La sociedad invernadero
eBook - ePub

La sociedad invernadero

El neoliberalismo: entre las paradojas de la libertad, la fábrica de subjetividad, el neofascismo y la digitalización del mundo

Ricardo Forster

Compartir libro
  1. 336 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La sociedad invernadero

El neoliberalismo: entre las paradojas de la libertad, la fábrica de subjetividad, el neofascismo y la digitalización del mundo

Ricardo Forster

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La sociedad invernadero es un intento por pensar sin dogmatismos ni interpretaciones lineales la trama profunda de nuestra contemporaneidad, sus lógicas y estrategias de dominación; las fisuras y las crisis del sistema; los peligros y las oportunidades que se abren a nuestro alrededor; las herencias y las tradiciones que nos constituyen, los conflictos que nos atraviesan y la historicidad que nos define. Una polifonía de autores y textos que, desde diversas perspectivas analíticas, han buscado desentrañar la actualidad de la sociedad del capitalismo neoliberal, pero sin resignarse a la llegada del fin de la historia y mucho menos a la aceptación pasiva de la muerte de las ideologías.Cierta reivindicación del eclecticismo recorre estas páginas, en las que su autor se ha dejado interpelar y guiar por pensadores y pensadoras que no coinciden entre sí necesariamente en su diagnóstico de la época, pero que, en la mayoría de los casos, sostienen una inclaudicable posición emancipatoria. De David Harvey a Immanuel Wallerstein, pasando por Joseph Vogl, Wolfgang Streeck, Slavoj Žižek, Ernesto Laclau, Boris Groys, Nicolás Casullo o Wendy Brown, de cada uno se resalta su lucidez crítica, su riqueza de análisis, sus arriesgadas interpretaciones, su heterodoxia y la libertad con la que se saben mover a la hora de buscar comprender el carácter de una época que lleva en su interior la dialéctica de civilización y barbarie.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es La sociedad invernadero un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a La sociedad invernadero de Ricardo Forster en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Política y relaciones internacionales y Democracia. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2020
ISBN
9788446049623
CAPÍTULO XI
El conservadurismo revolucionario de Weimar (una mirada en espejo)
I
Hace ya muchos años (al menos un cuarto de siglo y cuando transitábamos el inicio de la década de 1990) escribí un ensayo sobre los conservadores revolucionarios de Weimar que era un intento, en aquel entonces, por leer a contrapelo las tradiciones filosófico-políticas de la Europa de entreguerras, con ánimo de romper esquemas interpretativos hegemónicos que volvían, literalmente insostenible, cualquier supuesta «reivindicación» de ciertos discursos del riesgo emanados de pensadores ubicados, muchos de ellos, en la extrema derecha. Una prohibición biempensante y liberal-progresista convertía en un tabú hablar de esa tradición maldita sin aclarar que, si se lo hacía, era con ánimo de historiador crítico, nunca como intento de seguir la pista a algunas intuiciones problemáticas respecto a la modernidad burguesa y sus consecuencias. Hoy, cuando contemplamos, no sin cierto azoramiento, el retorno de «los dioses dormidos», cuando una lengua neofascista con interpelación social que se amplía día a día se desplaza por Europa y América (del Norte y del Sur), me parece necesario y oportuno regresar sobre algunas reflexiones que, en aquellos años, compartíamos con Nicolás Casullo, Héctor «Toto» Schmucler, Alejandro Kaufman, Matías Bruera, Goyo Kaminsky y otros amigos con quienes discutíamos, buscando nuevas lecturas e interpretaciones, la crisis de la modernidad y las diversas filiaciones que plantearon miradas antagónicas a las tradiciones emanadas de la Revolución francesa, la Ilustración, el liberalismo e incluso el socialismo. No sólo regresamos sobre la Escuela de Frankfurt (allí estuvieron, como es obvio, Adorno y Horkheimer, pero también centralmente Walter Benjamin y, más lateralmente, Marcuse y hasta Ernst Bloch y el primer Lukács), sino que también leímos a los exponentes de las derechas de la época: desde el giro neorromántico hasta Martin Heidegger, desde Oswald Spengler hasta Carl Schmitt, desde Ernst Jünger hasta el Thomas Mann de Consideraciones de un apolítico. Esas lecturas nos permitieron desentrañar la complejidad de la crisis y descubrir, más allá de prejuicios académicos y políticos, que ciertas miradas provenientes de la derecha «conservadora-revolucionaria» alcanzaban una agudeza crítica muy superior a la de la proveniente de la izquierda clásica, que no lograba o no se planteaba salir del paradigma moderno-progresista. De ahí este texto, que ahora intervengo pero que mantengo en su espíritu, en el que me adentro en esa tradición que alimentó, eso también hay que decirlo, al monstruo del fascismo.
