capítulo 1
un escéptico alegre
(1711-1749)
Podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que David Hume se halla entre los filósofos más queridos, alguien muy aclamado por su carácter afable, su lucidez y por una visión del mundo inquebrantable, si bien de lo más humana. Una encuesta reciente realizada a miles de filósofos académicos alrededor del mundo ha revelado que hay más adeptos de Hume que de cualquier otro filósofo de la historia. Durante su vida, Hume también fue objeto de adoración de prácticamente todo aquel que le conoció. Gozaba de una alta consideración entre los intelectuales de Edimburgo, incluyendo los pastores presbiterianos, y la alta sociedad parisina le nombró de forma honorífica le bon David. Sin embargo, fuera de estos círculos relativamente reducidos, las opiniones polémicas de Hume le valieron muchos detractores acérrimos. En 1764, comentó a un amigo lo siguiente: «Si anoche me hubiera roto el cuello, creo que costaría hallar a un inglés entre cincuenta que no se alegrara al enterarse. Algunos me odian porque no soy tory, y otros porque no soy whig, algunos porque no soy cristiano, y todos porque soy escocés». Es más, en una sociedad más curtida como la actual, y a pesar de lo llamativo de su buen humor, muchos lectores quedan desconcertados, e incluso alarmados, por el escepticismo aparentemente implacable de Hume. Isaiah Berlin opinó, como otros muchos, que «nadie ha influido tanto y de manera tan revolucionaria en la historia del pensamiento filosófico».
Hume nació el 26 de abril de 1711. Fue el tercer y último hijo de un granjero y terrateniente escocés de cierta fortuna. La familia Home —en 1734, Hume cambió la ortografía del apellido mientras residía en Inglaterra para que concordara con la pronunciación— vivía en Ninewells, al sur de Edimburgo, cerca de la frontera con Inglaterra. Cuando Hume todavía era un niño, su padre Joseph murió de tuberculosis, así que fue criado en gran parte por su madre, Katherine Falconer, hija de uno de los jueces más renombrados de Escocia. El hermano mayor de Hume, John, heredó el patrimonio familiar como primogénito. Al igual que Hume, su hermana Katherine, llamada así por su madre, nunca se casó, y mantuvo el apego a sus hermanos durante toda la vida. De hecho, se convirtió en una parte esencial de la economía doméstica de Hume en los últimos años de la vida de este.
Hume entró en la Universidad de Edimburgo a los diez años, una edad muy precoz. En muchos aspectos, las universidades escocesas del siglo XVIII se parecían más a los internados para estudiantes de secundaria que a las universidades contemporáneas. No obstante, el ingreso de Hume fue precoz hasta para los estándares de la época, sobre todo si tenemos en cuenta que empezó al mismo tiempo que su hermano mayor. En Edimburgo, Hume estudió Latín, Griego, Lógica, Metafísica y Filosofía Natural o, como la llamaríamos hoy, Ciencias Naturales. Asimismo, podría haber asistido perfectamente a una serie de conferencias sobre filosofía moral y «neumática» (filosofía psicológica), aunque desconocemos si fue el caso. Todas las asignaturas se impregnaban de preceptos religiosos a fin de formar al joven alumnado. A tenor de sus comentarios posteriores, parece ser que para Hume la educación universitaria resultó algo especialmente carente de interés y utilidad, quizás con la excepción de los estudios de Filosofía Natural. En 1735, aconsejó esto a un joven amigo: «No hay nada que se pueda aprender de un catedrático que no se encuentre en los libros. […] No veo por qué deberíamos ir sí o sí a la universidad, o siquiera preocuparnos por la erudición o la categoría de un catedrático». Hume estudió cuatro años sin llegar a licenciarse, algo bastante frecuente en aquel momento.
Al dejar la universidad, comenzó a formarse de verdad. Dedicó buena parte de los siguientes ocho años —entre los catorce y los veintidós— al estudio autodidacta, sumergiéndose en obras de filosofía y literatura. Sí es cierto que durante un tiempo asistió a clases de Derecho en la universidad, pero descubrió que el tema no le atraía. En Mi vida, Hume refleja lo siguiente: «La disposición a estudiar, la sobriedad y el esfuerzo que demostraba dieron a entender a mi familia que la carrera judicial podía ser una buena salida para mí. No obstante, descubrí que siento una profunda aversión por todo lo que no sea el cultivo de la filosofía y el saber general. Así, mientras ellos pensaban que estaba estudiando a Voet y Vinnius» —es decir, tratados jurídicos—, «devoraba en secreto libros de Cicerón y Virgilio». También quedó patente muy pronto el papel crucial que acabaría teniendo la amistad en la vida de Hume. En su carta más tempranera de cuantas nos han llegado, escrita cuando contaba solo dieciséis años, declaró que: «Prefiero una conversación despreocupada con un amigo a cualquier otra forma de entretenimiento». Durante este periodo continuó viviendo con la familia, y solía pasar los inviernos en Edimburgo y los veranos en Ninewells.
