Diálogo sobre el gobierno de Florencia
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Diálogo sobre el gobierno de Florencia

  1. 272 páginas
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Diálogo sobre el gobierno de Florencia

Descripción del libro

Francesco Guicciardini escribió entre 1521 y 1525 el Diálogo sobre el gobierno de Florencia, un tratado teórico-político que, a la manera de los diálogos platónicos, imagina una discusión desarrollada en Florencia en 1494, cuyos interlocutores son su padre, Piero Guicciardini, Pagolantonio Soderini y Piero Capponi, todos fervientes republicanos, a quienes contrapone al viejo Bernardo del Nero, su alter ego, vinculado con el partido mediceo. Este último demuestra a sus tres amigos lo ilusorio de su fe republicana y les expone los graves defectos de un gobierno plenamente democrático. En esta obra Guicciardini traza las líneas maestras del nuevo ordenamiento que querría plasmar en Florencia, al objeto de preservar su grandeza, con el fin de convencer al lector de tener ante sus ojos no sólo una obra de arte del republicanismo cívico renacentista, sino incluso un gran libro al que la historia del pensamiento político no ha tratado con la generosidad merecida.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9788446044666
Libro segundo
Hablan los mismos
Bernardo: Las noches son tan largas y los viejos duermen por lo general tan poco que he podido durante varias horas repasar mentalmente la discusión de ayer tarde. Y cuanto más pensé en ello más ciertas me parecieron muchas cosas de las que os dije. Pero como podría engañarme, con gusto escucharé vuestra opinión –no para entrar en disputa con ella de ser contraria a la mía, pues la disputa sólo genera tedio–, consciente de que este asunto, con lo dicho ayer más lo que añadáis vosotros, quedará suficientemente esclarecido. Os toca en cualquier caso razonar ahora, y tiempo hay de sobra; no seáis más avaros conmigo de lo que yo lo fui con vosotros: os escucharé con placer y, si viene a cuento, os cuestionaré.
Capponi: Nuestra opinión la podéis conocer aun sin exponerla, porque de haber creído que la ciudad estaría mejor bajo el poder mediceo, ni Pagolantonio, tras la muerte de Lorenzo, habría instado a Piero de Médicis a moderarlo ni yo me habría esforzado más tarde por expulsarlo. Cada uno de nosotros había pasado por situaciones desagradables, pero que ni eran mortales ni tales que por sí mismas nos procuraran gran peligro. Es locura hacer eso para quien no tiene más fin que su interés particular, dado que cambiar gobiernos es harto difícil de lograr, y lograrlo no conlleva garantías para el interés de quien produce el cambio; uno solo, en efecto, no puede llevar a cabo una cosa así, y como ha de hacerlo junto con otros, da las más de las veces con locos o malvados que no saben hacer ni callar; y aun cuando dieras con los hombres idóneos, considerad hasta qué punto las conjuras son peligrosas que lo que por lo general se busca en cualquier otra empresa se contrapone más a las conjuras que a ninguna otra cosa.
Ciertamente, se elogia cada acción de quien sabe gestionarlas de manera exitosa; mas con todo, en las conjuras lo peor que puede hacerse es proponerse tal fin, porque cuando uno se propone eso requiere más tiempo, implica a más hombres y baraja más aspectos: lo que lleva a que se descubran. Y tened en cuenta de qué naturaleza son que es más fácil que haya más peligro en su ejecución que seguridad; quizá se deba a que la fortuna, bajo cuyo dominio transcurren estas acciones, se indigne contra quien desea liberarse demasiado de su poder. Por ello la facilidad no debe dar motivo a nadie a conjurar, y menos el interés propio, pues un ciudadano que por interés particular decide cambiar un gobierno, una vez cambiado no encuentra para sí casi nada de cuanto imaginó, y sin beneficio personal queda de por vida constreñido a una perpetua zozobra ante el temor de que resurja el gobierno que él cambió, que le infligiría un daño muy superior al beneficio obtenido con el cambio.
