Cine: 100 años de filosofía
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Cine: 100 años de filosofía

  1. 448 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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Cine: 100 años de filosofía

Descripción del libro

Julio Cabrera aúna en este libro sus dos grandes pasiones: el cine y la filosofía. En cada capítulo de este libro Cabrera analiza una o más películas elegidas cuidadosamente para reflexionar sobre una cuestión filosófica central. Aristóteles y los ladrones de bicicletas; Bacon y Steven Spielberg; Descartes y los fotógrafos indiscretos, Schopenhauer, Buñuel y Frank Capra; Nietzsche, Clint Eastwood y los asesinos por naturaleza; o Wittgenstein y el cine mudo son algunos de los ejercicios filocinematrográficos propuestos. Los comentarios de películas que el lector encontrará destacan aquellos puntos del filme que deben contribuir a la instauración de la experiencia vivida de un problema filosófico. Esta experiencia en sí es insustituible y nadie podrá tenerla por uno. Tan sólo señalo los lugares en donde el filme duele, en donde puede aprenderse alguna cosa padeciéndolo. Estamos ante el encuentro no programado y mutuamente esclarecedor entre una actividad milenaria del ser humano y uno de los más fascinantes lenguajes emergentes de los últimos tiempos: 100 años de imágenes tratando de representar 2.500 años de reflexión.

