El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 13
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 13

  1. 93 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 13

Descripción del libro

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha por Miguel de Cervantes Saavedra, decimotercer tomo. Este libro contiene los capítulos XV al XXI de la segunda parte y un prólogo de José María González de Mendoza.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9786071653017
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

CAPÍTULO XVIII

De lo que sucedió a Don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes
Halló Don Quijote ser la casa de Don Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas, empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la calle; la bodega, en el patio; la cueva, en el portal, y muchas tinajas a la redonda, que, por ser del Toboso, le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea; y sospirando, y sin mirar lo que decía, ni delante de quién estaba, dijo:
¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios quería!
¡Oh tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce prenda de mi mayor amargura!
Oyóle decir esto el estudiante poeta hijo de Don Diego, que con su madre había salido a recebirle, y madre y hijo quedaron suspensos de ver la extraña figura de Don Quijote; el cual, apeándose de Rocinante, fue con mucha cortesía a pedirle las manos para besárselas, y Don Diego dijo:
—Recebid, señora, con vuestro sólito1 agrado al señor Don Quijote de la Mancha, que es el que tenéis delante, andante caballero y el más valiente y el más discreto que tiene el mundo.
La señora, que Doña Cristina se llamaba, le recibió con muestras de mucho amor y de mucha cortesía, y Don Quijote se le ofreció con asaz de discretas y comedidas razones. Casi los mismos comedimientos pasó con el estudiante, que en oyéndole hablar Don Quijote, le tuvo por discreto y agudo.
Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de Don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar éstas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el propósito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza en la verdad que en las frías digresiones.
Entraron a Don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones2 y en jubón de camuza, todo bisunto3 con la mugre de las armas; el cuello era valona a lo estudiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados, y encerados los zapatos. Ciñóse su buena espada, que pendía de un tahalí de lobos marinos, que es opinión que muchos años fue enfermo de los riñones; cubrióse un herreruelo de buen paño pardo; pero antes de todo, con cinco calderos, o seis de agua, que en la cantidad de los calderos hay alguna diferencia, se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero, merced a la golosina de Sancho y a la compra de sus negros requesones, que tan blanco pusieron a su amo. Con los referidos atavíos, y con gentil donaire y gallardía, salió Don Quijote a otra sala, donde el estudiante le estaba esperando para entretenerle en tanto que las mesas se ponían; que por la venida de tan noble huésped quería la señora Doña Cristina mostrar que sabía y podía regalar a los que a su casa llegasen.
En tanto que Don Quijote se estuvo desarmando, tuvo lugar Don Lorenzo, que así se llamaba el hijo de Don Diego, de decir a su padre:
—¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura y el decir que es caballero andante, a mí y a mi madre nos tiene suspensos.
—No sé lo que te diga, hijo —respondió Don Diego—; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos; háblale tú, y toma el pulso a lo que sabe y pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere; aunque para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.
Con esto se fue Don Lorenzo a entretener a Don Quijote, como queda dicho, y entre otras pláticas que los dos pasaron, dijo Don Quijote a Don Lorenzo:
—El señor Don Diego de Miranda, padre de vuesa merced, me ha dado noticia de la rara habilidad y sutil ingenio que vuesa merced tiene, y, sobre todo, que es vuesa merced un gran poeta.
—Poeta, bien podrá ser —respondió Don Lorenzo—; pero grande, ni por pensamiento. Verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la Poesía y a leer los buenos poetas; pero no de manera que se me pueda dar el nombre de grande que mi padre dice.
—No me parece mal esa humildad —respondió Don Quijote—; porque no hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mayor poeta del mundo.
—No hay regla sin excepción —respondió Don Lorenzo—, y alguno habrá que lo sea y no lo piense.
—Pocos —respondió Don Quijote—. Pero dígame vuesa merced: ¿qué versos son los que agora trae entre manos, que me ha dicho el señor su padre que le traen algo inquieto y pensativo? Y si es alguna glosa, a mí se me entiende algo de achaques de glosas, y holgaría saberlos; y si es que son de justa literaria, procure vuesa merced llevar el segundo premio; que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades; pero con todo esto, gran personaje es el nombre de primero.
—Hasta ahora —dijo entre sí Don Lorenzo— no os podré yo juzgar por loco; vamos adelante.
Y díjole:
—Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿qué ciencias ha oído?
—La de la Caballería Andante —respondió Don Quijote—, que es tan buena como la de la Poesía, y aún dos deditos más.
—No sé qué ciencia sea ésa —replicó Don Lorenzo—, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia.
—Es una ciencia —replicó Don Quijote— que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva, y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adondequiera que le fuere pedido; ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas han pasado de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las vi...

Índice

  1. PRÓLOGO. José María González de Mendoza
  2. CAP. XV.—Donde se cuenta y da noticia de quién era el Caballero de los Espejos y su escudero.
  3. CAP. XVI.—De lo que sucedió a Don Quijote con un discreto caballero de la Mancha.
  4. CAP. XVII.—Donde se declara el último punto y extremo donde llegó y pudo llegar el inaudito ánimo de Don Quijote, con la felicemente acabada aventura de los leones.
  5. CAP. XVIII.—De lo que sucedió a Don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán, con otras cosas extravagantes.
  6. CAP. XIX.—Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos.
  7. CAP. XX.—Donde se cuentan las bodas de Camacho el Rico con el suceso de Basilio el Pobre.
  8. CAP. XXI.—Donde se prosiguen las bodas de Camacho con oros gustosos sucesos.
  9. Plan de la obra