En todo caso, regresar a los años de entreguerras, auscultar el pulso de una sociedad y una cultura que salían de los horrores de la guerra (la primera plenamente moderna, tecnológica y productivista, que transformó el cuerpo humano en materia prima de la industria de la muerte como antes no se había conocido ni practicado) para confrontar las opciones de la revolución y del fascismo junto a la caída del liberalismo clásico, que parecía estallar en mil pedazos a finales de la década de 1920, constituye, en un sentido benjaminiano, un gesto que busca reabrir las compuertas entre el presente y el pasado, un modo de interpelar la actualidad regresando, en espejo, sobre un tiempo que supuestamente parece demasiado lejano y ajeno a nuestra época. Sin embargo, y ésta es mi convicción, la mirada retrospectiva nos (me) permite adentrarnos en una genealogía sin la cual resulta difícil entender qué nos está pasando y qué peligros nos acechan. No se trata, claro, de una suerte de repetición, como si lo acontecido en el pasado pudiese retornar tal cual fue, sino, por el contrario, de jugar hasta el límite con las diferencias y las similitudes, recordando, otra vez, que, más allá de un sistema que aspira al olvido y la fugacidad, nada queda definitivamente perdido en el interior laberíntico de la memoria histórica. Y que el horror, acontecido en el pasado, sigue habitando las pesadillas y las subjetividades del presente. Es más, hoy vuelve a quedar claro que el mito fundacional del liberalismo, aquel de la mutua correspondencia entre economía de libre mercado y democracia, no es otra cosa que un supuesto falso. El maridaje entre neoliberalismo y neofascismo está a la orden del día y se ha convertido en la gran amenaza de una época de crisis, precarización y fragmentación social. En tales condiciones, girar la mirada crítica e interrogativa hacia los años weimarianos constituye, eso creo, una necesidad y una obligación si es que buscamos comprender lo que hoy nos atraviesa.
El hilo que es posible seguir, junto a otros que también aparecerán y aportarán lo suyo, es el concepto benjaminiano de «experiencia» allí donde el berlinés reflexiona en torno a los soldados que regresaban de las trincheras al finalizar la guerra y carecían de «lenguaje para narrar la experiencia vivida», o aquellas otras en las que, siguiendo la pesquisa de la muerte de la narración, sostenía que en la actualidad los seres humanos ya no hacen experiencias propias. Quiero decir lo siguiente: así como el pensamiento conservador-revolucionario emergió en un contexto de dislocación y ruptura, en un medio en el que los valores y las formas de vida tradicionales se transformaban acelerada y violentamente, y en el que el individuo, aquel formateado en el siglo XIX bajo los ideales del progreso y el liberalismo, marchaba hacia el hombre-masa (o, en la nominación jüngeriana, se convertía en «el trabajador») y era brutalmente sacudido en su subjetividad por novedades imposibles de descifrar e interpretar con herramientas anquilosadas; en nuestra actualidad de la segunda década del siglo XXI, algo equivalente también está modificando el paisaje de la vida social y anímica hasta el punto de dejar a los seres humanos en orfandad y disponibles, cada vez más, para habitar el lenguaje del neofascismo, que se apropia de esas vivencias de fragmentación y precariedad que hoy envuelven la existencia de las sociedades del capitalismo neoliberal. No se trata de pronunciar aquella frase de «no hay nada nuevo bajo el sol», como si los cambios operados a lo largo de los últimos cien años no hubieran ocurrido –cambios que, entre otras cosas, vieron la derrota de los fascismos al finalizar la Segunda Guerra y, décadas después, el colapso y derrumbe de la Unión Soviética y de la mayor parte de los países del campo socialista–. No hay dudas de que la emergencia, en los lejanos años 20, de un discurso neorromántico por derecha e izquierda era contemporáneo de un mito moderno por excelencia: el mito de la revolución. Los fascismos históricos abrevan en dispositivos ideológicos, beben de fuentes literarias y filosóficas, se alimentan de tradiciones enclavadas en mitos nacionales y son el producto de la crisis violenta que sacudió el capitalismo decimonónico y su figura política, el liberalismo, en el comienzo del siglo XX. Frente a la gigantesca figura de la Revolución rusa y al terror que se despertó en las clases dominantes de Europa occidental, los fascismos nacieron, en gran parte, para