Importancia fundamental de la Revolución rusa
La Revolución rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra Mundial. Su estallido, su radicalismo sin precedentes, sus consecuencias perdurables, son la condena más evidente a las mentiras que con tanto celo propagó la socialdemocracia oficial a comienzos de la guerra como cobertura ideológica de la campaña de conquista del imperialismo alemán. Me refiero a lo que se dijo respecto a la misión de las bayonetas alemanas, que iban a derrocar al zarismo ruso y liberar a sus pueblos oprimidos.
El poderoso golpe de la Revolución rusa, sus profundas consecuencias que transformaron todas las relaciones de clase, elevaron a un nuevo nivel todos los problemas económicos y sociales, y, con la fatalidad de su propia lógica interna, se desarrollaron consecuentemente desde la primera fase de la república burguesa hasta etapas más avanzadas, reduciendo finalmente la caída del zarismo a un simple episodio menor. Todo esto deja claro como el día que la liberación de Rusia no fue una consecuencia de la guerra y de la derrota militar del zarismo ni un servicio prestado por «las bayonetas alemanas en los puños alemanes», como lo prometió una vez, en uno de sus editoriales, el Neue Zeit dirigido por Kautsky. Demuestran, por el contrario, que la liberación de Rusia hundía profundamente sus raíces en la tierra de su propio país y su maduración completa fue un asunto interno. La aventura militar del imperialismo alemán, emprendida con la bendición ideológica de la socialdemocracia alemana, no produjo la revolución en Rusia. Sólo sirvió para interrumpirla al principio, para postergarla por un tiempo después de su primer levantamiento tempestuoso de los años 1911-1913 y luego, después de su estallido, para crearle las condiciones más difíciles y anormales.
Más aún; para cualquier observador reflexivo estos hechos refutan de manera decisiva la teoría que Kautsky compartía con los socialdemócratas del gobierno, que suponía que Rusia, por ser un país económicamente atrasado y predominantemente agrario, no estaba maduro para la revolución social y la dictadura del proletariado. Esta teoría, que considera que la única revolución posible en Rusia es la burguesa, es también la del ala oportunista del movimiento obrero ruso, los llamados mencheviques, que están bajo la experta dirección de Axelrod y Dan. En esta concepción basan los socialistas rusos su táctica de alianza con el liberalismo burgués. En esta concepción de la Revolución rusa, de la que se deriva automáticamente su posición sobre las más mínimas cuestiones tácticas, los oportunistas rusos y los alemanes están en un todo de acuerdo con los socialistas gubernamentales de Alemania. Según estos tres grupos, la Revolución rusa tendría que haberse detenido en la etapa que, según la mitología de la socialdemocracia alemana, constituía el noble objetivo por el que bregaba el imperialismo alemán al entrar en la guerra; es decir, tendría que haberse detenido con el derrocamiento del zarismo. Según ellos, si la revolución ha ido más allá, planteándose como tarea la dictadura del proletariado, eso se debe a un error del ala extrema del movimiento obrero ruso, los bolcheviques. Y presentan todas las dificultades con las que tropezó la revolución en su desarrollo ulterior, todos los desórdenes que sufrió, simplemente como un resultado de este error fatídico.
Teóricamente, esta doctrina (recomendada como fruto del «pensamiento marxista» por el Vorwaerts de Stampfer y también por Kautsky) deriva del original descubrimiento «marxista» de que la revolución socialista es nacional y un asunto, por así decirlo, doméstico, que cada país moderno encara por su cuenta. Por supuesto, en medio de la confusa neblina de la teoría, un Kautsky sabe muy bien cómo delinear las relaciones económicas mundiales del capital que hacen de todos los países modernos un organismo único e integrado. Además, los problemas de la Revolución rusa, por ser este un producto de los acontecimientos internacionales con el agregado de la cuestión agraria, no pueden resolverse dentro de los límites de la sociedad burguesa.
Prácticamente, esta teoría refleja el intento de sacarse de encima toda responsabilidad por el proceso de la Revolución rusa, en la medida en que esa responsabilidad afecta al proletariado internacional, y especialmente al alemán; y también de negar las conexiones internacionales de esta revolución. Los acontecimientos de la guerra y la Revolución rusa no probaron la inmadurez de Rusia sino la inmadurez del proletariado alemán para la realización de sus tareas históricas. Una examen crítico de la Revolución rusa debe tener como primer objetivo dejar esto perfectamente aclarado.
