Diálogos
FRANCESC ARROYO: En los años en los que trabajé en el diario El País tenía la norma de empezar siempre las entrevistas con una presentación del entrevistado. Lo hacía así porque en prensa se parte de la base de que el lector no tiene por qué tener memoria, de modo que, al menos en teoría, nunca se debe dar nada por sabido ni a nadie por conocido. Naturalmente, esto no es propiamente una entrevista sino una charla y un libro tampoco es un diario, pero quizás no esté de más empezar con una presentación, aunque probablemente los lectores ya le conozcan a usted y hayan iniciado la lectura de este texto precisamente por ese conocimiento previo. Por otra parte, estando usted aquí, presentarle yo me parece ocioso, ya que usted es, con toda seguridad, quien mejor se conoce y quien mejor puede explicar su propia trayectoria.
GIACOMO MARRAMAO: Soy Giacomo Marramao, filósofo. Mi alma mater fue la Universidad de Florencia (Italia). Posteriormente me formé también en la Universidad de Frankfurt (Alemania) como fellow de la Fundación Humboldt. Actualmente me dedico sobre todo a la enseñanza, pero sin descuidar nunca el compromiso político y civil. Soy profesor de Filosofía teorética y Filosofía política en la Universidad de Roma, Roma III. Tengo experiencia docente en muchas universidades del mundo, en Norteamérica, América Latina, Asia, y por lo que hace a Europa, en Alemania, España y en Francia, sobre todo.
F. A. Bien, eso es un historial académico, pero me refería más bien a su trayectoria intelectual, sus escritos y preocupaciones.
G. M. ¡Ah, bien! Daré algunas indicaciones rápidas sobre mi itinerario intelectual y filosófico, aunque los lectores puedan en parte conocerlo en la medida en que varios de mis libros han sido traducidos al castellano desde los inicios de los años 1980. La primera etapa de mi formación, al margen de los años del bachillerato y luego de los estudios universitarios en Florencia, está marcada de forma decisiva por el encuentro con la obra de Marx. Un Marx que se hallaba a años luz de la ortodoxia. Empecé a estudiarlo bajo el fuego cruzado de dos tendencias que habían generado una ruptura radical en el corazón del marxismo de los años 1960: el obrerismo (en la versión proporcionada por Obreros y capital, de Mario Tronti) y la lectura «posestructuralista y antihumanista» de Louis Althusser.
F. A. Está usted hablando de los años 1960, cuando convivían diversas visiones del marxismo, desde la que supone la Escuela de Frankfurt hasta las tradicionales de cariz historicista, en lo teórico, mientras que en la práctica florecían los partidos a la izquierda de los partidos comunistas digamos «ortodoxos», relativamente afines entonces al llamado socialismo real. Y en ese contexto intelectual irrumpe la lectura de la obra de Marx por Althusser.
G. M. En efecto, es en la intersección de estos dos ejes (la Escuela de Frankfurt y Althusser) donde maduré una crítica del legado historicista del marxismo italiano, aunque en mi primer libro (Marxismo y revisionismo en Italia) no ahorraba tampoco la aportación teórica de Gramsci; en mi opinión, mi recepción de Grasmci estaba condicionada por la interpretación filosófica de Marx hecha por Giovanni Gentile. Partía de un juicio fuertemente crítico hacia el legado idealista de la gramsciana «filosofía de la praxis», pero ya desde aquel inicio de reflexión se planteaban dos exigencias —complementarias y en tensión entre sí— destinadas a marcar profundamente mi trabajo posterior: (a) la exigencia de una aproximación científica a la forma y a la estructura de la historia capaz de retener a la vez el momento de la continuidad y el de la ruptura, de la historia-proceso y de la historia-evento; (b) la exigencia de un análisis diferenciado de la dinámica —al mismo tiempo material y simbólica— de la constitución del sujeto.
F. A. Es curioso, porque en aquellos tiempos, una de las consecuencias de la lectura de Althusser fue el cuestionamiento del sujeto, expresado en aquella frase suya que fue profusamente repetida: «La historia es un proceso sin sujeto ni fines» que, dicho sea de paso, daba pie a cuestionar las interpretaciones teleológicas. Lo que usted dice indica, pues, que las aportaciones de Althusser le llegaron matizadas por otro tipo de lecturas. ¿Cuáles eran?
