Historia de Japón
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Brett L. Walker

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Historia de Japón

Brett L. Walker

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La presente obra nos ofrece un recorrido por la historia de Japón desde la perspectiva que el nuevo periodo que en el que vivimos –lo que muchos geólogos han dado en llamar el Antropoceno– da al historiador de una nación sometida por igual a los cambios históricos y a los naturales. Desde la remota historia de la humanidad en el archipiélago a la crisis de 2011, la obra de Brett Walker aborda temas claves como las relaciones de Japón con sus minorías, el Estado y el desarrollo económico, así como sus aportaciones a la ciencia y la medicina. Partiendo del estudio de los restos arqueológicos antes de proceder a explorar la vida en la corte imperial, el ascenso de los samuráis, los conflictos civiles, los encuentros con Europa y el advenimiento de la modernidad y el imperio, el autor analiza el ascenso de Japón a partir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, para convirtirse en la nación próspera que hoy es, si bien inmersa en importantes preocupaciones medioambientales. Rico en detalles, aunque de fácil lectura y elocuente en su interpretación del complejo pasado de Japón, este libro está considerado por los expertos como el mejor repaso a la historia japonesa hoy disponible.Desde la remota historia de la humanidad en el archipiélago a la crisis de 2011, Walker presenta los temas centrales del pasado japonés, situando en el contexto global a sus protagonistas históricos, sus legendarios samuráis, sus gentes y la vibrante cultura popular de la posguerra.Un recorrido por la historia de Japón rico en detalles y de fácil lectura.

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Información

Año
2017
ISBN
9788446043522
Categoría
Historia
1
Nacimiento del Estado Yamato
(14.500 a.E.C.-710 E.C.)
El medio ambiente de Japón demostró ser mucho más que un simple escultor de la civilización japonesa, en la que el viento y la lluvia tallaron laboriosamente durante siglos los intrincados contornos de la vida nipona. Más bien fue un producto de la civilización japonesa. Los antiguos habitantes de las islas, desde la fase arqueológica Yayoi (300 a.E.C.-300 E.C.) en adelante, esculpieron, recortaron, quemaron y dieron forma con la azada a sus necesidades de subsistencia y sensibilidades culturales en las llanuras de aluvión, los bosques, las cadenas montañosas y las bahías del archipiélago, transformándolo, como un colosal bonsái, en una manifestación material de sus necesidades y deseos. Esa es la discordancia más profunda entre las etapas Jômon (14.500 a.E.C.- 300 a.E.C.) y Yayoi: la introducción de la cultura de Asia Oriental y su efecto transformador sobre el archipiélago. Este capítulo explora la aparición del más antiguo Estado japonés y cómo su desarrollo estuvo íntimamente conectado con la transformación medioambiental.
PRIMEROS CAZADORES-RECOLECTORES Y COLONIZADORES
El Pleistoceno, hace entre 2,6 millones de años y 11.700 años A.P., fue testigo de la primera oleada de primitivos homínidos, animales no humanos, y migraciones incidentales de plantas desde Eurasia al archipiélago japonés. Sin embargo, Japón no era un archipiélago en esa época. Estaba conectado al continente por el sur y por el norte a través de tierras bajas costeras, que formaban una media luna terrestre con el mar de Japón y constituían lo que debió de ser un impresionante mar interior. Aún es tema de debate si llegaron modernos homínidos de África y desplazaron a los antiguos o si los llegados primero evolucionaron para convertirse en modernos, pero 100.000 años A.P. muchos cazadores paleolíticos recorrían Eurasia y algunos de ellos fueron a parar a ese creciente terrestre persiguiendo presas y otros recursos alimenticios. El descubrimiento en 1931 de un hueso de la parte izquierda de la pelvis sugiere que estuvo habitada en el Paleolítico, pero los ataques aéreos destruyeron el hueso durante la Guerra del Pacífico (1937-1945) y el hallazgo sólo fue reivindicado gracias a que posteriormente se desenterraron otros restos paleolíticos en Japón.
Estos cazadores paleolíticos, y luego mesolíticos, perseguían y cazaban grandes presas, incluyendo al elefante Palaeoloxodon y al ciervo gigante. Ellos y sus presas asistieron generación tras generación a la transformación de los rasgos geográficos de Japón, a medida que la fluctuante climatología y los niveles del océano permitieron que el continente reclamase ese creciente de tierra para sí y después lo perdiese, hace alrededor de 12.000 años A.P., cuando las aguas anegaron las tierras bajas costeras y crearon la cadena de islas. Los lingüistas señalan para esos primitivos cazadores tres grupos filogenéticos diferenciados, que marcan rutas de migración: uraloaltaico (japonés, coreano, lenguas del norte y este de Asia y turco), chino (tibetano y birmano) y austroasiático (vietnamita, jemer y varios idiomas minoritarios en China). En las etapas finales del Pleistoceno, los primitivos cazadores japoneses habían sobreexplotado a la mayoría de los mamíferos gigantes del archipiélago, confinados geográficamente con hambrientos homínidos, en la conocida como «extinción del Pleistoceno».
