Acercamiento a la palabra
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Acercamiento a la palabra

Lorand Gaspar, Rafael Segovia Albán, Rafael Segovia Albán

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Acercamiento a la palabra

Lorand Gaspar, Rafael Segovia Albán, Rafael Segovia Albán

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Información del libro

El autor reúne dos facetas: la de poeta fascinado por el desierto y la de médico. La civilización actual tiende a separar los campos del conocimiento. Lorand Gaspar no acepta la parcelación de las áreas del conocimiento y busca descubrir las analogías y alianzas entre "territorios" celosamente delimitados, y lo hace yendo más allá de las barreras y las rupturas de la realidad.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071626363
Categoría
Literatur
Categoría
Literaturkritik

EL ORDEN IMPROBABLE

Juan Sebastian Bach, Partita núm. 1 en si menor para violín solo, manuscrito original
PALABRA que se disuelve, prolongación temeraria de las espesuras de lo real.
Puente absurdo echado por encima del vacío hacia esa ribera que se oculta.
Labios de simulación, garganta mutilada de ardor.
Palabra de armisticio y de astucia.
Revestimientos de facilidad, corredera de la costumbre por la que se escapa de la gravedad.
Refugio, mentira, huida.
Palabra institución. Instrumento de comercio, de dominio, de pillaje.
Lengua de zarzal lamiendo sus cortaduras.
Boca de la Extraviada, sus palabras sin afeites
punzan en las muertas duraciones de la tierra.
Economía, del menor esfuerzo, segundo principio de la termodinámica. En esa promesa de frío puro, la incongruencia de la voz. En ella se curva la luz, igual que se toca un haz de músculos bajo la piel. No se aleja más esa rugosidad de la piedra. Y aquel que habla no sabe, resiente solamente su quemadura. Está desnudo como en el día de su nacimiento, es noche y es nada husmeadas en los bronquios. Y los hombres salen de sus refugios asépticos, se mueven, se encuentran y se pierden en lo desconocido. Y nosotros no tenemos nervios más que para esa llama que inunda y que mata. Y músculos para caminar el uno hacia el otro y para extraviarnos. Bocas para amar, destruirse.
La cisterna del verano, en la que resuena la austera pregunta, se hincha en primavera con un agua sin respuesta.
HAY ESPECIES que han tenido tan buen “éxito”, casi al primer intento, que desde hace dos mil millones de años ninguna presión selectiva las ha orillado a cambiar de estructura para sobrevivir. El límulo de las playas, que no ha cambiado desde el secundario, sigue viviendo su vida de límulo, produciendo otros límulos. Mientras siga habiendo playas.
En otro lugar la imperfección, el error, los apremios, ese ilegible que llamamos azar mantienen el movimiento que modifica y se modifica, que inventa. En la luz módica de lo sensible, la vida tantea, florece, se equivoca, recibe golpes y los distribuye, se desliza súbitamente dentro de una grieta. Se trata, claro está, de metáforas pueriles para el observador disciplinado que examina su objeto y nada más que su rostro mensurable, y nada más que su funcionamiento cuando es animado por un movimiento. Mecánicos los cambios, el incremento de la complejidad, mecánica la única y fastidiosa finalidad reconocida: producir otras vidas. Prohibido, carente de sentido en el orden razonable del saber todo cuestionamiento metafísico sobre la naturaleza no cifrable de este movimiento.
Singular sin embargo ese fenómeno llamado emergencia. Cada nivel de organización recién aparecido está generalmente dotado de posibilidades nuevas, inéditas en los niveles inferiores. Las reglas de funcionamiento, la lógica interna de la nueva estructura no pueden ser deducidas generalmente del análisis de las partes constituyentes. La combinación de los elementos, la integración de los mismos conjuntos, sin que haya nunca el más mínimo cambio de esencia detectable, dan vida a un orden nuevo repleto de propiedades y significación nuevas.
La célula, así como la siguiente etapa de integración, la población de células (tejidos, órganos, organismos) obedecen siempre a las reglas que gobiernan los átomos y los sistemas moleculares no vivientes, pero dan muestra de propiedades nuevas, son el asiento de fenómenos hasta entonces desconocidos y que no tienen ningún sentido en el ámbito de la materia llamada inerte. Absorción, intercambio, fabricación mecanizada, regulación interna, crecimiento, reproducción; he ahí en lo esencial esas nuevas aptitudes que forman un haz coherente de actividades correlativas. Para el biólogo actual, el organismo vivo es una compleja fábrica de química, un sistema de macromoléculas con estructuras específicas que construyen un orden funcional originado en la interacción entre el equipamiento genético, un teclado de enzimas (proteínas específicas ensambladas de acuerdo con las instrucciones de un gen, constituido por una secuencia del ADN), el metabolismo (ámbito del abastecimiento, cadenas de desmontaje, de construcción, de eliminación) y los mecanismos de regulación, de coordinación. Ahora que hemos aprendido a desensamblar esta factoría miniaturizada