Aproximaciones a Sor Juana
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Aproximaciones a Sor Juana

Sandra Lorenzano

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Aproximaciones a Sor Juana

Sandra Lorenzano

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Con aproximaciones que van del análisis histórico al literario, de los estudios culturales a la perspectiva de género, de la erudición más deslumbrante al dato curioso que revela nuevos aspectos de la vida y obra de sor Juana Inés de la Cruz, este conjunto de textos presenta un retrato revelador y novedoso de la máxima escritora de México. Se han reunido aquí trabajos de algunos de los más connotados sorjuanistas, tanto de México como del extranjero, entre los que destacan Marie Cécile Bénassy-Berling, Josefina Muriel, Margo Glantz, Antonio Rubial, Sara Poot-Herrera, Electra Arenal y José Pascual Buxó, entre otros.

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Información

LA IMITACIÓN DE GÓNGORA EN EL SUEÑO DE SOR JUANA

José Pascual Buxó
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
¿PARA QUÉ VOLVER AL ESTUDIO DEL SUEÑO DE SOR JUANA SI YA TANTOS CRÍTICOS EMINENTES HAN DESENTRAÑADO, AL PARECER, SUS MÚLTIPLES DIFICULTADES TEMÁTICAS Y ESTILÍSTICAS? SUPERADOSPOR LO MENOS DESDE HACE MEDIO SIGLO LOS PREJUICIOS ANTIGONGORINOS Y ESTUDIADOS CON TESÓN Y PERSPICACIA ¿QUÉ ASPECTOS DE LA INTRINCADA Y RIQUÍSIMA TRAMA DE ESE MAGNO POEMA PODRÍAN AÚN PERMANECER OCULTOS PARA LOS LECTORES DE HOY? BIEN SABEMOS QUE EL ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DE UN TEXTO LITERARIO SE HALLAN CONDICIONADOS POR LOS GUSTOS Y LOS SABERES DE SUS EXÉGETAS Y QUE, POR LO MENOS EN UN PLANO TEÓRICO, SON SUSARCHILECTORES” CONTEMPORÁNEOS LOS MÁS CAPACITADOS PARA LLEVAR A CABO UN EXAMEN CRÍTICOESTO ES, EXPLICATIVO Y VALORATIVO– DE AQUELLAS OBRAS LITERARIAS DE NUESTRO SIGLO DE ORO QUE, COMO LAS SOLEDADES DE GÓNGORA O EL SUEÑO DE SOR JUANA, CONSTITUYEN LOS MÁS ALTOS EJEMPLOS DE UNA TEORÍA Y DE UNA PRÁCTICA POÉTICAS EN LAS CUALES LA VARIADA GAMA DE CONOCIMIENTOS, LAS SUTILEZAS DEL CONCEPTO Y LA ELEGANCIA LATINA DE LA EXPRESIÓN SE ALIARON CON EL PROPÓSITO DE CREAR UN NUEVO GÉNERO DE BELLEZA ERUDITA.
No será inútil aducir ahora algunos pasajes de la Agudeza y arte de ingenio en que Baltasar Gracián formuló los principios y señaló los recursos de esa nueva estética literaria: “Eran los conceptos hijos más del esfuerzo de la mente que del artificio… La imitación [espontánea de la naturaleza] suplía al arte, pero con desigualdades de substituto, con carencias de variedad”. Si un silogismo se arma con reglas, “fórjese con ellas un concepto”, porque “entendimiento sin agudeza ni conceptos es sol sin luz, sin rayos… No se contenta el ingenio con sola la verdad, como el juicio, sino que aspira a la hermosura1. O diciéndolo con abusiva brevedad: en la era de las exploraciones y los descubrimientos, la poesía no había de conformarse con ser resultado del azar, sino del meditado hallazgo de nuevas e inéditas correlaciones entre los juicios del entendimiento y los artificios de la invención2. Y así lo postulaba Gracián en su Agudeza y arte de ingenio (Madrid, 1648):
es el sujeto [o asunto] sobre quien se discurre y pondera… un como centro de quien reparte el discurso líneas de ponderación y sutileza a las entidades que lo rodean; esto es, a los adjuntos que lo coronan, como son sus causas, sus efectos, atributos, cualidades, circunstancias de tiempo, lugar, modo, etcétera… valos careando de uno en otros sujeto, y unos con otros, entre sí; y en descubriendo alguna conformidad o conveniencia, que digan, ya con el principal sujeto, ya unos con otros, exprímela, pondérala, y en esto está la sutileza3.
