Wagner y la filosofía
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Bryan Magee

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Bryan Magee

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Bryan Magee ofrece un sustancioso acercamiento al joven Wagner y a sus primeras óperas. A partir de ahí, el autor enfoca su interés en estudiar y exponer la influencia de la filosofía en las óperas del músico; para ello, analiza las repercusiones que tuvieron filósofos como Schopenhauer y Nietzsche en el pensamiento del compositor, y cómo se reflejó esa influencia, de manera especial, en obras como Tristán e Isolda, Los Maestros cantores, El anillo del nibelungo y Parsifal. El libro explora además la existencia de numerosos símbolos y otros elementos de culturas orientales en las óperas de Wagner.

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XVII. Wagner y Nietzsche

1

Si uno escribe libros, sus amigos acostumbran preguntarle en qué está trabajando en este momento; cuando yo estaba escribiendo este libro y me preguntaban, acostumbraba responderles: “Sobre la influencia de la filosofía en las óperas de Wagner”. Luego me sorprendía que muchos me contestaran con una pregunta así: “¿Cómo, te refieres a Nietzsche… a eso?” Hay una opinión muy difundida, o al menos una conjetura, de que Nietzsche tuvo una gran influencia sobre Wagner. Pero en realidad es lo contrario: Nietzsche no tuvo una influencia perceptible en las óperas de Wagner; en cambio, Wagner sí la tuvo en toda la vida de Nietzsche.
No obstante, Nietzsche es una fuente de información enormemente válida sobre Wagner respecto de algunos temas que ya hemos discutido más extensamente, y arroja una luz extra sobre ellos. Antes que nada, Nietzsche discutió esos temas con el mismo Wagner, cara a cara, en especial la filosofía de Schopenhauer y el drama de los antiguos griegos; pero además abordaron una variedad de temas que tenían que ver con la religión, la filosofía, la política, los asuntos sociales, la literatura, el drama y las ideas en general. Los dos hombres fueron muy amigos durante años, y pasaron muchas horas juntos conversando intensamente sobre estos asuntos; de modo que Nietzsche sabía lo que de veras pensaba Wagner sobre muchas cosas, y nos aporta muchas fuentes documentales sobre él. Luego, Nietzsche no era un simple testigo medianamente informado sobre Wagner. Estoy seguro de que Wagner se hubiera quedado mudo, lleno de asombro, si le hubieran dicho que este joven admirador suyo, tan inteligente, iba a convertirse en una de las más extraordinarias figuras de toda la historia de la filosofía occidental, pero así lo probaría más tarde, al menos según la opinión actual. Así que Nietzsche no era sólo un diletante inteligente, como la mayoría de los otros amigos de Wagner: él sabía de veras algo de filosofía, y cuando conoció a Wagner era un schopenhaueriano de pies a cabeza. En el punto más álgido de su amistad, se convirtió en profesor titular de culturas clásicas en la Universidad de Basilea (Suiza), especializándose en drama griego, de forma que también poseía conocimientos académicos sobre este campo. Era probablemente la única persona cercana a Wagner con conocimientos profesionales sobre estos temas, lo cual lo colocaba en una posición privilegiada para juzgar el grado de conocimiento que Wagner tenía de los mismos, así como para poder comprender e informar de lo que éste sabía al respecto.
