Compañía la divina bondad, y llegar ya esta historia a tratar de las últimas naciones que tienen reducidas al cristianismo; no dejaré de nombrar aquí las otras que se siguen, y ha puesto a la vista a los que Dios escogiere para esta gloriosa conquista, y la lleven adelante, cuando estuvieren de sazón estas gentilidades, para que se oiga en ellas la alegre nueva del santo Evangelio. Porque los hures confinan por un lado con los que llaman nacameris y nacosuras: a éstos se siguen los himeris, nación ferocísima y bárbara que no ha querido tener trato, ni amistad con sus vecinas, y muy temida de las demás; es muy copiosa, y extendida, según se ha podido entender, y a orillas de un tan caudaloso río, como el de Hiaqui, que a la parte del occidente desemboca en el mar, a cuarenta leguas de distancia de llanadas, en que hay noticias de gran gentío de otra nación, que llaman Heris: es sobremanera bozal, sin pueblos, sin casas, ni sementeras. No tienen ríos, ni arroyos, y beben de algunas lagunillas y charcos de agua; susténtanse de caza; aunque al tiempo de cosecha de maíz, con cueros de venados, y sal, que recogen de la mar, van a rescatarlo a otras naciones. Los más cercanos destos a la mar también se sustentan de pescado: y dentro de la misma mar, en isla, se dice que habitan otros de la misma nación, cuya lengua se tiene por dificilísima sobremanera. La nación de los batucos, caminando al norte, tiene también por confinantes muchas naciones de gentiles amigos cumupas, buasdabas, bapispes; y declinando al oriente, a los sunas. Adelante de éstos, por esta parte se extiende la tierra hasta el Nuevo México, donde años ha que entraron los padres de la sagrada orden de san Francisco. A oriente de los sisibotaris se siguen otros gentiles serranos, que viven en picachos. Y últimamente, con la nación de los Sonoras, confinan otras bárbaras.
Éstas son las varias naciones que Dios ha puesto en frontera a los hijos de la Compañía, a las cuales de lleno competen las calidades de aquellas a que enviaba Dios a predicar por boca de su profeta Isaías, a ángeles veloces: Ite Angeli veloces ad gentem convulsam, & dilaceratam ad populum terribilem. Calidades y fierezas, que con mucha propiedad competen a estas naciones; y con ser tales, anuncia que les había de enviar obreros tan diligentes, como veloces, y alados ángeles, y quería que se les predicase la divina palabra del Evangelio de Cristo, de quien tenía profetizado el santo rey David, que su dominio e imperio correría y se extendería, a mari vsque ad mare, & a flumine vsque ad terminos Orbis terrarum. Lo cual, como escribió el grande Agustino, no se verificó en el tiempo del reino de Salomón, aunque de él es intitulado el salmo; porque se guardaba eso para el tiempo del reino de Cristo, a quien tenía hecha promesa su eterno Padre, que pondría todas las gentes del mundo a sus pies, cuyo cumplimiento va Dios ejecutando en los tiempos que dispone su divina providencia; y pues ésta, por su bondad, se ha servido de los hijos de la Compañía, para extender este divino imperio por las naciones, de que atrás queda escrito; prendas les ha dado de que hallarán su favor, y amparo, para reducir las que quedan, y tan cerca ya tienen, y rendir al suave yugo de Cristo las demás de que he hecho mención en este capítulo. En los que se siguen escribiré de las que están ya convertidas, diciendo de cada una lo particular y propio que se ofreciere; entendiéndose que en lo demás concuerdan con lo general que de las otras naciones queda escrito acerca de su gentilismo. Y advirtiendo lo que atrás dejé apuntado, porque deseo ser puntual en lo que escribo, que las que llamo naciones no se ha de entender que son tan populosas como las que se diferencian en nuestra Europa; porque estas bárbaras son mucho menores de gente, pero muchas en número, y las más en lengua, y todas en no tener comercio, sino continuas guerras, unas con otras, y división de tierras, y puestos que cada una reconoce.

