Los grandes libros para los más pequeños
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Los grandes libros para los más pequeños

Joëlle Turin, Rafael Segovia Albán, Rafael Segovia Albán

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  1. 256 páginas
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Joëlle Turin, Rafael Segovia Albán, Rafael Segovia Albán

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¿Hay grandes libros para los más pequeños? Para Joëlle Turin, la respuesta es afirmativa. Ella ha identificado a los autores de literatura infantil que reconocen en su público una aguda inteligencia y ofrecen libros que incitan a pensar, soñar, preguntar y también conmoverse. En este estudio la autora analiza más de 100 álbumes de catálogo activo de Iberoamérica que considera fundamentales para acompañar a los niños en su crecimiento; son libros que ayudan a los niños a crecer al acercarlos a temas como el enojo, el afecto, el abandono, el juego, el miedo y la amistad.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071626479
Categoría
Literatura
Todos juntos
Vivir juntos no es solamente un imperativo de nuestra humanidad sino su fundamento mismo. La especie humana es intensamente social, y los otros constituyen la parte esencial de nuestro entorno. El pediatra y psicoanalista Donald Woods Winnicott corrobora esta afirmación ampliamente compartida cuando enfoca su pensamiento en el psiquismo del niño y proclama con una frase muy conocida: “¿Un bebé solo?, eso no existe”. Es una manera de decir no únicamente que un bebé solo, sin cuidados, muere desde el punto de vista de su autoconservación, sino también que no puede arreglárselas desde el punto de vista de la instauración de su psiquismo. En efecto, desde hace tiempo se considera un hecho que el psiquismo requiere un rodeo por medio del otro para poder construir su pensamiento y expresarse. Todo bebé de pecho está siempre en relación con algún otro, en una especie de sintonía armoniosa. Interactúa con los adultos que se ocupan de él y los incita a invitarlo a la vida humana compleja en el sentido más amplio. La niñez no podría existir sin aquellos que se ocupan de los niños, aquellos que aman con una intensidad particularmente elocuente a esos jóvenes seres humanos cuyo periodo de inmadurez y de dependencia es mucho más largo que el de las demás especies.
Esa relación indispensable, incluso vital, al principio de su vida, sirve de anclaje para todos los vínculos futuros que el niño, al abandonar la exclusividad materna, tejerá con su entorno. Si bien su especificidad de niño se basa en el hecho de que permanece en la dependencia del adulto, necesita descansar en él para construirse en cuanto a la identidad, para elaborar su ser, sean cuales fuesen las capacidades que lo caracterizan. El niño necesita encontrar en los adultos que lo rodean las respuestas a las preguntas que se hace. Relaciones bien ajustadas y un entorno lo suficientemente bueno contribuyen a darle la confianza necesaria para amar, regocijarse con la presencia de los demás, sentirse seguro y percibirse como un ser capaz de ser amado y estimado. A partir de la mirada de sus iguales, a partir de las interacciones reales, afectivas e incluso imaginarias entre el niño pequeño, su madre y sus compañeros, se forja poco a poco en el niño un sentimiento de seguridad interna, la autoestima, la convicción de sus capacidades y de sus valores.
Sólo el niño que es tomado en serio, respetado y apoyado por una persona estable, a la que no teme perder cuando expresa lo que siente, puede arriesgarse y vivir sus experiencias en toda calma. Viviendo con los demás, observándolos y escuchándolos, interioriza modelos y los confronta con sus experiencias de vida. Los personajes de las historias forman parte de esos modelos identificatorios que hacen posible la asunción de su propio papel. En la producción editorial contemporánea, los pequeños héroes de los libros aparecen como portadores de las ideas de nuestra época en lo que respecta a la educación y la concepción de la niñez. No son ya niños dóciles sometidos a la autoridad de padres ejemplares, sino niños reales que se divierten, hacen travesuras, se pelean y establecen relaciones abiertas, llenas de confianza, pero no exentas de conflictos con los adultos y sus pares.
CUANDO EL CÍRCULO FAMILIAR APLAUDE
El sentimiento de la niñez no se limita a estar consciente de su diferencia: ésta es inseparable de la evolución de una preocupación educativa en el seno de la familia, como decía Philippe Ariès.1 ¿Hay actualmente una desconexión en la familia moderna entre estos términos que por mucho tiempo fueron inseparables, el niño y la educación? La familia, ya sea atípica o no, adoptiva o no, es evidentemente el primer espacio de construcción de la persona. En ese marco se forja la manera en que los individuos (niños y adultos) se perciben, se relacionan unos con otros, forman parte del colectivo que los antecede. La unidad familiar, que en el pasado era mucho más cerrada, hoy en día se articula con la sociedad que la rodea. Como consecuencia de ello, el niño en su seno es a la vez reconocido en su singularidad y preparado para entrar en la vida colectiva. Para ello, es importante no olvidar nunca la necesidad de adquirir una “cultura”, sin la cual no es posible concebir la emancipación de los niños ni la independencia de la sociedad futura. Es al menos lo que se puede desear, esperando que no sea algo ilusorio. La familia, espacio de las relaciones afectivas y personales, debe por lo tanto brindar cuidados y protección, y conducir a la autonomía, es decir, a comportarse de acuerdo con reglas instituidas