Entre las funciones que cumple el testimonio de Nietzsche, no es la menos valiosa la de servir de correctivo: nos permite descartar algunas interpretaciones. Por ejemplo, algunos de los críticos de Wagner lo vieron como un simple diletante, como alguien del mundo del teatro que incursionaba en el periodismo y se engañaba a sí mismo pensando que comprendía a fondo la filosofía de Schopenhauer y el drama griego, cuando de hecho no comprendía gran cosa y todo lo que hacía era muy superficial. Sabemos por Nietzsche que esto no era cierto (como si las obras de Wagner no fueran una prueba suficiente de ello). Gracias a Nietzsche sabemos que Wagner tenía un conocimiento profundo y magistral de la filosofía de Schopenhauer, y que aunque no tuviera un saber académico sobre el drama griego, lo conocía ampliamente a través de la traducción y, mucho más importante todavía, tenía un alud de buenas ideas e intuiciones sobre éste. De un modo más general, el testimonio de Nietzsche (aunque, de nuevo, no habría sido necesario que nos lo comunicara) nos permite confirmar que Wagner poseía una gran competencia intelectual, una competencia seria, no periodística, del grado más elevado, además de sus dones de artista. No obstante, carecía de cierta objetividad académica. Sus actividades intelectuales estaban dominadas por sus necesidades subjetivas de artista y, por lo tanto, no estaban sujetas al análisis crítico —como hubiera sido el caso para un especialista— sino a la capacidad de interrelacionar una serie muy variada de percepciones para explicar el tema en cuestión. A ello dedicó todo su intelecto, de una capacidad, profundidad y poder excepcionales; y su enfoque fue siempre de una absoluta seriedad intelectual.
Lo que Nietzsche nos tiene que decir acerca de Wagner no sólo es esclarecedor por razones negativas. Antes de que rompieran su amistad, y de la reacción extrema de Nietzsche en contra de Wagner, el filósofo tenía muchas ideas perspicaces y agudas sobre lo que el dramaturgo estaba haciendo o intentando hacer, sobre todo acerca de las ideas que discutimos en este libro; y tenía una comprensión muy atinada de la naturaleza y el significado subyacente de los escritos en prosa de Wagner. Como se verá, a pesar de que la cronología imposibilita el que Nietzsche haya tenido alguna influencia en las óperas, sus observaciones arrojan más luz sobre las cuestiones que antes hemos evocado. Tomada en conjunto, una consideración de la relación de amistad que los unió podría enriquecer nuestra comprensión sobre muchos temas importantes, y precisamente por eso creo que ese aspecto debe tener un espacio en este libro. En cualquier caso no me sentiría a gusto escribiendo un libro sobre Wagner sin tomar en cuenta la larga relación de amistad que lo unió con el único gran filósofo que conoció. El relato es absorbente por derecho propio, y de formas muy distintas.
El más conocido de todos los biógrafos y comentadores de Nietzsche, Walter Kaufmann, escribió: “La amistad nunca fue ni mucho menos simétrica”. Nietzsche era todavía un estudiante cuando conoció a Wagner en noviembre de 1868; era un joven de veinticuatro años tímido, desgarbado y desconocido. Wagner, que había nacido en el mismo año que el padre de Nietzsche y guardaba cierto parecido facial con él, tenía cincuenta y cinco años y estaba a punto de saltar a la fama internacional. Los maestros cantores se había estrenado a principios de ese año con los mayores aplausos que ninguna de sus obras hubiera recibido hasta el momento; y Tristán e Isolda se había estrenado tres años antes. De hecho, en ese momento sólo en una de sus óperas todavía no había empezado a trabajar a fondo: Parsifal. Además de la diferencia de edad y de situación entre los dos hombres, hay algo más que debemos tomar en cuenta al examinar su relación, algo referente a Wagner: él había sido a lo largo de su vida alguien con una personalidad anormalmente dominante, en modo extremo. La mayoría de sus allegados o bien eran derribados y asimilados por su ego, o bien tenían que luchar para mantener su independencia. Nietzsche se encontró en la primera de estas situaciones durante varios años (al menos visto desde fuera parecía llevarlo bastante bien), pero luego pasó a la segunda situación y se convirtió en el principal enemigo público de la reputación de Wagner.

