El infiel y el profesor
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El infiel y el profesor

La historia de la amistad entre dos gigantes que transformaron el pensamiento moderno

  1. 384 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El infiel y el profesor

La historia de la amistad entre dos gigantes que transformaron el pensamiento moderno

Descripción del libro

Uno de los libros del año enThe Guardian.David Hume es consideradoel filósofo inglés más importante que jamás haya existido. Sin embargo, en vida se le atacó por su escepticismo religioso, se le llamó el Gran Infiel y se le consideró inapto para instruir a los jóvenes. Adam Smith, en cambio, fue un profesor reverenciado de filosofía moral y a menudo se le ensalza como padre fundador del capitalismo. Lo más asombroso, con todo, es que los dos mantuvieron, según lo define Rasmussen, la amistad más grande que se conoce entre dos filósofos.La obra desvela cómo, en realidad, las opiniones religiosas de Smith emulaban mucho más de lo que se suele creer a las que Hume profesaba públicamente. También demuestra que Hume contribuyó más a la economía –y Smith a la filosofía–, de lo que por lo común se reconoce.El infiel y el profesores un relato ingenioso y apasionante sobre una amistad genial con consecuencias extraordinarias en el pensamiento moderno.

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Información

Editorial
Arpa
Año
2018
ISBN del libro electrónico
9788416601936
Categoría
Philosophy




ca­pítu­lo 1
un es­cép­ti­co ale­gre
(1711-1749)


Po­de­mos afir­mar sin mie­do a equivo­car­nos que David Hume se ha­lla en­tre los fi­ló­so­fos más que­ri­dos, al­guien muy acla­ma­do por su ca­rác­ter afa­ble, su lu­ci­dez y por una visión del mun­do in­que­bran­ta­ble, si bien de lo más hu­ma­na. Una en­cuesta re­cien­te rea­li­za­da a mi­les de fi­ló­so­fos aca­dé­mi­cos al­re­de­dor del mun­do ha reve­la­do que hay más adep­tos de Hume que de cual­quier otro fi­ló­so­fo de la histo­ria54. Du­ran­te su vida, Hume tam­bién fue ob­je­to de ado­ra­ción de prác­ti­ca­men­te todo aquel que le co­no­ció. Go­za­ba de una alta con­si­de­ra­ción en­tre los in­te­lec­tua­les de Edim­bur­go, in­cluyen­do los pas­to­res pres­bite­ria­nos, y la alta so­cie­dad pa­risi­na le nom­bró de for­ma ho­no­rí­fi­ca le bon David. Sin em­bar­go, fue­ra de estos cír­cu­los re­la­ti­va­men­te re­du­ci­dos, las opi­nio­nes po­lé­mi­cas de Hume le va­lie­ron mu­chos de­trac­to­res acé­rri­mos. En 1764, co­men­tó a un ami­go lo si­guien­te: «Si ano­che me hu­bie­ra roto el cue­llo, creo que co­sta­ría ha­llar a un in­glés en­tre cin­cuen­ta que no se ale­gra­ra al en­te­rar­se. Al­gu­nos me odian por­que no soy tory, y ot­ros por­que no soy whig, al­gu­nos por­que no soy cristiano, y to­dos por­que soy es­co­cés»55. Es más, en una so­cie­dad más cur­ti­da como la ac­tual, y a pe­sar de lo lla­ma­ti­vo de su buen hu­mor, mu­chos lec­to­res que­dan des­con­cer­ta­dos, e in­cluso alar­ma­dos, por el es­cep­ti­cis­mo apa­ren­te­men­te im­pla­ca­ble de Hume. Isa­iah Ber­lin opi­nó, como ot­ros mu­chos, que «na­die ha in­flui­do tan­to y de ma­ne­ra tan revo­lu­cio­na­ria en la histo­ria del pen­sa­mien­to fi­lo­só­fi­co»56.


