La rama dorada
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La rama dorada

Magia y religión

sir James George Frazer, Elizabeth Campuzano, Tadeo I. Campuzano, Óscar Figueroa Castro, Elizabeth Campuzano, Tadeo I. Campuzano, Óscar Figueroa Castro

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sir James George Frazer, Elizabeth Campuzano, Tadeo I. Campuzano, Óscar Figueroa Castro, Elizabeth Campuzano, Tadeo I. Campuzano, Óscar Figueroa Castro

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Esta nueva edición, compendiada enteramente a partir de los doce volúmenes de la primera publicación completa de la obra (1906-1915), restituye los pasajes censurados en el resumen de 1922 y en sus ediciones subsecuentes. Con esta nueva versión se ofrecen por primera vez al público hispanohablante las teorías más audaces de Frazer contextualizadas con un nuevo aparato crítico, introducción y notas.

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Información

Año
2015
ISBN
9786071622716
La rama dorada

Libro I
El rey del bosque

Capítulo 1
El rey del bosque*

I

El lago de Nemi
¿Quién no conoce La rama dorada, el cuadro de Turner? La escena, bañada en el dorado resplandor con que la divina imaginación del artista envolvía y transfiguraba hasta el más bello paisaje, es una visión de ensueño del pequeño lago del bosque de Nemi, llamado por los antiguos «el espejo de Diana».1 Quien haya contemplado las quietas aguas encunadas en uno de los verdes repliegues de las colinas Albanas, no podrá olvidarlo. Las dos aldeas italianas típicas, que dormitan en sus laderas, y el palacio, cuyos jardines en terraplén descienden hasta el lago, apenas rompen la quietud y soledad de la escena. Diana misma podría frecuentar aún la solitaria orilla; aún podría aparecer entre el boscaje.2
Sus trágicas memorias
En la Antigüedad este paisaje selvático fue el escenario de una tragedia extraña y repetida. Para comprenderla correctamente debemos formarnos una imagen exacta del lugar donde ocurrió, pues, como veremos más adelante, existía un sutil nexo entre la belleza natural del lugar y los misteriosos crímenes que ahí se perpetraron bajo la máscara de la religión; crímenes que después de muchos años todavía le dan un aire melancólico a estos apacibles bosques y sus aguas, como una fría ventisca otoñal en uno de esos soleados días de septiembre «cuando ni una sola hoja luce desvaída».
Las colinas Albanas
Las colinas Albanas son un imponente macizo volcánico que se eleva de manera abrupta desde la Campania a la vista de toda Roma, formando el último espolón arrojado por los Apeninos hacia el mar. Dos de los cráteres extintos están hoy en día cubiertos por las aguas de un par de hermosos estanques, el lago Albano y su hermano menor el lago de Nemi. Ambos yacen muy por debajo de la cumbre más alta de la cordillera, el monte Cavo, coronado por un monasterio, y, no obstante, muy por encima del valle, de modo que desde la orilla del cráter más grande en Castel Gandolfo, donde los papas tenían su palacio veraniego, puede verse, de un lado, el lago Albano, y del otro, a lo lejos, más allá de la Campania, el mar que destella sobre el ocaso como una inmensa placa de oro fundido al sol.
El santuario de Diana Nemorensis
Como antaño, actualmente el lago de Nemi está envuelto por una boscosa espesura que en primavera se cubre de frescas flores silvestres, las mismas con las que sin duda se cubría hace dos mil primaveras. El lago yace tan al fondo del viejo cráter que la superficie serena de sus cristalinas aguas pocas veces se ve perturbada por el viento. Densamente cubiertas con una vegetación exuberante, todas las riberas, excepto una, descienden abruptamente hasta las márgenes del lago. Sólo al norte se interpone una extensión de terreno plano entre el lago y el pie de las colinas. Ésta fue la escena de la tragedia. Aquí, en el corazón mismo de las tupidas colinas, al pie de la abrupta pendiente hoy en día rematada por el villorrio de Nemi, la diosa selvática Diana tenía un antiguo y famoso santuario, destino de peregrinos de todos los rincones del Lacio. Se le conocía como el bosquecillo sagrado de Diana Nemorensis, es decir, Diana del Bosque, o quizá más exactamente, Diana del Claro de Bosque. Lago y bosque fueron denominados, en ocasiones, lago y bosque de Aricia, en alusión al poblado más cercano, si bien éste, el actual Ariccia, estaba situado unos cinco kilómetros al pie de las montañas y separado del lago por una extensa y pronunciada pendiente. Un amplio terraplén o plataforma