La cuestión de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur
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La cuestión de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur

En un contexto de rediseño geopolítico mundial

Gustavo Enrique Barbarán

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La cuestión de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur

En un contexto de rediseño geopolítico mundial

Gustavo Enrique Barbarán

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En este libro se ponen a consideración de los lectores seis ensayos presentados en las "II Jornadas Salteñas sobre la Cuestión de las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur en un contexto de rediseño político mundial", realizadas en la ciudad de Salta en junio de 2018. Es importante destacar que los autores de los textos han procurado avanzar más allá de los legítimos títulos argentinos, que sostienen la soberanía nacional sobre las islas irredentas, las jurisdicciones marítimas adyacentes y plataforma continental con proyección antártica. Para ello, se hizo indispensable analizar el contexto mundial, la conveniencia de una visión geopolítica nacional, la defensa nacional y su relación de fuerzas con la potencia usurpadora, además de las consecuencias de la política exterior argentina durante la gestión de "Cambiemos" y del retiro del Reino Unido de la Unión Europea.En suma, una mirada imprescindible para encarar una estrategia de recuperación pacífica de los territorios en disputa en tiempos de incertidumbre.

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Información

CAPÍTULO I

GEOPOLÍTICA DEL ATLÁNTICO SUR

Gustavo E. Barbarán (1)

Resumen
El mundo avanza hacia reacomodamientos geopolíticos en una era globalizada, en la cual lo que antes convergía ahora se confronta. Cada país debe construir y consolidar su poder nacional atendiendo a los recursos de los que dispone. Para lograrlo es imprescindible fijar una meta y tras ella diseñar políticas de Estado para el largo plazo. El siglo XXI posee una impronta oceánica y espacial; en tal marco, los océanos y sus recursos adquieren enorme importancia. La Argentina peninsular constituye una hipótesis plausible para reconstruir nuestra cualidad de país continental, bioceánico y patagónico-antártico.
Palabras clave
globalización y Estado nacional - cambio de época - multipolarismo - construcción del poder nacional - proyecto - recursos de poder - Argentina peninsular - geopolítica y geoestrategia - agenda de mediano y largo plazo
Abstract
The world goes to geopolitical rearrangements in a globalized era, in which confront different ways of convergences. Each country must build and consolidate its own national power taking into account its own resources. In order to achieve it, it becomes mandatory to have a goal and to design State politics to medium and long term. The XXI century is oceanic and spatial; within this frame, the oceans and their resources acquire an enormous importance. Peninsular Argentina then becomes a plausible hypothesis in order to reaffirm our quality of continental country, bioceanic and patagonic-antarctic.
Key words
Globalization and National State - Change of Time- Multipolarization - Building of national power - Project- Power resources - Peninsular Argentina - Geopolitics and Geostrategy - Agenda to medium and long term