Hume na­ció el 26 de abril de 1711. Fue el ter­cer y úl­ti­mo hijo de un gran­je­ro y te­rra­te­nien­te es­co­cés de cier­ta for­tu­na57. La fa­mi­lia Home —en 1734, Hume cam­bió la or­to­gra­fía del ape­lli­do mien­tras resi­día en In­gla­te­rra para que con­cor­da­ra con la pro­nun­cia­ción— vivía en Ni­newe­lls, al sur de Edim­bur­go, cer­ca de la fron­te­ra con In­gla­te­rra. Cuan­do Hume to­davía era un niño, su pa­dre Jo­se­ph mu­rió de tu­ber­cu­lo­sis, así que fue cria­do en gran par­te por su ma­dre, Ka­the­ri­ne Fal­co­ner, hija de uno de los jue­ces más re­nom­bra­dos de Es­co­cia. El her­ma­no ma­yor de Hume, John, he­re­dó el pa­tri­mo­nio fa­mi­liar como pri­mo­gé­nito. Al igual que Hume, su her­ma­na Ka­the­ri­ne, lla­ma­da así por su ma­dre, nun­ca se casó, y man­tuvo el ape­go a sus her­ma­nos du­ran­te toda la vida. De he­cho, se con­vir­tió en una par­te es­en­cial de la eco­no­mía do­mé­sti­ca de Hume en los úl­ti­mos años de la vida de este.
Hume en­tró en la Univer­si­dad de Edim­bur­go a los diez años, una edad muy pre­coz58. En mu­chos as­pec­tos, las univer­si­da­des es­co­ce­sas del si­glo XVI­II se pa­re­cían más a los in­ter­na­dos para estu­dian­tes de se­cun­da­ria que a las univer­si­da­des con­tem­po­rá­neas. No obstan­te, el in­greso de Hume fue pre­coz has­ta para los están­da­res de la épo­ca, so­bre todo si te­ne­mos en cuen­ta que em­pezó al mis­mo tiem­po que su her­ma­no ma­yor. En Edim­bur­go, Hume estu­dió La­tín, Grie­go, Ló­gi­ca, Me­ta­físi­ca y Fi­lo­so­fía Na­tu­ral o, como la lla­ma­ría­mos hoy, Cien­cias Na­tu­ra­les. Asi­mis­mo, po­dría ha­ber asisti­do per­fec­ta­men­te a una se­rie de con­fe­ren­cias so­bre fi­lo­so­fía mo­ral y «neu­má­ti­ca» (fi­lo­so­fía psi­co­ló­gi­ca), aun­que des­co­no­ce­mos si fue el caso. To­das las asig­na­tu­ras se im­preg­na­ban de pre­cep­tos re­li­gio­sos a fin de for­mar al jo­ven alum­na­do. A te­nor de sus co­men­ta­rios po­ste­rio­res, pa­re­ce ser que para Hume la edu­ca­ción univer­sita­ria resul­tó algo es­pe­cial­men­te ca­ren­te de in­te­rés y uti­li­dad, quizás con la ex­cep­ción de los estu­dios de Fi­lo­so­fía Na­tu­ral. En 1735, acon­se­jó esto a un jo­ven ami­go: «No hay nada que se pue­da apren­der de un ca­te­drá­ti­co que no se en­cuen­tre en los li­bros. […] No veo por qué de­be­ría­mos ir sí o sí a la univer­si­dad, o si­quie­ra preo­cu­par­nos por la eru­di­ción o la ca­te­go­ría de un ca­te­drá­ti­co»59. Hume estu­dió cua­tro años sin lle­gar a li­cen­ciar­se, algo bas­tan­te fre­cuen­te en aquel mo­men­to.
Al de­jar la univer­si­dad, co­men­zó a for­mar­se de ver­dad. De­di­có bue­na par­te de los si­guien­tes ocho años —en­tre los ca­tor­ce y los veinti­dós— al estu­dio auto­di­dac­ta, su­mer­gién­do­se en obras de fi­lo­so­fía y lite­ra­tu­ra. Sí es cier­to que du­ran­te un tiem­po asistió a cla­ses de De­re­cho en la univer­si­dad, pero des­cu­brió que el tema no le atraía. En Mi vida, Hume re­fle­ja lo si­guien­te: «La dis­po­si­ción a estu­diar, la so­brie­dad