Viajes de Gulliver
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Viajes de Gulliver

Jonathan Swift, Agustí Bartra, María José Gómez Castillo, Claude Rawson, Ian Higgins, Roger Bartra

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Viajes de Gulliver

Jonathan Swift, Agustí Bartra, María José Gómez Castillo, Claude Rawson, Ian Higgins, Roger Bartra

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Siglo XVIII. El cirujano y navegante Lemuel Gulliver naufraga en una isla perdida; ahí encuentra un país de pequeños hombres y mujeres, los liliputenses, que no por pequeños son menos engreídos y vanidosos. Luego, en sucesivos viajes, el capitán Gulliver encuentra personajes de todo tipo, pero siempre fantásticos. Aunque Viajes de Gulliver (1726) es una obra considerada un clásico de la literatura infantil —generalmente en versiones incompletas—, se trata en realidad de una obra cuyo propósito fue hacer una feroz crítica a la sociedad y a la condición humanas.

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Información

Año
2016
ISBN
9786071644763
Categoría
Letteratura
VIAJES DE GULLIVER
Gulliver, 8a ed., frontispicio y portada (1735).
(“Splendide Mendax” [Sublime embustero]; la frase
de las Odas de Horacio (III, XI, 35) guarda un sentido positivo
y califica a Gulliver como un mentiroso excepcional de fines nobles.
ADVERTENCIA1
La carta del Sr. Sympson al capitán Gulliver2 que precede a este volumen hará innecesaria una larga explicación. Aquellas inserciones de las que se queja el capitán fueron hechas por una persona, hoy difunta,3 en cuyo juicio el editor confió para alterar lo que creyera necesario. Sin embargo esta persona, al no comprender correctamente el propósito del autor y no ser capaz de imitar su sencillo y claro estilo, consideró apropiado, entre muchas otras alteraciones y añadidos, elogiar la memoria4 de nuestra anterior Reina al afirmar que gobernó sin un Ministro Principal. Estamos seguros de que la copia que se envió al librero en Londres era una transcripción del original, y que al hallarse en posesión de un digno caballero5 amigo muy cercano del autor, después de ser adquirida en hojas sueltas6 y tras ser comparada con los originales, fue encuadernada en folios blancos con la inclusión de las correcciones que el lector encontrará en nuestra edición, las mismas que dicho caballero nos hizo el favor de permitirnos transcribir.
CARTA DEL CAPITÁN GULLIVER1
A SU ALLEGADO SYMPSON2
Espero que esté dispuesto a aceptar públicamente, donde sea que para ello se le requiera, que fue su gran y constante insistencia lo que me persuadió de publicar una vaga y errónea relación de mis viajes, con la instrucción de contratar a un joven caballero de alguna universidad para ponerla en orden y corregir el estilo, tal como hizo mi allegado Dampier,3 por consejo mío, en su libro llamado Un viaje alrededor del mundo. Sin embargo, no recuerdo haberle otorgado a usted la autoridad para consentir que se omitiera algo, y mucho menos que se insertara alguna cosa: por lo tanto, en cuanto a lo segundo, aquí mismo renuncio a cualquier inserción suya, en particular a un párrafo4 acerca de Su Majestad, la difunta reina Ana, de memoria piadosa y gloriosísima, aun cuando la haya venerado y estimado más que a nadie de la especie humana. Usted, o su corrector, debieron haber considerado que, puesto que no estaba en mi inclinación, no era decente alabar a ningún animal de nuestra composición5 ante mi amo houyhnhnm.6 Además, el hecho era del todo falso, ya que, por lo que sé, al haber estado presente durante una parte del reinado de Su Majestad, ella sí gobernó por medio de un ministro principal, incluso por dos sucesivamente, el primero fue el Lord de Godolphin y el segundo el Lord de Oxford,7 de modo que usted me ha hecho decir la cosa que no era.8 Del mismo modo, en la relación de la Academia de Proyectistas y en varios pasajes de mi discurso a mi maestro houyhnhnm, usted ha omitido o fragmentado o modificado algunas circunstancias materiales, de tal manera que apenas si distingo mi propia obra en ello.9 Cuando hace algún tiempo le señalé algo de esto en una carta, usted se complació en responder que temía ofender a alguna persona, que quienes están en el poder son muy vigilantes de la prensa y aptos no sólo para interpretar sino también para castigar todo aquello que parezca insinuación (como creo que usted lo llamó).10 Pero, le pregunto, ¿cómo podría aquello que dije hace tantos años, y a más de mil leguas de distancia, en otro reino, aplicarse a cualesquiera de los yahoos,11 cuya especie gobierna la manada, especialmente en una época en la que pensaba o temía poco la infelicidad de vivir bajo su mando? ¿Acaso no tengo toda la razón al quejarme cuando miro a esos mismos yahoos ser conducidos por houyhnhnms en un carro, como si éstos fueran las bestias y aquéllos las criaturas racionales? De hecho, la principal razón de mi retiro a esta parte12 fue evitar tan monstruosa y detestable visión.
