El origen de la familia, la propiedad y el Estado
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El origen de la familia, la propiedad y el Estado

  1. 256 páginas
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El origen de la familia, la propiedad y el Estado

Descripción del libro

Animado por las conclusiones a las que el antropólogo Lewis H. Morgan había llegado en sus estudios sobre la evolución de la sociedad primitiva a la sociedad industrializada, Engels decidió escribir esta obra para mostrar la validez de las tesis del materialismo histórico a la hora de explicar las transformaciones sufridas en el tiempo por las distintas sociedades en todo el mundo. Desde las primeras etapas de la historia de la humanidad –los periodos de salvajismo y barbarie– hasta la formación de la sociedad de clases basada en la propiedad privada, Engels analiza la evolución de la familia y el matrimonio, así como el origen y la naturaleza del Estado poniendo el acento en la relevancia que los avatares económicos, las relaciones de poder y el control de los recursos han tenido en todos los procesos.

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Información

Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788446044307
Categoría
Filosofía
II
La familia
Morgan, que pasó la mayor parte de su vida entre los iroqueses –establecidos aún actualmente en el Estado de Nueva York– y fue adoptado por una de sus tribus (la de los senecas), encontró vigente entre ellos un sistema de parentesco en contradicción con sus verdaderos vínculos de familia. Reinaba allí esa especie de matrimonio, fácilmente disoluble por ambas partes, llamado por Morgan «familia sindiásmica». La descendencia de una pareja conyugal de esta especie era patente y reconocida por todo el mundo; ninguna duda podía quedar acerca de a quién debían aplicarse los apelativos de padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana. Pero el empleo de estas expresiones estaba en completa contradicción con lo antecedente. El iroqués no sólo llama hijos e hijas a los suyos propios, sino también a los de sus hermanos, que, a su vez, también le llaman a él padre. Por el contrario, llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanas, los cuales le llaman tío. Inversamente, la iroquesa, a la vez que a los propios, llama hijos e hijas a los de sus hermanas, quienes le dan el nombre de madre. Pero llama sobrinos y sobrinas a los hijos de sus hermanos, que la llaman tía. Del mismo modo, los hijos de hermanos se llaman entre sí hermanos y hermanas, y lo mismo ha­cen los hijos de hermanas. Los hijos de una mujer y los del hermano de esta se llaman mutuamente primos y primas. Y no son simples nombres, sino expresión de las ideas que se tienen de lo próximo o lo lejano, de lo igual o lo desigual en el parentesco consanguíneo; ideas que sirven de base a un sistema de parentesco completamente elaborado y capaz de expresar muchos centenares de diferentes relaciones de parentesco de un solo individuo. Más aún: este sistema no sólo se halla en pleno vigor entre todos los indios de América (hasta ahora no se han encontrado excepciones), sino que existe también, casi sin cambio alguno, entre los aborígenes de la India, las tribus dravidianas del Decán y las tribus gauras del Indostán. Los nombres de parentesco de los tamilas del sur de la India y los de los senecas-iroqueses del estado de Nueva York aun hoy coinciden en más de 200 relaciones de parentesco diferentes. Y en esas tribus de la India, como entre los indios de América, las relaciones de parentesco resultantes de la vigente forma de la familia están en contradicción con el sistema de parentesco.
¿A qué se debe este fenómeno? Si tomamos en consideración el papel decisivo que la consanguinidad desempeña en el régimen social entre todos los pueblos salvajes y bárbaros, la importancia de un sistema tan difundido no puede ser explicada con mera palabrería. Un sistema que prevalece en toda América, que existe en Asia entre pueblos de raza completamente distinta, y que en formas más o menos modificadas suele encontrarse por todas partes en África y en Australia, requiere ser explicado históricamente y no con frases hueras como quiso hacerlo, por ejemplo, MacLennan[1]. Los apelativos de padre, hijo, hermano, hermana, no son simples títulos honoríficos, sino que, por el contrario, traen consigo serios deberes recíprocos perfectamente definidos y cuyo conjunto forma una parte esencial del régimen social de esos pueblos. Y se encontró la explicación del hecho. En las islas Sándwich (Hawái) había aún en la primera mitad de este siglo una forma de familia en la que existían los mismos padres y madres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, tíos y tías, sobrinos y sobrinas que requiere el sistema de parentesco de los indios americanos y de los aborígenes de la India. Pero –¡cosa extraña!