1.1. Introducción

En la retórica política de la Argentina cotidiana, la expresión «construcción de poder» se entiende como las maniobras practicadas por un equipo de gobierno al que le toca conducir los asuntos de Estado a fin de afianzar o aumentar su poder político, para, de ese modo, asegurar la gobernabilidad del ciclo. Subyace en tal percepción el interminable conflicto entre política agonal y política arquitectónica.
Aquellas maniobras, en muchas ocasiones, discurren por canales poco transparentes. Si eso sucede, o sea, cuando se acumula poder por el poder mismo, la sociedad involucrada, por lo general, navega a la deriva. Entonces, la única forma de sortear obstáculos es precisamente recuperando el sentido arquitectónico de la política. En su ensayo «La política por excelencia», José Ortega y Gasset (1963, p. 102) indicaba que ello implica «… tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado en una Nación». En nuestro mundo globalizado, ¿mantiene vigencia esa percepción?
La «construcción de poder» referida en este capítulo es cualitativamente distinta. El poder nacional acá imaginado apunta más alto y más lejos de las coyunturas, trampas de las que la dirigencia argentina no puede escapar desde la recuperación democrática en 1983 (y mucho antes también).
¿Cómo construyeron su poder nacional los países centrales? ¿En qué se basaron? ¿Puede haber grandeza nacional sin vocación protagónica y existir esta sin poder? Para alcanzarla hacen falta análisis, debates y acuerdos en los más variados ámbitos y niveles, y, como toda construcción, ha de realizarse de abajo hacia arriba para ganar legitimidad a partir de la conciencia de su necesidad y su adecuación a la idiosincrasia e intereses de toda la sociedad.
Cómo se construye poder es una cuestión básica, pero no lo es menos cuándo se hace. En verdad, no tiene plazo de finalización y su éxito se relaciona estrechamente con la calidad de los objetivos: si se depende de la mayor o menor extensión de superficie sembrada o de las contingencias climáticas, será una cosa; otra, si se relaciona con una transformación industrial basada en I+D.
¿Y quién construye poder nacional? La sociedad en su conjunto, apoyada en y respaldada por sus instituciones, colaborando con el Estado en el diseño del proyecto y proponiendo los objetivos adecuados. Si la política se divorcia de la sociedad, todo se hará más difícil si no imposible (2). Esta aspiración depende de la lucidez de las dirigencias (entendidas en sentido amplio), y es evidente que su calidad ha menguado en muchos países. Por lo tanto, un orden internacional será estable en la medida en que sus actores centrales —todavía los Estados— exhiban una estabilidad legitimada en el plano interno. A este se suma una ventaja adicional: cuando una sociedad ha definido su meta, su proyecto nacional, la trascendencia de los objetivos y el vigor intelectual de su elaboración operan como anticuerpos para la corrupción sistémica que ha deslegitimado a las democracias en todos los continentes.
Hay países cuya política interna está basada y condicionada por la política internacional. Generalmente son pocos y responden a la categoría de gran potencia, caracterizada por el alcance universal de sus intereses y por el modo de articular negocios con seguridad estratégica. Esa conjunción nunca fue fácil e incruenta, y expresa de manera descarnada las disputas de poder en cualquier época y lugar.
La amplitud de la política exterior de una potencia mediana, su eficacia para sostener y proyectar intereses legítimos, en la mayoría de los casos, depende tanto de la situación mundial como de vaivenes políticos internos. Lo incuestionable es que, más allá de la amplitud de los recursos de poder disponibles por cada país, la política interna y la política externa están obligadas a complementarse en un mínimo de unidad de acción, donde la primera es el hilo conductor insustituible.
En un marco de reiteradas crisis políticas y económicas, los gobiernos suelen proponer «políticas de Estado», concepto funcional para cualquier declamación, muchas veces desnaturalizado cuando no surge de un amplio debate político, económico y social. De allí la necesidad de precisar dichas políticas cuando se planifica para el mediano y largo plazo.