2

Nietzsche, como Wagner, nació en Sajonia, en el este de Alemania, en 1844, en el seno de una familia de pastores luteranos por ambos lados, incluyendo a su propio padre. Pero su padre y su único hermano murieron cuando él tenía cinco años, de modo que a partir de esta edad creció en una casa donde prevalecían las sobrevivientes de los pastores: su madre, su única hermana, la madre de su padre y dos tías solteras. De aquí pasó al internado de Pforta, colegio que se distinguía por sus méritos académicos, donde cursó una carrera notable, y luego pasó a las universidades de Bonn y Leipzig.
Nietzsche nunca estudió filosofía de modo formal. Su tema de estudio eran las letras clásicas, y tenía tantos dones para éstas que muy pronto, después de haber conocido a Wagner (con veinticuatro años y siendo todavía estudiante), le ofrecieron un puesto de profesor adjunto de filología clásica en la Universidad de Basilea, donde un año más tarde ya era profesor. Cuando aún no había terminado su doctorado, la Universidad de Leipzig le concedió el grado inmediatamente, sin tener que defender una tesis, con el objeto de que pudiera ocupar esa plaza. A finales del siglo XIX, en el mundo universitario germánico, esto era algo sin precedentes. Así, Nietzsche, con algo más de veinticinco años, ya se había ganado una reputación internacional como especialista en filología clásica. Ésta era su situación durante los años de su estrecha relación personal con Wagner, de 1868 a 1876.
No obstante, en ese último año dejó su carrera académica para consagrarse de tiempo completo a la filosofía, después de haber intentado (sin éxito) que le permitieran cambiarse a un puesto de profesor de filosofía en la universidad. Esto y su ruptura con Wagner, que ocurrió aproximadamente en el mismo momento, formaban parte del mismo proceso de búsqueda personal para encontrar su propio camino. Durante los doce años que siguieron, de los treinta y dos a los cuarenta y cuatro años, Nietzsche produjo los escritos que lo hicieron famoso, hasta que en enero de 1889 sucumbió a una enfermedad de la que nunca se recuperó. Murió en 1900. Hasta más o menos un año antes de su colapso, sus libros casi no se vendían ni eran leídos, y casi todos los comentarios que recibían eran desfavorables. Así permanecieron las cosas hasta bastante después de la muerte de Wagner en 1883. En la década de 1890 se hizo internacionalmente famoso, pero para este tiempo no recordaba los hechos. Aunque Nietzsche no tuviera influencia alguna en las composiciones de Wagner (la cronología de éstas es más que suficiente para impedir esta posibilidad, además de que debemos considerar su incomprensión de Parsifal y su antagonismo hacia esta obra), tuvo una influencia significativa en algunos de los compositores que vinieron después. Los que pusieron música a sus palabras fueron Mahler, Delius y Schoenberg; y uno de los poemas tonales para orquesta más conocidos de Richard Strauss se basa en el libro más famoso de Nietzsche, Así habló Zaratustra, del cual tomó el nombre.
Desde joven Nietzsche desarrolló un profundo interés por la música. Al escribir un fragmento autobiográfico sobre su niñez en el internado, dijo:
Pude haberme aventurado en esa época a ser músico porque, desde los nueve años, la música era lo que más me atraía de todo. En ese estado feliz en el que todavía no conocemos los límites de los dones que poseemos y en el que pensamos que todos los objetos de amor son alcanzables, había yo escrito innumerables composiciones y adquirido conocimientos sobre teoría musical que rebasaban los de un principiante. Sólo entonces, en el largo periodo de mi vida en Pforta, abandoné todos mis planes artísticos, con un verdadero conocimiento de mí mismo; y la filología clásica, a partir de ese momento, se metió en el agujero que había quedado por llenar.
Sin embargo, la verdad es que siguió componiendo y que incluso le publicaron una de sus últimas composiciones. Para alguien que era amigo íntimo de un hombre que muy pronto iba a ser ampliamente juzgado como el compositor vivo más extraordinario, era una experiencia emocionante por razones que no necesitan obviamente una explicación, aparte de otras consideraciones que estaban en juego en su relación personal.
Poco antes de que Nietzsche conociera a Wagner, sus gustos musicales eran convencionales, aunque sin duda alguna no menos auténticos. Durante su infancia, la música que más amó fue la de Beethoven, Mozart y Haydn. Schumann fue el primero de los compositores más recientes por los cuales Nietzsche desarrolló una pasión inmoderada, una especie de fiebre. No fue porque aún no conociera la música de vanguardia, la llamada música del futuro: Schumann siguió siendo su primer amor después de haberla descubierto. En 1861, cuando todavía no tenía diecisiete años, conoció una adaptación reducida para piano de Tristán y le gustó, evidentemente: pensó que era buena; pero no cambió sus gustos. Cuatro años más tarde, el 11 de junio de 1865, aún le escribía en una carta a su hermana que “mis cosas favoritas” eran “la música de Fausto de Schumann y la Sinfonía en La mayor de Beethoven”. El año siguiente, el 7 de abril de 1866, le escribió a un amigo: “Tres cosas me relajan, así sea con poca frecuencia: mi Schopenhauer, mi música de Schumann y los paseos en solitario”. Casi toda la música que él mismo compuso (e incluso más tarde, bajo el hechizo de Wagner) era schumanniana, aunque debemos señalar que por supuesto no está a la altura de Schumann: es Schumann diluido, si acaso, y con algo de Wagner en ella. Lo que parecía advenirle de forma natural, le gustaba y se ponía a componer, era música lírica de corte romántico pero a la vez dentro de los límites de la tradición. Y a ella recurrió después de la ruptura con Wagner. Esto esclarece de forma reveladora la naturaleza de su relación con el compositor. Una monografía dedicada a la relación de Nietzsche con la música (como compositor y pianista, además de amante de la música) llega a la siguiente conclusión: “Si algo está claro en la presente investigación es que la música de Wagner siguió siendo para Nietzsche un problema irresoluble de principio a fin, un problema que suprimió temporalmente durante el periodo en que tuvo un trato más cercano con el compositor, y quizás por razones que poco tenían que ver con la música como tal” (Frederick R. Love, Young Nietzsche and the Wagnerian Experience [El joven Nietzsche y la experiencia wagneriana], p. 80).

