Confucio en 90 minutos
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Confucio en 90 minutos

Paul Strathern, Pilar Tutor

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Confucio en 90 minutos

Paul Strathern, Pilar Tutor

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De la vida de Confucio, cuya filosofía ha conformado las vidas de millones de seres humanos durante más de dos milenios, lo desconocemos casi todo. Las reglas de conducta que nos legara perduran, pese a que apenas conservamos una breve compilación de aforismos y máximas llevada a cabo por sus discípulos directos, y algunas citas dispersas en textos posteriores. Y, sin embargo, sus enseñanzas acerca del gobierno y el desempeño de la función pública han dejado una impronta indeleble en la cultura y en la vida intelectual y moral de todo Extremo Oriente. En Confucio en 90 Minutos, Paul Strathern presenta un recuento preciso y experto de la vida e ideas de Confucio, y explica su influencia en la lucha del hombre por comprender su existencia en el mundo. El libro incluye una selección de escritos de Confucio, una breve lista de lecturas sugeridas para aquellos que deseen profundizar en su pensamiento, y cronologías que sitúan a Confucio en su época y en una sinopsis más amplia de la filosofía.

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Información

Año
2014
ISBN
9788432317071
Edición
1
Categoría
Filosofía
Vida y obra de Confucio
Confucio es la forma latinizada de Kung-fu-tzu (que significa «el maestro Kung»). Nació en el siglo vi a.C. y vivió durante la mayor parte de su vida en la región costera septentrional de China. El siglo vi a.C. fue, quizá, el más relevante de toda la evolución humana desde el primer hombre de las cavernas que, inadvertidamente, prendiera fuego a su hogar. Además de ser testigo del nacimiento de Confucio, este siglo también vio la fundación del taoísmo, el nacimiento de Buda y el inicio de la filosofía griega. Sigue siendo un misterio por qué estos acontecimientos cruciales tuvieron lugar en ese preciso momento, cuando la mayor parte de las civilizaciones se encontraban en distintos estados de desarrollo y máxime cuando no tenían contacto entre ellas. (Alguna de las soluciones que se esgrimieron para explicarlo, como visitas de extraterrestres, actividad excepcional en la superficie del Sol, enfermedades cerebrales, etc., tal vez indican que nuestro desarrollo mental no ha progresado mucho desde entonces.)
Confucio nació el 551 a.C. en el estado feudal de Lu, que ahora forma parte de la provincia costera septentrional de Shantung. Procedía de una larga línea de nobleza empobrecida y se dice que descendía directamente de los gobernantes de la dinastía Shang.
Había sido esta la primera dinastía china, y duró más de seiscientos años, desde el siglo xviii al xii a.C. Se decía que el pueblo chino realizaba por aquel entonces una cerámica de color azul pintada con hermosas flores, y que utilizaba conchas de caurí rosa como moneda. Según la leyenda, a sus habitantes se les atribuye haber inventado la escritura china para poderse comunicar con sus antepasados por medio de mensajes grabados en los caparazones de las tortugas. Naturalmente todas estas encantadoras tonterías fueron rechazadas por los historiadores más rigurosos, hasta que posteriores descubrimientos arqueológicos confirmaron la existencia y un estilo de vida similar en una dinastía del segundo milenio a.C. Pero, por desgracia, entre los mamotretos que se conservan de caparazones de tortuga no se ha descubierto ningún mensaje de los primeros miembros de la familia de Confucio.
Lo que sabemos es que el padre de Confucio era un oficial militar de baja categoría y que tenía setenta años cuando nació Confucio. Cuando el filósofo tenía tres años, su padre murió y fue educado por su madre. (Curiosamente, de la docena más o menos de personajes que fundaron las filosofías y religiones más grandes del mundo una gran mayoría fueron educados en familias monoparentales.)
Años después, Confucio recordaría: «Cuando tenía quince años, solo estaba interesado en estudiar». Esta fue la base de su vida, que posteriormente la dividiría en claras etapas: «…Cuando tenía treinta años comencé mi vida; a los cuarenta estaba seguro de mí mismo; a los cincuenta comprendí mi lugar en el vasto esquema de las cosas; a los sesenta aprendí a dejar de discutir; y ahora a los setenta puedo hacer lo que quiero sin perturbar el desarrollo de mi vida». Es difícil separar lo que es auténtica autobiografía espiritual, y lo que es una variante de Confucio sobre la sabiduría tradicional concerniente a las «edades del hombre». De cualquier forma, contiene muy pocas notas personales o, lo que consideraría un lector moderno, muy poca «vida».