Y por poner un ejemplo de los llamados “conceptos por correspondencia y proporción”, citaba aquel soneto que Góngora dedicó a don Cristóbal de Mora en el cual, partiendo de la disemia del apellido de su noble protector con el árbol de ese nombre, estableció –siguiendo la lección de los Emblemas de Alciato– la correspondencia entre el Moral, signo de la Prudencia, con la Perseverancia atribuida a la palma y la Virtud del laurel4 para pasar después, según notaba el mismo Gracián, a “combinar sus empleos [de Góngora] con el [empleo] moral de su patrocinio” –esto es, la disposición poética de don Luis para alabar las virtudes que atribuía al marqués de Castel-Rodrigo– “cantando ave o cisne en sus ramas, hilando como gusano de seda… alimentándose de lo moral, y concluye, peregrino en sus soledades, votándole su camino”, esto es, solicitando su amparo, ofreciéndose a componer un canto que ensalzase sus hazañas y virtudes (que oscurecerían otras menos claras que las suyas) y jurando consagrar su vida al servicio de ese ansiado protector:
Gusano de tus hojas me alimentes,
pajarillo sosténganme tus ramas
y ampáreme tu sombra peregrino.
Hilaré tu memoria entre las gentes,
cantaré, enmudeciendo ajenas famas,
y votaré a tu templo mi camino.
Postuló Gracián un sinfín de variedades de la agudeza; unas, que podríamos llamar comunes, como las de “proporción” o “improporción y disonancia” establecidas entre los “extremos” del sujeto de que se trate, o la que se logra por medio de la “ponderación misteriosa” (que consiste en “levantar misterio entre la conexión de los extremos o términos correlatos del sujeto”); los “conceptos por acomodación de verso antiguo o de algún texto o autoridad”, especie de agudeza que exige “sutileza y erudición” y, en fin, la “agudeza por alusión”. Otras son las “compuestas”, entre las que destacan “la docta erudición” y “las fuentes de que se saca”, así como “la ingeniosa aplicación y uso de la erudición noticiosa”. Esbozaré brevemente el carácter e intención de dos recursos típicos de la poética barroca, que luego podrán servirnos de ayuda para un examen más detenido del poema de Sor Juana: la “alusión” y la “aplicación y uso de la erudición noticiosa”. Consiste el “artificio formal” de la primera “en hacer relación a algún término, historia o circunstancia, no exprimiéndola, sino apuntándola misteriosamente”, con lo cual adquiere el poema un carácter enigmático que convoca al lector al descubrimiento de las fuentes evocadas. Pone Gracián, entre otros, el ejemplo de un romance de don Antonio de Mendoza a la Virgen María que comienza aludiéndola por solos sus atributos, esto es, por la “historia o circunstancias” que le corresponden:
Hermosa, fecunda estrella
del mar, donde en vez de puerto,
naufragante el sol humano
buscó tierra y tomó cielo…
Cuya tierna planta hermosa
pisa del dragón más fiero,
el voraz, rugiente, altivo,
sañudo, erizado cuello.
Al no declarar enteramente la entidad del sujeto al que se refiere, sino sólo apuntándolo, el “concepto –concluye Gracián– se hace más preñado y dobla el gusto al que lo entiende”. En efecto, antes de llegar al final del romance donde el autor hace explícito el nombre del sujeto de quien se venía predicando “misteriosamente”, el lector avisado –y en esta materia todos los españoles lo serían necesariamente– ha ido descubriendo con satisfacción la entidad teológica de aquella “estrella de mar” cuyas plantas pisan la cerviz del “dragón más fiero” Satanás.