– el sistema de parentesco vigente en Hawái tampoco respondía a la forma de familia allí existente. Concretamente: en este país todos los hijos de hermanos y hermanas, sin excepción, son hermanos y hermanas entre sí y se reputan como hijos comunes, no sólo de su madre y de las hermanas de esta o de su padre y de los hermanos de este, sino que también de todos los hermanos y hermanas de sus padres y madres sin distinción. Por tanto, si el sistema americano de parentesco presupone una forma más primitiva de la familia, que ya no existe en América, pero que encontramos aún en Hawái, el sistema hawaiano, por su parte, nos apunta otra forma aún más rudimentaria de la familia, que si bien no hallamos hoy en ninguna parte, ha debido existir, pues de lo contrario no hubiera podido nacer el sistema de parentesco que le corresponde.
La familia, dice Morgan, es el elemento activo; nunca permanece estacionada, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro más alto. Los sistemas de parentesco, por el contrario, son pasivos; sólo después de largos intervalos registran los progresos hechos por la familia y no sufren una modificación radical, sino cuando se ha modificado radicalmente la familia[2].
«Lo mismo –añade Karl Marx– sucede en general con los sistemas políticos, jurídicos, religiosos y filosóficos»[3]. Al paso que la familia sigue viviendo, el sistema de parentesco se osifica; y mientras este continúa en pie por la fuerza de la costumbre, la familia rebasa su marco. Pero, por el sistema de parentesco legado históricamente hasta nuestros días, podemos concluir que existió una forma de familia a él correspondiente y hoy extinta, y lo podemos concluir con la misma certidumbre con que dedu­jo Cuvier por los huesos de un didelfo, hallados cerca de París, que el esqueleto pertenecía a un didelfo y que allí existieron en un tiempo didelfos, hoy extintos.
Los sistemas de parentesco y las formas de familia a que acabamos de referirnos difieren de los reinantes hoy en que cada hijo tenía varios padres y madres. En el sistema americano de parentesco, al cual corresponde la familia hawaiana, un hermano y una hermana no pueden ser padre y madre de un mismo hijo; el sistema de parentesco hawaiano presupone una familia en la que, por el contrario, esto es la regla. Tenemos aquí una serie de formas de familia que están en contradicción directa con las admitidas hasta ahora como únicas valederas. La concepción tradicional no conoce más que la monogamia, al lado de la poligamia del hombre, y, quizá, la poliandria de la mujer, pasando en silencio –como corresponde al filisteo moralizante– que en la práctica se salta tácitamente y sin escrúpulos por encima de las barreras impuestas por la sociedad oficial. En cambio, el estudio de la historia primitiva nos revela un estado de cosas en que los hombres practican la poligamia y sus mujeres la poliandria y en que, por consiguiente, los hijos de unos y otros se consideran comunes. A su vez, ese mismo estado de cosas pasa por toda una serie de cambios hasta que se resuelve en la monogamia. Estas modificaciones son de tal especie, que el círculo comprendido en la unión conyugal común, y que era muy amplio en su origen, se estrecha poco a poco hasta que, por último, ya no comprende sino la pareja aislada que predomina hoy.
Reconstituyendo retrospectivamente la historia de la familia, Morgan llega, de acuerdo con la mayor parte de sus colegas, a la conclusión de que existió un estadio primitivo en el cual imperaba en el seno de la tribu el comercio sexual promiscuo, de modo que cada mujer pertenecía igualmente a todos los hombres y cada hombre a todas las mujeres. En el siglo pasado se había ya hablado de tal estado primitivo, pero sólo de una manera general; Bachofen fue el primero –y este es uno de sus mayores méritos– que lo tomó en serio y buscó sus huellas en las tradiciones históricas y religiosas[4]. Sabemos hoy que las huellas descubiertas por él no conducen a ningún estadio social de promiscuidad de los sexos, sino a una forma muy posterior: al matrimonio por grupos. Aquel estadio social primitivo, aun admitiendo que haya existido realmente, pertenece a una época tan remota, que de ningún modo podemos prometernos encontrar pruebas directas de su existencia, ni aun en los fósiles sociales, entre los salvajes más atrasados. Corresponde precisamente a Bachofen el mérito de haber llevado a primer plano el estudio de esta cuestión[5].