G. M. Un giro decisivo en mi investigación, buscando a la vez profundizar y ampliar la escala internacional de esa línea de investigación lo representa para mí el encuentro con el milieu de la Escuela de Frankfurt, durante la primera mitad de la década de los setenta, en la Universidad Goethe. En este período, muy intenso vital e intelectualmente para mí, entré en contacto con el ala radical de la Teoría Crítica, representada por figuras como Oskar Negt y Hans-Jürgen Krahl (sólo en años posteriores establecí un fecundo intercambio intelectual con Jürgen Habermas, Karl-Otto Apel, Claus Offe y Axel Honneth, y también con estudiosos alejados de las posiciones de la Teoría Crítica como Niklas Luhmann y Reinhart Koselleck y con los líderes de la hermenéutica filosófica como Hans-Georg Gadamer y Rüdiger Bubner). La recepción de los principales hilos conductores de la Escuela de Frankfurt me ha hecho siempre más consciente del giro que conlleva el análisis de los mecanismos de «cosificación» en la sociedad de masas y de la asunción de la relevancia teórico-práctica del «factor objetivo subjetividad». Por otra parte, me supuso un acercamiento crítico, enfocado a destacar las aporías inherentes a la noción de totalidad de Horkheimer y Adorno, a la luz de una confrontación intensa con las ciencias sociales: de ahí la tendencia a valorar, en clave de contrapunto al sistema continuista de la Dialéctica de la Ilustración, las contribuciones teórico-económicas, teórico-políticas y genealógicas de autores como Friedrich Pollock, Henryk Grossmann, Franz Borkenau, Otto Kirchheimer y Franz Neumann. El resultado de esta fase, que va de 1973 a 1975, son mis ensayos publicados en Italia y Alemania (la publicación en inglés fue auspiciada también por el amigo Perry Anderson y por el encuentro con Martin Jay), sobre la «cara oculta» de la Escuela de Frankfurt, de la teoría de la crisis de Grossmann al análisis de la economía planificada de Pollock y, posteriormente, mis libros Austromarxismo y Lo Político y las transformaciones.
F. A. Es decir, lo que usted asume de la Escuela de Frankfurt es la necesidad de que el pensamiento entronque con la realidad inmediata, en este caso la social, tanto la política como la económica.
G. M. Yo buscaba poner a prueba las diversas formas en las que el marxismo europeo había intentado captar las profundas mutaciones ocurridas en la relación entre economía y política, capitalismo organizado y democracia, en el período que transcurrió entre las dos guerras mundiales en comparación con la economía de la crisis y también con los análisis de Weber y Schumpeter, Kelsen y Schmitt. Precisamente al «concepto de lo Político» de Carl Schmitt, autor prácticamente ausente de los trabajos teóricos de la izquierda, le dediqué, en el año académico 1977-78, uno de mis primeros cursos universitarios (que fue también, para que conste, el primer curso sobre la obra schmittiana impartido en una universidad italiana después de la Segunda Guerra Mundial).
F. A. Citar a Carl Schmitt en un contexto predominantemente de izquierdas no debió de ser bien comprendido. En España lo hizo uno de los profesores que más me influyeron, Eugenio Trías (quien por cierto compartía con usted diversas reflexiones sobre la idea de «límite») y aún recuerdo algunas críticas que señalaban que Schmitt era un pensador contaminado por sus connivencias con el nazismo.
G. M. También a mí me ocurrió. Las páginas que le dediqué al año siguiente en Lo Político y las transformaciones fueron el blanco de no pocas críticas. Recuerdo la sorpresa o el malestar de amigos con los que mantenía, precisamente a finales de los años 1970, un intenso diálogo filosófico y político y que luego se acercarían a Schmitt con perspectivas diversas: desde Christine Buci-Glucksmann a Chantal Mouffe y Ernesto Laclau (a los que debo mucho, entre otras cosas, el impulso para revisar mi opinión inicial negativa sobre la concepción gramsciana de hegemonía), hasta Étienne Balibar y Giorgio Agamben (en la época en la que éste último era ya estudioso de Heidegger, Arendt y Benjamin, pero aún lejos de la teorización del homo sacer o del «estado de excepción»).
F. A. Son influencias que parecen en algún caso disonantes, lo que no pretende tener connotación negativa, sobre todo teniendo en cuenta cómo valora usted el derecho a la no uniformidad.
G. M. No fue negativo. Partiendo de este contexto, he ido perfilando un rastro de investigaciones enfocadas a valorar la línea de tendencia «herética» de la Kulturkritik que operaba en el contexto de la Europ...