Fueran cuales fueran las lenguas que hablasen, no eran las únicas tribus cazadoras que vagaban por aquella media luna. Habían llegado, además, los lobos. Se han encontrado cráneos de lobo siberiano en todo Japón. A finales del Pleistoceno, esos lobos cazaban y se alimentaban en los bosques de coníferas del norte en Honshu, donde abatían enormes piezas como el bisonte estepario. Los bisontes eran grandes, con cuernos de hasta un metro de envergadura de un extremo a otro de su cráneo, pero el lobo siberiano también lo era. De manera oportunista, se desplazaban entre las manadas en busca de animales rezagados y heridos. Podemos aventurar que los homínidos no fueron los únicos cazadores responsables de la extinción del Pleistoceno, o al menos los únicos en apropiarse de las piezas. Al separarse el archipiélago del continente, hace unos 12.000 años A.P., los bosques de coníferas cedieron paso a especies de crecimiento caduco, devorando valiosos pastos para los grandes bisontes y sus hambrientos perseguidores. El clima varió y los cambios en la composición del bosque contribuyeron a la extinción del Pleistoceno. Aislado ahora, con las presas grandes extinguidas, el lobo siberiano redujo su tamaño hasta convertirse en el lobo japonés, más pequeño, que a su vez se extinguiría a comienzos del siglo XX. En este periodo se produjo la emergencia de especies comunes de Japón, como el ciervo japonés, el jabalí y una serie de animales de menor tamaño. La turbulenta geografía de Japón, su transformación de una media luna terrestre en un archipiélago, orientó su historia –en el caso de los modernos homínidos, sus patrones de asentamiento, disposiciones de alojamiento y circuitos de caza; en el del lobo, la forma y tamaño de su cráneo–, pero los posteriores colonos humanos, en especial tras la fase Yayoi, demostraron ser más eficaces a la hora de modificar su hogar insular para adaptarlo a sus necesidades de subsistencia y culturales.
Alrededor de 12.700 años A.P., mientras el creciente terrestre pasaba a ser un archipiélago, los cazadores descubrieron, o se encontraron con (aún está pendiente de veredicto entre los arqueólogos), un monumental avance tecnológico: la alfarería. Los fragmentos más antiguos proceden de la cueva de Fukui, en el noroeste de Kyushu, una zona que sirvió de canal para el intercambio con el continente. Con el agravante de que nada tan antiguo ha sido desenterrado en China, e incluso podríamos decir que en ninguna otra parte. Los arqueológos se refieren a ese pueblo como Jômon (dibujo de cuerda), porque las piezas están a menudo adornadas con elaboradas marcas de cuerda en torno al borde y otras partes en las vasijas. Este adelanto tecnológico permitió que esos cazadores se hiciesen más sedentarios, ya que ahora podían preparar verduras y mariscos antes no comestibles, así como hervir agua del mar para obtener sal para el consumo y el comercio. Los cultígenos se convirtieron en recurso durante la última fase del periodo Jômon, pero la agricultura simple resultó más limitada que en otros grupos neolíticos. El primer hombre Jômon, el Adán japonés, descubierto en 1949 sepultado en posición flexionada en el conchero de Hirasaki, medía 163 cm de alto, aproximadamente 3 cm más que la media, y las mujeres eran considerablemente más bajas. Las muelas del juicio sin desgaste y otras evidencias sugieren una corta expectativa de vida, en torno a los veinticuatro años para las mujeres y quizá una década más para los hombres. A lo largo de los siglos, los estilos de la alfarería Jômon variaron, aunque continuó siendo ornamentada, con dibujos e impresiones en remolino, asas elaboradas y otros motivos decorativos, y formas delicadas de base estrecha y poco práctica. Las bases puntiagudas habrían sido muy adecuadas para la vida nómada, ya que permitirían mantener en pie la jarra en tierra suelta o arena, pero poco prácticas para un hogar de suelo compactado. No obstante, la creciente sofisticación de la alfarería apunta a fines rituales y empleo doméstico, lo que nos ofrece un primer vistazo de la vida religiosa de los primitivos habitantes del archipiélago.
