El alma romántica y el sueño
eBook - ePub

El alma romántica y el sueño

Albert Béguin, Mario Monteforte Toledo

Compartir libro
  1. 501 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

El alma romántica y el sueño

Albert Béguin, Mario Monteforte Toledo

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Estudio sistematizado y cronológico de influencias literarias al exportar la innegable presencia del sueño como fuente de inspiración e imaginación en el romanticismo alemán y en la poesía francesa.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es El alma romántica y el sueño un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a El alma romántica y el sueño de Albert Béguin, Mario Monteforte Toledo en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Literary Criticism. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2017
ISBN
9786071645357
Categoría
Literature

Segunda Parte
EL SUEÑO Y LA POESÍA

Sueño escuchado como la inmensa e imprecisa vida infantil que se cierne por encima de la otra, y sin cesar invadida de rumores por los ecos de la otra.
FOURNIER

LIBRO CUARTO

EL CIELO ROMÁNTICO

He soñado tanto, tanto, que ya no soy de aquí.
FARGUE
EVOCO rostros familiares, esos que me acompañan desde hace muchos años y que han cobrado para mí tan precisa realidad, a medida que me esforzaba por penetrar, con ayuda de sus obras y de las confesiones que dejaron, en el misterio de sus vidas. He visto cómo sus rasgos, al principio enigmáticos, se hacían más legibles; y cómo su nostalgia, que me parecía la misma en todos, se convertía en la nostalgia de seres profundamente diferentes, irremplazables, pues cada uno de esos hombres vivió un drama único y llegó a una forma de belleza que no se parece a ninguna otra. Y sin embargo, forman una sola familia espiritual, que se reconoce ante todo en que los evocamos más fácilmente al amor del fuego, en el silencio de una lectura de sus poemas, que en los sitios donde se encontraron colocados, en vida, por el destino.
Ciertamente no podemos imaginárnoslos en otro lugar que en esa Alemania de la que muchos de ellos no salieron nunca, y que tiene todo derecho para considerarlos sus hijos menos transplantables. Estos poetas de los paisajes de su terruño, estos pensadores apegados al corazón de su cultura nacional, parecen pertenecer, sin embargo, a una esfera que no tiene relación con ningún escenario terrestre. Quienes los conocieron, vieron en todos ellos un no sé qué de visionarios y de extranjeros, y ellos mismos vivieron ciertos instantes —los de la consciencia más clara— durante los cuales sabían que “no eran de aquí”. La verdadera vida está ausente. No estamos en el mundo, hubieran podido exclamar, con Rimbaud; o bien, como Nerval decía en su país natal, al descubrir, precisamente allí, que añoraba otra patria: Nada ha podido hasta ahora curarme el corazón, que siempre sufre de nostalgia. A tal punto está en otro lugar su patria, que es más fácil encontrar a Jean Paul en el soleado Mediodía de sus sueños que bajo los abetos de su Franconia, y a Novalis en cualquier parte, pero no a orillas del Saale. En Bamberg buscaba yo el hotel zur Rose, donde Hoffmann situó la escena de su Don Juan, y el teatro vecino, cuyo Kapellmeister fue, y lo descubrí guiado por la voz de una cantante que ensayaba una melodía de Mozart; toqué su clavecín, en la encantadora casa donde vivió en la época de sus amores con Julia Marc, y me mostraron en una callejuela el antiguo aldabón de bronce, en forma de una cara de vieja haciendo muecas, que según se dice inspiró la escena de “la mujer de las manzanas” en La olla de oro. Y sin embargo, Hoffmann ha estado más presente para mí en otros sitios, que él nunca conoció, pero en los cuales habían venido a evocarlo algunos fieles.
