Para una historia de América, II.
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Para una historia de América, II.

Los nudos (1)

  1. 463 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

Los estudios y ensayos que se presentan en este volumen examinan algunos puntos de particular importancia para la comprensión de la evolución histórica del subcontinente americano con el propósito de arrojar luz en torno a temas fundamentales como la religión, geografía, identidad nacional, economía y aspectos jurídicos en diferentes etapas históricas americanas.

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Información

LUCHAS SINDICALES Y LIBERALISMOS SOCIALES, 1867-1993

JOHN WOMACK, JR.
Pero toda lucha de clases es una lucha política.
KARL MARX Y FRIEDRICH ENGELS
Las luchas de clases, inevitables en cualquier sociedad donde la producción presupone opresión, probablemente comenzaron hace tres mil años en México.1 Durante más de 28 siglos estas luchas en general sólo eran organizadas por algunos de los opresores. Ordinariamente eran conservadoras y tenían éxito. Durante tres siglos virreinales, cuando 90% de la población trabajadora se dedicaba a la agricultura y la propiedad de la tierra en la mayor parte del país estaba enormemente concentrada, unos cuantos miles de terratenientes, mediante matrimonios estratégicos, clientelismo y el uso de la fuerza, ejercieron extraordinario dominio sobre centenares de miles de campesinos, arrendatarios y peones.2 Las pocas organizaciones donde lucharon los oprimidos tuvieron vida efímera.3
Así sucedieron las cosas, aun cuando la opresión se volvió agresiva, lo mismo en la agricultura que en la industria. Considérese, por ejemplo, el gran tumulto contra la terminación del partido en Real del Monte (1766-1767), el más importante de todos los choques clasistas de la época virreinal. Las barras y pueblos mineros, organizaciones de trabajo, se unieron para entablar negociaciones colectivas, organizar actos de violencia y controlar la producción de algunas vetas durante cuatro o cinco años, pero no realizaron una verdadera labor de conjunto y, después de las resoluciones adoptadas por el virrey Antonio María de Bucareli en 1772, retomaron su rutinaria función.4
En el decenio posterior a la victoria liberal republicana en 1867, en un país posiblemente 85% agrícola y dominado en buena parte por los terratenientes, por primera vez los trabajadores fundaron organizaciones que lograron sobrevivir. Eran sociedades típicamente mutualistas, formadas por quienes desempeñaban diversos oficios y actividades, cuyas bases se encontraban principalmente en establecimientos de la ciudad de México y en plantas textiles, sobre todo algodoneras, ubicadas cerca de la capital, pero también en varias ciudades, poblaciones y distritos mineros de provincia.
Si bien los trabajadores fundaron sus sociedades específicamente con fines de ayuda mutua (sobre todo seguros de vida, enfermedad y desempleo), en muchas ocasiones las aprovecharon para luchar contra capitalistas —propietarios de tiendas, fábricas y minas— en lo relativo a salarios, horas de trabajo y condiciones laborales, o sea que, de hecho, realizaban las funciones de un sindicato. Por lo menos 15 de estas luchas terminaron en huelgas (palabra que apenas comenzaba a emplearse en el vocabulario mexicano). En 1872, las sociedades de impresores y sastres establecidas en la capital fundaron el Gran Círculo de Obreros de México. En 1876, con 35 secciones locales, el Gran Círculo convocó un Congreso Obrero en la capital, el cual publicó una Constitución para la Clase Obrera de la República Mexicana y organizó la Gran Confederación de la Asociación de Trabajadores de los Estados Unidos Mexicanos. Fue un auténtico movimiento obrero, consciente y bien pensado.5
Como lo que en realidad era, y al igual que los movimientos laborales de la época en otras partes y de periodos posteriores, tenía dos tendencias principales. La primera, política, motivada no por una tradición gremial muerta desde hacía dos generaciones, sino por las contradicciones que pesan sobre cualquier clase proletaria subordinada, en favor de los obreros en cada sitio de trabajo, para inducirlos a luchar exclusivamente (sin pensar en trabajadores de otros lugares o de otros oficios) por obtener protección de las autoridades contra sus patrones, y para que sus conquistas se incorporaran al derecho público.6 Por ejemplo, los obreros de una fábrica establecida en Tlalpan solicitaron al Ministerio de Gobernación que estableciera a favor de ellos reglamentos sobre salarios, horarios y condiciones laborales en esa planta.7 La segunda tendencia nació de las mismas contradicciones y era de carácter social: buscaba que los trabajadores, en el mayor número posible de localidades y de actividades, lucharan y negociaran en forma autónoma, apoyados en sus propias fuerzas, libres de toda intervención de las autoridades, y se esforzaran porque sus conquistas fueran garantizadas por acuerdos privados. Por ejemplo, en 1875 las asociaciones de sombrereros declararon una huelga general contra las fábricas y tiendas de su ramo en la ciudad de México, y negociaron privadamente un arreglo favorable.8 En parte para apoyar luchas y arreglos autónomos de ese tipo, varias sociedades fundaron cooperativas.9 De hecho, esas dos tendencias constituían estrategias diferentes, a veces confusas, a veces coordinadas, en algunas ocasiones expresamente opuestas. Con un modo de luchar, a la vez vigoroso y en constante cambio, el movimiento planteó nuevos problemas a la República federal, especialmente a los liberales, a quienes Justo Sierra denominó posteriormente “reformistas radicales”, y cuyos intereses, años después Jesús Reyes Heroles identificó como los del “liberalismo social”.10
Para esa época este liberalismo ya había cumplido 30 años.11 Con base en la historia del país a partir de la Independencia; desarrollado principalmente en torno de cuestiones agrarias; influido conceptualmente (también eclécticamente) por Smith, Say, Owen, Sismondi, Fourier, Saint-Simon, Lamartine, Tocqueville, Proudhon, Blanc, Ahrens, entre otros; resumido en los artículos 4 y 5 de la Constitución, era a la vez, según lo expresó felizmente Ponciano Arriaga en 1856, una teoría sociopolítica —derecho natural, individualismo posesivo, derechos del hombre, derecho de reunión y asociación— y una postura sociopolítica según la cual la concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos era “monstruosa”, pues, por la falta de tierra, la “crecida mayoría de [los] ciudadanos gime en la más horrenda pobreza”, y su miseria constituye una injusticia social que viola su libertad individual; por todo ello, “la nación” deseaba “una reforma” mediante la redistribución de la propiedad a fin de introducir “el fecundo elemento de la igualdad democrática”.12
Debe subrayarse que esto no se reducía al liberalismo de Mora trasladado a otra época. Como los liberales en la década de 1830 habían luchado por abolir las prerrogativas de las corporaciones más privilegiadas de aquel entonces —la Iglesia y el Ejército—, se habían autodefinido al hacer la crítica de las obstrucciones a la libertad. Habían proyectado la anulación de todos los cuerpos y sociedades, exceptuando el cuerpo social en sí mismo, la sociedad en su conjunto, y la reducción de la sociedad al dualismo individuo-Estado. En principio y en la práctica habían convertido ese dualismo en ident...