Los cazadores de la fase Jômon desarrollaron arcos, que lanzaban mortíferos proyectiles a mayor velocidad que las anteriores lanzas. Los perros salvajes, que probablemente migraron a la media luna creciente con los primeros cazadores paleolíticos, cazaban piezas pequeñas con los Jômon. Los restos de esqueletos de perros similares a lobos de los conchales de Natsushima, en la prefectura de Kanagawa, datan de 9.500 años A.P. Los arqueólogos han descubierto sofisticados sistemas de trampas en forma de pozos, sin duda utilizados para atrapar y empalar jabalíes y otras presas. Los Jômon también subsistían a base de frutos y nueces, bulbos y tubérculos amiláceos, moluscos, almejas y ostras, pescados como el besugo y otras fuentes de alimento. Cabezas de arpones y anzuelos de hueso de las pozas conchíferas de Numazu apuntan a que eran pescadores razonablemente habilidosos. Pero esto no era suficiente: los restos de esqueletos muestran que los Jômon vivían en un estado de malnutrición casi constante, en la cúspide de la inestabilidad reproductiva. Una dieta a base de frutos secos con elevado contenido calórico determina que los dientes de la mayoría se pudrían dolorosamente. En los asentamientos Jômon más grandes las viviendas estaban dispuestas según un plano circular, con un espacio común central para enterramientos, almacenamiento de alimentos y funciones ceremoniales. Las mejores moradas, con postes interiores que sustentaban tejados de paja, permitieron a los Jômon acumular más posesiones, incluyendo dogû, o figuritas de barro cocido (figura 1). Con frecuencia, estas figuritas representan mujeres con pechos exuberantes, lo que apunta a que su finalidad ritual tenía que ver con la reproducción y los partos seguros. Los objetos fálicos sugieren rituales de fertilidad. Los motivos en forma de cabeza de serpiente ofrecen tentadoras evidencias de ceremonias relacionadas con estos reptiles, tal vez conducidas por los chamanes de la aldea. Los esqueletos a los que faltan dientes adultos indican la extracción ritualizada de piezas, es probable que como un rito de mayoría de edad. Algunas de las vasijas más grandes de barro, llamadas «ollas de placenta», contienen restos placentarios e incluso restos de bebés, lo que demuestra elaborados sistemas de enterramiento y ceremonia.
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Figura 1. Figurita de la fase Jômon, prefectura de Miyagi.
Por muy sofisticada que llegase a ser la vida de los Jômon, siempre estaban en el límite de la supervivencia y su sociedad resultó estar mal preparada para los cambios del entono y la merma de la caza. En torno a 4.500 años A.P., un descenso en las temperaturas del globo provocó un aluvión de especies herbáceas que llevó a la reducción de las poblaciones de mamíferos y de frutos secos. Muy pronto, los Jômon fueron vulnerables a la escasez de comida y al hambre. Hasta para el fino olfato de los fiables perros de caza era difícil encontrar jabalíes y ciervos, por lo que los Jômon pasaron a matar piezas más pequeñas y muchos asentamientos del interior se desplazaron a áreas costeras para mejorar las posibilidades de recolección y pesca. Algunos sostienen que la población de 260.000 habitantes de Japón hace 4.500 años A.P. pudo descender a 160.000 en el transcurso del siguiente milenio. El pueblo Jômon había alcanzado los límites de su adecuación a la naturaleza cambiante de su tierra.
LA LLEGADA DE LA AGRICULTURA
Hablando en sentido estricto, han sobrevivido en el registro arqueológico evidencias de una incipiente agricultura neolítica desde el Jômon Medio (3000 a.E.C.-2400 a.E.C.). Los Jômon cultivaban ñame y taro, que probablemente provenían del sur de China; también manipularon el crecimiento de bulbos de lirio, castaños de Indias y otras plantas cruciales para su supervivencia. El almidón de los bulbos de taro y lirio cocido en bandejas de mimbre producía un pan básico, cuyos restos preservados han desenterrado los arqueólogos en la prefectura de Nagano. En la alfarería del Jômon Tardío (1000 A.P.-250 A.P.) los arqueólogos observan trazas de impresiones de granos de arroz. Así pues, el pueblo Jômon mantenía cultivos sencillos, pero no modificó el medio ambiente por motivos agrícolas más allá de la deforestación localizada. La ingeniería ambiental de los cultivos corresponde a la cultura de la fase Yayoi (300 a.E.C.-300 E.C.). Los primeros emplazamientos Yayoi fueron excavados en 1884 en el campus de la Universidad de Tokio; posteriores hallazgos en 1943 en la prefectura de Shizuoka ayudan a esclarecer los rasgos distintivos del periodo Yayoi.