Por eso a expulsar a Piero no me movió más que la utilidad de la ciudad, juzgando que sería más beneficioso y honorable para ella ser libre, su sempiterno fin, que estar en continua servidumbre. Tampoco he visto hasta hoy nada que me haya hecho mudar de parecer; y si bien el nuevo gobierno es aún más amplio de lo que sospeché o deseé, y considere cierto que con este gobierno popular habrá desórdenes y desde luego no supondrá la liberación de todos los males presentes en el otro, tengo sin embargo la esperanza de que con el tiempo y las circunstancias muchas cuestiones se aplacarán tanto que los desórdenes ya no serán tan grandes que los haga insoportables, y que, sopesados los defectos de uno y otro gobiernos, se hará amar mucho más el nuevo. Sin contar con que, como dijo Pagolantonio, aun si quedara en desventaja, ser libre es tan importante que los males de un gobierno semejante no se sienten tanto y se soportan a gusto. Y dado que las ciudades no se fundaron ni se conservan por más fin que el beneficio de sus habitantes –basado en la preservación del bien común, el cual no puede restringirse a bien propio o particular sin disminuir el bien de todos los demás–, os pregunto qué hay de más pernicioso o más contrario a la esencia de una ciudad que el que una parte de la misma, sin justicia, sin causa, quede total o parcialmente excluida de las ventajas de lo público y, en consecuencia, sufra más los inconvenientes y las cargas que la otra.
El mayor vínculo de las ciudades, el más útil y necesario, es la benevolencia de los ciudadanos entre sí, algo que, si falta, falta el fundamento mismo de la sociedad civil[1]; mas al verse sin causa justa una parte sojuzgada por la otra, por fuerza surgirá un odio, una malevolencia incalculable. Por ello, si Lorenzo y la casa Médicis elevaban a una parte de la ciudad a expensas de la otra, admito que lo hacían por necesidad, pues en la totalidad de los gobiernos oligárquicos es menester hacer eso para rehuir sospechas y adquirir partidarios, mas se trataba de uno de los males peores que pudiera infligir a la ciudad al volver particular un bien que debía ser general y concitar el odio donde debería haber amor; y la necesidad no es excusa suficiente, sino que más bien demuestra lo contrario cuando forzosamente constriñe a los jefes a obrar mal. Insuficiencia esa que no tendrá el régimen popular, en el cual a nadie se rechazará ni golpeará por ser hijo de tal o sobrino de cuál.
Uno de los principales frutos que se recaba de los buenos gobiernos es la seguridad personal y de los bienes propios, así como el poder disponer de ellos como se quiera. ¿Y eso cómo es posible bajo un gobierno que impide ciertos matrimonios, que te aplasta con impuestos arbitrarios, con el que en los pleitos temes que el favor impida que se te haga justicia, con el que, y como dice el refrán, temes escupir en la iglesia porque serías condenado, confinado o golpeado injustamente? Y aun si tales cosas no se hicieran, supone una mísera condición constatar que uno tenga potestad para hacerlas; tampoco tiene nunca seguridad plena quien debe fundarse en la buena voluntad de otros, porque la verdadera seguridad consiste en que la situación sea tal que un ciudadano no pueda ser injuriado ni ofendido por otro.
Esos males no tienen lugar en un gobierno libre, porque nadie te fuerza, nadie te castiga injustamente, y quizá se vea con mucha frecuencia que en los procesos penales con certeza se castigará a quien deba ser castigado, mas en rarísimas ocasiones a quien no sea culpable. Y en los civiles, cuando no veo a alguien tan poderoso en grado de mandar y suscite temor en los demás, no logro creer que mediante favores se cometan numerosas y notables injusticias. Tampoco caben dudas de que muchas más ventajas tenían a su disposición los facinerosos de las que tendrán con el régimen actual, porque en el condado no habrá la protección de quien quería coparlo de partidarios, ni bastará el apoyo de ciudadanos poderosos, pues quien preste su favor en una ocasión no lo prestará en otra; y aun si los magistrados se mostraran dóciles ante los poderosos o laxos al perseguirlos, y los delitos se multiplicasen en Florencia, los hombres les profesarán tal desprecio que se verán constreñidos a idear algún modo severo de juzgar que provea al respecto.
