El adolescente cautivo
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El adolescente cautivo

Adolescentes y adultos ante el reto de crecer en la sociedad actual

Rubén D. Gualtero, Asunción Soriano

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  1. 140 páginas
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El adolescente cautivo

Adolescentes y adultos ante el reto de crecer en la sociedad actual

Rubén D. Gualtero, Asunción Soriano

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Que vivimos en una época de cambios acelerados es algo difícilmente cuestionable, de la misma manera que la adolescencia es un momento de gran trascendencia en el ciclo de la vida. El libro trata sobre esta interrelación adolescencia-sociedad actual, haciendo especial énfasis en cuatros aspectos: la mercantilización del cuerpo, las transformaciones en el ámbito familiar, la emancipación y el acceso al mundo laboral y, finalmente, un breve repaso por lo que implica, a nivel emocional, el momento adolescente y su transitar hacia la edad adulta.Los autores utilizan referencias bibliográficas de conocidos autores que han abordado el tema, citas literarias que ilustran vivencias concretas de esta etapa de la vida y ejemplos de su propia experiencia clínica que permiten acercar e identificar al lector con los temas tratados. Cada capítulo plantea una serie de reflexiones destinadas a orientar a los adultos ya sean profesionales o padres.No es un libro estrictamente académico ni clínico, es un libro pensado para todos aquellos que viven la realidad del adolescente y buscan la manera de entenderlos y de ayudarles en su proceso de crecimiento, no exento de dificultades pero lleno de potencialidades capaces de conducirles a encontrar su "lugar en el mundo".A pesar de que la adolescencia es un tema tratado desde diferentes ángulos, nos parece que lo novedoso del libro es su interrelación con el momento actual. Los grandes y acelerados cambios de nuestra sociedad provocan situaciones de incertidumbre en jóvenes y adultos; por ello resulta imperioso detenernos a reflexionar y encontrar nuevas respuestas.

