La idea de espacio en la arquitectura y el arte contemporáneos, 1960-1989
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La idea de espacio en la arquitectura y el arte contemporáneos, 1960-1989

Javier Maderuelo Raso

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La idea de espacio en la arquitectura y el arte contemporáneos, 1960-1989

Javier Maderuelo Raso

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La presente obra recrea el espacio como tema en la arquitectura y el arte contemporáneos, principalmente en el periodo que abarca desde los primeros años sesenta hasta finales de los ochenta, cuando la idea de espacio cobró un especial protagonismo. El análisis del papel del espacio en las artes se centra en la escultura y sus desbordamientos, de manera que se establece una especie de dialéctica entre el espacio arquitectónico y el escultórico, rastreando los ricos márgenes que se han generado en los límites de ambas disciplinas y que han dado origen a otros nuevos géneros en los que lo espacial aparece como una de sus características más definitorias. Sin pretender llega a hacer una historia de la cultura de una época o momento determinado, este ensayo intenta superar las metodologías al uso en historiografía del arte, así como los conceptos preestablecidos sobre las distintas artes para, sirviéndose de ideas y acontecimientos filosóficos, artístico, musicales, literarios y arquitectónicos, trazar un perfil del ambiente cultural que se respiró en Occidente tras la Segunda Guerra mundial. Para ello se sirve de un hilo conductor: la idea de espacio.