afrontar, bajo la forma de una guerra civil continental y luego mundial, el peligro de la expansión revolucionaria de las clases trabajadoras. Hoy, por el contrario, las extremas derechas (el nombre de neofascismo suscita debates e inconvenientes, pero todavía no hemos hallado otro mejor) son más bien el producto de la desideologización de la sociedad y de la proliferación de un sentido común alimentado por la industria de la comunicación y la información que se corresponde vis-a-vis con la concepción neoliberal del individuo en medio de un mundo en el que cada quien debe luchar, prácticamente a solas, contra todo tipo de obstáculos, cuyo punto culminante es la figura del «sin papeles», del «extranjero», del «migrante». Los nuevos exponentes del resentimiento derechista hacen hincapié en la fragmentación de la vida social, en la pérdida de los valores tradicionales, en la imperiosa necesidad de «salvar» a la patria de la contaminación extranjera, en la reivindicación de un pasado comunitario que ha sido brutalmente lastimado por la mezcla de capitalismo sin rostro y socialismo apátrida. Junto a este proceso de precarización de la vida de las clases medias y de amplios sectores populares, precarización que va de la mano con la época de la financiarización del capitalismo, se hace evidente la defección de las antiguas socialdemocracias europeas y de los progresismos que no supieron o no quisieron afrontar la oleada neoliberal y que terminaron, la mayoría de ellos, siendo funcionales a esta tremenda contrarrevolución social, económica, política y cultural que, una vez que comienza a mostrar sus debilidades y su crisis, realza, aunque no lo quiera, la imagen de una extrema derecha que se ofrece como la reparadora de sociedades infectadas por la violencia, la caída de los valores y la «invasión de los bárbaros». Siguiendo estas huellas, laberínticas y difusas algunas, directas y más claras otras, es que me parece necesario dejarnos interpelar por este viaje hacia el pasado que hacemos sin abandonar las encrucijadas del presente.
II
Hay épocas que se caracterizan por un sacudimiento general de las conciencias; momentos históricos que destronan los saberes canonizados y que inauguran un tiempo de frenéticas búsquedas. El suelo se mueve bajo los pies de hombres y mujeres vertiginosamente impulsados a nuevas indagaciones y a una profunda y decisiva mutación de aquellas narraciones con las que, hasta el día de ayer, estaban acostumbrados a interpretar la marcha del mundo y de la sociedad. Esos extraños reductos de la historia que conmueven hasta los tuétanos a todos los actores que participaron del drama. Épocas de cambios y desasosiegos, de temores compartidos y de esperanzas apocalípticas. Son tiempos de sentimientos fuertes, de apuestas arriesgadas, de extraordinarias fuerzas destructivas que se ofrecen como paridoras de lo nuevo o que reclaman con violencia inaudita el regreso a un pasado desvanecido y saqueado por desarrollos irreversibles. Tiempos donde las tormentas se desencadenan de golpe tomando a los hombres por sorpresa. Metamorfosis del mundo y de las conciencias que ya son incapaces de seguir viviendo como hasta el día de ayer y que se lanzan a una alucinada carrera para realizar los sueños utópicos que se fueron forjando en los talleres de la historia. En esas épocas –y hacia la que nos dirigimos y de la que tenemos que hablar es precisamente una de ellas–, los pensadores y artistas significativos se hacen cargo del riesgo de la crítica de lo establecido, su reflexión se interna por sendas peligrosas, tocan lo prohibido, transgreden la ley, interrogan el fondo de las cosas esgrimiendo como única arma un pensamiento del riesgo que quiebra los límites impuestos por la ideología de época. La imaginación se vuelve febril; la realidad y sus fantasmas son materia de la acción arrasadora de esas consciencias lúcidas y de una poética de la transformación. Lo ordinario, lo repetido, lo cotidiano, dejan su lugar a lo extraordinario; lo maravilloso desplaza a la rutina, y los espíritus fuertes beben la sangre de la vida hasta la última gota.
