Arqueologías del futuro
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Arqueologías del futuro

El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción

  1. 496 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Arqueologías del futuro

El deseo llamado utopía y otras aproximaciones de ciencia ficción

Descripción del libro

En la era de la globalización, caracterizada por el avance tecnológico del primer mundo y la desintegración social del tercero, ¿es aún significativo el concepto de utopía?, ¿conserva esta entidad peculiar una función social? Fredric Jameson investiga el desarrollo de esta idea partiendo del texto clásico de Tomás Moro y pasando por las creaciones modernas de la ciencia ficción, para concluir con un examen de las posiciones opuestas a la utopía, esto es la distopía, al tiempo que se pregunta sobre la utilidad del pensamiento utópico en el mundo moderno poscomunista.

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Información

Año
2009
ISBN de la versión impresa
9788446024835
ISBN del libro electrónico
9788446038061
Edición
1
Categoría
Literatura
X. La utopía y sus antinomias
Pero el debate sobre la representabilidad o no de la utopía, sobre su imaginabilidad y concepción, no amenaza, de hecho, con poner fin por completo a la especulación utópica y con devolvernos sabiamente al aquí y al ahora y a nuestros propios límites empíricos e históricos. Por el contrario, tales debates se ven atraídos al interior del texto utópico, convirtiéndose así en oportunidades para mayor productividad utópica. Y éste parece ser el caso de una amplia variedad de negaciones que no son reducibles a una única forma lógica: así, la «tesis de la incognoscibilidad», de acuerdo con la cual una sociedad tan radicalmente distinta no puede imaginarse siquiera, es una proposición muy distinta de la antiutópica, de acuerdo con la cual los intentos de hacer realidad la utopía acaban necesariamente en violencia y totalitarismo. Por su parte, la teoría de que la utopía es necesariamente una construcción negativa y crítica y que nunca puede generar una representación o visión positiva o sustantiva, es una negación global que tiene bastante poco en común con los enfrentamientos en el seno de la tradición utópica que oponen las visiones rurales a las urbanas, por ejemplo, y no hablemos de aquellos que pretenden sustituir el valor utópico supremo de la libertad por el de la felicidad.
Como asunto práctico de los estudios utópicos, todas estas categorías deben tratarse por separado. Como cuestión teórica, por otra parte, sería interesante organizarlos en sendas variedades de lo negativo y la negación, que bien podrían acomodarse en un cuadrado o rectángulo semiótico de Greimas, pero que están todas incluidas en lo que denominamos dialéctica. Los ataques a ésta, basados en gran parte en un ensayo precoz de Kant sobre las cantidades negativas, y planteados más ampliamente en Diferencia y repetición de Deleuze[1], identifican en general la dialéctica con una sola de estas negaciones, a la que se acusa de combinarse con una o varias de las demás variedades formales. Pero la dialéctica es en realidad el estudio de todos estos tipos de negación unidos (junto las contradicciones existentes entre ellos): así, incluye la contrariedad y la contradicción (los dos ejes negativos del cuadrado de Greimas), pero también la diferencia lógica entre ellas (una diferencia que es a un tiempo contrariedad y contradicción, una superación [sublation] de ambas que es al mismo tiempo su síntesis y su diferenciación). No es lugar éste para profundizar en dicho argumento teórico, sino meramente para observar que nuestros cuatro capítulos finales intentarán ordenar estos tipos de negación en la medida en que se refieren a la utopía: el actual y su continuación tratan de las caracterizaciones de la utopía opuestas entre sí (la utopía urbana frente a la utopía rural, por ejemplo); el penúltimo aborda esa negación aparentemente absoluta de la utopía que es la antiutopía; y el último capítulo analiza la utopía en cuanto diferencia radical o absoluta con el presente.
En lo que a las oposiciones dentro de la utopía se refiere, vale la pena recordar que uno de los rasgos singulares de la tradición utópica consiste en el modo en el que la propia forma parece interiorizar las diferencias que en general se mantienen implícitas en la historia literaria (permaneciendo así paradójicamente externas a las propias obras literarias). Los autores de literatura culta pueden, por lo tanto, escribir unos contra otros, o los críticos y los historiadores literarios pueden interpretar que dichos autores escriben unos contra otros, pero la autonomía de la forma literaria (moderna) tiende a proyectar cada obra individual como una especie de absoluto en sí mismo, que sólo es posible reducir a una opinión y a una actitud política en cierto argumento bajtiniano continuo mediante un violento cambio de perspectiva desde el texto a una interpretación histórica, y por lo tanto a una narración histórico-literaria que lo sustituye. Por citar a Hegel, cada obra, cada estilo, busca la muerte de todos los demás, propuesta posteriormente demostrada en Las voces del silencio [1946] de Malraux, y filosóficamente afirmada aún por la Teoría estética [1970] de Adorno.