Índice

  1. Portada
  2. Presentación
  3. Una América subterránea: redes y religiosidades marranas, Nathan Wachtel
  4. Transformaciones del espacio centroamericano, Héctor Pérez Brignoli
  5. Los mitos de identidad colectiva y la reconstrucción del pasado, Enrique Florescano
  6. La religión incaica, Franklin Pease G. Y.
  7. Organización política incaica, Franklin Pease G. Y.
  8. Contrabando y sector externo en Hispanoamérica colonial, Zacarías Moutoukias
  9. Aventuras y desventuras del gobierno señorial en Brasil, Alberto Gallo
  10. El Santo Oficio de la Inquisición en la América colonial, Solange Alberro
  11. En torno a los orígenes de la nación argentina, José Carlos Chiaramonte
  12. Laberintos del etnocentrismo jurídico-político. De la limpieza de sangre a la destrucción étnica, Alberto Filippi
  13. “Los pobres por pobres, los ricos por ignorancia ”. El mercado financiero en México, 1880-1925: las razones de una ausencia, Paolo Riguzzi
  14. El cine latinoamericano frente al desafío de una nueva historia, Paulo Antonio Paranaguá
  15. La formación de conceptos en los pueblos indios (el caso de Chiapas), Pablo González Casanova
  16. Luchas sindicales y liberalismo sociales, 1867-1993, John Womack, Jr