El paciente cero eras tú
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El paciente cero eras tú

Paisajes políticos en tiempos de coronavirus

  1. 120 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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El paciente cero eras tú

Paisajes políticos en tiempos de coronavirus

Descripción del libro

Las crisis rompen la normalidad, abren los tarros de las esencias y también la caja de los truenos. Traen de regreso un aroma de muerte y de peligro, y activan nuestro cerebro más antiguo. Son momentos en los que volvemos a pedir ayuda y en los que organizar la ayuda mutua vuelve a ser una posibilidad. Son momentos de expresar obediencia a quien piensas que te puede salvar, y de trenzar con tus iguales solidaridades frente a la adversidad. Las crisis son el momento de la comunidad, del grupo, del colectivo, del Estado. Con sus peligros y sus oportunidades.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9788446049715
Los pacientes cero del coronavirus: el mundo como mercancía
1. LAS CRISIS: UN CORREVEIDILE ENTRE LO QUE HAY, LA CONCIENCIA HEGEMÓNICA Y LOS PRÍNCIPES VIRTUOSOS
Sin embargo, quizá la lección más importante de 500 años de historia es que nada ha ayudado a impulsar el poder del Estado en Europa y América más que las crisis.
«Construyendo los pilares del Estado» (editorial de The Economist, 26 de marzo de 2020)
Las crisis aceleran las tendencias que ya están en la sociedad. Y, dentro de la crisis (una guerra, una sequía, una revolución, un tsunami, un golpe de Estado o una pandemia), se abre otra crisis que definirá cómo será el día después. Crisis viene del griego, del mundo de la medicina. Significa «decisión». Es el momento en el que el cuerpo enfermo sana o muere. Los chinos lo representan juntando el ideograma de peligro y el de oportunidad (危机). Las diferentes posiciones respecto de lo que se ve como un peligro o como una oportunidad, al igual que las ventajas y desventajas que resulten de una salida u otra, pueden generar confrontación social. «Dios no existe –decía Voltaire–, pero no se lo digas a mi criado, no me vaya a cortar el cuello por la noche mientras duermo.»
Si no hay confrontación, los que mejor se adapten se saldrán con la suya. Si hay confrontación, comienza una pelea entre grupos. Cuando esa confrontación tiene que ver con las ventajas y desventajas económicas de los diferentes grupos, se ha venido llamando «lucha de clases». Junto a la lucha de clases, siempre ha habido una lucha de géneros, de hombres contra mujeres, y una lucha de razas, de blancos contra indígenas, negros, árabes, asiáticos, gitanos…
No tiene razón el Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, cuando dice que «la crisis del covid-19 no es una batalla entre países y sistemas». Es todo lo contrario. Es precisamente una batalla entre países y sistemas. Para que no lo sea, hay que cambiar los parámetros[1]. Si alguien piensa que no se va utilizar la crisis para experimentar nuevas líneas del capitalismo, no conoce el mundo en el que vive. Shoshana Zuboff, quien acuñó la idea del «capitalismo de vigilancia», sabe que el nuevo orden económico en marcha, que lleva ya dos décadas obrando con libertad casi total, reivindica las experiencias humanas como un insumo, como materia prima para prácticas comerciales ajenas a cualquier transparencia. Y siempre con un objetivo: predecir para vender más y ganar más. Las series de Netflix o de HBO te gustan porque tú se lo has dicho sin darte cuenta, igual que la selección musical que te hace Spotify o el diseño de la ropa que te vende Zara. Tú navegas y, a la vez, eres navegado. Buscas en Google y, al mismo tiempo, Google te busca a ti[2].
Un pío deseo, que en otras circunstancias estaría cargado de sentido común, dice que el actual es un momento, en todos los países, en todo el ámbito global, para crear «una coalición para el cambio»[3]. Pero es indudable que los que tienen poder –estén fuera o dentro de los gobiernos– van a hacer lo indecible para frenarlo. Los poderosos no negocian. Sólo cuando sean derrotados aceptarán abrir un diálogo. «No por casualidad –recuerda Toni Valero– los Estados del bienestar proliferaron tras la Segunda Guerra Mundial. No por casualidad la Declaración Universal de los Derechos Humanos se proclamó en 1948»[4].
2. MERCANCÍAS FICTICIAS: EL MOLINO SATÁNICO DEL CORONAVIRUS
Nos convencen para que destruyamos lo que es gratis para que, a continuación, puedan vendernos una copia de inferior calidad y excesivamente cara (que a menudo está financiada con el dinero que hemos obtenido acelerando la destrucción de la versión libre) […] Las voces de la civilización nos llenan de anhelos manufacturados y después nos venden cucharadas preenvasadas de satisfacción transitoria que se evapora a las primeras de cambio.
Christopher Ryan, Civilizados hasta la muerte
El coronavirus es el veneno acumulado de una serpiente acorralada. No es la metamorfosis de un gusano que deviene mariposa. De ese experimento pueden salir alas de colores o callejones malolientes con cámaras en las esquinas.
Si la lógica es el beneficio, apaga y vámonos. Poco a poco se ha ido extendiendo esa mirada. En un mundo donde todo es una mercancía, o eres rentable –usable– en alguno de esos mercados, o eres irrelevante, prescindible, asesinable, olvidable. Que se lo digan a las mujeres que descienden hasta habitar una fosa en el desierto o una morgue después de haber pasado por la trata, la prostitución o cualquier barbaridad de película de narcos. Con el agravante de que es verdad.
Como demostró la crisis de 2008, y como ocurre ahora con el coronavirus, perder el trabajo implica caer irremediablemente en la espiral de la pobreza. Al mismo tiempo que caes, el mensaje insiste: no eres rentable. La forma del miedo cambia en el tiempo, pero en verdad siempre es el mismo y tiene las mismas consecuencias: no te estás esforzando lo suficiente. Después de la Segunda Guerra Mundial se miraba a la Unión Soviética. En las décadas siguientes, en la lucha dentro de la Trilateral, el enemigo era Japón. Después ha sido China y lo mucho que había que trabajar para ser rentables frente a los disciplinados chinos –encima, bajo un régimen comunista–, que era una manera de decir que había que pagar con más horas de trabajo y menos salario el poder votar en las elecciones. Cuando salgamos de la crisis, el argumento ya no serán rusos ni japoneses ni chinos. Serán los robots. Y, por mucho que te esfuerces, nunca serás tan rentable como un robot.