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Información

Año
2013
ISBN
9788497847520
4
Un equilibrio precario
«Con el tiempo, la herida de la adolescencia cicatrizó; sus contornos fueron cerrándose de manera imperceptible pero contínua.
Y aunque a cada roce se abría un poco, enseguida volvía a hacerse costra, más gruesa y más dura. Al final se había formado una capa de piel nueva, lisa y elástica, y la cicatriz, de ser roja, había pasado a ser blanca y confundirse con las demás» (Giordano, P., 2009, p. 111).
A lo largo de los capítulos anteriores hemos intentado plantear una serie de aspectos que, a nuestro entender, son característicos de la sociedad actual y que vienen a añadir mayor complejidad a un momento vital ya de por sí difícil, como es la adolescencia. Por tanto, a partir de ahora nos vamos a centrar en lo que a nivel emocional supone este momento, especialmente, porque el bagaje con el que se inicia el pasaje hacia la vida adulta suele ser frágil y estar marcado por un «precario equilibrio». Se trataría de intentar analizar cómo frente a determinadas situaciones, a las cuales inevitablemente debe enfrentarse el adolescente —su cuerpo, familia, grupo de iguales, emancipación—, éstas pueden tener un desarrollo, una evolución, más o menos saludable. Como dice Hugo Lerner:
«De deportista a intelectual, de religioso a agnóstico, de rockero a barroco, de científico a empirista, soñador al fin: el adolescente no sabe dónde y cómo aterrizará su yo. De ahí su gran interrogante y su gran desafío. Hasta la infancia la identidad se completaba bastante con las afirmaciones “yo pertenezco a esta familia”, yo soy “hijo de papá y mamá”. Rota esta pertenencia, llamémosla así, el adolescente debe salir a conquistar nuevos territorios, distintas “familias”, enunciados diferentes de los que lo acompañaron y sostuvieron hasta que hizo su irrupción la sensación y la necesidad —que lo irá dominando cada vez más— de querer ser su propio constructor o, en todo caso, co-constructor de sí mismo, de ser él quien elija a sus otros significativos, a sus compañeros de aventura, a sus colegas» (Lerner, H., 2006, p. 40).
En el ser humano, la individuación es un proceso largo y laborioso que se inicia con el nacimiento y culmina con la llegada de la adolescencia. Este camino ineludible hacia la autonomía no está exento de dificultades y contradicciones que, desde luego, cada época trata de encauzar a su manera. En este sentido no es casual que adultos y adolescentes, de períodos y culturas muy diferentes, resulten curiosamente hermanados ante el desconcierto que genera este momento de la vida. «¿Qué hacer aquí abajo? ¿En qué soñar? ¿Qué edificar?», se preguntaba el joven protagonista de Noviembre, una novela de Gustave Flaubert escrita a mediados del siglo xix. Y añadía: «No encontraba nada que fuera digno de mí, y tampoco creía servir para nada. ¿Trabajar, sacrificarlo todo a una idea, a una ambición, una ambición miserable y trivial, tener un puesto y un nombre? ¿Y luego? ¿Y para qué?» (Flaubert, G., 1986, p. 41).
Desde esta perspectiva, a la sociedad y a los adultos en general les resulta realmente difícil aceptar un nuevo miembro que viene cargado con un equipaje a medio hacer, con grandes dudas y contradicciones. «No es nada, es sólo una tontería que se me ha ocurrido», le decía un chico a su tutor tratando de comunicar algo realmente importante para él, pero el temor a que se le juzgue como una tontería, le lleva a esta manera de expresarse que pone de manifiesto una actitud de cautela y de reserva con la que dirigirse a los adultos. Para el adolescente es un gran reto dejar traslucir sus vivencias, comunicar lo que piensa de su futuro, de su cuerpo, de su manera de relacionarse con los iguales, o con el otro sexo. Teme no ser entendido, siente vergüenza, duda de si lo que le pasa es adecuado, normal, ridículo» (Soriano, A., 2004).
A lo dicho anteriormente habría que añadir otro aspecto que, sin duda, convendría no pasar por alto. Puesto que se trata de un individuo «en construcción», su presentación es como un mosaico cambiante, que puede pasar de una actitud de lo más infantil a ser capaz de reflexiones, críticas o pensamientos más adultos. «De golpe había desaparecido la inhibición del principio y la pasión, contenida por el miedo, rebosaba. En una transformación rápida como el rayo, el niño de antes, se había convertido en un muchacho desenvuelto», dice Stephan Zweig en su novela Ardiente secreto, describiendo así, de forma muy precisa, esta transformación.
Se trataría de tener muy presente que en el acercamiento al «mundo adolescente» no estamos ante una situación entre iguales y que, por tanto, aquello que puede ser muy significativo e importante para ellos —asistir a un concierto o a un partido de fútbol, llevar o no una determinada vestimenta, etcétera— puede no serlo para el adulto, y lo que considera «su mundo», sus esquemas y su escala de valores. El adolescente, con sus vivencias extremas, puede mostrar un desespero incomprensible desde la lógica adulta. Ir o no ir, lo siente como todo o nada, seguir adelante o quedarse en la cuneta para siempre. Es verdad que muchas veces esta actitud supone un esfuerzo enorme, sobre todo para aquellos padres, docentes y tutores que tienen más dificultades para empatizar y que esperan un diálogo a la misma altura, con lo cual el proceso no es de acercamiento sino de progresivo distanciamiento, con la inevitable sobrecarga de incomprensión, aislamiento, hasta de claro resentimiento mutuo.
Tal vez habría que destacar lo tremendamente difícil que resulta abandonar una identidad infantil y darse cuenta de que, en muchos casos, la familia que le dio cobijo de niño, también debe de hacer su propio proceso de cambio para acoger ahora a este nuevo personaje que ha cambiado y que con ese cambio ha modificado las relaciones familiares. En la novela Mal de amores, Ángeles Mastretta (2009) describe así los sentimientos de Diego, padre de una adolescente: «Diego escuchó lumbre en los labios de su hija. Nunca quiso enterarse de que iba creciendo y en ese momento, frente a la voz y los ojos que esgrimía tuvo que aceptarla distinta y distante como una desconocida. Un dolor no imaginado le cruzó el ánimo: no eran la misma cosa. Para asirla, aunque fuera un rato más, como había sido, le pasó un brazo por los hombros y caminó con ella».
