La pesadilla que no se acaba nunca
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La pesadilla que no se acaba nunca

El neoliberalismo contra la democracia

  1. 176 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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La pesadilla que no se acaba nunca

El neoliberalismo contra la democracia

Descripción del libro

Europa se fragmenta, se desgarra, se desacredita. Los refugiados políticos y climáticos aumentan dramáticamente; los partidos xenófobos recogen el sentimiento de abandono de la población empobrecida; las vidas rotas por el desempleo son incontables. Y sin embargo, las fuerzas responsables de la crisis económica de la última década parecen fortalecidas. ¿Cómo explicarlo? En esta obra, última parte de una trilogía iniciada con La nueva razón del mundo y Común (Gedisa, 2013 y 2015), Christian Laval y Pierre Dardot vuelven a estimular nuestra reflexión con un brillante ensayo que pone su acento en la necesidad de comprender la lógica profunda de esta radicalización neoliberal, la cual lleva a cabo una confiscación de la experiencia común y funciona como un metódico sistema de vaciamiento de la democracia. Pero los autores también nos recuerdan que nada está decidido todavía. El despertar de la actividad democrática que vemos emerger en los movimientos y experimentos políticos de los últimos años es una señal de que la lucha contra el neoliberalismo y por habitar otra Europa ya ha comenzado.

