La epopeya de México, I
eBook - ePub

La epopeya de México, I

De la prehistoria a Santa Anna

  1. 944 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La epopeya de México, I

De la prehistoria a Santa Anna

Descripción del libro

Con la perspectiva del historiador moderno y la agudeza el periodista, el autor aborda los sucesos sociales, políticos, económicos y culturales acaecidos en nuestro país desde su pasado más remoto hasta el fin de siglo. Este primer volumen nos acerca a los primeros vestigios de vida en el territorio ahora conocido como México y hace una síntesis de las diferentes culturas prehispánicas, un recuento del periodo colonial novohispano, de la Independencia, del nacimiento de la República y de la llegada de Santa Anna al poder.

Preguntas frecuentes

Sí, puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento desde la pestaña Suscripción en los ajustes de tu cuenta en el sitio web de Perlego. La suscripción seguirá activa hasta que finalice el periodo de facturación actual. Descubre cómo cancelar tu suscripción.
Por el momento, todos los libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Perlego ofrece dos planes: Esencial y Avanzado
  • Esencial es ideal para estudiantes y profesionales que disfrutan explorando una amplia variedad de materias. Accede a la Biblioteca Esencial con más de 800.000 títulos de confianza y best-sellers en negocios, crecimiento personal y humanidades. Incluye lectura ilimitada y voz estándar de lectura en voz alta.
  • Avanzado: Perfecto para estudiantes avanzados e investigadores que necesitan acceso completo e ilimitado. Desbloquea más de 1,4 millones de libros en cientos de materias, incluidos títulos académicos y especializados. El plan Avanzado también incluye funciones avanzadas como Premium Read Aloud y Research Assistant.
Ambos planes están disponibles con ciclos de facturación mensual, cada cuatro meses o anual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¡Sí! Puedes usar la app de Perlego tanto en dispositivos iOS como Android para leer en cualquier momento, en cualquier lugar, incluso sin conexión. Perfecto para desplazamientos o cuando estás en movimiento.
Ten en cuenta que no podemos dar soporte a dispositivos con iOS 13 o Android 7 o versiones anteriores. Aprende más sobre el uso de la app.
Sí, puedes acceder a La epopeya de México, I de Armando Ayala Anguiano en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia mexicana. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2011
ISBN del libro electrónico
9786071607034
Categoría
Historia