Aparte de su autoproclamado amor por el aprendizaje, poco se sabe de los primeros años de la vida de Confucio. Poco, claro, aparte de la habitual colección de historias más o menos creíbles que se acumulan alrededor de una figura tan trascendente (pájaros encantados en los árboles, el perro favorito de su tío devuelto a la vida, cometas…). En ese momento, la dinastía Chou, de seiscientos años de antigüedad y que había llevado la civilización a China, estaba comenzando a desmoronarse. Era un periodo feudal, con ciudades-estado vasallas que intercambiaban alianzas y se declaraban la guerra casi cuando les daba la gana. Los señores de la guerra vivían como siempre han vivido los señores de la guerra (masacres, hambrunas, orgías), y el resto de la población servía exclusivamente para que sus señores no se vieran obligados a realizar actividades no menos comunes (asesinato, inanición, depravación).
La miseria estaba muy arraigada, desde el punto de vista de la escala oriental tradicional, algo que no ha vuelto a verse desde la revolución comunista, que no obstante se las arregló para conservar parte de las miserias tradicionales. Este sustrato de horrores cotidianos ejerció un profundo efecto en el joven Confucio. Iba a imprimir una dureza y sentido práctico a su pensamiento que pocas veces perdió. Confucio se dio cuenta rápidamente de que para que cesara ese inenarrable sufrimiento toda la noción de sociedad tendría que cambiar. La sociedad debía trabajar por el beneficio de todos sus miembros en lugar de ser utilizada únicamente como pretexto para los excesos de sus gobernantes. Confucio fue el primero en formular este cliché tan frecuentemente ignorado. No fue hasta doscientos años después cuando los antiguos griegos comenzaron a cuestionarse este punto. Pero como ellos lo debatieron, rápidamente desarrollaron una sofisticada noción abstracta de justicia. Confucio no tuvo la oportunidad de tratar tales asuntos durante sus años formativos, por tanto su pensamiento continuó siendo eminentemente práctico. Decidió que la noción de sociedad debía cambiar, pero no la sociedad misma. El gobernante debe gobernar y el administrador realizar sus cometidos, al igual que el padre debe ser siempre un padre con respecto a su hijo. La revolución que Confucio enseñó era una revolución de actitud y de conducta: debemos esforzarnos por cumplir nuestro papel de la forma más virtuosa posible.
Pero Confucio se pronunció sobre este y otros asuntos relacionados, lo que dio a sus seguidores mucho juego para la interpretación. Por ejemplo: «Si una teoría se extiende, es porque el cielo lo quiere». «Es difícil ser un gobernante, pero tampoco es fácil ser un súbdito». «Los hombres íntegros actúan de forma diferente». «Conocer lo que es justo y no practicarlo es cobardía».
Esta amplia y casi cohesiva falta de lógica que caracterizaba las enseñanzas de Confucio iba a demostrar la gran fuerza del confucianismo. Porque, en último término, no se puede demostrar que estaba totalmente equivocado, y si se piensa con el suficiente detenimiento, siempre se puede encontrar algo en ellas que prácticamente da en el blanco. El confucianismo estaba destinado a compartir esta característica con la Biblia, así como con los textos sagrados de muchos de los credos más perdurables.
A los dieciocho años Confucio se casó y tuvo un hijo llamado Lieu, que significa «carpa grande». (Lieu estaba destinado a decepcionar a su ilustre padre y nunca se convertiría en el gran pez que Confucio había esperado.) Confucio era pobre, y para llegar a fin de mes tenía que aceptar numerosos trabajos, incluyendo el de empleado en un granero y el de guardián en una especie de zoo de animales sagrados. En su tiempo libre estudiaba historia, música y liturgia, gracias a lo cual adquirió rápidamente la reputación del hombre más sabio de Lu. Confucio era ambicioso. Esperaba conseguir una elevada posición en la administración para poner sus ideas en práctica. Sin embargo, no resulta en absoluto sorprendente que los hedonistas gobernantes no tuvieran ningún deseo de emplear a un aguafiestas de esta índole para gobernar sus dominios, y las solicitudes de empleo de Confucio nunca fueron más allá de la etapa de entrevista. (Confucio era un joven muy serio que creía en la necesidad de compartir su vasto aprendizaje con el mundo, lo que no se puede considerar una técnica muy recomendable en las entrevistas de trabajo.) Entonces, como ahora, todo el que no podía conseguir un trabajo en el área de su elección con frecuencia acababa impartiendo clases sobre su campo. El estado de Lu se sentía especialmente orgulloso de sus diversas escuelas donde se enseñaba etiqueta y ritual de la corte a los futuros cortesanos. En estas escuelas trabajaban por lo general antiguos cortesanos que tenían gran conocimiento de las intrincadas normas de la corte, pero que habían perdido su trabajo debido a alguna metedura de pata involuntaria, lo que también pudo haber causado la pérdida de algunas posesiones más valiosas i...

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