Pero lo que en literatura o en arte sigue siendo una existencia irreconciliable de los correspondientes absolutos, del orden de las diversas religiones, se convierte en la tradición utópica en un diálogo o discusión bajtinianos entre posiciones que reclaman la categoría de lo absoluto pero están dispuestas a descender al campo de enfrentamiento de la representabilidad, y el deseo para demostrar su argumento y convertir a sus lectores. Y, en la medida en que la práctica del género incluye necesariamente una referencia genérica al texto fundacional de Moro, la historia y la sucesión de generaciones utópicas quedan interiorizadas en las utopías posteriores e incorporadas de diversos modos a la discusión utópica (del mismo modo que los textos filosóficos se ven obligados a tomar posiciones respecto a toda la historia de la filosofía que los ha precedido y posibilitado)[2].
Algunas de estas discusiones utópicas son debates públicos explícitos, como en el eterno dúo de Bellamy y Morris, siendo el Noticias de ninguna parte [1890] de éste una respuesta explícita a El año 2000 [1888][3] de aquél. A este respecto las diferencias esenciales son dobles: el Estado industrial de Bellamy (conformado con el ejército como modelo) es refutado por el «desvanecimiento» anarquista del Estado en Morris, mientras que la descripción de los trabajadores en El año 2000 (una especie de «ámbito de la necesidad» de Marx opuesto al «ámbito de la libertad» del tiempo sin libre y de ocio)[4] es puesto en duda por la noción planteada por Morris de trabajo no alienado y convertido en una forma de producción estética.
Por su parte, la «utopía ambigua» de la novela Los desposeídos [1974] de Ursula Le Guin se enfrentó, como es sabido, a la «heterotopía ambigua» de Tritón [1976] de Samuel Delany, supuestamente sobre la base de que la visión marxista de los modos de producción expuesta por Le Guin, a pesar de sus alusiones a una postura revisada sobre la homosexualidad en el mundo comunista, no abordaba suficientemente las cuestiones contraculturales que surgieron en los «nuevos movimientos sociales» de las décadas de 1960 y 1970. Pero mientras que Morris contestaba a una utopía con otra, el subtítulo de Delany parece presuponer toda una negación a la propia forma, a favor de una alternativa foucaultiana a los espacios y a los enclaves utópicos dentro de la distopía reinante en el sistema: así, Tritón incluye un espacio de ese tipo en la imagen que da del «sector no restringido» en el que, al igual que en Rabelais o Sade, todo está permitido (véase abajo); de igual modo que la guerra galáctica en la que su planeta utópico se encuentra embrollado podría servir de comentario sobre la violencia implícita en el cierre utópico. Pero la novela se ha interpretado en general, no obstante, como una respuesta utópica a otra utopía, y no como una antiutopía del tipo más conocido de la Guerra Fría (algo a lo que la novela de Le Guin se aproxima más en su visión del conformismo represivo de la sociedad anarresti que todo lo presente en Delany), o incluso las denuncias antiutópicas de Chernishevski y del Palacio de Cristal utópico de Paxton en Dostoievski (a quien normalmente no se le considera un escritor perteneciente a la tradición utópica, pero véase el capítulo XI).
En el capítulo de conclusión se estudiará si esta evolución cada vez más reflexiva de la forma utópica como tal presagia su inminente mutación o transformación. Su historia, en cualquier caso, se ha caracterizado verdaderamente por oposiciones sustanciales como las que acabamos de ver, y ahora es tiempo de hacer un breve inventario de éstas, ejercicio que requiere al menos una advertencia filosófica preliminar. Sería tentador, y probablemente incluso posible, plegar dicha lista de oposiciones y enfrentarlas entre sí, produciendo así una única antítesis primordial de la que cada una particular sea sólo personificación o especificación local. El resultado sería el de ontologizar las soluciones a situaciones históricas específicas en forma de dualismo metafísico atemporal como el existente entre el materialismo y el idealismo. Basta, por ejemplo, con reflexionar sobre la condición del cuerpo en las diversas utopías textuales, desde Tomás Moro hasta Le Guin y Delany, para darse cuenta de que dicho proyecto es factible y también, espero, de que psicologizaría de manera inexorable las diversas opciones utópicas, considerándolas una cuestión de temperamento ascético o hedonista. Ciertamente, todas las opciones utópicas en cuestión deben implicar un compromiso existencial y una participación visceral, incluso –en especial– en el caso de que una visión particular sea rechazada con pasión o repulsión. Al mismo tiempo, tanto en el plano existencial como en el social, siempre habrá entre las diversas opciones una interrelación temática que implica temas como el trabajo y el ocio, las leyes y la conducta, la uniformidad y la diferencia individual, la sexualidad y la familia, temas que cualquier propuesta