3

Podríamos suponer que lo que hizo que un joven prodigio, profesor de filología clásica, se pasara a la filosofía fue su conocimiento de los grandes filósofos de la Grecia antigua, Platón y Aristóteles (a quienes muchos consideran los filósofos supremos de todos los tiempos), pero éste no fue el caso de Nietzsche, que no tenía simpatía por ninguno de ellos ni mucho interés en Aristóteles. Fue el hallazgo accidental de Schopenhauer lo que cambió su vida. Por casualidad Nietzsche compró una edición de El mundo como voluntad y representación en una librería de viejo de Leipzig, cuando tenía veintiún años. A propósito de este hecho, más tarde escribió:
Soy uno de esos lectores de Schopenhauer que cuando ya han leído una página de él saben, a ciencia cierta, que seguirán leyendo todo el libro y que prestarán mucha atención a cada palabra que él diga. De repente tuve confianza en él, y mi confianza sigue siendo la misma ahora que hace nueve años. Aunque parezca una forma simple y ligera de decirlo, lo comprendí como si todo eso lo hubiera escrito él pensando en mí [Schopenhauer as Educator (Schopenhauer como educador), sección 2].
Nietzsche se embriagó de Schopenhauer y luego, a través de sus continuas relecturas, se saturó de sus ideas. En seis meses ya escribía en su correspondencia “mi Schopenhauer”. Hizo proselitismo sobre este filósofo entre sus amigos, a quienes escribía de “nuestro Schopenhauer”. Éste se convirtió para ellos en una especie de deidad privada. En una carta a su amigo íntimo Erwin Rohde, durante el estresante periodo de su formación militar a los veintitrés años, escribió: “A veces, escondido debajo del vientre del caballo, murmuro: ‘¡Socorro, Schopenhauer!’; y si regreso a casa exhausto y lleno de sudor, entonces el vistazo que echo a la foto de mi despacho [un retrato de Schopenhauer que le había dado Rohde] me tranquiliza; o bien abro Parerga […]” (3 de noviembre de 1867). Al cabo del tiempo diría que fue Schopenhauer quien lo convirtió en un filósofo. Aunque fuera a rebelarse contra Schopenhauer casi al mismo tiempo que se rebeló contra Wagner (y las dos rebeliones estaban conectadas en el plano de las ideas), siempre siguió diciendo, hasta el final de su carrera, que Schopenhauer as Educator [Schopenhauer como educador] era la obra de su cosecha que la gente más necesitaba leer si quería comprenderlo a él como persona. Asimismo, siguió reverenciando y emulando el ejemplo personal de Schopenhauer después de haber desechado su filosofía. Y escribió un pequeño poema defendiéndolo:
Lo que nos enseñó lo dejo de lado;
lo que vivió, eso permanecerá.
¡Miren a un hombre!
Nada lo retenía.
