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Pasión por enseñar
La identidad personal y profesional del docente y sus valores
- 216 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro
Excelente introducción al mundo de los estudios humanos de la educación, tanto para educadores principiantes como para docentes con experiencia que quieran revisar sus valores y metas educativas. El autor sostiene que un aprendizaje y una enseñanza eficaz sólo es posible si se basan en el ejercicio de la pasión de los maestros en el aula. Así, la enseñanza apasionada tiene una función emancipadora que consiste en influir en la capacidad de los alumnos ayudándoles a elevar su mirada más allá de lo inmediato y a aprender más sobre sí mismos.
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Información
Capítulo 1
Por qué es esencial la pasión
“Con nuestras prisas por reformar la educación, hemos olvidado una sencilla verdad: la reforma no se logrará nunca renovando asignaciones, poniendo límites a las escuelas, reformulando currículos y revisando textos, si seguimos degradando y desalentando al recurso humano que llamamos maestro, de quien tanto depende... si no conseguimos valorar –y desafiar a– el corazón humano que es la fuente de la buena enseñanza” (Palmer, 1998, p. 3).
El diccionario define la “pasión” como “un sentimiento muy intenso”. Es un motor, una fuerza motivadora que emana de la emoción. Las personas se apasionan por cosas, asuntos, causas, personas. El apasionamiento genera energía, determinación, convicción, compromiso e, incluso, obsesión. La pasión puede llevar a una visión más penetrante (la determinación de alcanzar una meta profundamente deseada), pero también puede limitar una visión más amplia y llevar a una persona exclusivamente en pos de una convicción que se abraza apasionadamente a expensas de otras cosas. La pasión no es un lujo, una floritura o una cualidad que sólo posean unos pocos docentes. Es esencial para una buena enseñanza.
“No es sólo un rasgo de personalidad que tengan unas personas y otras no, sino algo que puede descubrirse, enseñarse o reproducirse, aunque las regularidades de la vida escolar se confabulen contra ella. La pasión y la práctica no son ideas opuestas; la buena planificación y el buen diseño son tan importantes como la preocupación y la espontaneidad para sacar lo mejor de los alumnos. Aunque no lo sea todo, la pasión, por incómoda que resulte la palabra, está en el centro de lo que es o debe ser la enseñanza” (Fried, 1995, p. 6).
En consecuencia, la pasión puede llevar por una parte, a unos resultados conductuales positivos, comprometidos; o negativos y destructivos, por otra, dependiendo del equilibro interno racionalemocional. El equilibrio positivo-negativo se basa en una división clara, por ejemplo, el presupuesto de que la ira es una emoción negativa y el amor, positiva. De hecho, los modelos teóricos actuales que se derivan de la neurofisiología (van der Kolk, 1994), la psicología cognitiva (Metzger y cols., 1990; Goleman, 1995) y diversas terapias (Jackins, 1965, 1973, 1989) observan que la intensidad de la emoción tiene una elevada tendencia a interferir el pensamiento racional. Por tanto, es probable que los sentimientos apasionados nublen el juicio y lleven a conductas extremas que pueden no ser racionales. Con frecuencia, lo que impulsa los sentimientos apasionados es inconsciente. Como observa Nias: “Bajo el control ordenado y la tranquilidad profesional de todos los docentes... bullen pasiones profundas, potencialmente explosivas, que conllevan desesperación, euforia, ira y alegría de una especie que, normalmente, el pensamiento público no asocia con el trabajo” (1996, p. 226).
Sin embargo, los buenos maestros dedican gran parte de su yo emocional fundamental a su trabajo con los alumnos. No sólo tienen que rendir cuentas de su trabajo ante los padres y los directivos, sino que también son responsables ante los estudiantes a los que enseñan.
Estar apasionado por enseñar no consiste sólo en manifestar entusiasmo, sino también en llevarlo a la práctica de manera inteligente, fundada en unos principios y orientada por unos valores. Los docentes eficaces tienen pasión por su asignatura, pasión por sus alumnos y la creencia apasionada en que su yo y su forma de enseñar pueden influir positivamente en la vida de sus alumnos, tanto en el momento de la enseñanza como en días, semanas, meses e, incluso, años más tarde. La pasión se relaciona con el entusiasmo, la preocupación, el compromiso y la esperanza, que son características clave de la eficacia en la enseñanza. Para los maestros que se preocupan, el estudiante como persona es tan importante como el estudiante en cuanto aprendiz.