Y si los padres —y los adultos en general— han de hacer todo un esfuerzo para «recolocarse» ante ese hijo o hija —nieta, amiga, alumna— que tienen delante, también a los adolescentes se les plantea un enorme reto: dar el salto hacia la vida adulta. Y «ganarse la vida», hoy por hoy, resulta algo cada vez más complicado e incierto. Recuerdo el comentario de un chico atendido por problemas de conducta, que expresaba así su sensación de no tener un lugar propio que le permitiera abandonar el que ocupaban en su infancia: «No ves, ya está todo cogido, no hay lugar para mí. Ves a esos hombres podando árboles, ellos tienen algo que hacer, pero ya no queda nada para nosotros, para los de mi edad». Quizá su falta de confianza en la posibilidad de encontrar un lugar en el mundo de los adultos era un elemento más que le hacía abrirse camino a la fuerza, a través de la trasgresión.
Entre dos tendencias
«Empezaba a florecer en una encrucijada de fuerzas contrarias»
(García Márquez, G., 1994, p. 21).
Si tuviéramos que destacar una de las características más específicas de la adolescencia, seguramente sería la coexistencia y alternancia de los aspectos y actitudes más infantiles junto a otros más evolucionados y maduros que apuntan hacia la construcción de la identidad adulta. No es un proceso de crecimiento continuado y lineal, se trataría, más bien, de una evolución en espiral que entrelaza avances y retrocesos: lo nuevo que conviene asimilar, por un lado, y los bagajes anteriores que se resisten al cambio, por el otro. Esta actitud ambivalente, se debe a que el adolescente siente una enorme curiosidad y atracción por lo novedoso pero, a su vez, inseguridad, temor y extrañeza. Estas nuevas vivencias pueden llevar al adolescente tanto a buscar refugio en un pasado conocido y seguro, como a tener actitudes y comportamientos que tratando de saltarse etapas le puedan hacer incurrir en situaciones de riesgo. Estas tendencias contrapuestas no son exclusivas de esta etapa de la vida, el miedo al cambio es una constante en la evolución humana. Lo que sí resulta significativo es la fuerza con la que irrumpe en el individuo en un período corto de tiempo, período en el que se detona una auténtica «crisis», por otro lado necesaria, para darse la oportunidad de reformularse a sí mismo, avanzar hacia el crecimiento y finalmente construir una identidad propia.
Juan no entendía lo que le estaba pasando, pero explicaba de forma muy clara su situación: nunca se había sentido así de mal. «Antes —decía— era comunicativo, alegre, feliz, creía que lo tenía todo claro, la verdad es que no me esperaba nada de esto. Sobre todo me dan mucha vergüenza estas ganas de llorar que a veces no puedo remediar.» Es un muchacho brillante en los estudios, en los deportes, tiene facilidad para relacionarse, tiene buenos amigos y con 14 años dice tener clara la profesión que ejercerá, y también tiene novia, una chica de su clase. Todo iba bien hasta ahora, «me he convertido en un llorón, me muero de angustia y las cosas me salen al revés».
Se trata de un adolescente que hasta ese momento había evolucionado satisfactoriamente para él mismo y para sus padres, pero que no se había permitido entrar en crisis, dudar de las cosas que supuestamente tenía tan claras. Para él, pasar de la infancia a la adolescencia era como un camino directo, como quien va por una autopista. El malestar que sentía era un reclamo ante la necesidad de darse el tiempo necesario para elaborar su tránsito adolescente, sin tanta prisa y con una cierta incertidumbre de la que parece que quería huir teniéndolo «todo claro».
Ya hemos hablado de la importancia de los cambios físicos, son ellos los que abren la puerta a la nueva identidad y son bruscos en la mayoría de los casos, en poco tiempo hay que adaptarse a un nuevo cuerpo mientras que la mente, los sentimientos, todavía están rezagados y predominan los aspectos infantiles. Hay un momento en el que la identidad es una mezcla de aspectos infantiles y más evolucionados que desconciertan al propio adolescente y a su entorno. En este sentido, como señala de forma muy acertada Philippe Jeammet, un gran estudioso de la adolescencia, «es importante no minimizar la potencialidad traumática de la pubertad, su carácter de posible fractura, de desbordamiento de las capacidades de organización del yo delante de este brutal cambio del cuerpo y de la economía pulsional» (2011, p. 48).
Los cambios que vamos teniendo a lo largo de la vida, requieren de un esfuerzo emocional y de un tiempo de elaboración para que nuestro psiquismo se vaya situando ante una nueva perspectiva. Y aunque no todas las adolescencias son iguales, en la mayoría la pubertad incide sin dar ese margen de tiempo, cuanto más rápidos y precoces son los cambios físicos mayor es el riesgo de de­sajuste entre la evolución corporal y la psíquica. En el caso de Li­dia, que «hizo el estirón de la noche a la mañana», este desajuste le llevó a encontrarse más ansiosa y a sufrir de insomnio. Poco a poco fue sintiéndose confiada a lo largo de las entrevistas y pudo explicar la angustia que sentía cada noche al pensar que podía levantarse por la mañana y de pronto ser muy diferente de cómo se acostó. Estas impresiones, que pueden parecer desmesuradas a los que ya hace tiempo que pasamos por estos cambios, se viven por los adolescentes con una certeza tal que acaba por impedirles diferenciar el temor de la realidad. Son casos en los que se verán sometidos a un proceso en el que el cuerpo ha tomado la delantera mientras ellos siguen sintiéndose niños y, además, su imagen hace que los que les rodean insistan en «ya no eres un chiquillo para hacer…». La comprensión del entorno hacia ciertas actitudes infantiles es muy importante, ya que el adolescente las necesita para ir dándose el tiempo que el desarrollo de su cuerpo no le dio. Por ello suele buscar inconscientemente espacios en los que seguir recreando sus aspectos infantiles vigentes, como puede ser poniéndose a jugar con los hermanos menores como uno más, incluso fastidiando, haciendo chiquilladas o buscando relaciones que le permitan una cierta pausa en el crecimiento; a veces la relación comprensiva y...

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