El judío errante
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El judío errante

  1. 1,472 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El judío errante

Descripción del libro

Eugène Sue inmortaliza la leyenda del judío errante con una larga novela, convertida en un relato folletinesco y publicado por entregas en un periódico de su época, en la que deja entrever una denuncia tanto de la cruda realidad de la incipiente clase obrera parisina como de la Iglesia y, en concreto, de la Compañía de Jesús.

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Información

Año
2015
ISBN del libro electrónico
9788446042990
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
DECIMOsexta PARTE
El cólera
I
EL VIAJERO
Es de noche. La luna brilla, las estrellas titilan en medio de un cielo de una melancólica serenidad; los agrios silbidos de un viento del norte, racha funesta, seca, helada, se cruzan, serpentean, estallan en ráfagas violentas; con su soplo áspero y estridente… barren las alturas de Montmartre.
En la cima más elevada de esa colina, un hombre está de pie. Su gran sombra se proyecta sobre el terreno pedregoso iluminado por la luna… Ese viajero mira la ciudad inmensa que se extiende a sus pies… PARÍS…, cuya negra silueta recorta sus torres, sus cúpulas, sus domos y sus campanarios sobre la nitidez azulada del horizonte, mientras que en medio de este océano de piedra se eleva un vapor luminoso que enrojece el azul estrellado del cenit… Es el resplandor lejano de los mil fuegos que, por la noche, a la hora de los placeres, iluminan alegremente la ruidosa capital.
—No –decía el viajero–, eso no sucederá… el Señor no lo querrá. Dos veces es suficiente. Hace cinco siglos, la mano vengadora del Todopoderoso me empujó desde el fondo de Asia hasta aquí… Viajero solitario, dejé tras de mí más duelo, más desesperanza, más desastres, más muertos de los que nunca hubieran dejado los ejércitos de cien conquistadores devastadores… Entré en esta ciudad… y también fue diezmada… Hace dos siglos, esa mano inexorable que me conduce a través del mundo, me trajo de nuevo aquí; y esa vez, como la otra, esa plaga, que de tarde en tarde el Todopoderoso une a mis pasos, desoló esta ciudad y alcanzó en primer lugar a mis hermanos, agotados ya por la fatiga y la miseria.
Mis propios hermanos… el artesano de Jerusalén, el artesano maldecido por el Señor que, en mi persona, ha maldecido a la raza de los trabajadores, raza siempre sufriente, siempre desheredada, siempre esclava, y que, como yo, camina y camina, sin tregua ni reposo, sin recompensa ni esperanza, hasta que mujeres, hombres, niños, ancianos, mueren bajo un yugo de hierro… yugo homicida que otros retoman a su vez, y que los trabajadores llevan así, de era en era, sobre sus hombros dóciles y magullados. Y he aquí que por tercera vez desde hace cinco siglos llego a la cumbre de una de las colinas que dominan esta ciudad. Y tal vez traiga conmigo el espanto, la desolación y la muerte. Y esta ciudad, embriagada del ruido de sus alegrías, de sus fiestas nocturnas, no sabe… ¡oh!, no sabe que yo estoy a su puerta…
Pero, no, no, mi presencia no será una nueva calamidad… El Señor, en sus impenetrables designios, me ha conducido hasta aquí, a través de Francia, haciendo que, en mi caminar, evitase el paso, ni siquiera por la más humilde aldea; así, ningún redoble fúnebre de campana ha marcado mis pasos. Y además, el espectro me ha abandonado… ese espectro lívido… y verde… de ojos profundos y sanguinolentos… Cuando pisé suelo de Francia… su mano húmeda y helada abandonó la mía… el espectro desapareció.
Y sin embargo… lo siento… la atmósfera de muerte me rodea todavía. No cesan los silbidos agudos de ese viento siniestro que, envolviéndome en su torbellino, parecía propagar la plaga con su aliento envenenado. Sin duda la cólera del Señor se apacigua… Quizá mi presencia aquí es una amenaza que dará a conocer a aquellos a quienes él debe intimidar… Sí, pues si no es así, hubiera querido, entonces, por el contrario, golpear con una repercusión más pavorosa… ¡lanzando desde el principio el terror y la muerte en el corazón del país, en el seno de esta inmensa ciudad! ¡Oh!, ¡no!, ¡no!, el Señor tendrá piedad… No… Él no me condenará a ese nuevo suplicio…
¡Ay!, en esta ciudad mis hermanos son más numerosos y más miserables que en cualquier otro sitio… ¡Y soy yo quien les traería la muerte!… la muerte… ¡en lugar de la ayuda que reclaman!…
Pues esa mujer que, como yo, vaga de un extremo del mundo al otro después de quebrar una vez las tramas de sus enemigos… esa mujer ha continuado su eterno caminar… En vano presintió que grandes males amenazaban de nuevo a los que son mis parientes de sangre por parte de mi hermana… La mano invisible que me conduce… Arrastrada como siempre por el irresistible torbellino, en vano exclama, suplicante, en el momento de abandonar a los míos:
—¡Señor… déjame al menos terminar mi tarea!
—¡CAMINA!
—Unos días, ¡por piedad!, ¡solamente unos días!
—¡CAMINA!
—Dejo a mis protegidos al borde del abismo.
—¡CAMINA!… ¡CAMINA!
Y el astro errante se echó de nuevo a su eterno caminar… Y su voz cruzó el espacio, llamándome en ayuda de los míos…