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Información

Año
2015
ISBN del libro electrónico
9788497849210
Ejercicio 1
Platón cogió su fusil
(La teoría de las Ideas)
Platón y las ideas
Platón fue un filósofo griego, nacido en Atenas, en el año 427 a. C. En verdad, «Platón» es un sobrenombre, ya que su verdadero nombre era Aristocles, nombre de su abuelo. «Platón» deriva de platos, que significa ampliación, extensión, y con esa palabra se quería aludir a alguna cosa de ancho o amplio que Platón tenía: sus espaldas o, tal vez, su estilo expositivo. En cualquier caso —y contra la imagen que actualmente tenemos de los filósofos como poco atléticos— era un hombre robusto y de anchas espaldas, ya que, como todos los griegos, daba gran importancia a la gimnasia y a las actividades físicas. Era de origen noble, su madre tenía algún parentesco con Solón, y había reyes en su genealogía. Tal vez eso estimuló desde el principio su gran interés —un interés griego, en general— por las cuestiones políticas.
Fue primero discípulo de Cratilo, un filósofo presocrático que se entusiasmó con las doctrinas de Heráclito acerca del movimiento incesante de las cosas, y llegó a sostener, según nos cuenta Aristóteles, que todo fluye tan velozmente que no es posible ningún conocimiento de las cosas, y ni siquiera hablar acerca de ellas, por lo que debíamos limitarnos tan sólo a mover los dedos. Cratilo habría considerado a Heráclito demasiado optimista al declarar que «no es posible bañarse dos veces en el mismo río», pues, en verdad, dada la velocidad de las cosas, no era ni siquiera posible hacerlo una única vez. Pero el encuentro decisivo en la formación filosófica de Platón fue, sin duda, el que tuvo con Sócrates, cuando Platón tenía aproximadamente veinte años. Posiblemente Platón no estaba interesado, en esa época, en dedicarse a la filosofía especulativa, sino en aprovechar las enseñanzas de Sócrates para prepararse para la vida política. Pero las circunstancias modificaron esa actitud inicial.
Toda la vida de Platón está atravesada por el conflicto entre sus ideales políticos elevados —con su idealización del rey-­filósofo, que debía gobernar con desprendimiento y suma sabiduría— y los excesos y atrocidades políticas cometidos por los políticos efectivamente existentes en el mundo que él llamaba sublunar, esto es, nuestro mundo imperfecto. Algunos de esos gobernantes eran parientes suyos (como Cármides y Critias). La gran decepción política llegó, no obstante, cuando su bien amado maestro Sócrates fue condenado a muerte (en el año 399 a. C.) por los demócratas que habían retomado el poder de mano de los oligarcas. El contacto con Sócrates tuvo profunda influencia en toda la vida de Platón, como se deja ver en muchos de sus Diálogos de la primera época, en los que Sócrates aparece como el personaje central.
En parte por temor a las persecuciones —por haber pertenecido al círculo socrático—, en parte por las decepciones vividas, pero también por un interés intrínseco por la teoría, Platón se alejó en ese momento de las actividades políticas para dedicarse más plenamente a las reflexiones filosóficas. Visitó a Diógenes en Megara y viajó a Italia con algunos pitagóricos. Su vuelta a la vida política se produjo a partir de una invitación de Dionisio I para ir a Siracusa. Algo ingenuamente, Platón vio en ese tirano una posibilidad de realizar la figura del rey-filósofo y aceptó la invitación. Sin embargo, el conflicto entre Platón y Dionisio no demoró mucho, y el tirano se enfureció tanto con el filósofo que, según se cuenta, lo habría vendido como esclavo a un embajador espartano en Egina. Según Diógenes Laercio, habría sido rescatado providencialmente por Anicérides de Cirene, que se encontraba por casualidad en Egina.
De vuelta a Atenas, Platón fundó su famosa Academia, cuyo nombre se debe al héroe llamado Academos, ya que la escuela platónica fue construida en un parque de homenaje a ese héroe. (A partir de ese momento, los filósofos se transformaron en «académicos»). La Academia tuvo enseguida un éxito enorme y atrajo a personas de todos los lugares del mundo. Platón no aprendió la lección de su primera experiencia y regresó a Sicilia cuando Dionisio murió, siendo sucedido por Dionisio II, en quien el filósofo volvió a depositar sus esperanzas político-filosóficas. Pero el hijo no fue mejor que el padre y Platón tuvo que salir nuevamente de Sicilia sin conseguir nada, después de pasar un período en el que se le trató casi como a un prisionero. Aunque resulte increíble, Platón volvió una tercera vez a Italia, llamado por un aparentemente arrepentido Dionisio, y nuevamente tuvo que salir en forma apresurada, con riesgo de su vida (fue Arquitas de Tarento quien lo ayudó esta vez).
En el año 360 a. C. Platón volvió a Atenas y allí permaneció en la dirección de la Academia hasta su muerte, en el 347 a. C. Entre los asiduos de la Academia platónica figuraba un estudiante especial; se llamaba Aristóteles, que después escribiría bastante sobre su maestro, aunque casi siempre en un tono crítico. Según Platón (al menos en la exposición de Aristóteles), las cosas no poseen sus cualidades de una manera casual o eventual, sino en virtud de su participación en una Idea universal, incorpórea, inmutable, única y eterna. Las cosas azules lo son por su participación en la Idea Pura de Azul, las cosas redondas lo son por su participación en la Idea Pura de Redondo, y lo mismo con objetos abstractos como la belleza: las cosas bellas lo son por su participación en la Idea Pura de lo Bello, etc. El carácter totalmente particular del mundo, que nos viene de los sentidos, es tan sólo una apariencia, siendo la esencia última del mundo de naturaleza inmaterial o lógica, compuesta por Ideas puras. Esa realidad verdadera no está en el nivel de lo sensible y debe ser descubierta a través del esfuerzo de la contemplación de las Ideas, de las que los objetos particulares son tan sólo una participación, una realización siempre imperfecta. En el Fédon encontramos el siguiente diálogo:
—Así es que voy a intentar exponerte el tipo de causa con el que me he ocupado, y de nuevo iré a aquellas cosas que repetimos siempre, y en ellas pondré el comienzo de mi exposición, aceptando como principio que hay algo que es bello en sí y de por sí, bueno, grande, y que igualmente existen las demás realidades de esta índole. [...] A mí me parece que si existe otra cosa bella aparte de lo bello en sí, no es bella por ninguna otra causa, sino por el hecho de que participa de eso que hemos dicho que es bello en sí. Y lo mismo digo de todo. ¿Estás de acuerdo con dicha causa?
—Estoy de acuerdo, respondió [...].
—Así, pues, si alguien me dice que una cosa cualquiera es bella, bien por su brillante color, o por su forma, o cualquier otro motivo de esta índole... tengo en mí mismo esta simple, sencilla y quizás ingenua convicción de que no la hace bella otra cosa que la presencia o participación de aquella belleza en sí, la tenga por donde sea y del modo que sea. Esto ya no insisto en afirmarlo; sí, en cambio, que es por la belleza por lo que todas las cosas bellas son bellas [...] ¿No te lo parece también a ti?
—Sí.
—¿Y también que por la grandeza son grandes las cosas grandes y mayores las mayores, y por la pequeñez, pequeñas las pequeñas?
—Sí.
(Platón, Fedón. 98c/100a).
Según observa Aristóteles —y como el propio Platón lo expone en sus últimos Diálogos— esta doctrina de las Ideas presenta, por lo menos, las tres siguientes dificultades: en primer lugar, ¿existe una idea universal de absolutamente todas las cosas, aun de las más insignificantes y esdrújulas, o hay Ideas tan sólo de algunas cosas privilegiadas, especialmente nobles?
—¿Y también —continuó Parménides—, en los siguientes casos crees que haya la idea de lo justo en sí mismo, y de lo bello y del bien y de todo lo demás del mismo género?
—Así lo creo —fue la respuesta.
—¡Cómo! ¿La idea del hombre, distinta de nosotros y de todos los que son como nosotros, la idea del hombre en sí misma, la del fuego, la del agua? [...] ¿Y los siguientes objetos, Sócrates, que tal vez parezcan ridículos, tales como cabellos, barro, suciedad y tantas cosas más, insignificantes y desprovistas de valor? ¿Vacilas en admitir que para cada una de esas cosas hay una idea aparte y diferente de los propios objetos que tocamos con las manos, o no la hay?
(Platón, Parménides, 130 a/d).
Un segundo problema de la teoría de las Ideas: ¿se manifiesta la Idea toda entera en los particulares correspondientes, o tan sólo se realiza una parte de ella? ¿Cómo se produce esta «participación» de los particulares en la Idea universal? ¿De qué naturaleza ha de ser la Idea para que pueda ser una y, al mismo tiempo, muchas?
—Dime una cosa: por lo que declaraste, ¿admites la existencia de ideas, de las cuales las cosas sacan sus nombres, en la medida en que participan de ellas, a saber: la participación de la semejanza las hace semejantes; la participación de la grandeza las hace grandes, de la belleza y la justicia, bell...