Al inicio, la agricultura Yayoi se restringió probablemente al alforfón y la cebada cultivados en el sur, en la isla de Kyushu. Se cree que ambos cereales tuvieron su origen en el continente y fueron llevados por emigrantes Yayoi. A juzgar por los restos de cráneos, representan una nueva oleada de migración al archipiélago, ya conviviesen con los Jômon neolíticos o los desplazasen poco a poco. Al parecer eran originarios del norte de Asia, mientras que se cree que la mayoría de los Jômon procedían del Sudeste Asiático. Estos emigrantes eran más altos y tenían caras más largas, pero a lo largo de la fase Yayoi perdieron parte de su estatura, quizá como resultado de las persistentes deficiencias nutricionales. No obstante, una vez en el archipiélago se reprodujeron a un ritmo más rápido. De hecho, las tasas de reproducción de los Yayoi fueron tales que algunos opinan que 300 años después de su llegada al archipiélago constituían alrededor del 80 por 100 de la población. Sencillamente, resultaron ser más saludables y fecundos que los anteriores cazadores-recolectores.
Los nuevos colonos trajeron también los conocimientos y capacidades técnicas para el cultivo de arrozales. La fase Yayoi se corresponde con las dos dinastías Han en China (206 a.E.C.- 220 E.C.), que en sus registros se refieren al archipiélago como el «reino de Wa». Con los nuevos emigrantes, las técnicas del cultivo del arroz se extendieron por el reino de Wa, abarcando aproximadamente el oeste y el centro de Japón. La primitiva ingeniería de los arrozales Yayoi era sofisticada: elaborados sistemas de canales de irrigación, presas, terrazas y compuertas de entrada y salida del agua garantizaban que el arroz fuese correctamente irrigado. Gracias a la agricultura del arroz, los arqueólogos estiman que la población Yayoi pudo oscilar entre 600.000 y 1 millón en los primeros siglos de la Era Común. Resulta interesante que algunos historiadores sostengan que la génesis de la esfera cultural de Asia Oriental se produjo entre 221 a.E.C. y 907 E.C., al mismo tiempo que el humanismo confucionista, la teología budista y la escritura kanji china se extendían por el continente y más allá. Podríamos incluir también los arrozales como una característica definitoria de la civilización de Asia Oriental. El confucianismo aún había de reestructurar el enfoque japonés de la familia, la sociedad y el gobierno, pero con la llegada de la agricultura del arroz, Japón quedó ya atrapado en la atracción gravitacional de Asia Oriental.
La influencia cultural Yayoi entró en el archipiélago a través de la península Coreana, como resultado de la conquista por parte de la dinastía Han del reino de Gojoseon (233 a.E.C.-108 a.E.C.). En el 108 a.E.C., el emperador Wu de la dinastía Han estableció en la península de Corea cuatro puestos avanzados para gobernar la región y a su gente, y el archipiélago se benefició de este nuevo canal abierto con China. Espejos de bronce chinos, objetos coreanos, fragmentos de armas de hierro y bronce apuntan a un comercio más o menos intenso con el continente. Se puede seguir la pista a los procedimientos japoneses para el cultivo de arroz hasta el delta del Yangtzé. Es probable que el arroz resultase atractivo para los agricultores Yayoi porque podía ser almacenado, tostado y consumido cuando hiciese falta. Fueron los Yayoi quienes diseñaron graneros elevados para contrarrestar las amenazas a los suministros almacenados de mohos, polillas y ratones. En los inicios de la fase Yayoi el arroz era una de tantas plantas cultivadas en el noroeste de Kyushu, en lugares como Itazuke en la prefectura de Fukuoka; durante el Yayoi Medio y Tardío estaba entre las cosechas dominantes. Estacas de madera señalaban los límites de los campos de arrozales en Itazuke y el emplazamiento está plagado de pozos de almacenamiento característicos y enterramientos. Por esos asentamientos vagaban perros y algunos pequeños caballos, mientras que los huesos de jabalíes dan testimonio de la presencia de carne en la dieta Yayoi. El dique que rodea Itazuke pudo estar destinado a la irrigación de arrozales, o quizá sirviese como foso defensivo. Itazuke también ha revelado el enterramiento en vasijas, la mayoría ocupadas por niños. En el Yayoi Medio las vasijas se colocaban en posición horizontal; en el Yayoi Tardío adoptaron la posición vertical, con la boca hacía abajo. Obviamente, algunas de ellas eran de mayor tamaño y sugieren un alto grado de especialización. Cerca de estas tumbas los arqueólogos han descubierto tal abundancia de objetos chinos y coreanos que han especulado con la posibilidad de que el noroeste de Kyushu fuese el centro del legendario Yamato, el primer reino de Japón. Volveremos sobre esta cuestión en un momento.
Toro, una aldea junto al río Abe, fue otro desarrollado emplazamiento Yayoi. Contenía unos 50 arrozales, hasta que la inundación repentina del río los barrió. Este lugar con un alto grado de ingeniería contenía represas, acequias de riego, pozos e instalaciones de un tipo que recuerda a lo que más tarde fueron santuarios sintoístas. Los arqueólogos especulan con que la vida en Toro era en parte comunal: una casa excavada presenta una variedad de herramientas de...

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