El destino de la revolución en Rusia dependía totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial. Esto revela el poderoso avance del desarrollo capitalista durante la última década. La revolución de 1905-1907 despertó apenas un débil eco en Europa. Por lo tanto, tenía que quedar como un mero capítulo inicial. La continuación y la conclusión estaban estrechamente ligadas al desarrollo ulterior de Europa.
Concretamente, lo que podrá sacar a luz los tesoros de las experiencias y las enseñanzas no será la apología acrítica sino la crítica penetrante y reflexiva. Nos vemos enfrentados al primer experimento de dictadura proletaria de la historia mundial (que además tiene lugar bajo las condiciones más difíciles que se pueda concebir, en medio de la conflagración mundial y la masacre imperialista, atrapado en las redes del poder militar más reaccionario de Europa, acompañado por la más completa deserción de la clase obrera internacional). Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales representa el pináculo mismo de la perfección. Por el contrario, los conceptos más elementales de la política socialista y la comprensión de los requisitos históricos necesarios nos obligan a entender que, bajo estas condiciones fatales, ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro.
Hacer entender esto claramente, en todos sus aspectos y con todas las consecuencias que implica, constituye el deber elemental de los socialistas de todos los países. Pues sólo sobre la base de la comprensión de esta amarga situación podemos medir la enorme magnitud de la responsabilidad del proletariado internacional por el destino de la Revolución rusa. Más aún; sólo sobre esta base puede ser efectiva y de decisiva importancia la resuelta acción internacional de la revolución proletaria, acción sin la cual hasta los mayores esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país inevitablemente se confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales.
No caben dudas de que los dirigentes de la Revolución rusa, Lenin y Trotsky, han dado más de un paso decisivo en su espinoso camino sembrado de toda clase de trampas, con grandes vacilaciones interiores y la resistencia interna más violenta. Están actuando en condiciones de amarga compulsión y necesidad, en un torbellino rugiente de acontecimientos. Por lo tanto, nada debe estar más lejos de su pensamiento que la idea de que todo lo que hicieron y dejaron de hacer debe ser considerado por la Internacional como un ejemplo brillante de política socialista que sólo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación.
No menos erróneo sería suponer que un examen crítico del camino seguido hasta ahora por la Revolución rusa debilitaría el respeto hacia ella o la fuerza de atracción que ejerce su ejemplo, que son lo único que puede despertar a las masas alemanas de su inercia fatal. Nada más lejos de la verdad. El despertar de la energía revolucionaria de la clase obrera alemana ya nunca más podrá ser canalizado por los métodos carcelarios de la socialdemocracia de este país, de tan triste memoria. Nunca más podrá conjurarla alguna autoridad inmaculada, ya sea la de nuestros «comités superiores» o la del «ejemplo ruso». La genuina capacidad para la acción histórica no renacerá en el proletariado alemán en un clima de aplaudir indiscriminadamente todo. Sólo puede resultar de la comprensión de la tremenda seriedad y complejidad de las tareas a encarar; de la madurez política y la independencia de espíritu; de la capacidad coartada, con distintos pretextos, por la socialdemocracia en el transcurso de las últimas décadas. El análisis crítico de la Revolución rusa con todas sus consecuencias históricas constituye el mejor entrenamiento para la clase obrera alemana e internacional, teniendo en cuenta las tareas que le aguardan como resultado de la situación actual.
El primer periodo de la Revolución rusa, desde su comienzo en marzo hasta la Revolución de Octubre, corresponde exactamente, en líneas generales, al proceso seguido tanto por la gran Revolución inglesa como por la gran Revolución francesa. Es el proceso típico de todo primer ensayo general que realizan las fuerzas revolucionarias que alberga la sociedad burguesa en sus entrañas.
Su desarrollo avanza siempre en línea ascendente: desde un comienzo moderado a una creciente radicalización de los objetivos y, paralelamente, desde la coalición de clases y partidos hasta el partido radical como único protagonista.
En el estallido de marzo de 1917, los «cadetes», es decir la burguesía liberal, estaban a la cabeza de la revolución. La primera oleada ascendente de la marea revolucionaria arrasó con todos y con todo. La Cuarta Duma, producto ultrarreaccionario del ultrarreaccionario derecho al sufragio de las cuatro clases, que fue una consecuencia del golpe de Estado, se convirtió s...