DEL PUESTO, RANCHERÍAS Y COSTUMBRES PARTICULARES DE LOS NEBOMES

Desta nación nebome escribí muy a los principios desta historia, en el Libro Primero, donde tratando de los primeros descubrimientos de la provincia de Sinaloa, dije que una tropa destos indios, que venía acompañando a Cabeza de Baca, y consortes, que salieron de la Florida, se quedó poblada en el río de Petatlán, y junto a la villa de Sinaloa. Después en el Libro Segundo escribí de otra tropa de trescientas personas desta nación, que acariciadas de las buenas nuevas, que a cabo de años les dieron sus parientes, y de cuán bien les iba, viviendo ya como cristianos; salieron peregrinando las ochenta leguas que hay desde su tierra al dicho pueblo, donde llegaron pidiendo bautismo. Que la una y otra tropa salieron de la misma nación nebome, de que aquí escribo. Que tanto tiempo antes comenzó la divina misericordia a disponerla para últimamente convertirla toda a nuestra santa fe. Y aunque algunas veces indios desta nación salían atravesando por medio de otras gentiles, con deseo de que entrasen padres de asiento a su tierra, que los hiciesen cristianos; esto no se podía ejecutar, hasta que las naciones intermedias estuviesen seguras y reducidas a cristiandad. Y antes de decir el modo con que ésa se introdujo en esta nación, escribiré lo particular della en su gentilidad. Poblados estaban los nebomes a orillas de arroyos de buenas aguas, y corrientes: sus casas eran mejores, y más de asiento que las de otras naciones: porque eran de paredes de grandes adobes, que hacían de barro, y cubiertas de azoteas y terrados. Algunas dellas edificaban mucho mayores, y con troneras a modo de fuertes, a propósito para si acometiesen enemigos, recogerse a ellas la gente del pueblo, y valerse de su flechería. Casi toda la gente era labradora; reconocían sus tierras, sembraban las semillas que dijimos ser generales a los indios; y aun en algunos puestos acomodados hacían sementeras de riego, sacando por acequias el agua de su arroyo para regarlas. Demás desto plantaban junto a sus casas un género de viñas, de una planta que los españoles llaman lechuguilla, porque en su forma es semejante a la lechuga; pero mucho más fuertes sus hojas, y que para criarse, y sazonarse, ha menester uno o dos años; y cuando llegado a sazón la cortan, y asada la raíz con algo de sus hojas, les sirve de sustento, que es sabroso y dulce; y hacen dellas molidas un modo de cajetas, como de conserva. Y cuando se corta una de estas raíces, deja ya brotados otros renuevos y cogollos; y así plantado una vez este género de viña, les dura por muchos años. También para sustento se valían de caza, de que abundan sus montes, en particular de ciervos, porque son muy diestros en flecharlos, y aves del aire, que no les faltan. En el vestido era esta nación la más compuesta de todas las demás de Sinaloa, a que les ayudaba la mucha cantidad de los cueros de venado, que sabían beneficiar, y hacer muy buenas gamuzas, muy durables, y que les sirven en particular de cubierta, al modo de faldellines, a las mujeres, tan largos que arrastran por el suelo: y era gala entre ellas, que los extremos de las gamuzas arrastrasen por tierra. A que la gente moza también añadía otra gala de labores de almagre. El medio cuerpo arriba, también era ordinario traerlo cubierto con mantas, que tejían, o de algodón, o de otra planta como la pita. Y aunque en los varones no era tan ordinario el andar vestidos, todavía muchos se cubrían con dichas mantas, aunque al quitar con mucha facilidad, como se les antojaba, sin reparar en eso, como cosa tan usada.
La honestidad de las mujeres, así como excedía en vestido a otras naciones, también lo hacía en la modestia del semblante. Y en confirmación desto puedo afirmar que una vez que, acompañando al capitán, y su presidio, que a petición desta nación, cuando fue a visitar la de Hiaqui, pasó a ver algunos pueblos desta gente, por ser amigos y confederados, aunque gentiles, y concurriendo gran número de gente de todas edades, llegándonos a saludar, y que conforme a acción de amistad, les pusiésemos las manos en la cabeza: al llegar las mujeres, en particular gente moza, veía que era con tanto encogimiento que tendían el cabello delante del rostro por no ser vistas. Y consecuentemente los demás vicios gentílicos no estaban tan furiosos como en otras naciones. El natural es más blando, y no tan áspero ni feroz como el de otras, ni tan belicoso, aunque no hubo poco que desbastar en gente criada en la selva de la gentilidad, ni poco que padecer en labrar, y sembrar la buena semilla en campos tan silvestres, como adelante se verá; y el número destos nebomes era como de tres mil almas, que quiso Dios agregar al rebaño de su Iglesia, habiendo dado por cada una dellas su divina sangre; y regado con ella en los divinos sacramentos, este pequeño majuelo ha ido dando, sin parar, frutos de bendición. Aunque éstos también costaron sangre a uno de sus ministros, como adelante se verá.