Igualmente desarraigados de esta tierra, por la cual pasaron como viajeros efímeros, los románticos no fueron, sin embargo, esas creaturas evanescentes, irreales y demasiado angélicas que ha imaginado una vana leyenda. Mientras más nos familiarizamos con ellos, mejor se nos van mostrando como seres muy definidos y muy definibles, que sin duda aspiraron a alcanzar sus orígenes espirituales, pero que también quisieron vivir fielmente, en este mundo, de acuerdo con sus orígenes. Visionarios conscientes de sus dones, exploradores clarividentes de los tesoros ocultos en sí mismos, basta contemplar sus retratos para comprender hasta qué punto cada uno de esos hombres sedientos de infinito llegó a hacer de su propia existencia una aventura particular. Son hermanos y se parecen precisamente como hermanos, a pesar de los contrastes y de las desemejanzas que siguen existiendo en su naturaleza profunda.
Hay un retrato de Jean Paul a los treinta años, la época en que escribía su Hesperus; se afirma que no es muy fiel, y al propio Jean Paul no le hacía mucha gracia. Sin embargo, en ese rostro demacrado, que ostenta la huella de sufrimientos recientes, ¿cómo no sentirnos impresionados por la mirada alucinada, perdida en los espacios inmateriales, asombrada aún por los viajes que acaba de hacer a través de los mundos estelares? Y cuando lo encontramos de nuevo, veinte años después, a primera vista irreconocible, basta que nos detengamos un poco para que sea fácil seguir con el pensamiento las metamorfosis que pusieron esa pesadez en sus facciones. La frente se ha hecho inmensa, los ojos expresan una infinita ternura, y el asombro de antaño esta matizado en ellos de melancolía. Por más que el abuso de la cerveza y del vino hayan abotagado toda la parte inferior de la cara y hayan rodeado su sonrisa con una materia pesada, la impresión general sigue siendo la de un hombre poseído por una creencia espiritual de singular candor, y que refleja sobre el mundo visible la irradiación de una luz interna.
A todo el mundo ha impresionado la conmovedora hermosura del rostro de Novalis, enmarcado por sus cabellos crespos, y la profundidad de su mirada, que da un mentís a las huellas de debilidad que se distinguen en las facciones enfermizas. La fe que anima a este hombre joven no tiene nada de la juvenil ingenuidad jean-pauliana, y nada tampoco de ese fantasear un poco vago de que habla la leyenda romántica. Figura angélica, sí, pero sin la gracia femenina de los ángeles de Botticelli. Una inteligencia extraordinariamente lúcida se ve aquí al lado de la seguridad conquistada tras un largo esfuerzo de voluntad, de cuya perseverancia da testimonio toda la expresión del rostro.
Ningún retrato asombra más que el de Tieck, cuando uno lo descubre: el cansancio y la decepción han dejado huellas profundas en un rostro invadido desde muy temprano por la grasa, pero en el cual no se siente la menor pesadez. En esa cabeza, sostenida por unos hombros anchos y sin flexibilidad, permanecen una finura y una gracia naturales que pronto nos hacen olvidar lo que puede haber de perezoso en la expresión general. Y si esos ojos que miran a lo alto no hacen suponer una gran fuerza creadora, revelan en cambio un continuo estado de ensoñación y un espíritu amante de todas las formas de belleza.
He aquí ahora —y sería imposible imaginar un contraste más vivo— el magnífico perfil prusiano de Achim von Arnim, con los prominentes arcos de sus cejas, su larga nariz y su boca voluntariosa, pero con una barbilla en que se adivinan los fracasos con que hubo de chocar esa voluntad. La cabellera espesa y erizada de este poeta de veintiocho años es lo único que pone algún desorden en una cara de dibujo tan preciso; pero los ojos no contemplan la cinta de colores de los espectáculos terrestres; son ojos soñadores, pero el país imaginario de ensueño hacia el cual sentimos que se vuelven no tiene la imprecisión de la tierra fantástica que persigue un Tieck. Una miniatura de la misma época es menos severa: visto de frente, el rostro es agudo, chispeante de inteligencia vivaz, y el traje antiguo que lleva el poeta contribuye a darnos la impresión de algún frívolo trovador, más bien que la del caballero de leyenda nórdica evocado por el perfil. Nos queda también una última imagen, de veinte años después: es innegable que esta mascarilla mortuoria (que durante mucho tiempo se creyó de Kleist) se parece más a la obra de Arnim que su efigie de vivo. “Tal como en sí mismo, al fin, la eternidad lo cambia”, es magnífico y puro ese largo rostro de solitario, en que todo expresaría la lenta devoción a fines espirituales si no fuera por el pliegue de los labios, en el cual se lee no sé qué amargura, o, mejor dicho, no sé qué desprecio por los juegos de los humanos.