que es cada célula, a enumerar sus elementos (dos a cinco mil especies de macromoléculas), lo que llama la atención del biólogo es la modicidad del número y de la identidad de los materiales de base, la unidad de concepción, de planeación, de funcionamiento, la universalidad del lenguaje (del código) genético para todas las especies. Ese “rompecabezas” móvil, que se ensambla por sí solo gracias a un plano inscrito en algunas de sus piezas, cuyos movimientos son regidos y regulados por las relaciones dinámicas de los elementos, es capaz de producir otro “rompecabezas”, una factoría semejante a sí mismo. En realidad, lo que es en realidad reproducido no es una factoría tal cual, sino su plan directivo, el manual de instrucciones de montaje, es decir, la doble cadena de ácido desoxirribonucleico, y el copista que no inventa nunca (pero que puede, como todos los copistas, aunque con menor frecuencia, cometer errores por efecto, no de la falta de atención, sino de alguna perturbación), es una de las enzimas específicas construidas de acuerdo con las indicaciones del texto fundamental de un gen. Los errores se convierten necesariamente en un cambio en la construcción, el montaje del nuevo organismo. Pueden o no ser compatibles con la vida, benéficos o maléficos. Esas mutaciones provocadas por los azares del medio ambiente, expuestas a la presión selectiva de la competencia, ¿son el fundamento de lo que llamamos evolución? Lo que parece ser indudable es que existe un “diálogo” entre los elementos variables del medio y el conjunto de la organización genética o genoma. ¿Existe un sistema de regulación entre elementos, secuencias del genoma? ¿Será éste capaz de seleccionar, de corregir, de adaptar sus mutaciones?1
Todo lo que puede la vida es propiamente revolucionario en relación con lo que le precede, y eso sin haber recurrido a material alguno que no estuviera ya disponible antes de su aparición. Todo parece pues depender del ensamblaje, de los enlaces, de las relaciones, de los intercambios. ¿Cuáles son las leyes, cuál es la estrategia del lenguaje dúctil de las regulaciones y de las coordinaciones, del tejido formidablemente móvil, receptivo de las interacciones que son la base de la organización? ¿De ese lenguaje del lenguaje, de esa respiración de la invención, del surgimiento de un orden en movimiento que se transforma en “hablante”?* Y si ha sido necesario buscar tan lejos, en una simple “frase” los orígenes del rostro de lo vivo, ¿no debemos nosotros remontarnos más lejos aún cuando intentamos leer la fluidez inapresable de semejante respiración? Hay indudablemente, en alguna parte, una matriz para las reglas móviles de la evolución, un plano de montaje del átomo de hidrógeno y de todos los átomos que derivan de él con sus poblaciones de partículas agenciadas de acuerdo con el mismo plano fundamental; una matriz de sistemas solares y de galaxias, tal vez. Nunca podrán nuestras medidas, nuestra mirada allá afuera prolongada y multiplicada, abandonar esos círculos. La ruptura es tinieblas, es fulminación que no es, remolino de hundimiento en las órbitas de nuestros nombres.
La emergencia del lenguaje hablado (y escrito) parece ser un salto no menos prodigioso que el que da la célula viviente, pero su organización arborescente, su desarrollo por ramificaciones, las relaciones dinámicas de sus elementos, su matriz germinativa, su estrategia se inspiran en el orden de lo vivo. Lo que comúnmente llamamos pensamiento parece estar estrechamente vinculado con el mismo ordenamiento móvil, abierto a los intercambios y al cambio, a la posibilidad de constituir huellas, moldes capaces de reproducir, de reconocer formas y acontecimientos, de desmontarlos, de combinarlos, de reordenarlos. ¿Habrá algún pensamiento que, aún más acá de nuestras palabras, sea otra cosa que la congregación, el modelaje y la modulación de un discurso interior? ¿Qué sucede cuando al seguir el hilo de una reflexión lanzada por algún terreno baldío, inexplorado, sembrado de objetos sin relación aparente entre sí o, con mayor frecuencia, cuando ante cosas o acontecimientos anodinos, de pronto un velo se desgarra, que hay allí ante nosotros algo como un saber inexpresado, enigmático, pero sensible, para con el cual justamente carecemos de palabras, de una figura de lenguaje disponible, y al que nos aproximamos, al que desenmarañamos con ayuda de sensaciones táctiles, visuales o sonoras innominadas, antes de aprender la que es su palabra?
Armada con todo lo que brota del lenguaje, la especie puede dominar, poner a precio el planeta, trastornar los equilibrios regidos por la lógica tediosa de la reproducción-selección. El hombre, producto de la evolución cuya “ambición” aparente no va más allá del mejoramiento de la producción viva, le trae, jugando fuera de las reglas de la selección y desviando para sus propios fines la producción, una nota discorde que perturba la lógica interna, relacional, del cambio, el gobierno sutil del equilibrio de nuestros suburbios.
