Los caminos para la libertad
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Los caminos para la libertad

Ética y educación

Fernando Savater

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Los caminos para la libertad

Ética y educación

Fernando Savater

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Información del libro

Fernando Savater analiza la realidad contemporánea y sus preocupaciones cotidianas: el racismo y la discriminación; la convivencia y los derechos humanos; la globalización y el respeto a las diferencias. Todo aquello que implica la relación con el otro en la construcción de la vida diaria.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071628602
Categoría
Sociología
III
Diálogos
Estos diálogos entre Fernando Savater y los participantes en las sesiones de trabajo celebradas en los Campus Monterrey y Ciudad de México del ITESM en mayo de 1999, fueron conducidos por Juan Gerardo Garza, director del Centro de Valores Éticos del Campus Monterrey, y Juan Cruz, coordinador nacional de la Academia de Valores Socioculturales del Sistema ITESM.
Sobre filosofía y ética
¿Cómo se puede educar mejor respecto de los valores?
Naturalmente, un profesor de ética no debe convertirse en un predicador. Es decir, lo que tratamos de despertar es, sencillamente, la reflexión; no que un determinado maestro de ética sea un dechado de virtudes, porque en ese caso creo que no serviríamos como profesores de ética. En nuestro carácter de educadores debemos suscitar la reflexión, señalar lecturas y ayudar a razonar.
Ahora bien, no es lo mismo razonar en matemáticas o historia que en moral. En este punto, lo que nos falta muchas veces es la capacidad de entender en qué consiste el razonamiento en torno a la moral, el cual no se limita a que esto me guste a mí y aquello a ti. En ese sentido hay diversas vías de razonamiento y nuestra función es enseñar las formas de razonar en un campo concreto, en este caso el de los valores. Es aquí donde se torna fundamental el desempeño del profesor: creando un clima en su clase que propicie el respeto civilizado a determinados valores. Sin embargo, no pidamos santidad a los profesores de ética.
¿Cuál sería, en la actualidad, la principal distinción entre lo verosímil y la verdad?
No sabría cómo zanjar la cuestión porque no quisiera dar a la verdad un tono absoluto o convertirla en algo así como el desvelamiento inapelable del ser, pues me parece que son fórmulas quizá poéticamente muy expresivas pero epistemológicamente muy peligrosas. En mi último libro, Las preguntas de la vida, he intentado sostener que existen campos de verdad diferentes, es decir que las verdades deben contextualizarse en el campo en que tienen validez. Hay cosas que son verdad dentro de un campo determinado, sin embargo, si nos equivocamos de campo, se convierten en falsedades. Por ejemplo, nuestra relación con los astros. Uno puede decir que la luna es la reina de la noche, lo cual desde el punto de vista poético en un discurso metafórico, es verdad, es verosímil; en su terminología, es aceptable que la luna, metafórica, poéticamente, sea la reina de la noche. Si tratamos de darle una sentido literal a esta frase, si concebimos la noche como un sistema político donde la luna es heredera, obviamente sería falso. Y así con otras muchas cosas.
Nos movemos en diversos planos en los que, a veces, hay cosas que son ciertas en un campo de verdad y, en otro, funcionan engañosamente. Quizá el valor verdadero del descubrimiento de la verdad sea delimitar esos campos; más que delimitar esas grandes verdades, es necesario delimitar los campos en que las verdades funcionan, en los que tienen efectivamente arraigo y utilidad. Menciono en el libro un caso del cual fui testigo. En el periódico apareció una nota sobre la última versión del big-bang, del origen del universo. Un compañero del periódico, un catedrático de física, me estaba explicando, y entonces uno de los periodistas que estaban ahí dijo: «Bueno, está muy bien, pero, ¿existe Dios o no existe?» Eso es pasar de un campo a otro. El big-bang puede tener una virtualidad en el discurso cosmológico de la física, pero no tiene absolutamente nada que ver con el discurso de la teología, ni para bien, ni para mal, ni para nada. Entonces ese trasvase de un campo a otro es lo que invalida las verdades. Por lo tanto, me parece que la función educativa es enseñar a acotar campos donde las cosas tienen un poco de verdad y pierden su verdad al salir de ese campo. Esa sería una buena estrategia.
¿Cómo se pueden combinar los valores de solidaridad, compasión y simpatía en una realidad social que está demasiado fincada sobre cuestiones económicas? En un mundo donde nuestros profesionales salen preparados con enfoques esencialmente utilitarios y para quienes lo bueno es lo útil, lo que reditúa, etcétera, ¿cómo integrar aquellos conceptos en una ética de empresa, por ejemplo, en una ética propia de las instituciones de gobierno?