DE LOS PROGRESOS EN LA FE, Y EJERCICIOS CRISTIANOS, EN QUE QUEDAN ESTOS PUEBLOS

Arrancada la maleza que ahogaba esta sementera, y no la dejaba crecer, y quitados los escándalos que daban los forajidos, y rebeldes contra Dios, fueron maravillosos los progresos desta nueva cristiandad, que crecía, y se aumentaba cada día con nuevos bautismos de párvulos, y adultos, que lo venían a pedir, ya sin el temor que antes tenían, ocasionado de los hechiceros: y fue tal el multiplico de cristianos este solo año de mil y seiscientos y treinta y cuatro, en solas estas naciones últimas de Sinaloa, en que entra este partido de que voy hablando, que llegaron los bautizados párvulos a dos mil y setecientos y cuarenta; y los adultos a ochocientos y sesenta, y casados in facie ecclesiae novecientos y noventa pares: con que ya iba de todo punto cayendo el abuso de tener muchas mujeres, que no es la menor batalla en que se combate, ni la menor victoria que se consigue en estas empresas. Y aunque en otros muchos años llegó, y pasó de ese número el de los bautizados, quise notar aquí éste, que en tiempo de borrascas fue tan copioso, para que se eche de ver, que en medio dellas es abundante la cosecha. Los indios cimarrones que habían quedado por los montes, espantados con el castigo que se ejecutó en los que fueron ahorcados, los fue reduciendo al pueblo cristiano el padre Oliñano, con cariño y blandura; y éstos con los demás del partido se acabaron de bautizar, y todos entraban con grande fervor en la Iglesia. Un abuso, o superstición de las que suele el demonio, tenía introducida entre estas naciones por medio de sus hechiceros. Éstos les persuadían, que anduviesen por los montes cuatro noches a la luz de la luna, y al fin dellas se les aparecía el demonio, y les daba una piedrezuela, con la cual les daba a entender que les infundía poder para sanar enfermos, y enhechizar a los que quisiesen. Predicaron los padres contra este abuso y engaño, y se desterró, de suerte que se corren ya de haber caído en él, como de los demás bárbaros que tenían. Bautizada toda esta gente, comenzó el padre a perfeccionar su cristiandad, dando asiento a todos los ministerios que ella pide, de uso de sacramentos, celebridad de fiestas, pascuas, ejercicios de semana santa, penitencias della, y comuniones de los más aprovechados, devoción del santo rosario de la Virgen, y todo les asentó muy bien. Y si hubiera de escribir aquí casos particulares, que en la conversión desta gente sucedieron, de enfermos chicos, y grandes, que acabados de bautizar se fueron al cielo, y otros en que se echa de ver la gracia de la predestinación, fuera repetir lo que de otras conversiones se ha dicho. Porque en todas ellas no cesa de manifestar la divina bondad, las misericordias que ab eterno tenía determinado hacer a estas pobres gentes. Pero porque no quede sepultada del todo la parte que a esta misión le cupo, se escribirán aquí algunos casos de edificación que pasaron, en particular con la devoción dulce para todos los cristianos, del rosario de la santísima Virgen Madre de Dios; leche con que se crían los hijos de la Iglesia, y de que necesitan los que son niños tiernos en la fe, con los cuales, como más pequeñitos, no hay duda, que tiene particular cariño esta Señora para defenderlos de la serpiente infernal. Un muchacho, de edad de diez y seis años, hallándose en un monte perdido, sin acertar a salir de él, olvidado de que era cristiano, y como nacido y criado en su niñez entre endemoniados hechiceros, llamó al demonio, para que le guiara, y sacara de aquel peligro: apareciósele luego, y aunque en figura humana, pero horrible, y que bastaba para espantarlo. No fue así, sino que se paró el engañado indio a oírlo, y lo primero que el demonio le dijo fue le diese su alma, si quería que le ayudase. Ofreciósela el desatinado mozo, y el demonio le sacó del monte, y por tiempo de dos meses se le aparecía muchas veces, y le acompañaba, y daba cosas de comida; pero siempre arrojándoselas, y sin acercarse a él. Descubrióle finalmente un día lo que le detenía y arredraba para no llegársele; y apartado de él le dijo: “Si quieres que tengamos amistad estrecha, y te regale como hasta aquí lo he hecho, arroja de ti ese rosario que traes, que me da pena”. El muchacho respondió: “Eso no haré yo, que lo quiero mucho, ni tengo otra cosa que tanto estime”. A lo que le replicó el demonio: “Mira que ya eres mío”: añadiendo amenazas, de que si no hacía lo que le pedía, le quitaría la