No quiero discurrir con minucia sobre todos los particulares, ni balancear las condiciones de un gobierno con las del otro; mas dado que el punto fundamental de vuestro discurso parece haber sido el de que los asuntos concernientes a la conservación y ampliación del dominio nunca estarán tan bien gestionados como en tiempo de los Médicis, creo que es cierto que se vigilaban más y se examinaban mejor de lo que se hará actualmente. Pero también creo que la necesidad de pensar en la seguridad propia y en las particularidades de su gobierno les hiciese tomar muchas decisiones innecesarias para quien no hubiese tenido más fin que beneficiar a la ciudad, pues cuanto tenía que ver con tomar o no partido, hacer o no amistades, estuviese relacionado por fuerza ante todo con su interés, y que por causas tales llevasen a cabo gastos innumerables y numerosas empresas ajenas al bien de la ciudad. Y aun cuando la grandeza de la misma redundase en la suya, empero había determinados artículos y puntos secretos en los que se basaban los acuerdos y obligaciones de la tiranía, que estaban forzados a respetarlos con daño ulterior para la ciudad, cuya potencia[2] cada vez que sea libre será estar más unida, más fuerte y más desvinculada de su beneficio, ajena a las debilidades y sospechas que necesariamente en toda acción y en toda decisión acerca de la guerra y la paz mantenían en suspenso y comprometido al gobierno mediceo.
Desde el 34[3] hasta ahora, lo podéis ver, puede decirse que no hemos aumentado nada nuestro dominio; y sin embargo Cosme, según reconocen todos, fue harto juicioso, y también Lorenzo se ganó el mismo apodo; y la ciudad, tras la conquista de Pisa[4], había visto aumentar tanto su prestigio y su potencia que, razonablemente, le era más fácil extenderse de lo que nunca antes lo fue. La causa no puede haber sido otra sino que, frente a los Médicis, toda la energía, todos los recursos de la ciudad en la gestión de la política externa no conocían más fin que la grandeza de esta; y los ciudadanos, creyendo actuar para sí, concurrían con mayor valentía en ayuda de la patria con dinero y con todo lo que podían; de ahí que ampliaran el dominio, y en circunstancias y situaciones de gran apuro defendieron con bravura su libertad y honor. No hubo ulterior ampliación, y en cada guerra de poca monta se fueron perdiendo prestigio y poder. Eso me induce a creer que, si obramos de modo que el actual gobierno popular no se pierda en el desorden, y simplemente permanezca medio bien constituido, toda esa diligencia y vigilancia continuas de las que carecerá pueda suplirse con algunos otros contrapesos, al punto que será suficiente para conservar al menos lo que nos han dejado nuestros padres. Y si ya no se aumenta, bastará conservar el que hay y mantener la ciudad libre, lo que para la misma será más honorable y para sus ciudadanos mayor motivo de satisfacción y de goce. Y, por cierto, yo difícilmente puedo creer que el actual gobierno popular nos suma en tan gran confusión que sea imposible conservarnos, o que para los defectos que vayan surgiendo sobre la marcha no haya medicina conveniente, pues cada uno amará el bien común y, degustada esa libertad, cada día se la amará más y mayor será su aprecio; y si de nuevo tomáramos las armas, según ha dicho Pagolantonio y ya hicieron nuestros padres, pero que el gobierno de los Médicis no podía consentir, seremos mucho más valientes. ¿Qué opináis al respecto?
Bernardo: Que armaros con vuestras propias armas fuese no sólo útil y el modo de conservaros, sino también la vía hacia una mayor grandeza, es cosa tan manifiesta que no requiere prueba alguna, y os lo demuestran los ejemplos de las antiguas repúblicas y aun de la vuestra, pues mientras estuvo armada, y aun si llena de facciones y desórdenes sin cuento, dio siempre grandes palizas a nuestros vecinos y puso los fundamentos de nuestro actual dominio, y mantuvo según los tiempos y condiciones de entonces una seguridad y un prestigio enormes. Y la potencia y energía que os transmitirían vuestras armas estando bien constituidas no sólo serviría de cabal contrapeso a los desórdenes que, me temo, traerá el gobierno amplio, sino que los solucionaría sin problemas, pues quien tiene ejércitos propios no necesita recurrir en exceso ni a la vigilancia ni a las labores de diplomacia.