Muchas de las cosas exclusivamente útiles no son tan útiles como suponemos. Por ejemplo, la cooperación o la capacidad de expresión, que son cosas que pudieran parecer al principio como excesivamente creativas y artísticas, frente a un mundo de realidades duras adquieren nuevas connotaciones. El tipo de trabajo que va a realizar una persona en su vida (un trabajo que normalmente no es como era antes, cuando pertenecías a un gremio y uno estaba toda la vida haciendo el mismo trabajo) le obliga a ser más versátil. Y cuanta más capacidad tenga de modificarse, de pasar de un trabajo a otro, más posibilidades va a tener de desarrollo personal. Así, si no tiene aquella dimensión de cooperación, si carece de capacidad de expresión y de empatía con los que le rodean, probablemente sus disposiciones para obtener un trabajo sean mucho menores.
Por otra parte, no todos hemos nacido para mayordomos o siervos, y la mentalidad del señor que cree que lo importante es saber cómo me puedo preparar para triunfar laboralmente, en el fondo es la mentalidad de un criado, aun cuando lo que haya deseado sea llegar a director de la General Motors. Los seres humanos no tienen por qué prepararse únicamente para el servicio que van a prestar a otros; deben prepararse también en aquello que sirva para alcanzar los fines útiles para sí mismos, a organizar su propia vida y desarrollar los aspectos creados desde su propia experiencia. Incluso y desde el punto de vista práctico, es dudoso que esas cosas tengan, en efecto, un verdadero rendimiento. Hay un libro muy interesante de Bruno Bettelheim que se llama Sobrevivir (Bettelheim fue un psicoanalista especializado sobre todo en trabajo con niños y, además, fue uno de los primeros que estuvo encerrado en un campo de concentración, del que fue liberado. Todavía a comienzos de la represión nazi, inventó el término holocausto, que luego tuvo tanta fama). Bettelheim escribió ese libro para explicar su experiencia en el campo de concentración y nos dice que las personas, en cuanto llegaban a dicho campo, se sentían (aun con cierta lógica) dispensadas de todas sus pautas morales anteriores. Dice Bettelheim que en esa situación terrible lo único que contaba era sobrevivir: uno se olvida de todas las exigencias de solidaridad, sinceridad, respeto hacia el otro, pues lo que voy a intentar exclusivamente es sobrevivir. Todas aquellas cosas tan estupendas sirven para una vida normal, sin embargo, en ese campo de concentración, que es un infierno, no hay por qué aplicar dichos criterios. Bettelheim estudia casos en los que personas que se hacían tales razonamientos, abandonando inmediatamente todo tipo de respeto, se dedicaban a halagar a los nazis o a traicionar a otros miembros del campo. Su vida se concentraba en cualquiera de las cosas, digamos, puramente instrumentales, con el propósito firme de salvar el pellejo. Sin embargo, eran quienes perecían primero, mientras que las otras personas (por entereza o por rutina y falta de imaginación), quienes seguían ejerciendo los mismos comportamientos morales vigentes en la sociedad (como personas respetuosas, sinceras, solidarias y cooperativas dentro del campo) eran las que más probabilidades tenían de sobrevivir. De todo ello se saca la conclusión de que, lejos de ser simplemente un adorno moral, para el embellecimiento del alma, estos valores morales son evolutiva e históricamente el resultado de experiencias de lo que verdaderamente es mejor y lo que verdaderamente sirve a la vida, lo que sirve a la potenciación de nuestras capacidades. Naturalmente, no siempre puede ser así; pero en líneas generales, es más seguro que nos orientemos por la experiencia moral de la humanidad a que creamos que una villanía accidental nos va a resultar muy provechosa, ya que, como vimos, esos logros pueden resultar finalmente una desgracia.
De todos los libros que usted ha escrito sobre ética, ¿cuál considera que ha tenido mayor impacto en los jóvenes, en sus alumnos?
Es muy sencillo, la Ética para Amador ha sido mi best-seller y la obra que más ha repercutido por el simple hecho de que es la de mayor difusión. Considero que las otras se han leído mucho menos y, en consecuencia, han tenido menos impacto. Por mi parte, lo que me gusta de Ética para Amador, obra digamos muy sencillita e ingenua, es que a algunos les ha facilitado el paso hacia otras cosas. Recientemente, en el marco de una charla que di en una universidad de España, antes de que comenzara el acto conversaba con uno de los organizadores y entonces vino un joven a darme las gracias porque, dijo, en el bachillerato había leído mi libro y, gracias a eso, se le había ocurrido leer la Ética de Aristóteles. Saber que con un libro mío un joven de 16 o 17 años se interesaba por la Ética de Aristóteles me hacía pensar que estaba yo cumpliendo con mi objetivo.