Segunda Parte

La Conquista

XII. Los cuidadores del sol

Además de los testimonios arqueológicos, varios códices indígenas y una infinidad de documentos redactados por los españoles recogen informes sobre los orígenes y el encumbramiento del pueblo azteca. A menudo los datos son confusos o se contradicen entre sí, pero con base en ellos es posible armar algo que ya podría llamarse crónica histórica.
En los últimos años del siglo XII, cuando Tula agonizaba, a la capital de los toltecas llegó un grupo de individuos andrajosos que se hacían llamar aztecas —o sea nativos de Aztlán, un lugar cuya ubicación precisa hasta ellos mismos habían olvidado—.
Los aztecas eran uno más entre los innumerables grupúsculos de habla náhuatl que emigraron del árido norte al altiplano central en busca de mejores condiciones de vida. Peregrinaron más de medio siglo, acampando por años o meses en lugares que consideraban propicios, y luego reanudaban la marcha espoleados por el hambre o expulsados por grupos rivales. Para evitar contratiempos, en cada sitio abandonaban a los ancianos, a los impedidos, a los niños y aun a las mujeres.
Su guía había sido un brujo llamado Huitzilopochtli, quien murió cerca de Tula. Por la veneración que le tenían, los aztecas incineraron el cadáver y guardaron las cenizas en un bulto que cargaban reverentemente cuatro sacerdotes.
No se sabe qué pretendían hacer los aztecas en Tula; las crónicas sólo mencionan su asombro al contemplar los imponentes edificios de la urbe tolteca, pero algunos especialistas consideran probable que hayan participado en la destrucción y el saqueo finales de la ciudad. En todo caso, un buen día los sacerdotes anunciaron que Huitzilopochtli les había ordenado proseguir la marcha hacia el valle de México, y así lo hicieron.
Hacia 1267 ya se habían establecido en el cerro de Santa Isabel, cerca de los “Indios Verdes”, en el extremo norte de la actual ciudad de México. Las riberas lacustres estaban sobrepobladas y los aztecas —los últimos en llegar al valle— encontraron una recepción hostil. Además de que los antiguos pobladores ya no querían recibir nuevos inmigrantes, los aztecas eran rechazados por belicosos y por su propensión a incursionar en los pueblos vecinos para robar mujeres.
En torno a los lagos existía infinidad de aldeas y docenas de pueblos de mediana importancia. Durante siglos los diversos asentamientos se habían disputado el dominio del valle por medio de guerras, traiciones, alianzas y contralianzas, sin que ninguno lograra imponerse en definitiva.
Entre los pueblos más agresivos y poderosos destacaban Azcapotzalco y Colhuacán. Azcapotzalco, el centro más importante de la margen occidental del lago, era sede de un grupo que hablaba matlatzinca, un dialecto otomí, y que estaba relacionado con los habitantes del valle de Toluca. Colhuacán dominaba un amplio sector de la margen oriental y estaba habitado fundamentalmente por toltecas, antiguos residentes o refugiados allí a la caída de Tula.
Con el tiempo las luchas por el dominio total del valle se polarizaron en estas dos ciudades. Los aztecas invadieron terrenos propiedad de una y de otra, hasta que a principios del siglo XIV lograron que Azcapotzalco los aceptara como tributarios y les permitiera establecerse en terrenos de Chapultepec.
Allí practicaron la agricultura, sin dejar por eso de robar alimentos, ropas o mujeres en los pueblos vecinos. Llegó el día en que los gobernantes de Azcapotzalco y Colhuacán, cansados de recibir solicitudes de protección por parte de sus súbditos, suspendieron momentáneamente sus luchas y se aliaron para expulsar a los aztecas de Chapultepec.
Sacarlos por la fuerza habría sido problemático, de modo que recurrieron a un ardid. Un día de 1319 el soberano de Azcapotzalco reunió a los caudillos y les dijo que necesitaba la ayuda de todos sus guerreros para apoderarse de Colhuacán. Los aztecas acudieron en masa al llamado y, cuando estaban lejos de su guarida, los ejércitos colhuas los atacaron por sorpresa y los aprisionaron.
El siguiente problema —deshacerse de los cautivos— se resolvió confinándolos en Tizapán, un poblado cercano al lugar que hoy se conoce como Pedregal de San Ángel, que era famoso por su abundancia de víboras. Se pensó que los indeseables huirían a otra parte espantados, pero los aztecas tenían especial predilección por el asado de víbora, disfrutaron banquetes con los reptiles y, lejos de abandonar el sitio, decidieron establecerse allí.