Toda acción genera una reacción. El aumento de la explotación de los seres humanos termina invariablemente con revueltas populares. Y las luchas emancipadoras generan contrarrevoluciones que ponen en macha los beneficiados por el statu quo. Karl Polanyi estudió, en su luminosa obra La gran transformación, la evolución hacia los Estados del bienestar, estableciendo una idea que luego parecieron olvidar los economistas liberales y neoliberales: la economía está empotrada (embeddnes) en la sociedad, de manera que es imposible explicar la realidad económica como algo ajeno a la realidad social donde se desarrolla, sin entenderla en su entramado institucional y bajo los dictados de los acuerdos políticos. Aunque eso genera el terrible problema de no poder prescindir de las personas en el análisis.
En esta obra hablaba de «mercancías ficticias», desarrollando una idea que ya estaba en Marx. Esas mercancías ficticias –es decir, no creadas por el capitalismo, como crea un vestido o un coche– mutaban en monstruos en su paso por el mercado. Polanyi, como antropólogo, describió tan temprano como en 1944, y con enorme fuerza literaria, los efectos del mercado en las sociedades, equiparándolo con un «molino satánico»:
Privados de la cobertura protectora de las instituciones culturales, los seres humanos perecerían por los efectos del desamparo social; morirían víctimas de una aguda dislocación social a través del vicio, la perversión, el crimen y la inanición. La naturaleza quedaría reducida a sus elementos, las vecindades y los paisajes se ensuciarían, los ríos se contaminarían, la seguridad militar estaría en peligro, se destruiría el poder de reproducción de alimentos y materias primas. Por último, la administración del poder de comprar por parte del mercado liquidaría periódicamente a las empresas, ya que las escaseces y los excesos de dinero resultarían tan desastrosos para ellas como las inundaciones y las sequías para la sociedad primitiva. No hay duda de que los mercados de mano de obra, tierra y dinero son esenciales para una economía de mercado. Pero ninguna sociedad podría soportar los efectos de tal sistema de ficciones burdas, ni siquiera por muy breve tiempo, si su sustancia humana y natural, al igual que su organización empresarial, no estuviesen protegidas contra los excesos de este molino satánico[5].
Desde la teoría del Estado, Bob Jessop aplicó esta misma idea para entender la crisis del neoliberalismo, poniéndonos a las puertas del análisis de la covid-19:
Un planteamiento de izquierda progresista debería limitar la generalización de la forma mercancía a la fuerza de trabajo, que no se produce como una mercancía en el seno de las relaciones de producción capitalistas para obtener un beneficio, pero que es tratada como si lo fuera, lo cual justifica describir la fuerza de trabajo asalariada como una mercancía ficticia. La izquierda también debería limitar la asignación de dinero a diversos objetivos concebidos en función del rendimiento esperado por el capital privado en lugar del bien público, limitando así la circulación del dinero como mercancía ficticia […] Restricciones similares deberían introducirse respecto a la mercantilización de la tierra, que originalmente es un «don gratuito de la naturaleza» y no intrínsecamente una mercancía, y respecto al conocimiento, que también ha adquirido la forma de mercancía ficticia por la extensión de los derechos de propiedad intelectual. En suma, un aspecto importante de cualquier estrategia de izquierda progresista debería consistir en limitar los mercados concernientes a las cuatro mercancías ficticias más importantes –la tierra, la fuerza de trabajo, el dinero y el conocimiento–, lo cual contendría la expansión de la relación capital, que depende crucialmente de estas cuatro formas de mercantilización ficticia[6].
Polanyi estudió cómo en Inglaterra y en otros países occidentales se respondió a la degradación social –un deterioro que era evidente a comienzos del siglo XX– regulando el mercado. Frente al comercio internacional y el empobrecimiento que implicaba, se aplicaron medidas proteccionistas para garantizar los suministros de bienes esenciales dentro de los Estados nacionales; frente a la mercantilización del trabajo, se permitió el sindicalismo –que había estado prohibido y perseguido–, y frente al patrón oro se establecieron los bancos centrales, que marcaron límites a la especulación con el tipo de cambio, aunque al precio de endeudar a los países. En el juego de acción y reacción, surgieron las tensiones imperialistas, el fascismo entró en escena, aumentó el desempleo, la lucha de clases articuló el desempeño político de los partidos y los parlamentos, y gracias al sufragio se incorporaron las demandas de los trabajadores (masculinos, pues los cuidados aún necesitarían un siglo)[7].
Prologando a Polanyi antes de la crisis de 2008, el premio Nobel Joseph Stiglitz recordaba la actualidad de las críticas del economista de origen húngaro: «Debido a que la transformación de la civilización europea es análoga a la que afrontan hoy los países en desarrollo en todo el mundo, a menudo parece que Polanyi hablase directamente de asuntos actuales». Ahora habría que añadir: los países en desarrollo y los países desarrollados de todo el mundo. Como en los tiempos a los que se refería Polanyi, vemos que justo antes de la covid-19 las protestas se estaban extendiendo por muchos países, el populismo de derechas crecía como una expresión del descontento social, el poder de los sectores financieros conspiraba contra el bienestar general, el deterioro medioambiental aumentaba, la descoordinación era la pauta, los Estados nacionales se estaban reivindicando, los bulos y las teorías conspirativas florecían…
¿Es posible identificar de dónde viene e...