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Información

Año
2008
ISBN
9788446036685
Edición
1
Categoría
Art
1
El espacio y el arte
El marco temporal que se ha fijado para acotar los fenómenos de que trata este libro comienza a principios de los años sesenta del siglo XX, momento en el que empieza a suceder una continuada serie de interferencias entre la arquitectura y la escultura que cubren rápidamente un abanico extenso de posibilidades cuya culminación se sitúa en los años ochenta. Pero, como era de esperar, esta actividad de interacción entre ambas artes, aunque cobra súbitamente un inesperado desarrollo durante esos años, tiene unos antecedentes que no parece conveniente dejar de lado. Por otra parte, el marco común de estas relaciones entre arquitectura y escultura es el espacio, motivo fundamental de este ensayo, por lo que será también conveniente comenzar en este primer capítulo por determinar, aunque sea someramente, algunas precisiones sobre la idea de espacio y la manera como éste se introduce en la teoría y la práctica artísticas antes de comenzar a tratar sobre los fenómenos arquitectónicos y escultóricos que acontecen en el periodo aludido.
Aproximación a la idea de espacio
Para el filósofo Immanuel Kant, el espacio y el tiempo no son nociones generales de las cosas, ni tampoco datos perceptibles por los sentidos, sino que pertenecen exclusivamente al ámbito del pensamiento, son las «formas a priori» de la intuición sensible[1]. Kant, en la Crítica de la razón pura, asegura que «el espacio no es un concepto empírico sacado de la experiencia externa»[2], porque las experiencias sólo son posibles por la representación del espacio, es decir, para él, el espacio es una especie de idea innata, una intuición pura que poseemos todos los hombres.
Por el contrario, para el físico y matemático Henri Poincaré, el espacio se crea a partir de ciertos datos aportados por la experiencia y no es un a priori, como pretende Kant[3]. Lo que parece cierto es que el conocimiento del espacio no es completo sólo con la intuición, ya que la idea de espacio es algo que también se va forjando con la experiencia que proporcionan los sentidos.
Ciertamente, las experiencias sensibles necesitan de las «formas a priori» de espacio y tiempo para cobrar sentido y, además, todos los hombres poseemos una idea o representación innata del espacio que permite que, independientemente de los procesos de adiestramiento que hayamos experimentado, podamos movernos dentro de él sin generar excesivos conflictos. Por eso, cualquier persona, de cualquier lugar del planeta, con independencia de sus atavismos culturales, comprende la diferencia entre izquierda y derecha, arriba y abajo, lejos o cerca. El conocimiento de estas cualidades del espacio, aprehendido y matizado, sin duda, con la práctica, permite que realicemos constantemente desplazamientos por el espacio sin provocar continuas colisiones, tanto si nos movemos por tierra, mar o aire, utilizando nuestro propio cuerpo como si comandáramos algún artificio que requiere de un alto grado de conocimiento y conceptualización del espacio y sus condiciones de ocupación.
Pero, a pesar de la universalidad del concepto general de espacio, no todas las personas conocemos y comprendemos el espacio en un mismo grado. No me refiero al hecho constatable de que hay bailarines que dominan las distancias con los movimientos de sus cuerpos dibujando con ellos imágenes que se componen en el espacio del escenario con auténtico virtuosismo, o que hay conductores de automóvil hábiles frente a otros que son torpes, etcétera, circunstancias que dependen más del adiestramiento que de las diferentes representaciones del mundo de las ideas, sino que el concepto de espacio que el hombre actual posee está en relación con el conjunto de las ideas que ha sido capaz de formar en el cerebro.
Las interpretaciones del espacio que se pueden forjar en la mente están limitadas a lo que seamos capaces de conocer y comprender. Lo que pretendo insinuar con esta aseveración es que, aun concediendo que el hombre tenga ideas generales innatas, como los conceptos de espacio o de tiempo, es la experiencia quien define el carácter y las condiciones del espacio, configurando la capacidad perceptiva de él.
La experiencia de la existencia y cualidades de lo que llamamos espacio se aplica a la idea de espacio físico, es decir, al medio en el cual se ubica y se mueve el cuerpo, al volumen desocupado que surge sobre el plano del suelo que se pisa y que se extiende hasta donde abarca la mirada, a los límites visuales que acotan el horizonte.
Las matemáticas pueden conjugar espacios infinitos e isótropos o imaginar espacios de «n» dimensiones, entelequias sobre las que podemos lucubrar, pero que escapan a la posibilidad de una experiencia práctica. La ciencia física pretende descubrir los imprecisos límites de ese espacio que se supone ocupa un universo en continua expansión, y ofrece medidas astronómicas entre estrellas de distancias inalcanzables.
El geómetra, el agrimensor o el arquitecto pretenden dar razón de ese espacio en que se mueve el cuerpo y que, ingenuamente, llamamos «real», frente a las visiones intelectivas y abstractas. Pero ese espacio de la experiencia, aquel en el que nos movemos sin ayuda de conceptos filosóficos, matemáticos o físicos, no por suponerlo «real» y cotidiano resulta ser menos complejo y desconocido.
Desde el punto de vista del pensamiento filosófico y científico, se pueden diferenciar tres categorías de espacio, que Albert Einstein enunció en el prólogo del libro Concepts of Space[4]. El primero es el concepto aristotélico de espacio entendido como tópos (lugar), que posee unas cualidades de ordenación y que es identificable por medio de un nombre concreto. El segundo concepto corresponde al espacio como contenedor de la totalidad de los objetos materiales. Este tipo de espacio existe con independencia de los objetos y responde a la idea de espacio absoluto enunciada por Newton. El tercer concepto responde a la idea de «campo» cuatridimensional. Es el espacio relativo sobre el que enunció Einstein su famosa teoría. Estos tres conceptos se han formado en diferentes momentos de la historia de la humanidad y hoy coexisten simultáneamente, siendo sus definiciones válidas para cada ámbito de actuación.
Desde el punto de vista estético, las características de un espacio como el surgido en la Teoría de la relatividad no alteran las condiciones de la percepción sensorial, ya que nuestras experiencias sensibles no se desarrollan entre magnitudes astronómicas ni nos desplazamos a la velocidad de la luz durante años para que nos veamos afectados por los efectos que describe dicha teoría. El espacio con el que trabaja el arquitecto o el escultor, sobre cuyas obras podemos emitir juicios estéticos, está anclado a la superficie de la Tierra y posee la escala de aquello que, más o menos, puede ser abarcado por los sentidos, ciñéndose sin dificultad a los principios de la geometría euclidiana y a la ley de la gravitación universal enunciada por Newton; por lo tanto, las categorías de espacio que manejamos desde la estética y el arte dependen de otro tipo de factores de carácter emotivo, existencial, formal y material.
Desde el arte hablamos de espacio en términos de lugar, sitio, enclave y entorno; calificamos algunos de estos espacios como parajes o paisajes y los catalogamos en categorías como bióticos, antrópicos, culturales o históricos. Además, en esos espacios suceden cosas, crecen las plantas, llueve, corre un animal, cae la noche, calienta el sol, está oscuro, se oyen los grillos, hay mucha humedad, etcétera. Con todo, atrae la idea de tratar con un espacio continuo, isótropo, abstracto, inerte e isométrico, aquel que se visualiza como una trama cartesiana vacía, dispuesta para ser ocupada física o conceptualmente por una acción artística; sin embargo, en cuanto ente contenedor, el espacio queda definido por aquello que es capaz de contener, lo que proporciona unas cualidades de extensión, escala y carácter determinados.
Precisiones hermenéuticas y filológicas
Cuando en el lenguaje cotidiano utilizamos en español la palabra espacio, nos podemos estar refiriendo lo mismo a la inmensidad ignota del cosmos o a un fragmento de ella acotado y preciso, como una habitación, el reducido habitáculo de un automóvil o incluso el pequeño volumen encerrado en el cajón de un armario. En este sentido, el espacio se presenta como un concepto muy generalista, por lo que muchas veces hemos de recurrir a otras palabras que hacen referencia a alguna cualidad más concreta de él.
A pesar de la generalidad que encierra en español el término espacio, una palabra alemana como raum, cuya traducción a nuestro idioma (tanto directa como inversa) es inequívocamente el término «espacio», designa un ámbito cerrado que se encuentra limitado visualmente. En alemán, el término raum tiene el sentido de fragmento de la totalidad de los espacios. Se refiere al espacio que puede llegar a ser «lugar», a un espacio cuyos límites visuales son fronteras que acotan unas distancias. En este sentido, señala Félix Duque: «hay que apresurarse a decir que la voz alemana [raum] está más cerca del lat. situs que de spatium»[5]. En cierto sentido, la palabra alemana raum tiene la misma raíz y contenido semántico que la palabra sajona room, que tras el significado familiar de «alojamiento», de cuarto o aposento, posee por extensión los significados de lugar, paraje y espacio, pero con la particularidad de expresar siempre la idea de cabida.
Para poder comprender el sentido existencial del espacio, aquel que es pertinente a la hora de hablar de arquitectura y escultura, será necesario recurrir a la autoridad de Martin Heidegger, filósofo que ha analizado este concepto recurriendo a la etimología alemana del término. En el año 1964, con motivo de una exposición del escultor Bernhard Heiligen en la galería Im Erker de la ciudad suiza de St. Gallen, Martin Heidegger pronunció una conferencia titulada Bemerkungen zur Kunst – Plastik – Raum[6]. En este...

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