Es probable que ese respeto por la persona se traduzca en una mayor motivación para aprender. También conocen a sus alumnos y crean relaciones que fortalecen el proceso de aprendizaje (Stronge, 2002). La pasión también está asociada con la justicia y la comprensión, cualidades que mencionan constantemente los estudiantes en sus evaluaciones de los buenos maestros, y con las cualidades que los docentes eficaces exhiben en sus interacciones sociales cotidianas: escuchar lo que dicen los alumnos, estar cerca de ellos, tener un buen sentido del humor, animar a los alumnos a que aprendan de distintas maneras, relacionar el aprendizaje con la experiencia, animar a los estudiantes a que se responsabilicen de su propio aprendizaje, mantener un ambiente de clase organizado, conocer bien su materia, crear ambientes de aprendizaje que atraigan a los estudiantes y estimulen en ellos el entusiasmo por aprender.
Sólo cuando los docentes sean capaces y estén preparados para alimentar y expresar sus pasiones por su campo de conocimientos y sobre el aprendizaje, de trasladarlas a su trabajo, de romper “la niebla de la conformidad pasiva o del desinterés activo” (Fried, 1995, p. 1) que parece envolver a veces a muchos estudiantes, alcanzarán el éxito.
“Las pasiones de los maestros les ayudan a ellos y a sus alumnos a escapar de la muerte lenta de la dedicación al trabajo, los ritos formularios que, en las escuelas, suelen traducirse en comprobar que se han hecho las tareas para casa, tratar el currículo, poner exámenes, calificar y dejarlo todo atrás rápidamente” (Fried, 1995, p. 19).
ENSEÑANZA APASIONADA Y EFICACIA
Se espera que todos los docentes sean profesionales con suficientes conocimientos y destrezas, dispuestos a responsabilizarse de elevar los niveles de rendimiento de todos los alumnos de manera que estimulen su interés por aprender. Se espera, también, que promuevan las relaciones entre la escuela y los padres, que aborden cuestiones de cultura y lengua, problemas ambientales y cuestiones sociales, cívicas y morales, problemas de equidad, justicia social y democracia participativa, y el aprendizaje durante toda la vida. En otras palabras, el trabajo de los docentes es complejo y se ubica en contextos que son, al mismo tiempo, exigentes (en cuanto a conocimientos y técnicas de control de la clase y de la enseñanza) y emocional e intelectualmente desafiantes. Se dice que, en su trabajo, se enfrentan a una serie de imperativos externos que conducen a unas exigencias contradictorias: por una parte, se reconoce cada vez más la importancia del trabajo en equipo y la cooperación, la tolerancia y la comprensión mutua para la economía, la educación permanente y la sociedad. Por otra, aumenta el distanciamiento de los alumnos de la escolarización formal, se insiste cada vez más en la competición y en los valores materiales y aumentan las desigualdades, se ahondan las diferencias sociales y se rompe la cohesión social (UNESCO, 1996; Bentley, 1998).
Conviene recordar que los maestros cargan con una responsabilidad importante con respecto al control de estas exigencias. Constituyen “una de nuestras últimas esperanzas para reconstruir el sentido de comunidad” (Hargreaves y Fullan, 1998, p. 42).
Las reformas institucionales han transformado también la forma de enseñar de los docentes en las escuelas de Inglaterra y les han hecho responsables de manera pública de los resultados de los alumnos. En el llamado programa de “ejecutividad”1 (Lyotard, 1979; Ball, 2000) no todo es malo: ahora los profesores y las escuelas planifican de cara al progreso de los alumnos y lo supervisan de forma mucho más sistemática. Sin embargo, su implementación general, burocrática y gerencialista, ha agotado a muchos, de manera que han perdido la pasión por educar con la que ingresaron en la profesión. El espacio que quedaba antes para la espontaneidad, la creatividad y para atender a las necesidades de aprendizaje de los niños y los jóvenes se ha contraído a medida que los profesores tratan de alcanzar los objetivos de rendimiento señalados por el gobierno y de cumplir las exigencias burocráticas.
La entrega de un yo apasionado a la enseñanza de cada día, cada semana, cada trimestre y cada curso escolar es una perspectiva sobrecogedora. El hecho de tener una buena idea de qué hacer en clase es sólo el principio del trabajo de la enseñanza. Lo que influye positivamente en la vida de aprendizaje de los alumnos es la traducción de la pasión a la acción que incluye e integra lo personal y lo profesional, la mente y la emoción.
“Los maestros tienen corazón y cuerpo, igual que cabeza y manos, aunque la naturaleza rebelde de sus corazones está regida por sus cabezas, por la responsabilidad moral que tienen hacia los estudiantes y la integridad de su asignatura que está en el centro de su identidad profesional. No pueden enseñar bien si alguna parte de ellos se desentiende durante mucho tiempo. Cada vez más, las presiones sociales y políticas dan más importancia a la cabeza y a la mano, pero, si el equilibrio entre sentimiento, pensamiento y acción se trastorna en exceso o durante demasiado tiempo, la enseñanza se distorsiona, las respuestas se reducen, incluso pueden dejar de ser capaces de enseñar. Los docentes están emocionalmente comprometidos con muchos aspectos de su ocupación. Esto no es un lujo sino una necesidad profesional. Sin sentimiento, sin la libertad de “enfrentarse a sí mismos”, de ser personas completas en el aula, explotan o se marchan” (Nias, 1996, p. 305).