y el es­fuer­zo que de­mo­st­ra­ba die­ron a en­ten­der a mi fa­mi­lia que la ca­rre­ra ju­di­cial po­día ser una bue­na sa­li­da para mí. No obstan­te, des­cu­brí que sien­to una pro­fun­da aver­sión por todo lo que no sea el cul­tivo de la fi­lo­so­fía y el sa­ber ge­ne­ral. Así, mien­tras ellos pen­sa­ban que esta­ba estu­dian­do a Voet y Vin­nius» —es de­cir, tra­ta­dos ju­rí­di­cos—, «devo­ra­ba en se­cre­to li­bros de Ci­ce­rón y Vir­gi­lio»60. Tam­bién que­dó pa­ten­te muy pron­to el pa­pel cru­cial que aca­ba­ría te­nien­do la amistad en la vida de Hume. En su car­ta más tem­pra­ne­ra de cuan­tas nos han lle­ga­do, es­crita cuan­do con­ta­ba solo die­ciséis años, de­cla­ró que: «Pre­fie­ro una con­ver­sa­ción des­preo­cu­pa­da con un ami­go a cual­quier otra for­ma de en­tre­te­ni­mien­to»61. Du­ran­te este pe­rio­do con­ti­nuó vivien­do con la fa­mi­lia, y so­lía pa­sar los in­vier­nos en Edim­bur­go y los ve­ra­nos en Ni­newe­lls.
Por lo que sa­be­mos, Hume re­ci­bió una edu­ca­ción tí­pi­ca­men­te cristia­na en el seno de una fa­mi­lia te­me­ro­sa de Dios. La ma­dre, el her­ma­no y la her­ma­na eran pres­bite­ria­nos devo­tos, y su tío era pas­tor en la igle­sia de Chirn­si­de, co­no­ci­da por la seve­ri­dad —de he­cho, ce­le­bra­ba jui­cios por he­re­jía y ex­po­nía a los pe­ca­do­res en la pi­co­ta—. De niño, Hume tam­bién fue re­li­gio­so. Más tar­de re­cor­dó que, para ver si cum­plía con los pre­cep­tos mo­ra­les, so­lía con­sul­tar los vi­cios de The Who­le Duty of Man, un fo­lle­to para devo­tos po­pu­lar en el si­glo XVII. Al­gu­nas de las in­frac­cio­nes desta­ca­das en el texto son: «No dis­po­ner tiem­po con­cre­to o so­lem­ne para la mor­ti­fi­ca­ción y la con­fe­sión, o ha­cer­lo de for­ma in­su­fi­cien­te»; «Ha­cer de la co­mi­da un pla­cer y no un acto ne­ce­sa­rio para la sa­lud»; y «mal­gas­tar el tiem­po o el pa­tri­mo­nio en ac­tos de bue­na ca­ma­ra­de­ría». To­dos eran pre­cep­tos que Hume tuvo mu­chos pro­ble­mas para ob­ser­var en la edad adul­ta62. Sin em­bar­go, en la ado­le­s­cen­cia le asa­l­ta­ron mu­chas du­das. Tal y como con­fe­só más ade­lan­te a un ami­go, em­pezó «con una bús­que­da em­pe­der­ni­da de ar­gu­men­tos para con­fir­mar la opi­nión de la ma­yo­ría. Las du­das au­men­ta­ban, se disi­pa­ban y lue­go re­gre­sa­ban. Se disi­pa­ban de nuevo y re­gre­sa­ban otra vez»63. Al fi­nal de sus días, Hume reve­ló a Ja­mes Bo­swe­ll lo si­guien­te: «No he al­ber­ga­do nin­gu­na creen­cia re­li­gio­sa des­de que co­men­cé a leer a Lo­cke y Cla­rke»64. En ot­ras pa­la­bras, cuan­do Hume se en­contró con la de­fen­sa teo­ló­gi­ca en las obras de John Lo­cke y Sa­muel Cla­rke, esta tuvo el efec­to de mi­nar su fe, en lu­gar de re­for­zar­la. (Así, y sin dar­se cuen­ta, hizo bue­na la bro­ma de An­thony Co­llins, con­tem­po­rá­neo de Cla­rke, se­gún la cual na­die ha­bía du­da­do de la existen­cia de Dios has­ta que Cla­rke tra­tó de de­mo­st­rar­la65.)
