1. Arqueología
de la narrativa digital interactiva
y la nueva comunicación
Roberto Aparici1 y David García Marín2
Afirma Foucault en su libro La arqueología del saber (1969):
La puesta en juego de los conceptos de discontinuidad, de ruptura, de umbral, de límite, de serie, de transformación, plantea a todo análisis histórico no sólo cuestiones de procedimiento sino problemas teóricos. Son estos problemas los que van a ser estudiados aquí [...]. Aun así, no serán tratados sino en un campo particular: en esas disciplinas tan inciertas en cuanto a sus fronteras, tan indecisas en su contenido, que se llaman historia de las ideas, o del pensamiento, o de las ciencias, o de los conocimientos.
Como dibujaba Foucault en su obra, el propósito de este capítulo es trazar una arqueología de la comunicación y los relatos utilizando las obras clave de algunos de los principales pensadores en una época marcada por la renovación de la narrativa audiovisual, como podemos observar en series televisivas como Lost, Breaking Bad, Juego de tronos, Walking Dead y, sobre todo, Black Mirror. Estos y otros relatos han modificado la relación entre producción audiovisual y espectador y entre públicos y narrativas. Estas series se presentan en el contexto de un cambiante entorno digital y crean nuevas expectativas sobre las relaciones con los usuarios, que se convierten en fans seguidores de estos objetos culturales. Las relaciones de producción audiovisual han cambiado. Los espectadores forman parte de los contenidos y del producto, pero de ninguna manera se ha modificado el control que los medios siempre tuvieron sobre los mensajes.
Los temas que se abordan en este libro nos abren una amplia perspectiva sobre la narrativa digital interactiva, sus antecedentes, sus principios y las implicaciones que tiene en la sociedad actual. Para comenzar, consideramos esencial observar la historia del devenir de los relatos que propone Lyotard en La condición postmoderna (1979).
La postmodernidad y la muerte
de los metarrelatos
En esta obra, considerada como el punto de partida de la caracterización de la sociedad postmoderna, Lyotard anuncia la muerte de los grandes relatos que otorgaron las explicaciones del mundo en las etapas anteriores:
[...] se tiene por «postmoderna» la incredulidad con respecto a los metarrelatos. Ésta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone. Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella. La función narrativa pierde sus functores, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito. Se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos, etc., cada uno de ellos vehiculando consigo valencias pragmáticas sui generis. Cada uno de nosotros vive en la encrucijada de muchas de ellas. No formamos combinaciones lingüísticas necesariamente estables, y las propiedades de las que formamos no son necesariamente comunicables. [...] Hay muchos juegos de lenguaje diferentes, es la heterogeneidad de los elementos. Sólo dan lugar a una institución por capas, es el determinismo local. [...] De esta descomposición de los grandes Relatos [...] se sigue eso que algunos analizan como la disolución del lazo social y del paso de las colectividades sociales al estado de una masa compuesta de átomos individuales.
Las aportaciones de Lyotard nos ofrecen varias claves. La estética postmoderna afirma que las grandes narrativas que dominaron hasta mediados del siglo xx, cuando comienza la reconstrucción europea tras la Segunda Guerra Mundial, se desintegran y pierden su valor como elementos explicativos del mundo. A lo largo de la historia, los metarrelatos más importantes en Occidente fueron el cristianismo, el racionalismo y el capitalismo. Los tres tienen varios aspectos en común: prometen un espacio de plenitud para el ser humano y se configuran como aspectos legitimadores de una verdad absoluta que responde a todos los enigmas del mundo. El avance de la ciencia y la tecnología desconfigura esta ordenación ubicada bajo la lógica de los viejos relatos, ya que el saber acumulado en la sociedad ofrece nuevas perspectivas y explicaciones más complejas. La era postmoderna trae consigo la lógica del caleidoscopio y una concepción del mundo fragmentada bajo los principios del multiculturalismo, la multietnicidad y el individualismo. Es el triunfo de lo micro frente a lo macro.
