Problemas en la adolescencia 2.0
«Vamos, decime, contame todo lo que a vos te está pasando ahora. Porque si no cuando está el alma sola llora.
Hay que sacarlo todo afuera, como la primavera. Nadie quiere que adentro algo se muera. Hablar mirándose a los ojos, sacar lo que se puede afuera. Para que adentro nazcan cosas nuevas».
Piero, «Soy pan, soy paz, soy más»
Síntomas, trastornos, problemas…
¿Cómo sabemos cuándo nuestro hijo tiene un problema serio? ¿Cómo saber que le pasa algo que es considerado normal y cuándo no? Con algunos temas como las drogas me da miedo que aprenda a partir de su propia experiencia. Nos cuesta reconocer que nuestro hijo pueda tener algún tipo de problema psicológico y necesitar ayuda. ¿Cuándo conviene que los adolescentes reciban ayuda por parte de un psicólogo?
Éste no es un libro de psicopatología, por tanto, no hablaremos de enfermedades, ni de «trastornos», ni de diagnósticos. Preferimos, en cambio, hablar de problemas, nos apoyamos en la definición de la RAE que dice: «Dificultad de solución dudosa». Esto significa que puede haber problemas sin solución y que cuando la hay puede no ser la única.
Hablar de problemas, como algo más general, ayuda al adolescente a salir de la estigmatización en la que frecuentemente los adultos lo sitúan. Como señala Hélène Deltombe: «la adolescencia deviene un fenómeno social estigmatizado por sus manifestaciones inquietantes, oposición, negativa, rechazo, marginalización, conductas adictivas» (Deltombe, 2012: 123).
La sociedad actual clasifica todas estas conductas problemáticas y establece categorías. Todo aquello que hagan los jóvenes que salga fuera de la norma debe quedar catalogado y tratado siguiendo protocolos previamente establecidos. Esto no supone menoscabar el valor de dichas dificultades. Se trata en todo caso de evitar encasillar a los adolescentes.
Las etiquetas coagulan los significados y no ayudan al adolescente a resolver aquello que lo angustia. Un púber de 13 años una vez me dijo: «tomo medicación porque soy un TDAH». Este «soy» tiene mucho peso, es la manera por la cual una persona se define, como si fuera su nombre.
La experiencia nos muestra que, una vez instalada esta identificación con un problema, es muy difícil funcionar de otra manera y la vida se organiza a partir de allí, e inclusive sirve para justificarse con cosas que no tienen relación. Un adolescente me dijo en una entrevista: «no tengo amigos porque como soy TDAH, todos me rechazan».
Sin embargo, sabemos que esto puede funcionar de otra manera. Una persona tiene muchas otras formas de definirse y con las cuales identificarse. Lo vemos de forma cotidiana con las personas que superan dificultades que les impone la vida. Para ello es necesario que el adolescente sea responsable de lo que le pasa. Esto es un buen axioma que sirve para todos. Que cada uno se haga cargo de sus dificultades, que las reconozca con el apoyo de quienes lo rodean.
Lo problemático en el adolescente tiene consecuencias en los demás, en la familia, en los pares, en la escuela. Suele ser en estas relaciones donde se juegan las dificultades. Muchos de los problemas que se manifiestan en los adolescentes tienen origen en los vínculos. Así, por ejemplo, el adolescente y sus problemas pueden ser el síntoma del entramado familiar. En algunos casos, la familia participa en las causas de lo que le ocurre al adolescente, lo cual complejiza la cuestión.
Cuando estos problemas se manifiestan, hay padres que de forma recurrente buscan las causas fuera. Son muchos los padres que se preguntan si no deberían controlar con quién se reúnen sus hijos, como si eso fuera posible. Sitúan las causas de los problemas en los amigos. Sin embargo, constatamos que esto es al revés. Es decir, los adolescentes encuentran un refugio en los grupos de amigos. Se sienten mejor. El grupo les permite canalizar su malestar. A veces para desarrollar actividades creativas, otras para realizar pequeñas o grandes transgresiones. En general, se trata de actividades que a los padres no les gustan, esto produce rechazo y hace que muchas veces estos jóvenes se cobijen con más insistencia en el grupo.
Si bien, en general, los problemas que se presentan en la adolescencia son puntuales y hasta mirados con cierta distancia pueden resultar triviales, hay situaciones en las que las dificultades pueden ser graves. Esto suele provocar en los adultos perplejidad y mucha desorientación.
Los problemas graves, que a menudo son patológicos y que se presentan en la adolescencia, no son frecuentes. En términos cuantitativos son pocos los adolescentes que los sufren. Sin embargo, para quienes lo rodean suele ser muy angustiante. Muchas veces ya estaban latentes y no surgen hasta esta época, cuando se desencadenan. Ciertamente, a veces las respuestas pueden ser verdaderamente problemáticas: crisis agresivas, actuaciones, compulsiones, negativismo, inhibiciones, hurtos, mentiras, embarazos precoces, etc.