Los colhuas acabaron por ceder aquel terreno pedregoso que nadie quería. Tal vez los habrían dejado allí definitivamente si los aztecas no hubieran reanudado los raptos de mujeres, realizando incursiones hasta el mismo Colhuacán. Desde su permanencia en Tula, los aztecas profesaban una fanática admiración por los toltecas, y buscaban emparentar con ellos y ennoblecerse contrayendo nupcias con mujeres colhuas.
Como castigo los colhuas les ordenaron someter a los rebeldes xochimilcas. Los aztecas —que sumaban menos de un millar— debían tomar ocho mil prisioneros como mínimo y presentarlos a sus amos, o serían obligados a emigrar otra vez.
Los aztecas vencieron sorpresivamente a los xochimilcas, y como eran muy pocos captores para tantos cautivos, desorejaron a los presos y arrojaron a los pies del soberano de Colhuacán 16 000 orejas, prueba de que ellos habían cumplido el trato. Impresionado, el monarca les permitió seguir en Tizapán y los tomó como mercenarios.
Al parecer los aztecas llevaron a cabo un buen número de conquistas en beneficio de su señor. Como recompensa solicitaron que se les concediera a una hija del monarca para tenerla en Tizapán como reina y venerarla como diosa. El soberano accedió.
En medio de un ambiente festivo, la princesa fue conducida a su nueva morada. Entonces los cargadores de las cenizas de Huitzilopochtli anunciaron que el viejo hechicero les había dado una orden aterradora: “Matad, desollad, os lo ordeno, a la doncella, y cuando la hayáis desollado vestidle el pellejo a algún sacerdote. Luego id a llamar a su padre”.
La orden fue cumplida. Al cabo de unos días el monarca de Colhuacán visitó el templo donde supuestamente veneraban a su hija, un cuarto oscuro y lleno de humo de copal. El soberano inició los sacrificios a su dios, degollando codornices y ofrendando flores. Cuando hacía fuego para quemar copal, la claridad le permitió descubrir frente a él a un sacerdote vestido con la piel sangrante de la princesa y contorsionándose de manera grotesca. Entre gritos de horror, el infeliz padre salió del templo a convocar a sus guerreros.
Se ignora qué móviles tenían los aztecas para actuar como lo hicieron. Algunos historiadores creen que habían adoptado el culto a Xipe Totec, a quien se veneraba consagrándole la piel de los sacrificados. Otros piensan que los jefes de la tribu estaban preocupados porque sus seguidores comenzaban a cobrar afición por la vida sedentaria de Tizapán, tranquila pero sin gloria, y decidieron propiciar una guerra para reactivarlos.
Como quiera que haya sido, la represalia de los ejércitos de Colhuacán no se hizo esperar. Los aztecas huyeron a distintos lugares hasta llegar a un islote cubierto de carrizales y tulares que se encontraba en el sector occidental del gran lago, frente a Azcapotzalco. En este sitio inhóspito —en realidad un pantano con estrechos espacios de tierra firme— encontraron un águila posada sobre un nopal y devorando una serpiente: según la leyenda, Huitzilopochtli profetizó que en el lugar donde viesen tal escena encontrarían su morada definitiva.
Diversos historiadores sitúan la fundación de la capital azteca en 1318, otros en 1325 y otros en 1370. La ciudad fue llamada Tenochtitlán en honor de Tenoch, el sacerdote que a la sazón acaudillaba a los constructores; sus habitantes recibirían con el tiempo el nombre de tenochcas.
Para alimentarse en el refugio prometido por Huitzilopochtli, los proscritos recolectaban plantas acuáticas, raíces y animalejos del lago, pues escaseaban las tierras para cultivo. Tuvieron la fortuna de encontrar un manantial de aguas cristalinas en un punto situado en las cercanías del actual zócalo de la ciudad de México y gracias a esto pudieron erigir algunos jacales.
Una de sus principales preocupaciones fue construir un templo a Huitzilopochtli. Para eso necesitaban piedra y madera; como carecían de ellas pensaron: “Paguémoslas con lo que se da en el agua: peces, renacuajos, ranas, camaroncillos, moscos, culebras de agua, gusanillos laguneros, patos y todos los pájaros que se dan en la laguna”. Era fácil transportar la mercadería en canoas hasta las aldeas de tierra firme, y los aztecas pudieron sobrevivir dedicados a la explotación de los productos del lago y al pequeño comercio.