Todo esto he creído necesario decirle en relación con usted mismo y con la confianza que le deposité.
En segundo lugar, lamento mi propia gran falta de juicio, al dejarme persuadir, contra mi opinión, de que se publicaran mis viajes, llevado por las súplicas y los falsos razonamientos de usted y algunos otros. Le suplico recuerde cuántas veces lo insté a que tomara en cuenta, cuando usted insistía en el motivo del bien común, que los yahoos son una especie animal absolutamente incapaz de enmendarse por preceptos o ejemplos. Y así se ha comprobado porque, en vez de presenciar un cese total de los abusos y corrupciones, cuando menos en esta pequeña isla, como tenía razón de esperar, tras más de seis meses de advertencia, no he percibido que mi libro haya producido un solo efecto según mis intenciones. Le pedí que me informara por carta cuando partido y facción se extinguieran; cuando hubiera jueces sabios y honorables; cuando los abogados fueran humildes, honestos y con alguna traza de sentido común; cuando en Smithfield13 ardieran montañas de libros de derecho; cuando la educación de los jóvenes nobles se hubiera transformado por completo; cuando los médicos fueran desterrados; cuando las hembras yahoos abundaran en virtud, honor, verdad y buen sentido; cuando las cortes y salas de audiencia de los grandes ministros hubieran sido completamente purgadas de vicio; cuando la erudición, el ingenio y el mérito fueran recompensados; cuando se condenara a quienes son la desgracia de la imprenta a que coman únicamente sus propios papeles14 y a que sacien su sed sólo con su tinta. Contaba yo con estas y con mil otras reformas gracias a sus persuasiones, como de hecho se puede inferir de los preceptos expuestos en mi libro. Admitamos que siete meses eran plazo suficiente para corregir todo vicio y locura a los cuales están sujetos los yahoos, si su naturaleza fuera capaz de la más mínima disposición a la virtud o a la sabiduría. Sin embargo, tan lejos ha estado usted de cumplir con mis expectativas en cualesquiera de sus cartas que, por el contrario, cada semana ha estado cargando a nuestro mensajero con libelos y explicaciones y reflexiones y memorias y segundas partes15 en los que se me acusa de censurar a los grandes políticos, de degradar a la naturaleza humana (ya que todavía tienen la confianza de declararlo) y de injuriar al sexo femenino. Encuentro del mismo modo que los escritores de esos papeles no se ponen de acuerdo entre ellos, ya que algunos no me conceden la autoría de mis propios viajes y otros me hacen autor de libros a los que soy un completo extraño.
Me doy cuenta además de que su impresor ha sido tan poco cuidadoso como para confundir los tiempos16 y errar en las fechas de varios de mis viajes y retornos, ya sea al asignarles un año, o un mes o un día falso. Me he enterado de que, encima de todo, el manuscrito original fue destruido17 una vez que se publicó mi libro. Yo tampoco conservo una copia; sin embargo, le he enviado algunas correcciones que podrá usted insertar si alguna vez hubiere una segunda edición. Aunque no pueda insistir en que se hagan, dejaré el asunto a mis juiciosos y sinceros lectores.
He oído que algunos de nuestros yahoos de mar han encontrado faltas en mi lenguaje marino, y lo consideran impropio o fuera de uso 18 en muchas ocasiones. No lo puedo evitar. En mi primer viaje, cuando era joven, fui instruido por los marineros más viejos, y aprendí a hablar como ellos. Pero desde entonces he aprendido que los yahoos de mar son tan aptos como los terrestres para adoptar modas en las palabras que usan; los últimos incluso las cambian cada año. Tanto así que, cada vez que volvía a mi propio país, su viejo dialecto estaba tan cambiado que apenas si podía entender el nuevo. También me he dado cuenta de que, cuando algún yahoo viene de Londres a visitarme a mi propia casa por curiosidad, no logramos comunicar al otro, de manera inteligible, lo que pensamos.
Si la censura de los yahoos pudiera afectarme en cierto modo, tendría mucha razón para quejarme de que algunos de ellos osan pensar que mi libro de viajes no es sino una mera ficción de mi cerebro. Incluso han ido tan lejos como para insinuar que tanto los houyhnhnms como los yahoos existen tanto como los habitantes de Utopía.19