Son muchos los padres que en su desesperación buscan falsas salidas, en especial en esta época donde la economía neoliberal impone respuestas estandarizadas. Hay una gran tendencia a resolver los problemas bajo la lógica de la medicina. Se hace un diagnóstico descriptivo y general que encaje en los manuales de moda y muchas veces se acaba recurriendo a la medicación. El peso de la cuestión recae en el diagnóstico y son muchos los casos en los que no se acierta, con las consecuencias que eso comporta. De manera que en vez de tratar de escuchar al adolescente, de que pueda trabajar y hacer una cierta elaboración de lo que le pasa, de ayudarlo a tranquilizarse, de que lo que le pasa no se convierta en un impedimento, se busca el alivio a través del medicamento que busca suprimir el síntoma. Sin embargo, las causas del malestar siguen allí, el problema sigue allí. La medicación, cuando es necesaria, ha de acompañar a los tratamientos de la palabra.
Raúl Devries y Alicia Pallone de Devries elaboraron un listado de conductas problemáticas que consideramos puede ser útil como orientación. No se trata de una tabla diagnóstica, ni es exhaustiva, y evidentemente está lejos de ser algo objetivo porque tal como señalan los autores, esto también depende mucho de la percepción de los padres (Devries – Pallone De Devries, 1996: 105):
- • Exagerada violencia en su rebeldía.
- • Exagerado desapego familiar y dificultades en la comunicación.
- • Exagerada tendencia al aislamiento.
- • Falta de amigos.
- • Dificultades en la integración en grupos.
- • Inconducta severa en la escuela.
- • Problemas en el aprendizaje.
- • Problemas en la alimentación con importante pérdida o ganancia de peso.
- • Acercamiento a compañías inconvenientes (amigos).
- • Inadecuada tendencia al consumo y al gasto.
- • Tendencia a la mentira.
- • Uso indebido de bienes o dinero.
- • Exagerada docilidad y sometimiento.
- • Exagerada timidez o inseguridad.
- • Exagerada autoexigencia.
- • Sentimiento de inferioridad o de impotencia.
- • Angustia y llanto frecuentes.
- • Ideas de muerte.
- • Fobias o temores infundados.
- • Reacciones de pánico.
- • Exagerada omnipotencia o suficiencia.
- • Actividades o compañías inadecuadas para su edad.
- • Exagerado apego a los padres o a personas mayores.
- • Exagerado apego a uno de los padres.
- • Exagerado apego a un único amigo/a.
- • Marcadas dificultades en la relación con el sexo opuesto.
- • Desgano, abulia o marcada apatía.
- • Malhumor y beligerancia constantes.
- • Intensas reacciones de ira y descontrol.
- • Somatización: síntomas físicos (digestivos, respiratorios, dermatológicos, neurológicos, etc.) sin causa de enfermedad aparente y que se presentan en situaciones determinadas.
- • Hipocondría: exagerada tendencia a los dolores y a los malestares físicos sin causa de enfermedad.
- • Ausencias frecuentes y prolongadas del hogar sin que los padres sepan el empleo de ese tiempo.
Muchas de estas conductas son propias de todas las personas. Sin embargo, la adolescencia, por su fragilidad, es una etapa en que «se presta» a que aparezcan. Como señalan los autores, esta lista puede ayudar a los padres a advertir de la existencia de riesgos o problemas. Se ha de estar alerta, puede que algo no vaya bien, especialmente si estos «indicadores» aparecen combinados. En la medida en que persistan, pensamos que los padres deberían tomar distancia y reflexionar con calma para evaluar si no se está delante de un problema serio.
Lo indicado es intentar hablar de ello con el adolescente. En la medida que se pueda, que consienta a ello, que la conversación sea posible, y no sólo una perorata sin consecuencias por parte de los padres. Reconozcamos que esto no es fácil. A nadie le gusta que se le muestre aquello que no va bien, es muy difícil aceptarlo.
Como señalamos, pensamos que si ocurre algo puntual no necesariamente significa que haya que alarmarse. Por puntual pensamos en un joven que hace una actuación como mentir, un pequeño hurto, una ingesta de alcohol, etc. Ocurre una vez y no vuelve a repetirse.
Sin embargo, cuando esto se repite, es decir, que se instala en el tiempo y que ocurre varias veces, es el momento de plantearse si es necesario acudir a un profesional «psi» (englobamos aquí a psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras, etc.) para orientarse y determinar si es necesario que el adolescente ...