Sublime arquitectura musical del árbol de la vida cuyas hojas, ramas, venas están atrapadas en el mismo ritmo, la misma melodía ciega que entrampan a la luz; son tocadas por la misma gracia, la misma maldición de lo sensible. Los acordes, los rostros se trasforman, se interrumpen, se suceden, brotan de la misma frase de fondo. Y la voz que resuena en la boca efímera de sus cuerpos sucesivos es de dos cabos contrarios e indisociables. ¿Y qué quiere decir aquél, atrasadamente llegado a las apariencias, cuyos nombres separan, congregan y dispersan? Ángel depredador, nube de langostas. La frase, el diseño quebrado contiene su ruina, su silencio. Pero el torrente de esas aguas, de esas nubes en las que la luz se quiebra, ¿no era ya lengua aquello?
VUELVO a seguir interminablemente esa pista que se pierde, que me pierde.
Vuelvo a esa imposible aprehensión,
a la anulación de una mano cerrada en la frase,
a la rigidez deshecha en la alegría del movimiento.
De errancia en errancia traído de nuevo a una palabra de crecimiento,
a ese rumor en las arterias de la atención.
EN NOSOTROS biológicamente todo estaría altamente organizado, y nuestras estructuras estrechamente ligadas a funciones precisas.2 Esas funciones le dan su significado a nuestras estructuras. Aparentemente todo se pone en marcha con la única finalidad de producir la mayor cantidad posible de vida con los medios más económicos. Nunca hay asueto en la fábrica de la vida. Pero nunca hay tampoco afán inútil. La célula viva adapta su trabajo a sus necesidades estrictas. Produce lo que es necesario y en el momento en que, gracias al lenguaje químico, esa necesidad se vuelve elocuente. Cuando hay sobreproducción, producción anárquica o inútil, significa la enfermedad, la muerte de la célula.
Luego la señal química se vuelve signo. Pierde algo de su rigor pero gana en movilidad, en manejabilidad. Llamado, advertencia, gala ritual, canto. Un nuevo salto y se forma un sistema lógico inédito que rebasa las finalidades de la comunicación. Pero toda esa fascinante maquinaria, ese juego formidablemente complejo y aparentemente autónomo, no deja de ser tributario del mismo funcionamiento en sus cimientos.
Los esquemas cognoscitivos humanos no comprenden ni el comienzo absoluto, ni compartimentos estancos, así como el organismo vivo, tal como nos es dado experimentarlo, es la réplica de un modelo con variaciones en su detalle, construcción articulada, correlativa, cuyos elementos no sólo están en estrecha comunicación, sino vinculados por un lenguaje (de ordenamiento, de devenir, de llamada y de inauguración) que inventa la significación de su escritura a medida que prospera su desarrollo.
Los modelos y los juegos cognoscitivos derivan los unos de los otros por diferenciación, bajo la presión, tal vez, de fenómenos de regulación frente a las variaciones del objeto, del medio. Si seguimos a contrapelo esta cadena de desarrollo orgánico, llegamos a los reflejos y a los movimientos espontáneos de la vida. Más allá aún, a los movimientos de las moléculas, de los átomos y de las partículas en el desarrollo de los procesos físico-químicos.
Nuestros modestos conocimientos y los signos que subyacen en ellos, que sirven de matriz organizadora, son inevitablemente solidarios de la organización química y anatómica de la totalidad de lo vivo. Extraños basamentos: capas movedizas que se superponen y se crean, suspendidas en el vacío. Sorprendente riqueza de vínculos y de efectos entre el objeto a investir y el lenguaje que se crea para tal o cual investigación a la par del ahuecamiento del que es el iniciador invocado.
Incesantemente la lengua deshace y rehace el juego de su tejido de signos. Es la playa movediza en la que aparece y se derrumba el mundo, es ardor de vivir en corrosión de sus límites, en cercanía de lo que la consume.
Materia, vida pensada. La misma precariedad, el mismo movimiento de construir y de deshacer, los mismos materiales de fondo que desarrollan sus partituras cada vez más frondosas, hasta el fastidioso pulular que se devora. Y ese ojo de torrente en que se anudan, se desanudan los fondos y la transparencia; pupila negativa en donde se abisman los rostros; la celeridad suspendida en la respiración de una mañana.
CONCIENCIA, pensamiento, lenguaje hablado. Delgada espuma de día sobre la ola profunda y oscura. A veces una palabra o dos, ahí donde el surco sin fondo de una noche sin edad aflora y ciega a la luz.
Palabra. ¿De dónde toma ese vacío que hay que llenar de toda necesidad?
Multiplicar, atesorar. Trabajo, eficacia, economía, producción están siempre ahí al fondo de la célula. ¿Pero ese miedo de faltar, de olvidar y de convertirse en el cuerpo mismo del olvido?
Y de pronto la necesidad incomprensible de una respiración más amplia, la necesidad de buscar en alta mar su soplo que se pudre con tanta desenvoltura en nuestro más claro patrimonio, la pesantez.
EL POEMA no es una respuesta a una interrogación del hombre y del mundo. No hace sino escarbar, agravar el cuestionamiento. El momento más exigente de la poesía es tal vez aquel en que el movimiento (habría que decir la trama energética) de la cuestión es tal —por su radicalismo, su desnudez, su cualidad de irreparable— que no se espera ninguna...

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