Pero por encima de los objetivos estratégicos —propios de cualquier política de Estado— es requisito imprescindible tener la meta previamente establecida, y para que esta sea factible resulta indispensable la reflexión geopolítica. ¿Tenemos meta en la Argentina? ¿Estamos preparados para proponernos una y diseñar los objetivos estratégicos consiguientes, fijando prioridades en el momento de implementarlos? En un contexto de sociedad desarticulada no suele haber meta. Se alcanzará cuando la dirigencia —toda dirigencia, no solo la política que tiene la carga de sus responsabilidades institucionales— al reconocer la urgencia de definirla, movilice un amplio debate social. Hemos desaprovechado el sexenio de los Bicentenarios, momento más que oportuno para replantearnos todo en un contexto mundial de «sociedades líquidas» y empantanadas, especialmente en Occidente (Barbarán, 2009) (3). La República Argentina integra el Grupo de los 20, y son muchas las especulaciones sobre nuestros merecimientos para tal membresía. He aquí un objetivo estratégico: constituirnos en una voz responsable que incida en los asuntos mundiales por su capacidad potencial de alimentar a millones de personas, que equilibre intereses contrapuestos y trabaje por una comunidad internacional desarrollada, solidaria y pacífica. Para lograrlo no queda otra posibilidad que la de construir poder nacional.
La geopolítica no tiene cabida hoy en la agenda cotidiana de la dirigencia argentina por un cúmulo de razones que hacen a nuestros dilemas como sociedad. Por ende, este trabajo no deja de ser un llamamiento para que la intelectualidad argentina la recupere para el debate académico. Que las dirigencias hayan descuidado hace tiempo la reflexión geopolítica no quiere decir que no se siga cultivando en ámbitos como las fuerzas armadas, escuelas de defensa, cancillerías y sociedades académicas. Tampoco abundan los foros específicos en donde los especialistas —geógrafos, historiadores, sociólogos, economistas, entre tantos— compartan estudios más allá de la procedencia disciplinar.
En los años sesenta y setenta del siglo pasado, eran habituales los estudios geopolíticos que correspondían al tensionante mundo de la Guerra Fría. Cuando se dio la crisis de los cohetes de Cuba, en 1962, empezó a rotar el eje del conflicto de este-oeste a norte-sur, y se intensificaron los análisis desde el punto de vista de la seguridad estratégica. En aquellos años había abundante producción bibliográfica, según lo constató Guglialmelli (1979, pp. 17-26) (4). En nuestros tiempos, numerosos estudiosos renuevan el análisis geopolítico desde distintos abordajes. Muchos lo hacen revalorando los espacios geográficos en procura de una renovación conceptual del estudio de las temáticas relacionadas con el Estado, para resignificarlas desde la perspectiva del espacio global. Si la geografía política clásica —opina la geógrafa Ana Lía Guerrero— se centraba en el territorio (en tanto fenómeno socioespacial) y en el Estado, la Nueva Geografía Política (NGP) «apunta al estudio del Estado a través de relaciones de poder en el espacio y en distintas escalas», en el punto preciso donde las relaciones políticas interfieren con las relaciones de poder. De este modo, la NGP procura identificar las asimetrías desde un «enfoque multiescalar», propuesta metodológica que no interfiere con la perspectiva geopolítica como modo de abordaje de la realidad, ya que
… lo geopolítico hace alusión a la forma como los individuos, grupos humanos, actores, instituciones o estructuras de poder se posicionan en el espacio en múltiples dimensiones (económica, política, ambiental, social y de seguridad), procurando incidir en los procesos de toma de decisiones haciendo prevalecer sus respectivas estrategias (Guerrero, 2018).
Así, geógrafos y demógrafos, historiadores y sociólogos, cientistas políticos, analistas de la política internacional, economistas y militares argentinos están contribuyendo a que el espacio argentino y sus poblaciones sean atendidos y revalorizados como corresponde y se merecen. Posiblemente está faltando la convocatoria a un gran Congreso Nacional de Geopolítica, como un foro donde se encuentren y articulen todos los que percibimos su importancia y necesidad. Tengamos muy en claro que no se ama lo que no se conoce y, por ende, no se defiende lo que no se ama.