Puesto que la verdad produce convicción20 inmediata en los lectores, he de confesar que, en lo que toca a la gente de Lilliput, Brobdingrag (así se escribe la palabra, no Brobdingnag, como erróneamente se ha hecho) y Laputa, hasta ahora no he oído de ningún yahoo tan presuntuoso como para disputar su existencia o los hechos que he relatado en torno a ellos. Y aunque la existencia de los houynhnms o de los yahoos sea menos creíble, es evidente que hay suficientes de los últimos incluso en esta ciudad, los cuales sólo difieren de sus hermanos bestiales en la tierra de los houyhnhnms porque hablan una forma de jerigonza y no van desnudos. Escribí para que se enmendaran, no para obtener su aprobación. Incluso el elogio unánime de la raza entera tendría menos relevancia para mí que el relincho de esos dos houyhnhnms degenerados que tengo en mi establo, porque, de éstos, disminuidos como están, de todas maneras aprendo algunas virtudes, sin mezcla de vicio.
Es probable que estos miserables yahoos21 supongan que llego a tal grado de degeneración como para defender mi verdad. Con todo y que soy uno de ellos, es bien sabido por toda la tierra de los houyhnhms que, por instrucción y ejemplo de mi ilustre amo, pude en el transcurso de dos años (aunque debo confesar que con la mayor dificultad) evitar mentir, tergiversar, engañar y usar palabras ambiguas, hábitos infernales tan arraigados en lo profundo del alma de mi especie, especialmente en los europeos.
Tengo otras querellas que manifestar en esta incómoda ocasión, pero no me molestaré o lo molestaré a usted más. He de confesar libremente que, desde mi último regreso, algunas corrupciones de mi naturaleza yahoo han revivido en mí al convivir con algunos de sus especímenes y, por necesidad inevitable, con aquellos que conforman mi propia familia. De otro modo nunca hubiera emprendido tan absurdo proyecto como aquel de reformar a la raza yahoo en este reino, aunque ahora y para siempre tenga ya suficiente de todos esos designios visionarios.
2 de abril de 1727
DEL EDITOR AL LECTOR1
El autor de estos viajes, el Sr. Lemuel Gulliver, es un viejo e íntimo amigo mío. Hay además relación entre nosotros por el lado materno. Hace unos tres años, al cansarse del concurso de gente curiosa que lo visitaba en su casa de Redriff,2 el Sr. Gulliver compró un pequeño terreno, con una casa conveniente, cerca de Newark, en Nottinghamshire, su tierra natal, donde ahora vive retirado y aun en buena estima de sus vecinos.
Aunque el Sr. Gulliver nació en Nottinghamshire, donde radicaba su padre, lo he oído decir que su familia provenía de Oxfordshire. Para confirmarlo, he observado en el camposanto de Banbury,3 en ese condado, varias tumbas y monumentos de los Gulliver.
Antes de abandonar Redriff, dejó la custodia de los siguientes papeles en mis manos, y me dio la libertad de disponer de ellos como me pareciera. Los he leído cuidadosamente en tres ocasiones: el estilo es muy llano y simple, y la única falta que encuentro en ellos es que el autor, a la manera de otros viajeros, entra demasiado en detalles. Se percibe un aire de veracidad4 en todo el texto. De hecho, el autor se distinguía tanto por su honestidad que entre los vecinos de Redriff, cuando se trataba de afirmar algo, se empleaba una frase hecha que daba por sentado que lo que se contaba era tan verdadero como si hubiera salido de boca del Sr. Gulliver.
Por consejo de varias personas de estima a quienes, con el permiso del autor, comuniqué estos papeles, ahora me aventuro a enviarlos al mundo, con la esperanza de que sean, al menos por un tiempo, un mejor entretenimiento para nuestros jóvenes nobles que los borrones relacionados con política y partido.
Este volumen habría sido dos veces más grande5 si no me hubiera atrevido a tachar innumerables pasajes relativos a los vientos y las mareas,6 así como a las variaciones y los puntos de orientación en los distintos viajes, esto junto a las descripciones minuciosas de la administración del barco en las tormentas, en el estilo de los marinos, y la relación de las longitudes y latitudes. Por todo ello me temo que el Sr. Gulliver pueda estar un poco insatisfecho, pero estaba yo resuelto a lograr que la obra fuera apta para la capacidad de los lectores en general. Con todo, acaso mi ignorancia en asuntos marítimos me haya llevado a cometer algunos errores. De ser así, yo soy el único responsable, y si algún viajero tuviera la curiosidad de ver la obra entera, tal como salió de la mano del autor, estaré presto a satisfacerlo.
En cuanto a mayor información específica respecto al autor, el lector podrá obtenerla desde las primeras páginas del libro.
RICHARD SYMPSON
LIBRO I