En estos últimos tiempos[6] se convertido en moda negar ese periodo inicial en la vida sexual del hombre. Se quiere ahorrar esa «vergüenza» a la humanidad. Y para ello apóyanse, no sólo en la falta de pruebas directas, sino, sobre todo, en el ejemplo del resto del reino animal. De este ha sacado Letourneau (La evolución del matrimonio y de la familia, 1888[7]) numerosos hechos, con arreglo a los cuales la promiscuidad sexual completa no es propia sino de las especies más inferiores. Pero de todos estos hechos yo no puedo inducir más conclusión que esta: no prueban absolutamente nada respecto al hombre y a sus primitivas condiciones de existencia. El emparejamiento por largo plazo entre los vertebrados puede ser plenamente explicado por razones fisiológicas; en las aves, por ejemplo, se debe a la necesidad de asistir a la hembra mientras incuba los huevos; los ejemplos de fiel monogamia que se encuentran en las aves no prueban nada respecto al hombre, puesto que este no desciende precisamente del ave. Y si la estricta monogamia es la cumbre de la virtud, hay que ceder la palma a la tenia solitaria, que en cada uno de sus 50 a 200 anillos posee un aparato sexual masculino y femenino completo, y se pasa la existencia entera cohabitando consigo misma en cada uno de esos anillos reproductores. Pero si nos limitamos a los mamíferos, encontramos en ellos todas las formas de la vida sexual: la promiscuidad, la unión por grupos, la poligamia, la monogamia; sólo falta la poliandria, a la cual nada más que seres humanos podían llegar. Hasta nuestros parientes más próximos, los cuadrumanos, presentan todas las variedades posibles de agrupamiento entre machos y hembras; y si nos encerramos en límites aún más estrechos y no ponemos mientes sino en las cuatro especies de monos antropomorfos, Letourneau sólo puede decirnos de ellos que viven unas veces en la monogamia, otras en la poligamia; mientras que Saussure, según Giraud-Teulon, declara que son monógamos[8]. También distan mucho de probar nada los recientes asertos de Westermarck (La historia del matrimonio humano, 1891[9]) acerca de la monogamia del mono antropomorfo. En resumen, los datos son de tal naturaleza, que el honrado Letourneau conviene en que «no hay en los mamíferos ninguna relación entre el grado de desarrollo intelectual y la forma de la unión sexual»[10].
Y Espinas dice con franqueza (Las sociedades animales, 1877): «La horda es el más elevado de los grupos sociales que hemos podido observar en los animales. Parece compuesto de familias, pero ya en su origen la familia y el rebaño son antagónicos; se desarrollan en razón inversa una y otro»[11].
Según acabamos de ver, no sabemos nada positivo acerca de la familia y otras agrupaciones sociales de los monos antropomorfos; los datos que poseemos se contradicen diametralmente, y no hay que extrañarlo. ¡Cuán contradictorias son y cuán necesitadas están de ser examinadas y comprobadas críticamente incluso las noticias que poseemos respecto a las tribus humanas en estado salvaje! Pues bien, las sociedades de los monos son mucho más difíciles de observar que las de los hombres. Por tanto, hasta tener una información amplia debemos rechazar toda conclusión sacada de datos que no merecen ningún crédito.
Por el contrario, el pasaje de Espinas que hemos citado nos da mejor punto de apoyo. La horda y la familia, en los animales superiores, no son complementos recíprocos, sino fenómenos antagónicos. Espinas describe muy bien cómo la rivalidad de los machos durante el periodo del celo relaja o suprime momentáneamente los lazos sociales de la horda.
Allí donde está íntimamente unida la familia no vemos formarse hordas, salvo raras excepciones. Por el contrario, las hordas se constituyen casi de un modo natural donde reinan la promiscuidad o la poligamia… Para que se produzca la horda se precisa que los lazos familiares se hayan relajado y que el individuo haya recobrado su libertad. Por eso tan rara vez observamos entre las aves bandadas organizadas… En cambio, entre los mamíferos es donde encontramos sociedades más o menos organizadas, precisamente porque en este caso el individuo no es absorbido por la familia… Así, pues, la conciencia colectiva de la horda no puede tener en su origen enemigo mayor que la conciencia colectiva de la familia. No titubeemos en decirlo: si se ha desarrollado una sociedad superior a la familia, ha podido deberse únicamente a que se han incorporado a ella familias profundamente alteradas, aunque ello no excluye que, precisamente por esta razón, dichas familias puedan más adelante reconstituirse bajo condiciones infinitamente más favorables. (Espinas, cap. I, citado por Giraud-Teulon: Origen del matrimonio y de la famil...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contra
  4. Legal
  5. Prefacio a la primera edición
  6. Prefacio a la cuarta edición
  7. El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado
  8. I. Estadios prehistóricos de cultura
  9. II. La familia
  10. III. La gens iroquesa
  11. IV. La gens griega
  12. V. Génesis del Estado ateniense
  13. VI. La gens y el Estado en Roma
  14. VII. La gens entre los celtas y entre los germanos
  15. VIII. La formación del Estado de los germanos
  16. IX. Barbarie y civilización
  17. Glosario de nombres
  18. Glosario de nombres etnográficos
  19. Publicidad