La construcción de un espacio virtual fragmentado y asentado en un conjunto de redes sociales digitales que disgregan los discursos hasta la personalización más absoluta es un reflejo de esta crisis de los grandes relatos que vislumbra Lyotard. Cada sujeto participante en la Red forma parte del discurso a partir de su visión particular y explicación propia de los eventos que le rodean. El timeline de nuestras redes sociales está constituido por un mosaico inabarcable de opiniones y contenidos hasta convertir a cada ciudadano en un relato en sí mismo. Al ser fragmentado, el relato en la Red ofrece la posibilidad de reconstruir los significados de forma individual en función de la recomposición de cada uno de los fragmentos leídos a partir del orden personal de navegación.
A su vez, los grandes públicos homogéneos del pasado que consumían los mismos relatos de forma sincrónica han dado lugar a experiencias de consumo hiperfragmentadas y líquidas que disparan interpretaciones diferenciadas en función de las condiciones de consumo. La distribución semanal de los capítulos de una serie televisiva a una hora determinada ha dado paso al modelo Netflix, que ofrece producciones televisivas poniendo a disposición todos sus capítulos de todas sus temporadas para ser consumidos libremente por el espectador, modificando por completo la experiencia de relación con las narrativas y los patrones de lectura de los relatos convencionales.
Paradójicamente, la visión lyotardiana de la muerte de los grandes discursos parece desdibujarse en el mundo globalizado del siglo xxi. La sociedad postmoderna como un espacio donde no existen relatos universales se trunca con la proliferación de las redes cibernéticas que conectan al mundo más que en ninguna otra época. Nunca como en nuestros tiempos el ser humano ha sido testigo de mayor número de acontecimientos globales que afectan a un número creciente de personas en todas las partes del mundo y que tienen implicaciones en ámbitos tan dispares como la economía, la sociedad o la política. El mundo hiperconectado del siglo xxi ha insuflado una renovada energía a los grandes relatos de afectación global. De manera más compleja e impensable en los años 1970, cuando Lyotard escribe La condición postmoderna, pequeños relatos pueden inflar su tamaño hasta convertirse en grandes, tal como sucedió con la Primavera Árabe en 2011, cuando movimientos antigubernamentales de ámbito restringido saltaron de país en país en un efecto contagio que demuestra la conexión entre lo local y lo global, entre el microrrelato y el macrorrelato, que se da en nuestros días.
Los no lugares como espacios narrativos
A lo largo de la historia, el espacio de la comunicación se situaba en los llamados lugares antropológicos donde los sujetos interactuaban, se comunicaban y socializaban a fin de producir conexiones significativas entre ellos, pero en nuestra era los espacios de las narrativas se configuran crecientemente como no lugares. Augé (1992) definió los no lugares mediante su oposición al espacio antropológico de socialización tradicional:
Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico definirá un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudelariana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de «lugares de memoria», ocupan allí un lugar circunscrito y específico.
El no lugar es un entorno de eterno tránsito cuya narrativa rompe los principios del espacio antropológico que durante siglos gobernó el mundo. Los no lugares de la sociedad actual se configuran como espacios donde los sujetos están rodeados por otros individuos con los que no se comunican, ni interactúan, ni comparten experiencias. Son entornos donde no se construyen identidades compartidas, lugares para el individualismo colectivo y el consumo exacerbado. Los centros comerciales, las autopistas, los aeropuertos o las estaciones de tren son ejemplos de estos no lugares que le roban la voz al individuo, cuya única posibilidad de acción se circunscribe al consumo de bienes y servicios. Antes del dominio de los no lugares, el individuo ocupaba los foros y las plazas de los pueblos para debatir y construir la ciudad mediante actos de comunicación significativos. La era del no lugar nos presenta un modelo en el que el sujeto abandona estas sólidas conexiones y es recluido en entornos dominados por la lógica del individualismo consumista reforzado por la sobreabundancia de los eventos y...