1.2. La globalización en las primeras décadas del siglo XXI

¿En qué contexto se aplican las reflexiones precedentes y las que siguen? Desde hace tiempo se discute acerca de la vigencia del «orden de Westfalia», aludiendo al conjunto de reglas basadas en los principios de soberanía, autodeterminación y equilibrio de poderes (5), apurado por otro debate paralelo intenso, y aún abierto, concerniente a la globalización y sus efectos respecto de lo cual giran más conjeturas que certezas. En tal escenario, la pregunta central apunta a saber si el Estado, tal como desde entonces se concibe, sigue siendo un instrumento apto para afrontar los complejos desafíos del siglo XXI. Cuestionar el orden de Westfalia no implica asumir que el paradigma globalización desplazará al Estado como actor principal de la política internacional. Son varias las posibilidades que habría para enmarcar en el nuevo orden mundial. La cuestión central consiste en resolver si en el «mundo sin orillas» —que describía Juan A. Lanús (1996)— el Estado nacional es un obstáculo. Sin perjuicio de la cantidad de actores internacionales, públicos y privados, deseables e indeseables, ¿conviene cerrar la etapa histórica estatocentrista? ¿La vertiginosidad de los cambios políticos, tecnológicos, económicos y sociales es suficiente argumento?
Asumamos que vivimos un cambio epocal en el cual se confrontan las dos posibilidades (mundo con Estados - mundo sin Estados) con algunas variantes; restaría saber cuál excluirá al otro o si es posible una convivencia interdependiente. Estamos comenzando una era de reacomodamientos con resultados todavía inciertos, razón por la cual debemos analizar con precisión estos años confusos para establecer nuevas reglas de juego y afianzar las vigentes relacionadas con el Estado (6) (Barbarán, 2011).Los profesores R. Keohane y J. Nye, autores reconocidos por su libro Poder e interdependencia (1988), plantearon una «interdependencia compleja» desde la óptica de una superpotencia económica y militar que influye el análisis de la política internacional de la posguerra fría, lo que confronta con el realismo. De hecho, interdependencia y cooperación son conceptos inescindibles y multifocales que se fueron adaptando a los requerimientos de la sociedad humana en todas las épocas, con mayores o menores costos: «Nuestra perspectiva implica que las relaciones interdependientes siempre implicarán costos, dado que la interdependencia reduce la autonomía; pero es imposible determinar a priori si los beneficios de una relación serán mayores que los costos» (Keohane y Nye, p. 23).
Luego de la implosión de la URSS a inicios de los años noventa, sobrevino en Occidente una instancia unipolar de las relaciones internacionales: había ocurrido el «fin de la historia», según proclamara Francis Fukuyama (1992) (7). «Democracia, derechos humanos y libre comercio» (como entiende y aplica los Estados Unidos) fueron las consignas vencedoras en la confrontación bipolar estratégica y económica de la segunda mitad del siglo XX. Europa cedió su condición de vocera y árbitro de los intereses de las grandes potencias a los EE. UU., único país capaz de garantizar la seguridad europea. Con tales consignas, la diplomacia norteamericana proponía desarrollar las relaciones internacionales e imponer su geopolítica de esencia talasocrática.
Unos años después de Fukuyama, Zbigniew Brzezinski (8) expresó en términos geopolíticos una hipótesis similar en su libro El Gran Tablero Mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos (1998), cuyo título es una declaración de estatus de superpotencia rectora: «Por primera vez en la historia, una potencia no-eurasiática ha emergido no sólo como árbitro clave de las relaciones de poder en Eurasia, sino también como la potencia más importante del mundo» (p.12).
Luego de los atentados a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, Brzezinski consideró, como uno de los dilemas de nuestro tiempo, la cuestión nacional desde la óptica de la pérdida de la seguridad soberana. Seguridad nacional y seguridad mundial operarían como dos caras de la misma moneda y se imbrican con la geopolítica. Sin embargo, en un ensayo titulado «Hacia un realineamiento global», publicado en abril de 2016, en la revista The American Interest, Brzezinski morigeró sus pretensiones abogando por un entendimiento de los Estados Unidos con China y con Rusia:
A medida que termina la era de su dominación global, los Estados Unidos tienen que tomar la iniciativa en el reajuste de la arquitectura de poder global. Cinco hechos básicos relativos a la redistribución del poder político emergente global y el despertar político violento en Oriente Medio están mostrando el inicio de un nuevo reajuste global. El primero de estos hechos es que Estados Unidos sigue siendo la potencia mundial política, económica y militarmente más poderosa, pero, teniendo en cuenta los cambios geopolíticos complejos en los equilibrios regionales, ya no es el poder imperial global (Brezezinski, citado por Mike Whitney, 2016).
Esta mutación parece confirmar una vez más que el mundo no se adecua a cada doctrina de los Estados, sino que las políticas se adaptan a los hechos.
Lo dicho no implica desconocer el «hecho» globalización (distinto a globalismo), un entramado universal de efectos inmediatos en cualquier rincón del mundo, proceso de ocurrencia cíclica en la historia humana, aunque hoy se presenta más vigorosa por los asombrosos avances tecnológicos en materia de comunicaciones y transportes (9).
En los planos jurídico y sociológico, Zlata Drnas (2012) la caracteriza como un proceso
… sus [cuyas] bases ordenativas no se hallan en el acuerdo de los estados, carece de tratados internacionales formales; no cuenta con un sistema orgánico de funcionamiento; se centra en interacciones entre individuos y sociedades de variado tipo de distintas partes del mundo; […] traspasa las fronteras de los estados con su solo poderío económico, financiero, de comunicaciones, de ...

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