utópica tendría que abordar necesariamente de un modo u otro. Pero, como hemos sugerido en un capítulo anterior, la gran idea o el gran deseo utópico –la abolición de la propiedad, la complementariedad de los deseos, el trabajo no alienado, la igualdad entre los sexos– siempre se concibe como resolución específica de un problema histórico concreto. La viabilidad de la fantasía utópica encuentra sin duda su prueba y su verificación en el modo en que promete resolver también todos los demás problemas concomitantes. Pero cada uno de éstos reordena sus términos primarios y secundarios, sus dominantes y sus subordinados, su práctica combinada de imaginación e ilusión, sus modos estructuralmente originales. Es mejor ceñirse a un enfoque histórico específico, a la temática central de la nueva propuesta social, que efectúa su propia trayectoria singular de los lazos entre los problemas que hay que resolver, en lugar de reducir los textos a una u otra opinión sobre el mundo, y mucho menos de asimilarlos todos a la mentalidad detectada y diagnosticada por una ideología antiutópica mucho más homogénea. Pasamos así de centrarnos en la forma y la estructura utópicas del cumplimiento de los deseos a examinar el contenido utópico.
Podemos empezar nuestro inventario de un modo relativamente aleatorio, citando los excelentes resúmenes de Goodwin y Taylor:
Entre las categorías de análisis supuestamente disyuntivas que los comentaristas han encontrado fructíferas se hallan la ascética/abundante (indulgente), la estética/funcional, la científica/primitivista, la sensual/espiritual y la religiosa/laica. Más recientemente la introducción del término «sexista» en los círculos académicos ha dado lugar al análisis de la función de las mujeres y de la familia en las utopías. Desde el punto de vista del pensamiento político actual, he aquí las dicotomías más importantes: igualitaria/desigual (o elitista), «abierta»/totalitaria, libertaria/coercitiva, democrática/antidemocrática y optimista (con respecto a la naturaleza humana)/pesimista […][5].
Y en otro capítulo, clasifican los dilemas estratégicos de las utopías modernas en los siguientes términos: industrialismo frente a antiindustrialismo; propiedad privada frente a propiedad común; religión frente a laicización; revolución frente a gradualismo; estatalismo frente a comunitarismo; y organización democrática frente a organización autoritaria[6]. La disparidad entre estas listas, no completamente atribuible al loable objetivo de trascender a la oposición entre enfoques humanistas y científico-sociales de la utopía, probablemente abriría nuevos e interesantes problemas, pero también nos devolvería a los acontecimientos actuales (y, como veremos más tarde) a las ideologías. Así, la presencia al principio sorprendente de la religión en estas oposiciones –después de la tolerancia religiosa de Moro, no parece desempeñar un gran papel en las principales utopías escritas, incluso hasta finales de la década de 1960– puede validarse hoy en función de algo parecido a una oposición entre el fundamentalismo y la tolerancia política occidental (o, en otras palabras, entre Rawls y el islam). La oposición «abierta/totalitaria» es seguramente un reflejo de la Guerra Fría; mientras que la doble oposición entre ascetismo y sensualidad, de algún modo propuesta en la década de 1960, ha ampliado su vigencia con el sida y el neoconfucianismo contemporáneo, pero este recordatorio oportuno advierte de que también debe reformularse desde el punto de vista feminista (en sí debilitado desde las décadas de 1960 y 1...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatorias
  5. Primera parte. El deseo llamado utopía
  6. Introducción. La utopía hoy
  7. I. Las variedades de lo utópico
  8. II. El enclave utópico
  9. III. Moro: la ventana genérica
  10. IV. Ciencia utópica frente a ideología utópica
  11. V. El gran cisma
  12. VI. Cómo cumplir un deseo
  13. VII. La barrera del tiempo
  14. VIII. La tesis de la incognoscibilidad
  15. IX. El cuerpo alienígena
  16. X. La utopía y sus antinomias
  17. XI. La síntesis, la ironía, la neutralización y el momento de la verdad
  18. XII. El viaje hacia el miedo
  19. XIII. El futuro entendido como perturbación
  20. Segunda parte. Hasta donde alcanza el pensamiento
  21. I. Fourier, o la ontología y la utopía
  22. II. Discontinuidades genéricas en la ciencia ficción: La nave estelar de Brian Aldiss
  23. La reducción del mundo en Le Guin
  24. IV. Progreso frente a utopía: ¿podemos imaginar el futuro?
  25. V. La ciencia ficción entendida como género espacial: The Exile Waiting de Vonda McIntyre
  26. VI. El espacio de la ciencia ficción: la narrativa de Van Vogt
  27. VII. La longevidad como lucha de clases
  28. VIII. Philip K. Dick, in memoriam
  29. IX. Después del Apocalipsis: sistemas de personajes en El doctor Moneda Sangrienta
  30. X. Historia y salvación en Philip K. Dick
  31. XI. Miedo y odio en la globalización
  32. XII. «Si encuentro una ciudad buena, perdonaré al hombre»: realismo y utopía en la trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson
  33. Reconocimientos
  34. Otros títulos