Pero si me preguntarais si puede o tenga que hacerse, sobre lo de poder no hay duda de que podríamos hacerlo ahora, como ya lo hicieron nuestros antepasados o como se ha hecho de reciente en otras muchas ciudades y provincias; pero creo que las dificultades y los obstáculos serán tantos que, o bien no se hará, o, si se hace, no se llevará a una perfección suficiente como para recabar frutos. Nuestra ciudad, como todos saben, ya se armó, y con sus armas y las de sus súbditos acometió sus empresas, obteniendo con aquellas muchas victorias y éxitos gloriosos, al punto que parecía estar llamada más bien a proseguir por esas vías que a desarmarse; no obstante, a fin de que no se atribuya injustamente a los Médicis semejante vituperio, mucho antes de que se hicieran grandes, renunció a las armas y comenzó a servirse en las guerras de mercenarios[5]. La causa de dicho cambio por fuerza hubo de provenir o de la opresión ejercida por el pueblo contra los nobles, los cuales ostentaban rango y prestigio en la milicia, o bien de los que por lo general ejercieron durante algún tiempo el poder, al considerar que les sería más fácil mantenerlo en una ciudad desarmada, o bien por haber comenzado el pueblo a entregarse en cuerpo y alma al comercio y a las artes, y a complacerle más las ganancias que no requerían poner en peligro la vida.
No consigo imaginar ninguna causa más, pero fuese la que fuese constituyó una decisión harto perniciosa y que debilitó a la ciudad más que cualquier otra cosa jamás hecha, y que durante el largo tiempo que perduró infundió en los hombres un modo de vida, e hizo contraer hábitos tan contrarios a las armas que si uno de vuestros jóvenes marchara hacia la guerra sería casi una infamia. Por eso, el primer obstáculo que afrontaríais para imponer la milicia hoy día en nuestra ciudad y nuestros pueblos sería el de convencer a la mayoría de los ciudadanos, sin la que no es posible decidir, de que es una buena cosa; porque algo tan nuevo y tan opuesto a nuestro modo de vida a alguno parecería imposible, a muchos peligroso y a casi todos ridículo. Tanto más cuanto que queriendo recabar fruto en vez de daño sería menester, antes o después, poner en armas a la ciudad; en caso contrario no aconsejaría armar a los súbditos si vuestra intención es permanecer vosotros siempre desarmados, pues sería peligroso en exceso. Y aunque quizá al principio las buenas instituciones y el inveterado prestigio de vuestro dominio les mantuvieran en la obediencia, creed que con el transcurrir del tiempo caerían en la cuenta de su fuerza y de vuestra debilidad, y volverían en contra vuestra las armas que les habríais procurado en contra de otros. No os atraeríais pues al pueblo fácilmente, por cuanto con él se ha de emplear siempre la persuasión, y los más no están capacitados para razones ni para ver las cosas de lejos.
Empero, las dificultades por venir serán de lejos mucho mayores, porque dicha institución, una vez establecida, precisa una gestión muy circunspecta para mantener a los hombres disciplinados, a fin de que al calor de las armas no produzcan desórdenes, y también para adiestrarlos y favorecer y ampliar los designios de muchos modos. Lo cual supone notables que hagan de la guerra su oficio, porque si no será sólo un amago de milicia, carente de organización y de fuerza, de la que será imposible servirse, y que hasta podría resultar perjudicial si se la quisiera utilizar en condiciones antes de alcanzar cierto perfeccionamiento. Ahora bien, no sé cómo todo esto se logrará con facilidad con un gobierno en el que los hombres cambian de continuo, en tanto los que se encargan de una actividad cualquiera merecen el mayor de los respetos, máxime cuando tienen entre manos una tarea que es detestada por muchos y fríamente elogiada por los demás, y cuyos frutos no resultan visibles de un día para otro, sino al cabo de varios años. No basta, pues, con que se la ordene y ejerza bien por una vez: sus miras han de ser las idóneas siempre. Más aún, no pudiendo advertirse enseguida el bien que puede llevar a ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contraportada
  4. Legal
  5. Estudio preliminar
  6. Bibliografía
  7. Diálogo sobre el gobierno de Florencia
  8. Proemio
  9. Libro primero. Hablan: Bernardo del Nero, Piero Capponi, Pagolantonio Soderini y Piero Guicciardini
  10. Libro segundo. Hablan los mismos
  11. Publicidad