para organizar la vida común en conformidad con la razón y la libertad, y a aceptarlas libremente. A partir de las historias se organiza una visión del mundo y los primeros relatos dicen las normas de una cultura... no sin presentar algunas transgresiones aceptables. Participan así en esa educación que tiene en cuenta la singularidad personal y la idea del colectivo. Los momentos de aprendizaje permiten evaluar la calidad de la relación establecida entre el niño y el adulto, ya sea que éste sea un padre, un educador o incluso un niño más grande y más iniciado. Las actitudes, exigencias y reacciones dicen mucho sobre la concepción de la educación, por un lado, y sobre la confianza que se otorga o no al niño, por el otro. Es casi una obviedad, en el medio familiar, que cada quien considera una hazaña el que un niño pequeño logre algo que nunca antes había podido hacer (primeros pasos, primeras palabras, etc.) y lo aplauda. La calificación de la acción como proeza cobra valor de estímulo e incita al niño a repetir la experiencia, con tal de mantener la admiración y sobre todo de adquirir seguridad. Los “bravos” con que los papás festejan al niño lo invitan a sentirse como un héroe en la situación y lo ayudan a construir una buena imagen de sí mismo. Eso es lo que sucede con el pequeño dragón que Graciela Pérez Aguilar y Natalia Colombo llevan al escenario en Pequeño Dragón aprende a volar. Sus padres y luego su amiga Mariposa le aportan ese “apuntalamiento” del que habla Jérôme Bruner;2 es decir, las interacciones de asistencia que le permiten al niño aprender a organizar sus conductas para resolver por sí solo un problema que sabía resolver en un principio (figuras 1 y 2).
Es así como los padres empiezan por suscitar la adhesión del dragón a las exigencias de la tarea infundiéndole seguridad sobre sus capacidades para volar gracias a sus cualidades personales, sin exigirle que lo lleve a cabo de inmediato. Cuando la Mariposa toma el relevo, cuida de simplificar la prueba reduciendo la dificultad del proceso de solución. Divide la acción en secuencias progresivas que el dragón vence sin temor e incluso con gran seguridad.
Figuras 1 y 2. Imágenes de Pequeño Dragón aprende a volar. © del texto, Graciela Pérez Aguilar, 2010. © de las ilustraciones, Natalia Colombo, 2010. © Edelvives, 2010.
Los padres y la Mariposa ponen aquí en práctica el concepto de zona de desarrollo próximo (ZDP) concebida por Vygotski.3 Corresponde a la diferencia entre lo que puede llevar a cabo solo el niño en aprendizaje y lo que puede realizar con ayuda de un adulto.
En semejante situación, todos los ingredientes para posibilitar el éxito se encuentran reunidos. Los adultos saben que el niño está listo para lograr una proeza y que necesita ayuda, que la colaboración es el medio más seguro de progresar, es decir, de educarse. Esa intuición parental de la zona adecuada de aprendizaje vygotskiana sigue siendo un misterio que todos utilizan para las actividades motrices y que los lleva a evitar, como en el caso de nuestro dragón, el fracaso, es decir, la caída (figura 3).
Figura 3. Imagen de Pequeño Dragón aprende a volar. © del texto, Graciela Pérez Aguilar, 2010. © de las ilustraciones, Natalia Colombo, 2010. © Edelvives, 2010.
UNA JAULA DORADA
Los papás de La princesa que bostezaba a todas horas, de Carmen Gil y Elena Odriozola, son la clara imagen del opuesto exacto a los del pequeño dragón. Crían y educan a su hija encerrándola en la jaula dorada que es su castillo real, sin pensar ni preocuparse por sus necesidades ni por lo que piensa. El rey, preocupado e importunado por los bostezos incesantes y contagiosos de la princesa, se pregunta cuál es la causa de éstos e imagina remedios que resultan no tener efecto alguno: platos sofisticados y variados para calmar su supuesto apetito, una habitación mullida con perfume de rosas y mecedoras para propiciarle el sueño, una elefanta amarilla para contarle chistes para morirse de risa... en reemplazo de una presencia humana, disponible y dispuesta a escuchar. El padre insiste en pensar por ella, sin medir en ningún momento los límites de la vida que le ofrece. Si bien el rey y la reina sienten por su hija una forma de afecto, ésta se limita al hecho de querer su bienestar y no llega nunca al grado de empatía afectiva que les permita sentir y compartir sus emociones. Muchas veces es con sus cuerpos como los niños expuestos a dificultades o a carencias que no consiguen sobrellevar expresan su reacción, en este caso contra la falta de diálogo y la incomprensión.
El afortunado encuentro de la princesa con el hijo de un sirviente del palacio transformará los bostezos en risas, y su vida se transformará.4
El hijo del criado se dio cuenta desde el principio de los deseos de la princesa y fue capaz de percibir sus necesidades afectivas y de responder a ellas. Este hecho ilustra la idea, ampliamente aceptada hoy, de que el niño siente y percibe desde muy temprana edad el estado emocional de su entorno y demuestra tener una gran sociabilidad.
Una real complicidad alegre entre padres e hijos puede ser prueba de un amor profundo del que los niños pequeños buscan muestras continuamente. Si con frecuencia reciben faltas de cariño, se debilita su certeza de ser amados, a causa de conflictos, oposiciones, incomprensiones que pueden interpretar como manifestaciones de rechazo o de abandono.
Los autores más inspirados saben encontrar muchas maneras de infundirles seguridad, encarnando las muestras de amor en personajes y situaciones que les atañen cercanamente. La postura humorística sirve con malicia y co...

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