Índice

  1. CoverImage
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Preámbulo. No regales ninguna derrota
  5. ¡Dios bendito! ¡Qué hostia nos hemos pegado! Aquel invierno de 2020…
  6. Campos de concentración sin nazis: intentar organizar el desconcierto del coronavirus
  7. ¿Qué hacer cuando las cartas al director son ahora virus y fake news?
  8. Intentar dibujar las constelaciones con ayuda de Maquiavelo
  9. Carta de un sanitario del servicio de urgencias de la ciudad de Madrid (España)
  10. Gaia, al final, claro que existe
  11. Resiliencia y apocalipsis: no se llenaron las iglesias, se llenó Netflix
  12. ¿Qué hace el coronavirus con la frustración de las clases medias?
  13. Los pacientes cero del coronavirus: el mundo como mercancía
  14. Un cuento coreano que no es un cuento
  15. Cuando despertó, vio que el dinosaurio se había llevado todo el papel higiénico
  16. Un cuento sufí para los gorrones del coronavirus
  17. La cigarra mediterránea y la hormiga centroeuropea: un cuento políticamente incorrecto
  18. El coronavirus como encrucijada: una huelga general que silencia todas las huelgas, un lockout sin pistoleros, un shock que suspende las precauciones
  19. El lawfare del covid-19: la hora de los leguleyos
  20. Acción y reacción: otra vez el shock y su doctrina
  21. El amor en tiempos del cólera
  22. La covid-19 y la lucha de clases: con miedo, el coronavirus trabaja para la derecha
  23. Conclusión. Manifiesto poscovid-19, una alternativa democrática