Ferdinandus_26.webp
A. Ferdinandus, El viajero (el judío errante) es perseguido por la muerte.
Cuando su voz llegó hasta mí, yo la sentía… los retoños de mi hermana están aún expuestos a espantosos peligros… Esos peligros siguen aumentando…
—¡Oh!, ¡dime, dime, Señor!, ¿los descendientes de mi hermana se librarán de la fatalidad que desde hace tantos siglos insiste sobre nuestra raza? ¿Me perdonarás, Señor, perdonándolos a ellos?, ¿me castigarás castigándolos a ellos?
¡Oh!, ¡haz que obedezcan las últimas voluntades de su antepasado! ¡Haz que puedan unir sus corazones caritativos, sus valientes fuerzas, sus grandes riquezas! Así podrán trabajar en la felicidad futura de la humanidad… ¡Así redimirán quizá mi vida eterna!
Esas palabras del Hombre-Dios: AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS… serían su único fin, sus únicos medios… Con la ayuda de esas palabras todopoderosas combatirían, vencerían a esos falsos antepasados que han renegado de los preceptos de amor, de paz y de esperanza del Hombre-Dios, con enseñanzas llenas de odio, de violencia y de desesperanza…
Esos falsos sacerdotes… que sobornados por los poderosos y por los afortunados de este mundo… sus cómplices de todos los tiempos… en lugar de pedir aquí abajo un poco de felicidad para mis hermanos que sufren, que gimen desde hace tantos siglos, osan decir en tu nombre, Señor, que el pobre está para siempre destinado a las torturas de este mundo… y que el deseo o la esperanza de sufrir menos sobre esta tierra es un crimen a tus ojos… porque la felicidad de unos pocos y la desgracia de casi toda la humanidad… es tu voluntad. ¡Oh, blasfemia!… ¿No es lo contrario de esas palabras homicidas lo que es digno de la voluntad divina?
¡Por piedad!, escúchame, Señor… Libera de sus enemigos a los descendientes de mi hermana… desde el artesano hasta al hijo de rey… No dejes destruir el germen de una poderosa y fecunda asociación que, gracias a ti, marcará quizá los venturosos días de la felicidad de la humanidad. Déjame, Señor, reunirlos, puesto que ahora los dividen; defenderlos, puesto que los atacan… déjame que tengan esperanza los que ya nada esperan, déjame dar ánimo a los que están abatidos, levantar a los amenazados por la caída, sostener a los que perseveran en el bien…
Y tal vez su lucha, su sacrificio, su virtud, su dolor, expíen mi falta… mi falta… a mí… a quien solo la desgracia me volvió injusto y malvado.
¡Señor! Puesto que tu mano todopoderosa me ha conducido aquí… con una finalidad que ignoro, calma al fin tu cólera, ¡que no sea yo por más tiempo el instrumento de tu venganza!, ¡ya hay suficiente duelo sobre la tierra! Desde hace dos años, tus criaturas caen por miles a mi paso…
El mundo está diezmado, un velo de luto se extiende sobre el globo… Desde Asia hasta los hielos del polo… he caminado… y la gente muere… ¿No oís ese largo sollozo que desde la tierra sube hasta ti, Señor?… Misericordia para todos y para mí… que un día, que un solo día… pueda yo reunir a los descendientes de mi hermana… y estarán salvados…
Diciendo estas palabras, el viajero cayó de rodillas… y elevaba hacia el cielo sus manos suplicantes.
De repente, el viento rugió con más violencia; sus silbidos agudos se tornaron en tormenta… el viajero se estremeció. Con voz llena de espanto, exclamó:
—Señor, el viento de muerte brama con rabia… Me parece que su torbellino me levanta, Señor, ¡es que no atiendes a mi súplica! El espectro… ¡oh!, el espectro… míralo de nuevo… su rostro verdoso está agitado por movimientos convulsos… sus ojos rojos giran en las órbitas… ¡vete!… ¡vete!… ¡su mano!… ¡oh! su mano helada ha cogido la mía…
—¡CAMINA!
—¡Oh!, Señor… esa plaga, esa terrible plaga, ¡traerla de nuevo a esta ciudad!… ¡Mis hermanos perecerán los primeros!… ellos, tan miserables… ¡Gracia!…
—¡CAMINA!
—Y los descendientes de mi hermana… ¡gracia, gracia!
—¡CAMINA!
—¡Oh!… Señor ¡piedad!… Ya no puedo mantenerme en el suelo… el espectro me arrastra por la pendiente de la colina… mi caminar es rápido como el viento de muerte que sopla detrás de mí… Ya veo las murallas de la ciudad… ¡Oh!, piedad, Señor, ¡piedad para los descendientes de mi hermana! Sálvalos… haz que no sea yo su verdugo, ¡y que triunfen s...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contra
  4. Legal
  5. Introducción
  6. Cronología
  7. El judío errante
  8. Foto
  9. Prólogo: Los dos mundos
  10. Primera parte. LA POSADA DEL HALCÓN BLANCO
  11. Segunda parte. LA CALLE DEL MILIEU-DES-URSINS
  12. Tercera parte. LOS ESTRANGULADORES
  13. Cuarta parte. EL CASTILLO DE CARDOVILLE
  14. Quinta parte. LA CALLE BRISE-MICHE
  15. Sexta parte. EL PALACETE SAINT-DIZIER
  16. Séptima parte. UN JESUÍTA DE SOTANA CORTA
  17. Octava parte. EL CONFESOR
  18. Novena parte. LA REINA BACANAL
  19. Décima parte. EL CONVENTO
  20. Undécima parte. EL 13 DE FEBRERO
  21. Duodécima parte. LAS PROMESAS DE RODIN
  22. Decimotercera parte. UN PROTECTOR
  23. Decimocuarta parte. LA FÁBRICA
  24. Decimoquinta parte. RODIN DESENMASCARADO
  25. Decimosexta parte. EL CÓLERA
  26. Epílogo
  27. Conclusión
  28. La leyenda del judío errante ilustrada por Gustave Doré
  29. Pliego imagenes
  30. Publicidad