Doce años después de la fundación, cuando Tenochtitlán todavía era un conjunto de jacales dominado por el modesto templo recién construido, los aztecas se dividieron en dos bandos. Según las leyendas, la causa de la disputa fue la posesión de dos bultos sagrados que la tribu atesoraba junto a las cenizas de Huitzilopochtli. Decidieron repartirse los bultos y hallaron, en uno, una cuenta de jade, y en otro, dos varas. Uno de los grupos exigió el jade, se trasladó al sector norte del islote, y allí fundó un pueblo que se llamó Tlatelolco por encontrarse en un tlatelli (montículo). El otro grupo —que permaneció en Tenochtitlán— se quedó con las varas, que resultaron más valiosas porque con ellas se podía hacer fuego, en tanto que el jade sólo servía de adorno.
A la sazón gobernaba en Azcapotzalco un político implacable, astuto, paciente, adulador e inescrupuloso que había conquistado para su ciudad un pueblo tras otro en la margen occidental del lago. Para lograr sus conquistas lo mismo recurría a la guerra que a las alianzas dinásticas, la traición, el asesinato, las dádivas y el robo. Una de sus estratagemas era invitar a sus enemigos a un banquete y envenenarlos. Se llamaba Tezozómoc.
A pesar de que el islote ocupado por los aztecas quedaba muy cerca de Azcapotzalco, ni Tezozómoc ni sus antecesores se habían interesado por él, debido a su insignificancia. Pero cuando Tenochtitlán y Tlatelolco comenzaron a crecer, el soberano se apresuró a someterlos. Los tlatelolcas se mostraron dóciles y Tezozómoc los unció casando a una de sus muchas hijas con el cabecilla del grupo. En cambio, los tenochcas dieron muestras de rebeldía y Tezozómoc dispuso que le entregaran, como tributo, balsas sembradas con maíz en plena mazorca, chile, tomate, flores, frijol y calabaza. Luego los obligó a que le enviaran árboles en florescencia y le construyeran un jardín en su palacio.
En seguida reclamó un tributo todavía más caprichoso: en una canoa arreglada como nido, los tenochcas deberían llevar hasta Azcapotzalco una garza y una pata empollando, de manera que los polluelos rompieran el cascarón en el preciso momento en que la canoa estuviese frente a Tezozómoc. Cuando los tenochcas cumplieron fielmente con la exigencia, el monarca aceptó concederles el honor de emplearlos como mercenarios.
Una de las primeras misiones que realizaron los aztecas fue combatir contra Colhuacán. Tras sangrientas luchas, al finalizar el siglo XIV sucumbió la ciudad tolteca y Azcapotzalco quedó como principal urbe del valle de México.
El triunfo dio cierto prestigio a los tenochcas, quienes pronto alimentaron el deseo de ascender en la escala social del valle. Para ello les resultaba indispensable tener su propio tlatoani (rey) de estirpe noble, tolteca. Con este fin se acercaron al afligido monarca de Colhuacán; le pidieron perdón por lo que habían hecho sus antepasados con la princesa, y de algún modo lo convencieron de que les diera como tlatoani a su hijo Acamapichtli.
Acamapichtli tuvo descendencia con varias hijas de los sacerdotes tenochcas. Trajo además un gran número de hombres y mujeres de Colhuacán para que casaran con los aztecas, y de este modo acentuó la influencia tolteca en su pueblo adoptivo. Por otra parte, no vio inconveniente en respetar los compromisos de sus vasallos, y como mercenario de Azcapotzalco conquistó Xochimilco, Mixquic y Tláhuac, tres pueblos de mediana importancia.
Acamapichtli murió en 1397 y lo sucedió su hijo Huitzilíhuitl. Para entonces Tezozómoc se sentía lo bastante poderoso como para emprender la conquista de regiones situadas fuera del valle. Se lanzó contra Cuernavaca, y el fiel mercenario Huitzilíhuitl combatió con tal vigor que Tezozómoc lo premió dándole en matrimonio a una de sus hijas. Cuando Huitzilíhuitl murió en 1416, lo sucedió su hijo Chimalpopoca, nieto favorito de Tezozómoc.
Luego, con ayuda de sus mercenarios, el monarca de Azcapotzalco se apoderó de Huejotzingo, en el valle de Puebla, y en el valle de Toluca adquirió extensos dominios que le habían heredado sus abuelos matlatzincas. En 1418 conquistó Texcoco. Después de la caída de Colhuacán, esta ciudad tolteca-chichimeca se perfilaba como poder dominante de la ribera occidental del lago. Tezozómoc no iba a permitir el surgimiento de un rival, y puso en fuga al heredero del trono texcocano, el príncipe Netzahualcóyotl.
Tezozómoc murió en 1427, a la edad de 106 años. Reinó 83 años y hasta el fin de sus días mostró lucidez mental, aunque su cuerpo tembloroso vivía confinado en un espacioso canasto y envuelto en plumas y algodón de pochote para conservarle el calor. Quiso disfrutar en paz sus últimos años y fue menos cruel con sus súbditos. Los aztecas resultaron los más beneficiados, pues Chimalpopoca obtuvo del abuelo la supresión total de los tributos que pagaba Tenochtitlán, recibió ayuda para construir el primer puente que unió el islote con tierra firme y lo utilizó para llevar agua de los manantiales de Chapultepec.