vida. Aquí el muchacho, lleno de pavor y espanto, echó a huir, diciendo: “Pues hasta aquí no me has podido hacer mal por este rosario, ni ahora lo podrás hacer”. Fue luego a buscar despavorido al padre, y llegó a él casi sin aliento, contando lo que le había pasado. El padre le exhortó a que hiciese una buena confesión, como la hizo, y quedó advertido para huir de los engaños del demonio, y con grande estima de la devoción del santo rosario, que le valió para salir de enredos endemoniados. No menos le valió el santo rosario al que sucedió el caso que se sigue. Púsose un indio en el campo una vez a rezar su rosario, apareciósele el mismo enemigo en figura de sierpe, y díjole, con silbos que le daba: “No hables así, deja esas palabras con que matan los padres”. A la verdad, a esa sierpe le quebrantaba y atormentaba la cabeza el oír avemarías, como se lo tenía Dios amenazado desde el principio del mundo. Por otra parte, sentía ya el devoto indio que le decían (y sería su ángel): “Haz la señal de la cruz, y reza con ánimo esas palabras”. Al punto desapareció el demonio confuso; y el indio quedó más confirmado en la devoción del santo rosario, en la cual están ya impuestos todos estos naturales chicos, y grandes, con grande afecto. Con éste y otros ejercicios cristianos se conocía claramente que iba huyendo el demonio destas gentes, de quien antes estaba tan apoderado. Pretendió ese astuto enemigo apartar de la Iglesia a otro indio, trayéndole, ya por un camino, ya por otro, fuera de juicio, y desatinado. Echándole de menos los suyos, salieron en su busca, y habiendo gastado algún tiempo en buscarlo, finalmente un domingo después de misa mayor, lo vinieron a hallar entre unas breñas: preguntado dónde había estado, respondió que no sabía, y que sólo había reparado que a la hora que se comienza a cantar la misa los domingos y fiestas, estando el demonio con él, había desaparecido: y volviendo en sí se acordó que en aquel punto debía de cantar la misa el padre. Lleváronle a su presencia, exhortóle a que hiciese una buena confesión: hízola y púsose una cruz al cuello, con que nunca más le apareció esa fiera. Sazonados ya, y dispuestos con estos ejercicios cristianos los pueblos, introdujo el padre el que es más perfecto y santo, de la sagrada comunión. Ésta hizo muy buen asiento, y produjo sazonados frutos en estas nuevas plantas, porque para llegarse a recibir este divino sacramento, algunos hacían confesiones generales, estando ya más capaces de las partes y frutos deste santo sacramento. Formada ya en lo espiritual esta cristiandad, se aplicó su cuidadoso ministro a edificar iglesias y templos sagrados, para que en lo material y espiritual quedase perfecta esta cristiandad: que como el hombre consta de alma y cuerpo; así con lo interior de su alma, como con lo exterior corporal, debe reverenciar a su Creador. Aplicáronse los pueblos con muy buena voluntad a esta obra, edificaron sus iglesias con gusto y alegría, dedicáronse con la solemnidad acostumbrada en otras naciones. Demás de eso hicieron casa para su ministro: que a los principios de la conversión destas gentes tienen los padres que ofrecer a Dios no pocas incomodidades en esta parte. Señaláronsele por el capitán a esta nación, sus gobernadores y alcaldes; y en lo político y espiritual goza al presente de una mudanza y serenidad que sólo puede obrar el divino poder y fuerza de su palabra. Y en este feliz estado dejaremos estos cuatro pueblos, que tan combatidos estuvieron con los alzamientos y alborotos pasados, y pasaremos a tratar de otros que también sacaron de poder del demonio los celosos misioneros que Dios ha dado a la provincia de Sinaloa.

ENTRA EL PADRE PEDRO MÉNDEZ A DAR PRINCIPIO A LA DOCTRINA Y CRISTIANDAD DE SISIBOTARIS Y BATUCAS, Y DE SUS PARTICULARES COSTUMBRES

Mucho pudiera decir aquí del apostólico y antiguo misionero padre Pedro Méndez, a quien por buena dicha le cupo la suerte desta misión; y a la misión la buena dicha de tal ministro. Pero remito esto al capítulo donde escribiré de la vida santa, y prolongada en gloriosos empleos, deste evangélico misionero, que habiendo trabajado más de treinta años en estas misiones, y siendo ya de setenta de edad, con tan fervorosos alientos, tomó a su cargo la de los sisibotaris, para fundar su cristiandad, como si de nuevo comenzara en su dichoso empleo. Y daré principio a escribir della por una carta que el dicho padre escribió, en que...

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