Por lo que sabemos, Hume recibió una educación típicamente cristiana en el seno de una familia temerosa de Dios. La madre, el hermano y la hermana eran presbiterianos devotos, y su tío era pastor en la iglesia de Chirnside, conocida por la severidad —de hecho, celebraba juicios por herejía y exponía a los pecadores en la picota—. De niño, Hume también fue religioso. Más tarde recordó que, para ver si cumplía con los preceptos morales, solía consultar los vicios de The Whole Duty of Man, un folleto para devotos popular en el siglo XVII. Algunas de las infracciones destacadas en el texto son: «No disponer tiempo concreto o solemne para la mortificación y la confesión, o hacerlo de forma insuficiente»; «Hacer de la comida un placer y no un acto necesario para la salud»; y «malgastar el tiempo o el patrimonio en actos de buena camaradería». Todos eran preceptos que Hume tuvo muchos problemas para observar en la edad adulta. Sin embargo, en la adolescencia le asaltaron muchas dudas. Tal y como confesó más adelante a un amigo, empezó «con una búsqueda empedernida de argumentos para confirmar la opinión de la mayoría. Las dudas aumentaban, se disipaban y luego regresaban. Se disipaban de nuevo y regresaban otra vez». Al final de sus días, Hume reveló a James Boswell lo siguiente: «No he albergado ninguna creencia religiosa desde que comencé a leer a Locke y Clarke». En otras palabras, cuando Hume se encontró con la defensa teológica en las obras de John Locke y Samuel Clarke, esta tuvo el efecto de minar su fe, en lugar de reforzarla. (Así, y sin darse cuenta, hizo buena la broma de Anthony Collins, contemporáneo de Clarke, según la cual nadie había dudado de la existencia de Dios hasta que Clarke trató de demostrarla.)
Al cumplir los dieciocho años, Hume ya tenía decidido qué haría con su vida: «No me imagino otra forma de probar suerte en el mundo que cultivando la sabiduría y la filosofía». Y, aun así, el paso del estudio inicial a la redacción (todavía temprana) del Tratado de la naturaleza humana no se produjo de inmediato. Tras una etapa intensa y solitaria de lectura, Hume contrajo una enfermedad psicosomática que su doctor denominó «enfermedad de los eruditos». En cuanto moderó el entusiasmo con el que estudiaba, empezó a pasar más tiempo en compañía, a comer mejor y hacer algo de ejercicio —con paseos a pie y a caballo casi a diario—, comenzó a recobrar la salud. De resultas de este cambio de estilo de vida, Hume pasó de ser un joven «alto, enjuto y huesudo» al «individuo más fornido y lozano que se haya visto, de tez rojiza y aspecto feliz». Mientras se recuperaba de su dolencia, Hume probó suerte en el sector mercantil trabajando como dependiente de un minorista en Bristol, pero pronto descubrió que el puesto era «totalmente inapropiado» para él. Al parecer, su jefe le consideró igual de inapropiado, pues fue despedido por corregirle la gramática.
En septiembre de 1734, Hume se mudó a Francia para elaborar una obra sobre un campo muy amplio: la naturaleza humana. Después de una breve estancia en París, pasó un año en la ciudad universitaria de Reims y dos en La Flèche. En el siglo XVIII, esta tranquila comuna en el valle del Loira, con un colegio jesuita conocido por haber instruido a René Descartes, era todavía un núcleo de la filosofía cartesiana que Hume pretendía rebatir. A lo largo de los tres años que vivió en la Europa continental, Hume escribió gran parte de los dos primeros volúmenes del Tratado, «Del entendimiento» y «De las pasiones». En septiembre de 1737 regresó a Londres con grandes expectativas respecto a la publicación de la obra, que acabó apareciendo en enero de 1739. ...