alojaba el santuario,3 al norte y al oriente rematado por grandes murallas de contención encajadas en las laderas de la montaña como soporte. Nichos semicirculares incrustados en los muros y con columnas en su cara principal formaban una serie de ermitas, que en tiempos modernos han producido una rica cosecha de ofrendas votivas. Del lado del lago, el terraplén descansaba sobre un imponente muro de más de 200 metros de longitud por casi 10 de alto, construido con machones triangulares como los que rodean a las pilas de los puentes para romper el hielo flotante. En la actualidad este muro-terraza se encuentra a unos 90 metros del lago, pero en otras épocas quizás el agua chapaleaba entre sus machones.
Riqueza y popularidad del santuario
Tanto las obras de autores clásicos como los vestigios que en épocas recientes han salido a la luz dan testimonio de la gran riqueza y popularidad del santuario durante la Antigüedad. Ovidio describió las murallas decoradas con listeles y placas conmemorativas; y la enorme cantidad de sencillas ofrendas votivas y de monedas de bronce encontradas en nuestros días en la zona nos hablan de una gran devo ción, así como de cantidades, si no de opulencia y liberalidad, sí de devotos. A raudales llegaban todos los días enjambres de pordioseros desde las barriadas de Aricia para ocupar sus puestos a lo largo de la extensa pendiente, cuesta arriba, por donde los caballos tiraban trabajosamente los carruajes de adinerados peregrinos al templo: según la respuesta que a su paso encontraran sus gemidos e impertinencias, los pordioseros lanzaban besos o murmuraban imprecaciones mientras los carruajes ahora descendían a toda prisa por la colina. Fue aquí donde Julio César se mandó a hacer una lujosa villa, para luego demolerla porque no era lo que esperaba. Aquí Calígula tenía a su disposición sobre el lago dos magníficas naves o más bien palacios flotantes.4 Vespasiano tuvo en este bosque un monumento dedicado en su honor por el senado y el pueblo de Aricia; Trajano aceptó ocupar la magistratura principal de la localidad, y Adriano se regodeó en su gusto por la arquitectura restaurando una estructura que había erigido un príncipe de la casa real de los partos.
Nemi, una imagen de la antigua Italia
Si bien aquí y allá hoy se asoman entre la maleza algunos villorrios, en cierto sentido Nemi parece seguir siendo una imagen de lo que Italia fue en antaño, cuando la región era apenas habitada por tribus de cazadores salvajes o pastores nómadas; cuando las hayas y los robles, con su follaje caducifolio, ocre en otoño y desnudo en invierno, aún no comenzaban a ceder, bajo la mano del hombre, ante los árboles perennifolios del sur: el laurel, el olivo, el ciprés y la adelfa, y mucho menos ante esos intrusos de una época posterior y que hoy día solemos considerar como típicamente italianos: los limoneros y los naranjos.
Regla de sucesión al sacerdocio de Diana en Nemi
Sin embargo, no fue tan sólo en su entorno natural que este antiguo santuario de la diosa silvana siguió siendo un modelo o una miniatura del pasado. En él se observó hasta la decadencia de Roma una costumbre que de golpe parece transportarnos de la civilización a la época primitiva. Alrededor de cierto árbol de este bosque sagrado rondaba una figura siniestra todo el día y probablemente hasta altas horas de la noche: en la mano blandía una espada desnuda y vigilaba cautelosamente en torno, cual si esperase a cada instante ser atacado por un enemigo. El vigilante era sacerdote y homicida a la vez; tarde o temprano habría de llegar quien le matara, para remplazarle en el puesto sacerdotal. Tal era la regla del santuario: el puesto sólo podía ocuparse matando al sacerdote y sustituyéndole en su lugar hasta ser a su vez muerto por otro más fuerte o más hábil.
El sacerdote que mató al asesino
El oficio mantenido de este modo tan precario le confería el título de rey, pero seguramente ningún monarca descansó peor que éste ni fue visitado por pesadillas más atroces. Año tras año, en verano o en invierno, con buen o mal tiempo, había de mantener su guardia solitaria, y siempre que se rindiera con inquietud al sueño, lo haría con riesgo de su vida. La menor relajación de su vigilancia, el más pequeño abatimiento de sus fuerzas o de su destreza le ponían en peligro; las primeras canas sellarían su sentencia de muerte. El ensueño azul de los cielos italianos, el claroscuro de los bosques veraniegos y el rielar de las aguas al sol concordarían mal con aquella figura torva, siniestra. Mejor aún nos imaginamos este cuadro como lo podría haber visto un caminante retrasado en una de esas lúgubres noches otoñales en que las hojas caen incesantemente y el viento parece cantar un responso al año que muere. Es una escena sombría con música melancólica: en el fondo la silueta del bosque negro recortada contra un cielo tormentoso, el viento silbando entre las ramas, el crujido de las hojas secas bajo el pie, el azote del agua fría en las orillas, y en primer término, yendo y viniendo, ya en el crepúsculo, ya en la oscuridad, destácase la figura oscura, con destellos acerados cuando la pálida luna, asomando entre las nubes, filtra su luz a través del espeso ramaje.