No siempre, sin embargo, puede explicarse la agudeza por alusión como un caso de perífrasis léxica en el cual, para decirlo con Dámaso Alonso, “la imaginación describe un círculo, en el centro del cual se instaura, intuida, la palabra no expresa”5. Entre la perífrasis de las “crestadas aves / cuyo lascivo esposo vigilante / doméstico es del sol nuncio canoro” (Sol., I. 292-294), esto es, las gárrulas “gallinas”, y la alusión a diferentes atributos de la “emperatriz de la Gloria” del romance que acabamos de citar, existen más diferencias sustanciales que semejanzas formales, pues mientras que en el caso de las “esposas del gallo” todos los componentes léxicos conspiran para instalar en la mente del destinatario la entidad del sujeto mostrenco a quien corresponden los predicados, en el caso de María, Madre de Dios, es preciso reconocer que tales predicados forman parte, no tanto de una ingeniosa perífrasis léxica, sino de un discurso mariano subyacente en que se explanan esos atributos simbólicos; en otras palabras, que lo eludido y aludido no es tan sólo un nombre, el de María, sino todo un texto o, si se prefiere, fragmentos de un discurso ideológico repetido en múltiples instancias textuales, glosado sin descanso en la prédica religiosa y cuyo referente invariable es un paradigma doctrinario con sus analogías simbólicas perfectamente establecidas y fielmente reiteradas tanto por medios verbales como icónicos, es decir, en la pintura y en la oratoria sagradas. Siendo esto así, la agudeza por alusión sería, en muchos casos, una modalidad concentrada de la que Gracián llamó “ingeniosa aplicación y uso de la erudición noticiosa”: paráfrasis recreadora de un texto autorizado y canónico que subyace –en función de hipotexto– a sus innumerables glosas6.
Decía el autor de la Agudeza y arte de ingenio que la erudición “consiste en una universal noticia de dichos y hechos, para ilustrar con ellos la materia de que se discurre”; cuando concurren en ella “lo realzado del asunto, la agudeza de la invención y la variedad de la escogida erudición, hacen un todo muy perfecto y acepto”. Y añadía que, tanto como de las noticias de las cosas antiguas, ha de echarse mano de las modernas, porque éstas “lisonjean con su novedad” y las otra pueden enfadar por causa de sus uso reiterado (Discurso LVIII). Sin embargo –advertía en el Discurso siguiente– “no basta la sabia y selecta erudición; requiérese lo más ingenioso y necesario, que es la acertada aplicación de ella”. Trátase, pues, de establecer una “correlación que se ajusta entre el sujeto o materia de que se trata, y la historia, suceso o dicho que se aplica”; pero esta especie de agudeza no consiste sólo en el descubrimiento de alguna paridad entre las circunstancias del sujeto y sus términos de comparación, es menester realzarla ingeniosamente, esto es, ilustrar o enaltecer dicha semejanza de manera inusual. Así, por ejemplo, Luis Carrillo “transformó en identidad” la semejanza que se descubre o establece entre el amante y la salamandra que vive dentro del fuego. Gracias también a la disemia de este vocablo (“llama o brasa” y su significado traslaticio: “ardor que excita la pasión de amor”) el ígneo corazón del amante quedará sustancialmente transfigurado en el fabuloso animal:
De la salamandra dicen
que en el fuego viva está;
por mi corazón lo digo,
que a más fuego, vive más.