Sin adelantarnos a lo que nos preocupa –la comparación entre aquella época y la nuestra–, sin embargo podríamos argumentar que esa potencialidad crítica, ese espíritu de revuelta que habitaba las primeras décadas del siglo XX, poco o nada tiene que ver con el vacío de la actualidad. Una cosa es habitar el tiempo de las vanguardias y de la revolución y otra, muy distinta, el del capitalismo digital y tecnológico. Y, sin embargo, aparecen ciertas equivalencias –entre ambas épocas– ligadas a la incertidumbre y la crisis de los supuestos normativos alrededor de los cuales la vida se organizaba y que, en un breve lapso, estallan en mil pedazos abriendo una época de transformaciones bruscas, complejas, desbordantes, destructivas e innovadoras que confunden y atemorizan a la mayoría de la sociedad, pero que encuentran, en algunas individualidades, la agudeza de la interrogación crítica. En aquellos tiempos weimarianos acechaba el horror fresco de la guerra, que había demolido los sueños civilizatorios decimonónicos, junto con la conmoción causada por la primera revolución obrera triunfante y la presencia desestructurante y abrumadora de la crisis económica, que, en el caso alemán, desató la hiperinflación de mediados de los años 20. Una época, sobre la que volveré con mayor énfasis, que sería testigo de cambios radicales, por derecha y por izquierda, y que sometería al frágil cuerpo humano a experiencias límites; pero una época cargada, también, de notables intervenciones intelectuales, artísticas y científicas que acompañaron y se superpusieron a las nuevas experimentaciones políticas bajo las improntas, novedosas, del comunismo y el fascismo junto con la crisis del liberalismo parlamentario. ¿Semejanzas con nuestro principio de siglo XXI? Sin dudas las hay, aunque bajo el carácter de las novedades que diferencian la actualidad de aquel pasado. La nuestra también es una época de transformaciones (particularmente en el ámbito de las tecnologías de la comunicación y la información, pero también en los alcances de la globalización financiera y comercial que ha llevado al capitalismo hacia formas radicales de abstracción articuladas con los fenómenos de digitalización desplegados en la vida cotidiana, en los usos del lenguaje y en las redes sociales) y de inéditas formas de precarización de la vida social asociadas a un sistema-mundo que lanza a las personas al desasosiego y la incertidumbre respecto al futuro inmediato. Época de acechanzas, de peligros, de terrores económicos que amenazan los estándares de vida alcanzados por millones que ya no ven el futuro con optimismo. Cambios decisivos en el trabajo, fragmentación social, crisis de las representaciones políticas tradicionales, descreimiento, despolitización, bombardeo mediático, neorracismos y xenofobia por doquier, regreso de los nacionalismos extremos, crisis simbólico-cultural del neoliberalismo junto con una crisis-señal de la hegemonía estadounidense (como la llama Giovanni Arrighi). Lo que ya no existe es la amenaza de la revolución comunista, lo cual vuelve más oscuro y problemático el desenlace de un capitalismo en dificultades cada vez más destructivas y profundas. Remito a otros capítulos de este libro en los que me detengo con mayor insistencia en todas estas cuestiones vinculadas a la pregunta por el fin del capitalismo. Pero regresemos a aquella otra época de los años weimarianos que nos funciona como un espejo para pensar nuestro presente.
Nos internamos, entonces, en una época lejana pero próxima; un tiempo donde se forjaron algunas de las ideas cruciales de un siglo atravesado por el espíritu fáustico de la destrucción y de la creación. Una época de sueños utópicos y de catástrofes inimaginables para la conciencia decimonónica, que ni siquiera tuvo oportunidad de sepultar ceremoniosamente su perplejo mundo desestructurado y salvajemente aniquilado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. La violencia, la maquinización de la muerte, el despliegue de ideologías maniqueas e intolerantes, la masificación y expropiación de las conciencias individuales por lo que Ernst Jünger (uno de esos personajes que convocaremos en esta nueva noche de Walpurgis) llamó «la época de la movilización total»:
Arrojémonos en esta época, que posee sus bellezas ocultas y sus poderes característicos y fascinantes como cualquier otra era, y nos volveremos totalmente lo que somos[1].
Otro de sus compañeros de viaje sería más explícito:
Lo único que importa es que andemos. Lo que ahora importa es el movimiento. La intensidad y la voluntad de catástrofe[2].
Frente a la crisis de un mundo que estallaba en mil pedazos, la respuesta no sería el repliegue hacia una nostalgia conservadora, un intento de regresar al pasado añorado, sino una mayor radicalización de los signos abiertos en el interior de una sociedad que aceleraba sus mutaciones. La palabra que dominaría las encrucijadas de ese tiempo sería experimentación. Ir más allá de los límites, romper los moldes aceptados, aventurarse hacia zonas prohibidas, cuestionar lo establecido atreviéndose, como dice Ernst Jünger, al descubrimiento febril de aquello que guarda y ofrece la época. Tomar las oportunidades que se brindaban a manos llenas, pero que exigían, de quienes lo hacían, comprometerse a fondo, pactando incluso co...

Índice