Así, el joven Nietzsche de veinticuatro años que conoció a Wagner ya tenía cosas en común con éste que tenían una importancia fundamental para los dos: conocía y amaba la cultura griega, sobre todo el drama griego; era un amante apasionado de la música y también componía; estaba fascinado por la filosofía de Schopenhauer, a quien tenía por su héroe adorado. No mucho antes de su primer encuentro, Nietzsche también empezó a tener sus primeros escarceos con la música “moderna”, abandonando la actitud de desapego que hasta ese momento había tenido hacia ésta. Fue durante esta fase cuando empezó a planear por medio de amigos, y de amigos de amigos, la posibilidad de encontrarse con el gran compositor de vanguardia, que muy a menudo viajaba a Leipzig por ser ésta la ciudad donde nació y donde residían muchas de sus amistades y relaciones. Nietzsche describió así el encuentro con Wagner en una de sus cartas a Rohde:
Me presentan a Richard y le dirijo unas cuantas palabras respetuosas; quiere saber cómo me familiaricé con su música, los detalles exactos, reniega de todas las representaciones de sus óperas excepto de las famosas de Múnich, y se ríe de los directores que dicen a sus orquestas con voz suave: “¡Señores, pasión aquí!”, o “¡Queridos compañeros, un poco más de pasión!” […] es un hombre fabulosamente vivaz y apasionado, habla muy rápido, es muy ingenioso y convierte una reunión familiar como ésta en algo de lo más alegre. Entretanto tuve una conversación algo extensa con él sobre Schopenhauer; ya comprenderás lo que llegué a disfrutar oyéndolo hablar de Schopenhauer con una calidez indescriptible, de lo que le debía a éste, de cómo éste es el único filósofo que ha comprendido la esencia de la música […] Al final, cuando ya estábamos listos para irnos, me dio un cálido apretón de manos y me invitó muy amistosamente a visitarlo, para tocar música y hablar de filosofía […] [9 de noviembre de 1868].
Según las costumbres de la época, Nietzsche no debería haberse referido a Wagner sólo como “Richard”, y al hacerlo parece estar alardeando del trato que tiene con este gran hombre. Cuando llegó a conocerlo mejor solía dirigirse a él por su apellido, y añadía el sobrenombre de “Maestro” (Master).[1]
Poco después de su primer encuentro con Wagner, le ofrecieron a Nietzsche un puesto en Basilea. Su biógrafo Ronald Hayman nos comenta al respecto: “Uno de los aspectos atractivos de la oferta era que Basilea sólo se encontraba a cincuenta millas de donde vivía Wagner, a las afueras de Lucerna” (Nietzsche: A Critical Life [Nietzsche: una vida crítica], p. 102). Nietzsche visitaba con frecuencia a la familia Wagner en su casa de Tribschen, y el verano siguiente le escribió a un amigo suyo, de nombre Krug (4 de agosto de 1869):
Una vez más, he pasado estos últimos días con mi venerado amigo Richard Wagner, que muy amablemente me ha concedido el derecho ilimitado de visitarlo y se molesta conmigo si no hago uso de este derecho al menos cada cuatro semanas. Ya comprenderás lo que gano yo con este permiso; este hombre, sobre el cual todavía no ha sido pronunciado un juicio que lo caracterice completamente, muestra en todas sus cualidades una grandeza tan absolutamente inmaculada, tal idealismo en su pensamiento y voluntad, una humanidad tan inalcanzablemente noble y afectuosa y una seriedad tan profunda que siempre tengo la impresión de estar en presen...

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