Posibilidad de explicar la regla de sucesión mediante el método comparativo
Esta extraña costumbre sacerdotal no tiene paralelo en la Antigüedad clásica. No podemos encontrar en ella su explicación, por lo que habremos de buscarla en otros campos. Probablemente nadie negará que esta costumbre tiene cierto sabor de edades bárbaras y que, sobreviviendo en la época imperial, se mantenía fuertemente aislada de aquella culta sociedad italiana, semejante a una roca primitiva surgiendo del recortado césped de un jardín. La gran rudeza y la ferocidad de la costumbre nos permiten abrigar la esperanza de explicarla. En recientes investigaciones de la historia primitiva del hombre se revela la semejanza esencial de la mente humana, que bajo multitud de diferencias superficiales elaboró su primera y ruda filosofía de la vida. En consecuencia, si mostramos que en otros lugares existió una costumbre bárbara semejante a la del sacerdocio de Nemi, si averiguamos los motivos que indujeron a su establecimiento, si probamos que estos motivos han obrado extensa, quizá universalmente, en la sociedad humana, produciendo, según las diversas circunstancias, una variedad de instituciones de distinta especie pero genéricamente semejantes y, por último, si demostrásemos que sus verdaderos motivos, con algunas de sus instituciones derivadas, actuaron en la Antigüedad clásica, entonces podríamos deducir justificadamente que en tiempos remotos las mismas causas generaron el sacerdocio de Nemi. Tal consecuencia, a falta de la evidencia directa de cómo se produjo el sacerdocio, no podrá nunca llegar a demostrarse, pero será más o menos probable según que se llenen o no las condiciones que hemos indicado. El objeto de esta obra es reunir dichas premisas para ofrecer una explicación clara y probable del sacerdocio de Nemi.5
Leyenda sobre el origen del culto de Nemi:Orestes y la Diana Táurica
El rey del bosque
Comenzaremos presentando los escasos hechos y leyendas que a este respecto han llegado hasta nosotros. Según una tradición, el culto de Diana en Nemi fue instituido por Orestes, quien después de matar a Thoas, rey del Quersoneso Táurico (Crimea), huyó con su hermana a Italia, trayéndose la imagen de la Diana Táurica oculta en un haz de leña. Cuando murió fueron trasladados sus restos de Aricia a Roma y enterrados en la ladera capitolina, frente al templo de Saturno, junto al de la Concordia. El ritual sanguinario que la leyenda adscribe a la Diana Táurica es muy conocido de los que leen a los clásicos: se cuenta que el extranjero que llegaba a la ribera era sacrificado en su altar. Pero transportado a Italia, el rito asumió una forma más suave. En Nemi, dentro del santuario, arraigaba cierto árbol del que no se podía romper ninguna rama; tan sólo le era permitido hacerlo, si podía, a un esclavo fugitivo. El éxito de su intento le daba derecho a luchar en singular combate con el sacerdote, y, si le mataba, reinaba en su lugar con el título del Rey del Bosque (Rex Nemorensis). Según la opinión general de los antiguos, la rama fatal era aquella rama dorada que Eneas, aconsejado por la sibila, arrancó antes de intentar la peligrosa jornada a la Mansión de los Muertos. Se decía que la huida del esclavo representaba la huida de Orestes y su combate con el sacerdote era una reminiscencia de los sacrificios humanos ofrendados a la Diana Táurica. Esta ley de sucesión por la espada fue mantenida hasta los tiempos del Imperio, pero, entre otras de sus extravagancias, Calígula pensó que el sacerdote de Nemi llevaba mucho tiempo conservando su puesto y sobornó a un rufián más forzudo para que le matara. Un viajero griego que visitó Italia en la época de los Antoninos nos confirma que en su tiempo el sacerdocio seguía siendo premio de la victoria en combate singular.6
Rasgos principales del culto de Diana en Nemi
Importancia del fuego en su ritual