Viaje a Lilliput*
CAPÍTULO I
El autor da algunas referencias sobre su persona y familia. Sus primeras inclinaciones a viajar. Naufraga, se salva a nado y toma tierra en Lilliput, donde es hecho prisionero y conducido al interior del país.
Mi padre,1 propietario de una pequeña hacienda en el condado de Nottingham, tenía cinco hijos. Yo era el tercero. Al cumplir mis catorce años2 me mandó al Colegio Emanuel, de Cambridge, donde viví tres años, seriamente aplicado a mis estudios. Aunque yo gozaba de una pequeña pensión, mi sostenimiento resultaba una carga demasiado pesada para tan menguada fortuna, por ello entré de aprendiz en casa de James Bates, eminente cirujano de Londres, con quien estuve cuatro años. Mi padre me mandaba de vez en cuando módicas sumas de dinero, que yo gasté en aprender el arte de la navegación y otras disciplinas matemáticas, útiles para quienes se proponen viajar, cosa que yo siempre había creído que estaba llamado a realizar. Cuando dejé al cirujano Bates fui a casa de mi padre y, con su ayuda, la de mi tío John y de otros parientes, pude reunir la suma de cuarenta libras y obtuve la promesa de treinta al año para sostenerme en Leyden,3 donde estudié física durante dos años y siete meses, convencido de que esta ciencia me sería de utilidad en los largos viajes.
Poco después de mi regreso de Leyden, mi bondadoso maestro Bates me consiguió la plaza de médico en el Swallow,4 barco mandado por el capitán Abraham Pannell, con quien pasé tres años y medio e hice un viaje o dos a Levante5 y varios a otros puntos. A mi regreso, decidí establecerme en Londres, en lo que me animó mi maestro, y me recomendó a algunos de sus clientes. Alquilé parte de una casita en Old Jury,6 y habiéndoseme aconsejado que cambiase de estado, me casé con Mary Burton, hija segunda de Edmund Burton, calcetero de Newgate Street. La dote que aportó mi mujer ascendió a cuatrocientas libras.7
Pero al morir mi maestro Bates8 dos años después, y siendo yo hombre de pocas relaciones, empezó a decaer mi negocio, porque mi conciencia me privaba de entregarme a las prácticas censurables de ciertos compañeros de profesión. Así, después de consultar con mi mujer y algunos amigos, resolví embarcarme de nuevo. Fui sucesivamente médico en dos barcos, y en el término de seis años hice varios viajes a las Indias Orientales y Occidentales, cosa que me permitió aumentar algo mi fortuna.9 Ocupaba mis ocios en leer a los mejores autores, antiguos y modernos, a c...

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