Al cum­plir los die­cio­cho años, Hume ya te­nía de­ci­di­do qué ha­ría con su vida: «No me ima­gino otra for­ma de pro­bar suer­te en el mun­do que cul­tivan­do la sa­bi­du­ría y la fi­lo­so­fía». Y, aun así, el paso del estu­dio ini­cial a la re­dac­ción (to­davía tem­pra­na) del Tra­ta­do de la na­tu­ra­leza hu­ma­na no se pro­du­jo de in­me­dia­to. Tras una eta­pa in­ten­sa y so­lita­ria de lec­tu­ra, Hume contra­jo una en­fer­me­dad psi­co­so­má­ti­ca que su doc­tor de­no­mi­nó «en­fer­me­dad de los eru­ditos». En cuan­to mo­de­ró el en­tusia­s­mo con el que estu­dia­ba, em­pezó a pa­sar más tiem­po en com­pa­ñía, a co­mer me­jor y ha­cer algo de ejer­ci­cio —con pa­seos a pie y a ca­ba­llo casi a dia­rio—, co­men­zó a re­co­brar la sa­lud. De resul­tas de este cam­bio de esti­lo de vida, Hume pasó de ser un jo­ven «alto, en­juto y hue­su­do» al «in­divi­duo más for­ni­do y lo­zano que se haya visto, de tez ro­jiza y as­pec­to fe­liz»66. Mien­tras se re­cu­pe­ra­ba de su do­len­cia, Hume pro­bó suer­te en el sec­tor mer­can­til tra­ba­jan­do como de­pen­dien­te de un mi­no­rista en Bristol, pero pron­to des­cu­brió que el puesto era «to­tal­men­te ina­pro­pia­do»67 para él. Al pa­re­cer, su jefe le con­si­de­ró igual de ina­pro­pia­do, pues fue des­pe­di­do por co­rre­gir­le la gra­má­ti­ca.
En sep­tiem­bre de 1734, Hume se mudó a Fran­cia para ela­bo­rar una obra so­bre un cam­po muy am­plio: la na­tu­ra­leza hu­ma­na. Des­pués de una breve estan­cia en Pa­rís, pasó un año en la ciu­dad univer­sita­ria de Rei­ms y dos en La Flè­che. En el si­glo XVI­II, esta tran­qui­la co­mu­na en el va­lle del Loi­ra, con un co­le­gio je­suita co­no­ci­do por ha­ber in­st­rui­do a René Des­car­tes, era to­davía un nú­cleo de la fi­lo­so­fía car­tesia­na que Hume pre­ten­día re­ba­tir. A lo lar­go de los tres años que vivió en la Eu­ro­pa con­ti­nen­tal, Hume es­cri­bió gran par­te de los dos pri­me­ros vo­lú­me­nes del Tra­ta­do, «Del en­ten­di­mien­to» y «De las pa­sio­nes». En sep­tiem­bre de 1737 re­gresó a Lon­dres con gran­des ex­pec­ta­ti­vas res­pec­to a la pu­bli­ca­ción de la obra, que aca­bó apa­re­cien­do en ene­ro de 1739. ...

Índice

  1. Prefacio
  2. Introducción. Mi queridísimo amigo
  3. Capítulo 1. Un escéptico alegre (1711-1749)
  4. Capítulo 2. El encuentro con Hume (1723-1749)
  5. Capítulo 3. Una amistad en ciernes (1750-1754)
  6. Capítulo 4. El historiador y la Iglesia (1754-1759)
  7. Capítulo 5. La teorización de los sentimientos morales (1759)
  8. Capítulo 6. Festejado en la France (1759-1766)
  9. Capítulo 7. La trifulca con un filósofo indómito (1766-1767)
  10. Capítulo 8. Zozobra ante el mar (1767-1775)
  11. Capítulo 9. Un estudio de la riqueza de las naciones (1776)
  12. Capítulo 10. Dialoguemos sobre la religión natural (1776)
  13. Capítulo 11. La muerte de un filósofo (1776)
  14. Capítulo 12. Diez veces más improperios (1776-1777)
  15. Epílogo. Los últimos años de Smith en Edimburgo (1777-1790)
  16. Apéndice. Mi vida, de Hume, y Carta a Strahan, de Smith
  17. Agradecimientos
  18. Obras citadas
  19. Imágenes