Diana como Vesta
El festival de Diana, el 13 de agosto, transformado por la Iglesia cristiana en el festival de la Asunción de la Virgen, el 15 de agosto
Del culto de Diana en Nemi podemos destacar todavía algunos rasgos principales. Al parecer la consideraban como cazadora y además que bendecía a los hombres y mujeres con descendencia, y que concedía a las futuras madres un parto feliz. También creemos que el fuego jugaba una parte importante en su ritual, pues durante el festival anual que se celebraba el 13 de agosto, en la época más calurosa del año, su bosquecillo se iluminaba con multitud de antorchas cuyos rojizos resplandores se reflejaban en el lago. Además, el nombre de Vesta que tenía Diana en Nemi señala con claridad el mantenimiento de un fuego sagrado y perpetuo en su santuario. El fuego debió ser cuidado aquí por vestales, pues se encontró en el mismo sitio una cabeza de barro cocido, representando la de una vestal, y el culto de un fuego perpetuo atendido por las doncellas sagradas parece haber sido frecuente en el Lacio desde los primeros hasta los últimos tiempos. En el festival anual de la diosa, celebrado en toda Italia, la juventud pasaba por una ceremonia purificadora en su honor; después traían vino y el festín consistía en un cabrito, tortas recién sacadas del fuego y puestas sobre un lecho de hojas y unas ramas de manzano cargadas de fruta. La Iglesia cristiana al parecer santificó este gran festival de la diosa virginal transformándolo sagazmente en el festival de la Asunción de la Santísima Virgen María, celebrado el 15 de agosto.7
Egeria, ninfa de las aguas y esposa de Numa
Virbio, compañero de Diana
Pero Diana no reinaba sola en su bosque de Nemi; dos divinidades menores compartían su rústico santuario. Una era Egeria, la ninfa de las claras aguas que borbotaban al salir por entre las rocas de basalto y caían en gráciles cascadas sobre el lago en el sitio denominado Le Mole a causa de haber sido emplazados allí los molinos del pueblo moderno de Nemi. El murmullo de la corriente sobre su lecho de guijas es mencionado por Ovidio, quien nos cuenta que con frecuencia bebía de sus aguas.8 Las mujeres embarazadas acostumbraban hacer sacrificios a Egeria, suponiéndola, como Diana, capaz de concederles un parto feliz. Cuenta la tradición que la ninfa había sido la esposa o amante del sabio rey Numa, de quien se acompañó en el misterio del bosquecillo sagrado, y que las leyes que dio el rey a los romanos le fueron inspiradas por la deidad durante estas relaciones. La otra deidad menor de Nemi era Virbio. La leyenda dice que Virbio fue el joven héroe griego Hipólito, casto y hermoso, que dedicaba todo el tiempo a cazar en la selva animales salvajes en compañía de la virgen cazadora Artemisa (contrafigura griega de Diana) como única camarada. Orgulloso de la asociación divina, desdeñó el amor de las mujeres.9 Esto le resultó fatal, pues Afrodita, ofendida por el desdén, inspiró en su madrastra Fedra amor hacia él: cuando fue rechazada en sus malvados requerimientos, lo acusó ante su padre Teseo, quien, creyendo la calumnia, imprecó a su señor, Poseidón, para que le vengara de la supuesta ofensa. Así, mientras Hipólito paseaba en su carro por las orillas del golfo Sarónico, el dios marino le envió un toro bravo que, saliendo de entre las olas, aterrorizó a los caballos, que se encabritaron y arrojaron del carro a Hipólito, quien murió pisoteado bajo los cascos de los caballos. Pero movida Diana del amor que le tenía, persuadió al médico Esculapio para que con sus medicinas resucitase al hermoso y joven cazador. Indignado Júpiter de que un simple mortal repasase las puertas de la muerte, arrojó al Hades al entrometido médico, mientras Diana, para librar a su favorito de la encolerizada deidad, lo ocultó en una espesa nube, envejeció su aspecto y, llevándole lejos hasta las cañadas de Nemi, confióle a la ninfa Egeria para que viviera desconocido y solitario bajo el nombre de Virbio en las profundidades de la selva italiana. Allí reinó como monarca y en el mismo lugar dedicó un recinto a Diana. Su apuesto hijo, también llamado Virbio, sin recelar el sino de su padre, guió su tiro de caballos indómitos para unirse a los latinos en la guerra contra Eneas y los troyanos. Por ser los caballos los causantes de la muerte de Hipólito, estaban proscritos de la selva de Aricia y de su santuario. Se prohibió tocar su imagen. Algunos creían que era el sol.
Las leyendas de Nemi fueron inventadas...

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