Al morir, Tezozómoc designó como sucesor en Azcapotzalco a su hijo menor, Quetzalyatzin. Esto desató la ira del primogénito, Maxtla, quien gobernaba en Coyoacán y lanzó sus ejércitos contra Azcapotzalco, se apoderó de la ciudad y asesinó a su hermano. Los seguidores de Quetzalyatzin se refugiaron en el cercano pueblo de Tacuba.
Como Chimalpopoca era partidario de su tío menor, entró en conflicto con Maxtla. Fue aprehendido y encerrado en una jaula, en Azcapotzalco, donde murió. Algunos dicen que Maxtla lo mandó asesinar o lo asesinó personalmente, en tanto otros aseguran que se suicidó.
Empeñado en castigar a los tenochcas, Maxtla ordenó que se les retiraran todos los privilegios concedidos por Tezozómoc. Nuevamente deberían pagar tributos y serían tratados como vasallos comunes. Azcapotzalco sería la metrópoli de todo el valle de México. El acontecimiento marcó uno de los momentos cruciales de la historia azteca.
Tres eran los posibles sustitutos de Chimalpopoca como tlatoani de Tenochtitlán: Itzcóatl, Tlacaélel y Moctezuma Ilhuicamina. La elección se llevó a cabo en 1427 y resultó favorecido Itzcóatl, hijo de Acamapichtli y de una esclava que en su juventud vendía flores en el mercado de Azcapotzalco.
Itzcóatl tuvo ante sí dos caminos: someterse a Maxtla o iniciar una guerra en la que los ejércitos aztecas probablemente resultarían aniquilados. Itzcóatl estaba a favor de la primera medida; arguyó que, fingiendo sometimiento, a la larga encontraría la manera de liberarse. Tlacaélel se opuso: clamó que la ocasión era ideal para ganar la libertad definitiva en una guerra abierta. Había llegado el momento de perder el temor y actuar por cuenta propia.
Itzcóatl y sus consejeros se dejaron convencer por la vehemencia de Tlacaélel, quien de inmediato fue puesto a cargo de las operaciones de liberación y como primera medida envió mensajeros a Tlaxcala, donde se había refugiado Netzahualcóyotl, para proponerle una alianza contra Maxtla. Ante la perspectiva de recuperar su trono, el texcocano aceptó. Reunió numerosos guerreros que seguían siéndole fieles y además obtuvo el apoyo tlaxcalteca.
Al tiempo que preparaba un ejército de guerreros tenochcas, Tlacaélel gestionó exitosamente el apoyo de Tacuba, la pequeña ciudad donde se habían refugiado los partidarios de Quetzalyatzin, el infortunado hermano de Maxtla. Poco después, en 1428, los ejércitos de las tres ciudades aliadas atacaron Azcapotzalco, y tras cruentos combates el imperio de Maxtla se derrumbó y el tirano se puso en fuga, mientras su ciudad era ocupada y destruida.
Netzahualcóyotl recuperó su trono. Los tlaxcaltecas regresaron pacíficamente a sus hogares y Tlacaélel se entregó a la tarea de formar una alianza permanente entre Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba: se crearía un ejército común para realizar conquistas dentro y fuera del valle; Tenochtitlán y Texcoco aportarían guerreros y estrategas, mientras que la humilde Tacuba proporcionaría cargadores y tortillas. El botín de las conquistas que realizara la Triple Alianza se repartiría a razón de dos quintas partes para Texcoco, dos para Tenochtitlán y una para Tacuba.
Entre la caída de Maxtla y la llegada de los españoles transcurrió menos de un siglo. Este breve periodo bastó para que Tenochtitlán se convirtiera en la metrópoli de un imperio. Varios especialistas adjudican a Tlacaélel el honor de haber sido el cerebro del cambio.
En su calidad de hijo de Huitzilíhuitl y de Ayaucíhuatl, la hija favorita de Tezozómoc, Tlacaélel tenía merecimientos dinásticos e influencia sobrada para ocupar el trono de Tenochtitlán. Mas nunca quiso aceptar el cargo de tlatoani y prefirió actuar como una especie de primer ministro y eminencia gris durante el gobierno de tres monarcas consecutivos.
El triunfo sobre Azcapotzalco había llenado de orgullo y de confianza en sí mismos a los tenochcas, quienes desde luego vieron la posibilidad de emular a Tezozómoc e inclusive superar sus hazañas ...

Índice

  1. Portada
  2. Primera Parte La Prehistoria
  3. Segunda Parte La Conquista
  4. Tercera Parte La Nueva España
  5. Cuarta Parte La insurgencia
  6. Quinta Parte La Independencia
  7. Sexta Parte La era de Santa Anna
  8. Reconocimientos