Índice

  1. Prefacio
  2. CINE Y FILOSOFÍA Para una crítica de la razón logopática
  3. Ejercicio 1 Platón cogió su fusil (La teoría de las Ideas)
  4. Ejercicio 2 Aristóteles y el ladrón de bicicletas (La cuestión de lo verosímil)
  5. Ejercicio 3 Tomás de Aquino y la semilla del diablo (La Filosofía y lo sobrenatural)
  6. Ejercicio 4 Bacon, los fisiólogos griegos, Spielberg y los filmes-catástrofe (Las relaciones del ser humano con la naturaleza)
  7. Ejercicio 5 Descartes y los fotógrafos indiscretos (La duda y el problema del conocimiento)
  8. Ejercicio 6 Los empiristas británicos: John Locke y David Hume. La identidad de Batman y el cine no causal de Quentin Tarantino (Las críticas a la sustancia y la causalidad)
  9. Ejercicio 7 Kant, Tomás Moro y el club de los poetas muertos (Teoría y práctica)
  10. Ejercicio 8 Hegel, París/Texas y el turista accidental (El tiempo y el pensamiento)
  11. Ejercicio 9 Schopenhauer, Buñuel y Frank Capra (El valor de la vida)
  12. Ejercicio 10 Karl Marx, Costa-Gavras, Oliver Stone y el cine politizado (Política y pensamiento)
  13. Ejercicio 11 Nietzsche, el imperdonable Eastwood y los asesinos natos (Heroísmo y violencia)
  14. Ejercicio 12 Heidegger, Antonioni, el aburrimiento y las ballenas de agosto (El ser y la condición humana)
  15. Ejercicio 13 Sartre, Thelma, Louise y el infierno de un matrimonio sueco (La existencia y la libertad)
  16. Ejercicio 14 Wittgenstein, el cine mudo y la diligencia: lo que se puede decir y lo que sólo se muestra (La cuestión de los límites del lenguaje)
  17. Bibliografía