En una reciente colaboración para El País, habla sobre cómo socializar en un mundo asocial, cómo desglosar los eventos gue llegan de los Balcanes en un mundo donde la ética es difícil de elaborar; en un momento en el que un presidente como Aznar prefiere hablar a los alumnos de Harvard antes que al congreso, en un momento en que los juicios éticos de la ONU y la OTAN son muy difíciles de sostener, ¿cómo podemos –maestros y alumnos-desglosar lo que vemos por televisión?
Creo que, precisamente, como usted decía ahora. La ética es siempre una ética para tiempos difíciles, no hay una ética para tiempos fáciles. Normalmente para los tiempos fáciles bastan la rutina o las costumbres establecidas. En circunstancias normales, en una reunión de una gran cantidad de personas, por ejemplo, nos es bastante fácil respetarnos unos a otros, guardar pautas de convivencia normales. Pero imaginemos que repentinamente se declara un incendio y todos tenemos la tentación de salir corriendo por la puerta para escaparnos. Entonces pueden perderse muchas de las pautas que habían estado vigentes hasta entonces. Ese es el momento en que se puede ver a las personas solidarias, a las que respetan a los débiles, las que ayudan a salir a otros. Pero siempre hay quien sale pisoteando o aplastando a los demás. La ética se nota siempre en los momentos difíciles. No pasa nada cuando las cosas van bien, cuando todo nos sonríe, cuando las situaciones son de abundancia. Ahí no hay problema. Si sobra el agua o la comida, a nadie le importa compartirla. El problema de compartir es cuando falta.
A veces me preguntan cómo puedo enseñar ética en este mundo, sea cual sea este mundo, porque todos estos mundos están llenos de males. Pero, ¿cómo explicar ética en otro tipo de mundo? En otro tipo de mundo no haría falta. Cuando todo es armonía y no hace falta explicarse nada, no hace falta la ética. La ética, los valores, la necesidad de reflexionar sobre un proyecto humano compartido surge en el momento de dificultad. Lo que pasa es que para los humanos, el momento de dificultad es toda nuestra vida y es en casi cualquier época, porque siempre estamos en un momento de dificultad. O, por lo menos, hoy somos conscientes de que en este momento, a una distancia de muchos kilómetros están ocurriendo cosas que me comprometen de alguna forma, que comprometen mi juicio, recaban mi apoyo o mi rechazo. De modo que, en ese artículo al que usted hace referencia, lo que intentaba era salir al paso de ese tipo de preguntas que muchas veces se nos hacen a los profesores de ética: «Ustedes enseñan una ética de solidaridad o de respeto al prójimo en un mundo en el que no hay solidaridad». ¡Precisamente por eso enseñamos esos valores! Si en el mundo todos fueran tolerantes, fraternos, respetuosos, no habría nada que enseñar a los jóvenes. Pero, como no ocurre así, como en el mundo los ejemplos que abundan son negativos, la ética y el esfuerzo ético tienen sentido. Tiene sentido decir: «Vive como si estuvieras en el mundo que quieres. No simplemente como un hijo del mundo en el que no quieres estar y, sin embargo, estás».
¿Cuáles son las preguntas acerca de la vida que la mayoría de los hombres no se hacen, en un proceso analítico? ¿Por qué los hombres no tienen un enfrentamiento constante consigo mismos?
Creo que el hombre sí se hace preguntas sobre la vida. Si no se las hiciera, estaríamos ante algún personaje extraño y privilegiado. Todo el mundo se hace preguntas filosóficas o de la vida, lo que pasa es que muchas veces la gente no hace caso, las pasa por alto, procura olvidarlas. Sin embargo, es claro que todo el mundo se pregunta por la muerte, la justicia, la libertad, la belleza, el tiempo, el universo. Hay gente, por otra parte, a la cual esas preguntas son como chispazos que aparecen en determinados momentos de la vida y después se olvidan. Asimismo, es muy corriente que, por ejemplo, cuando uno va a un entierro alguien se nos acerque y al darnos la mano diga: «No somos nada». Se trata de una reflexión profundamente filosófica, pero que a muchos nos dura sólo el tiempo del entierro. De ello no se saca ninguna otra reflexión seria ni muy interesante que llegue más allá de la ceremonia.
La característica de las preguntas de la vida es que todo el mundo se las hace. Si fueran preguntas sofisticadísimas, hechas por cuatro o cinco sabios, podrían tener otra gracia. Sin embargo, aquí se trata de otra cosa. La fuerza de las preguntas filosóficas es que son casi inevitables, en cambio, lo que es evitable y mucha gente evita, es prestarle a esas preguntas una mayor atención más allá del momento en que nos pasan por la cabeza.
Si la confianza es un valor, ¿cómo...

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