El duelo de los ángeles
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El duelo de los ángeles

Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno

Roger Bartra

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El duelo de los ángeles

Locura sublime, tedio y melancolía en el pensamiento moderno

Roger Bartra

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Información del libro

Este libro explica cómo la filosofía ilustrada, la sociología moderna y el pensamiento crítico se han enfrentado al oscuro mundo irracional. El autor aborda aquí un extraño enigma: ¿por qué la irracionalidad y el desorden mental logran alojarse en el corazón de la cultura moderna orientada por el racionalismo?, y busca la respuesta en Kant, Weber y Benjamin.

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Información

Año
2019
ISBN
9786071658821

III. El duelo de los ángeles: Benjamin y el tedio

Los ángeles (se dice) no saben muchas veces si andan
entre vivos o muertos. La corriente eterna pasa
entre los dos reinos, arrastra todas las edades consigo
y su rumor las cubre.
Los muertos prematuros, al fin, ya no nos necesitan.
Uno pierde la costumbre de las cosas terrenales, tan suavemente,
como del seno materno nos apartamos al crecer. Pero nosotros,
que necesitamos de tan grandes misterios, nosotros para quienes
el bienaventurado progreso tantas veces nace del duelo,
¿podríamos vivir sin ellos?
RAINER MARIA RILKE, Primera elegía de Duino.1
El ligero aleteo de una mariposa en los Pirineos —piensan los meteorólogos interesados en la teoría del caos— puede desencadenar una sucesión de efectos tal que acaba provocando, mucho tiempo después, una tormenta sobre el río Main. Podríamos imaginar también que el parpadeo de algún profesor en Frankfurt al leer un texto difícil abre paso a una cadena de acontecimientos que termina, quince años después, en el suicidio de un filósofo en los Pirineos. A Walter Benjamin, el filósofo alemán que se quitó la vida en los Pirineos, le habría sin duda atraído esta idea. Y le habría atraído porque estaba profundamente interesado por los problemas del destino y de la predicción del devenir. En cierta ocasión, en 1918, Benjamin le declaró enfáticamente a su amigo Gershom Scholem: «Una filosofía que no es capaz de incluir y explicar la posibilidad de adivinar el futuro a partir de los posos de café, no puede ser una filosofía auténtica».2 Esta afirmación se ubica en el contexto del Programa de una filosofía futura, un texto donde Benjamin pretende expandir la noción kantiana de experiencia a tal punto que incluya la ciencia, la metafísica y la religión. Por extensión, le observó Gershom Scholem, habría que incluir también las disciplinas mánticas.
Unos años después, en 1925, Walter Benjamin terminó el manuscrito de su famoso estudio sobre el drama barroco alemán. Quiso presentarlo como tesis de Habilitation en la Universidad de Frankfurt, para ingresar formalmente en la academia universitaria. El profesor Franz Schultz, que le había dado esperanzas, fue el primero que parpadeó ante el texto de Benjamin, y decidió transferirlo al área de estética. El profesor Schultz, una mediocridad intelectualmente insignificante, según lo calificó Benjamin en una carta,3 tuvo miedo de que el inquieto estudiante berlinés le hiciera sombra. La tesis de Benjamin fue enviada al profesor Hans Cornelius, un filósofo que pasó, para su desgracia, a los anales de la filosofía porque Lenin se burló de él en Materialismo y empiriocriticismo (1909) y lo calificó, acaso injustamente, de «gendarme con cátedra».4 El profesor Cornelius parpadeó ante un escrito que, según dijo, no comprendía. Ante la situación, le pidió a Benjamin un resumen y se lo envió para dictamen a su asistente, el doctor Max Horkheimer. Seguramente también parpadeó y contestó que tampoco era capaz de entender la exposición de Benjamin.5 Ante este amargo escenario, Benjamin retiró su solicitud de Habilitation, para eludir un rechazo formal. Así naufraga su carrera académica y aparentemente se sella su destino trágico: durante los siguientes quince años vive grandes penurias económicas, fracasa su matrimonio, deambula erráticamente por Europa, escribe en forma fragmentaria textos inquietantes, malvive de su trabajo periodístico, huye del nazismo, es incapaz de encontrar una salida y al final, acorralado, se suicida en Port Bou en septiembre de 1940.
El propio Walter Benjamin creyó que «había venido al mundo bajo el signo de Saturno», el astro melancólico y lento de los retrasos y los rodeos.6 Y muchos de los que han escrito sobre él han pensado que estaba marcado por su carácter saturnino, desde Hannah Arendt hasta Susan Sontag.7 Unos cuantos años antes de su fallido intento por iniciar una carrera universitaria, en 1921, Benjamin publicó un interesante ensayo sobre el destino y el carácter. Inicia la discusión describiendo la concepción común, tan determinista que podría haber sido suscrita por el mismo Laplace: si pudiésemos conocer todos los componentes del carácter y, por otro lado, fuese conocido todo el acontecer cósmico relacionado con un sujeto, se podría predecir todo su futuro. Por lo tanto, conoceríamos su destino. Laplace había dicho que una inteligencia capaz de conocer todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, y que tuviese además un poder de análisis suficientemente vasto, englobaría en la misma fórmula los movimientos tanto de los más grandes cuerpos del cosmos como los de los átomos más ligeros. Para esta inteligencia no habría incertidumbre y el futuro lo mismo que el pasado estarían frente a sus ojos. El espíritu humano, agregó Laplace, ofrece una pequeña muestra de esta inteligencia en la perfección con que ha modelado la astronomía.8 Por su parte Benjamin, a quien le atraía más el esoterismo que la astronomía, observa que los espíritus modernos que son capaces de aceptar la interpretación del carácter mediante los rasgos físicos de las personas, en cambio rechazan que se pueda conocer su destino gracias a las líneas de la mano. Esto es absurdo, dice Benjamin, ya que quienes creen poder predecir el destino de los hombres consideran que el futuro se encuentra de alguna manera ya presente o disponible, de la misma forma en que lo está el carácter. Pero tanto el destino como el carácter se dan a conocer mediante signos, y no en sí mismos de manera directa. Obviamente, entre signos y significados no hay una relación causal. El destino no se encuentra inmediatamente presente: lo que está disponible es un sistema de signos que es necesario descodifi...

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