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Información

1
Gobernar mediante la crisis
Es una historia griega. Una historia que arroja una luz singularmente viva sobre nuestro presente. En concreto, una comedia de Aristófanes representada en el año 388 a.C. cuyo título es Pluto. El designado con este nombre no es sino el dios de la riqueza y del dinero, el «dios de la pasta».13 Se presenta aquí como un viejo harapiento, cegado por Zeus, que vaga por los caminos. Mientras que a menudo Pluto es representado como ciego porque reparte la riqueza al azar, tanto a los ricos como a los pobres, el personaje de la obra reserva sus favores a la gente rica, cuando no directamente a timadores y malhechores. Curado de su enfermedad gracias a los cuidados del dios Esculapio, promete la abundancia para todos. Penía (la Pobreza) objeta que si todos los pobres se convierten en ricos ya nadie querrá trabajar, al prevalecer la promesa de la riqueza universal. Todos festejan la curación de Pluto. La obra se termina en forma de una «apoteosis inversa»:14 una solemne procesión se dirige a la Acrópolis, al ritmo de una danza e iluminada por antorchas, para instalar a Pluto en la sala posterior del templo de Atenea y de la Ciudad.
Oligarquía contra democracia
La comedia revela con este triunfo de Pluto un verdadero «mundo al revés».15 Que el dios del dinero sea consagrado como guardián del santuario de la diosa, he aquí algo que mina los fundamentos mismos de la Ciudad (polis). En efecto, esta última se basa en la consagración de la supremacía de Atenea sobre los poderes privados, los de las grandes familias aristocráticas sometidas a la terrible ley de la sangre. Son precisamente estas potencias las que quedan relegadas a un altar situado al pie de la Acrópolis. Basta con decir que la diosa mantiene con la Ciudad una relación muy estrecha. No se trata de una divinidad entre otras. Como dice Hegel, Atenea, la diosa, es Atenas, la Ciudad, o sea, el espíritu real de los ciudadanos que vive a través de las instituciones de la democracia.16 La inversión escenificada por Aristófanes (Pluto instalado en lo alto de la Acrópolis) muestra así que lo que ha sido infectado por el culto del dinero y el deseo desenfrenado de riqueza es el corazón mismo de la democracia política. Si todos acaban cediendo, es porque se ha prometido a los pobres una riqueza universalmente extendida, y ya no ciegamente reservada a los ricos y a los pícaros.
Leyendo estas páginas escritas hace 2.600 años, es difícil no pensar en la situación de la Grecia de hoy. Desde hace algunos años, los gobiernos, sometidos de buen grado o intentando resistir antes de inclinarse, intentan calmar la sed insaciable del dios de los mercados financieros, un Pluto completamente liberado desde hace tiempo de los límites de la cultura de la tierra, así como de los de cualquier producción real, y dedicado exclusivamente a acrecentar de forma indefinida los costes de su propio mantenimiento. Ello hasta tal punto que algunos de los artífices de los planes de privatización de la Troika han llegado a imaginar la subasta del mismísimo Partenón.17 En este sentido, el neoliberalismo es ciertamente la inversión hecha realidad, el verdadero «mundo al revés» del que habla Aristófanes. La financiarización de la economía es el resultado directo de las políticas neoliberales. Los fondos de inversión y los grandes bancos sistémicos acaparan mediante la renta financiera una parte cada vez mayor de la riqueza producida por la economía «real». Este hecho, lejos de ser el resultado de una perversión y de un funcionamiento parasitario, debe entenderse como un conjunto de relaciones de poder mediante las cuales las sociedades y sus instituciones, así como también la naturaleza y las subjetividades, son sometidas a la ley de la acumulación del capital financiero.
Pero, se objetará, ¿por qué esta autonomización del dinero abandonado a su propia desmesura (hybris) sería una amenaza para la democracia? ¿Y por qué debería morir la democracia a causa de la promesa de una riqueza universal con la que Pluto deslumbra a los pobres? ¿Es ello debido a la corrupción universal que inevitablemente genera? ¿Qué hay que entender entonces por «democracia», es decir, el poder (kratos) del pueblo (demos)? El término kratos significa muy prosaicamente la superioridad o la victoria en una guerra contra enemigos tanto interiores como exteriores. También puede significar la victoria de una opinión en una asamblea. Pero se trata siempre de una victoria conseguida en una confrontación. Por eso es, en la ciudad, una «palabra con mala fama», tanto es así que los mismos demócratas se niegan a utilizarla, pues da a entender que el poder del pueblo no es el poder ejercido por el pueblo como un todo, sino que procede de una victoria conseguida por el «partido» popular contra el «partido» oligárquico.18 Si esto es así, es porque los mismos demócratas, una vez llegados al poder, ceden a la «fantasía de una ciudad una e indivisible» y se esfuerzan en reprimir la guerra interior a la que, sin embargo, deben su propia posición. Esta guerra recibe, con razón, el nombre de stasis, palabra que en griego significa tanto «posición» o «mantenerse en pie» como la insurrección violenta, la «sedición». Que el sentido peyorativo de «sedición», incluso de guerra civil abierta, haya acabado por consolidarse no nos autoriza de ningún modo a ignorar que, en una ciudad basada en la participación popular, toda posición política u otra —la política en su totalidad— era en cierto sentido «sediciosa».19 Por eso es importante, hoy en día, hacer resonar este sentido original de la palabra «democracia»: no la gestión pacificada de los conflictos mediante el consenso, sino el poder conquistado por una parte de la ciudad en una guerra contra el enemigo oligárquico.
¿Define este poder acaso un régimen político específico? Si nos remitimos a la historia constitucional de Atenas, tal régimen se impuso en el año 403 a.C. y desde entonces «el pueblo se hizo él mismo dueño (kyrion) de todo, todos los asuntos se administraron mediante decretos y en tribunales en los cuales el pueblo (ho demos) detenta el poder (ho kraton)».20 En un sentido más conceptual, demokratia es el nombre de un régimen en el que el poder es ejercido por la masa de los pobres, en oposición a la oligarquía, en la cual el poder está en manos de la minoría de los ricos: «Hay una oligarquía cuando los que tienen la riqueza son soberanos en la constitución. La democracia, al contrario, es cuando lo son aquéllos que no tienen mucha riqueza (aporoi) y son gente modesta».21 Esta notable definición de la democracia, generalmente omitida de la lista de las acepciones eruditas del término,22 eleva a la categoría de criterio esencial, más que el número, el contenido social. Que Pluto sea instalado en lo alto de la Acrópolis por la mayoría de ciudadanos, como en la comedia de Aristófanes, no cambia nada y no metamorfosea una oligarquía en una democracia. Un régimen en el que una mayoría de ricos ejerciera el poder no debería ser designado como una democracia, como tampoco un régimen en el que gobierne una minoría de pobres debería ser llamado una oligarquía.
El pueblo o demos no es identificado aquí con la mayoría, ni tampoco con la totalidad de los ciudadanos, sino con la masa de los pobres, de tal modo que la democracia consiste en esencia en el poder de los pobres. De la misma forma, la oligarquía no consiste en el poder de unos pocos («algunos» u oligoi), sino esencialmente en el de los ricos (poroi). A todo ello hay que añadir que «democracia» designa una constitución «desviada»: los pobres gobiernan en favor de sus intereses como pobres y no del interés general. Así, solo el gobierno de los pobres para los pobres puede tener esta denominación.
El mérito irremplazable de esta oposición entre la democracia y la oligarquía a partir de los intereses sociales es, ante todo, el de mostrar crudamente, aunque sólo sea en negativo, la esencia oligárquica de la «gobernanza neoliberal» y su oposición feroz a la democracia entendida como «soberanía de las masas»: esta forma de gobernanza no constituye en sí misma un nuevo «régimen político» que se pueda añadir a la clasificación tradicional, sino un modelo híbrid...

Índice

  1. Introducción. A peor
  2. 1 Gobernar mediante la crisis
  3. 2 El proyecto neoliberal, un proyecto antidemocrático
  4. 3 Sistema neoliberaly capitalismo
  5. 4 La Unión Europea o el Imperio de las normas
  6. 5 El nudo corredizo de la deuda
  7. 6 El bloque oligárquiconeoliberal
  8. Conclusión La democracia como experimentación de lo común