¡Pobre Clemens Brentano! Un busto conserva la gracia encantadora del adolescente que siempre fue, delicado y sutil, con su aire divertido y apenas extraño al mundo. Pero la vida fue cruel con este hombre hecho para encontrar protecciones contra las durezas de la suerte: viejo, vestido con una especie de hábito de penitente, Brentano tiene algo de angustioso en las masas blandas y fatigadas de sus carnes. Los ojos, agrandados y dispuestos a la imploración, se destacan entre los pliegues con que la edad quiso marchitar esos párpados. La boca, carnosa y sensual todavía, conserva el estigma de las debilidades y de las repugnancias.
Hoffmann tuvo el privilegio de dejarnos personalmente su imagen y de dibujar, sin la menor complacencia, sus propias facciones. El fuego que irradia de este rostro original es la lumbre resplandeciente de un espíritu extraordinariamente vivo, y es también la lumbre de un sufrimiento infinito. Otras imágenes suyas, como la debida al lápiz de Hensel, nos muestran un Hoffmann menos alucinado e indudablemente mas verídico. El rostro es grave, pensativo y maravillosamente inteligente; el dibujo sinuoso de los labios, de la nariz y hasta de las hondas arrugas que surcan la frente de Hoffmann en los últimos años de su vida recuerda menos al “fantaseador” de las obras secundarias que al artista exquisito de La olla de oro. Y en contraste con esta gravedad, la caricatura en que el Kapellmeister se representó bajo la apariencia de un Johannes Kreisler que salta y lanza al aire burbujas de jabón expresa el conflicto trágico de este poeta con el mundo.
El cielo es para los que piensan en él.
JOUBERT
Espíritus fraternales, todos estos seres disímiles tuvieron una cosa en común: la percepción dolorosa del profundo dualismo interior que los hace pertenecer a dos mundos a la vez; pero, también, todos ellos tienden —por un esfuerzo de la voluntad, por la espera pasiva de alguna gracia poética o divina, por el temible viaje a los abismos de la Noche: el medio es lo de menos— hacia la recuperación de una armonía a la cual los oriente su aspiración esencial. Atormentados, perseguidos por el sentimiento de la “poca realidad”, con su destino vinculado al problema del conocimiento y deseosos de confiarlo a una certidumbre que todo su ser reclama, viven con los ojos fijos en una promesa, en una estrella lejana. Así se esboza una astronomía del cielo romántico, que bajo especies eternas y en figuras nocturnas de un brillo singular reproduce las imperfectas configuraciones de los países terrestres.
Alrededor de estas constelaciones, tanto en el horizonte oriental como en el del ocaso, hay pálidas nebulosas que anuncian su resplandor, cometas que siguen majestuosamente sus rutas inmemoriales, vías lácteas que prolongan, algo debilitada, la armonía de las esferas, y un fulgor de meteoros que ilumina por breves instantes la noche.
Contemplaremos largamente las imágenes trazadas en lo más alto de la bóveda por los grandes astros románticos; pero durante un momento, antes de llegar a esas lumbreras nocturnas, y luego durante otro momento, al final de nuestro viaje, deberemos detenernos un poco para distinguir las otras fuentes de luz que completan la situación astrológica de esa hora que está entre los dos siglos.

IX. NEBULOSAS Y COMETAS

El hombre no soporta sino por breves instantes la plenitud de lo divino.
HÖLDERLIN
LOS ROMÁNTICOS no fueron, ciertamente, los primeros que dieron al sueño un lugar en la poesía, en la novela y en el drama. En éste, como en otros aspectos, esos grandes imitadores, nutridos —y a veces podridos— de literatura, innovaron, sí, pero continuando la obra iniciada p...

Índice