La semejanza aquí ponderada se funda en un “decir” o, mejor, en un “saber” o “creer”, esto es, en una “universal noticia de dichos y hechos” textualmente fijados y transmitidos y en cuyo conjunto se constituye la ciencia y conocimiento de las cosas, tal como define el Diccionario de Autoridades. Bien decía Gracián que “hállanse muchos libros que son como almacenes de la erudición o, por mejor decir, fárragos donde están hacinados los dichos, apotegmas y sentencias; éstos enfadan luego; mejores son los que la ministran sazonada, dispuesta y aplicada” (Discurso LVIII). ¿Y cuáles eran esos libros que, contrariamente a los vulgares repertorios enciclopédicos, aplican sazonadamente –esto es, con brevedad y gracia– las noticias acerca de todas las cosas del mundo? Estoy seguro de que Gracián pensaba en los libros de emblemas, artificio de que él mismo se valió en el capítulo XXI de El discreto, para glosar con punzante ironía el Emblema CLX de Alciato que lleva por mote “Mutuum Auxilium” y en cuyo cuerpo o figura se pinta a un ciego que carga sobre sus hombros a un cojo que le marca el camino. A mi juicio, la fuente textual en que fundó Carrillo la aplicación erudita de la ígnea salamandra bien pudo ser uno de los Emblemas morales (Madrid, 1610) de Sebastián de Horozco y Covarrubias, el que lleva por mote “Donde tú vives, yo muero”, y cuya pictura representa, imbricados, a un sátiro y una salamandra metidos en el fuego; la subscriptio concluye diciendo:
En un serao [sic] de noble ayuntamiento,
al vil abrasa el fuego de la dama,
y al bueno ilustra su amorosa llama.
Claro está que Carrillo no ponderó las diferencias entre el amor ferino y el honesto, ni la calidad moral de los contrapuestos amantes, como hizo Horozco, sino que realzó con una imagen hiperbólica la intensidad de su pasión; y en efecto, el hallazgo de esa posible fuente emblemática “dobla el gusto” al lector, que quizá llegue a envanecerse de su memoria o perspicacia.
Los mencionados casos de agudeza por “alusión” o por “erudición noticiosa”, al igual que otros muchos de los clasificados por Gracián, no dejan de remitirse a los ejercicios que los profesores de retórica hacían practicar a sus alumnos con el fin de que éstos acrecentaran su “copia rerum ac verborum”, es decir, la habilidad en el manejo del caudal léxico, así como la capacidad para practicar la imitatio en la “reproducción, variada y modificada, de modelos literarios”; a esto se unía el desarrollo de su competencia para el establecimiento de las similitudines rerum o creación de imágenes que, avivadas por la fantasía, alcanzaran a tener gran fuerza expresiva y plástica7. Claro está que lo bien aprendido por los estudiantes sería puesto en práctica con mayor perfección por los oradores o poetas profesionales, quienes extremarían el uso de tales recursos en busca de más originales logros estéticos. En su epístola “Ad Lucilium” dio Séneca la más afortunada metáfora del laborioso proceso de la imitatio y de los sabrosos frutos que de ella pueden obtenerse: “debemos imitar a las abejas y poner por separado lo que hemos recogido en diferentes lecturas... después reunir estos diferentes jugos y darles por nuestro trabajo un sabor compuesto de todo ello, de manera que, si bien se note que está tomado de otra parte, véase sin embargo que no es la misma cosa”.
La imitación entendida como un proceso de aprendizaje y la emulación, no ya como censura8, sino como acto de competencia profesional con un autor prestigioso con quien se desea confrontar la propia obra y aún llevarla a mayor perfección expresiva y complejidad ideológica9, son formas mentales y culturales que no podemos olvidar cuando se intenta comprender los mecanismos retóricos y las motivaciones estéticas y psicológicas propias de la literatura hispánica áurea10. De ahí que, en el caso del Sueño de Sor Juana, sea útil reconsiderar el verdadero sentido del término “imitación” utilizado tanto por su editor como por los sacerdotes humanistas que escribieron las aprobaciones de sus obras. La sección de poesías líricas del Segundo volumen de las obras de soror Juana Inés de la Cruz (Sevilla, 1692), se inicia con ese “Primero Su...

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