No obstante, en el mejor de los casos, los maestros exhiben, a través de quiénes son y de cómo actúan, un compromiso profundo y apasionado con su trabajo. En tales circunstancias y ante tales retos, es vital que mantengan su pasión por la enseñanza. En un estudio comparativo de políticas tendentes a incrementar la calidad del profesorado, el factor común a los docentes excelentes identificados en estudios llevados a cabo en Nueva Zelanda, (Ramsay, 1993), Italia (Macconi, 1993), Norteamérica (White y Roesch, 1993), Suecia (Lander, 1993) y Francia (Altet, 1993) era que deseaban apasionadamente el éxito de todos sus alumnos. Esto se comunicaba a través del espíritu de la clase: su sentido del humor, afecto interpersonal, paciencia, empatía y apoyo de la autoestima de los estudiantes; mediante su práctica profesional en clase: empleaban un amplio conjunto de enfoques docentes que promovía un aprendizaje semiautónomo y colaborativo; mediante la colaboración con otros maestros, y a través de una capacidad de reflexión continuada de distintos tipos (Hopkins y Stern, 1996).
Fried (1995, p. 47) dice que hay una clara conexión entre la enseñanza apasionada y la calidad del aprendizaje de los alumnos:
• Cuando los alumnos pueden apreciar al profesor como una persona que está comprometida con un campo de estudio y con una formación continua, les resulta mucho más fácil tomar en serio su trabajo. En ese caso, conseguir que aprendan se convierte en una cuestión de inspiración mediante el ejemplo, en vez de imposición y obediencia.
• Sin una relación de confianza y respeto entre alumnos y docentes, se minimiza la capacidad que tienen todos de trabajar en colaboración y de afrontar el tipo de riesgos que exige el aprendizaje.
• A menos que los estudiantes sean capaces de ver la conexión entre lo que aprenden y las posibles formas de aplicar lo aprendido a la vida real, su motivación para alcanzar la excelencia será, en el mejor de los casos, irregular.
Así pues, la enseñanza y el aprendizaje no son, como mínimo, un conjunto completamente racional de procesos. El uso de medios de alta calidad no siempre se traduce en resultados de alta calidad. La buena enseñanza no puede reducirse nunca a técnica o competencia.
Hay muchos factores que favorecen u obstaculizan la enseñanza y el aprendizaje eficaces. Entre ellos, son importantes las historias familiares y las circunstancias de los padres y de los alumnos; el liderazgo y la cultura de aprendizaje de la escuela; los efectos de las políticas gubernamentales; la relevancia y el valor percibidos del currículo; el comportamiento en el aula y en la sala de profesores; las relaciones con los padres y con la comunidad en general, y los conocimientos, destrezas y competencias de los docentes.
Sin embargo, los factores primarios de una enseñanza eficaz abarcan mucho más que éstos. Son las cualidades internas del maestro; el empeño continuado por alcanzar la excelencia (de él y de los demás); la preocupación y la fascinación por el desarrollo, y un compromiso profundo para dar las mejores oportunidades posibles a cada alumno. La buena enseñanza tiene que ver con los valores, identidades y fines morales del profesor, las actitudes ante el aprendizaje (tanto las suyas propias como las de sus alumnos), su preocupación y compromiso para ser lo mejor posible en todo momento y en toda circunstancia en beneficio de sus alumnos. Tiene relación directa con su entusiasmo y su pasión.
VOCACIÓN POR LA ENSEÑANZA
El educador finlandés Haavio (1969) identificó tres características clave del buen docente:
• Discreción pedagógica: la capacidad de utilizar la enseñanza más adecuada para cada persona.
• Amor pedagógico: el instinto de cuidar, es decir, el deseo de ayudar, proteger y apoyar.
• Consciencia vocacional: se apodera de tal manera de la personalidad del docente que está dispuesto a hacer todo lo posible en virtud de su vocación y encuentra en ella gratificación interior y la finalidad de su vida.
Esas dimensiones éticas y morales de la vida de los docentes distinguen a los ...
Índice
- Cubierta
- Título
- Índice
- Prólogo
- Introducción: la necesidad de la pasión
- 1 Por qué es esencial la pasión
- 2 Fines morales: afecto, valor y las voces de los alumnos
- 3 Emociones, sentimientos e identidad persona y profesional
- 4 La pasión y el compromiso: satisfacción en el trabajo, motivación y autoeficacia
- 5 Construir el saber sobre la práctica
- 6 Pasión por el propio aprendizaje y por el desarrollo profesional
- 7 Comunidades de aprendizaje apasionadas
- 8 Mantener la pasión
- Bibliografía
- Página de créditos