¿Qué hacer?
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¿Qué hacer?

  1. 560 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Descripción del libro

¿Qué hacer? es una obra decisiva para la cultura y la historia rusa, en la que se cuenta la historia de una mujer, Vera Pávlovna Rozálskaya, quien huye del control de su familia y de un matrimonio arreglado para buscar en una nueva vida su independencia económica. En ella Chernyshevski se encara repetidas veces con el lector, quien podría esperar una trama melosa, llena de artificios, desconectada de la realidad y que satisfaga los convencionalismos superficiales de la época, pero que muy al contrario se ve conducido por el autor hacia el contenido social de la novela. La obra ha inspirado tanto a sus críticos –el caso de Dostoyevski– como a sus admiradores: no por casualidad Lev Tolstói tomó prestado el título para una de sus obras morales fundamentales, tal como haría más tarde el mismísimo Lenin. E incluso investigadores como el profesor Joseph Frank sostienen que es este y no El capital de Marx el libro que supuso la toma de conciencia para la generación que hizo la Revolución de Octubre. Y es que los sueños de la protagonista propician que la novela se constituya como una auténtica Biblia revolucionaria al servicio de la generación que hizo posible la Revolución de 1917.

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Información

Año
2019
ISBN del libro electrónico
9788446048091
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
CAPÍTULO TERCERO
El matrimonio y el segundo amor
I
Pasaron tres meses desde que Vérochka salió del sótano. La vida del matrimonio Lopújov iba bien: él ya tenía buenas clases y consiguió trabajo con un librero: la traducción de un manual de geografía. Por su parte, Vera Pávlovna también era profesora: tenía dos clases, quizá no envidiables, pero tampoco muy malas. Entre los dos, alcanzaban los ochenta rublos al mes. Con este dinero solo se puede vivir modestamente, pero sin pasar miseria: sus medios aumentaban poco a poco. Calculaban que en cuatro meses, sino antes, podrían mudarse a su propio hogar, como así ocurrió.
Su rutina se formó algo distinta a como Vera Pávlovna la había imaginado –medio en broma, medio en serio– el día de su fantástico compromiso. Con todo, fue muy parecida. Los ancianos, en cuya casa se habían instalado, hablaban mucho de la extraña manera en la que vivían los jóvenes. Parecía enteramente que no fuesen jóvenes, ni tampoco marido y mujer, sino vaya usted a saber qué.
—Por lo que veo y por lo que tú cuentas, Petróvna, parece como si ella fuese para él su hermana y él para ella su hermano.
—¡Menuda comparación! Entre hermanos, no hay ceremonias. Pero entre ellos, ¡qué va! Él se levanta, se pone la chaqueta y se sienta: espera a que traigas el samovar. Hace el té, la llama, y ella también sale vestida. ¿Pero qué hermanos son esos? Deberías decir más bien: sucede entre la gente pobre que, por falta de dinero, viven dos familias en un piso: a eso sí que se le puede comparar.
—¿Y dónde se ha visto, Petróvna, que el marido no pueda entrar en la habitación de la mujer? Que no se puede porque no está vestida. ¿Pero qué es eso?
—Mejor cuenta cómo se separan por la noche. Ella dice: «¡Hasta luego, querido, buenas noches!». Se retiran cada uno a su habitación, y están sentados allí, leyendo libros. Él también escribe. Escucha lo que ocurrió una vez: ella se fue a la cama, se acostó y se puso a leer. Yo no podía dormir esa noche tampoco, y oí a través del tabique cómo se levantaba. Oí cómo se acercaba al espejo: eso indicaba que se estaba arreglando el pelo. Parecía que se iba de visita. Y oí que se iba. Bien, pues salí al pasillo, me subí a la silla y escudriñé la habitación de él a través del cristal. A ella se la oía acercarse. «¿Puedo entrar, querido?» Y él: «En seguida, Vérochka, espera un segundo». También estaba acostado. Se vistió y se puso la chaqueta. Ahora, pensé yo, se anudará la corbata: pues no se la puso, pero se arregló y dijo: «Ya puedes, Vérochka». «No entiendo este libro, explícamelo.» Y él se lo comentó. «Perdona, querido, que te haya molestado.» A lo que él respondió: «No pasa nada, Vérochka, estaba acostado sin hacer nada, no me has molestado». Y ella se fue.
—¿Se fue sin más?
—Sin más.
—¿Y él no hizo nada?
—No hizo nada. Pero tú no te extrañes de que se fuera, sino de que se vistió para ir a verlo. Y luego él pidió que esperase, se vistió, y entonces dijo: «Ya puedes». ¿Pero qué forma de comportarse es esta?
—Será, Petróvna, cosa de alguna secta. Hay sectas de todo tipo.
—Eso será. Mira, tienes razón.
Otra charla:
—Danílovich, le pregunté por el extraño comportamiento que tienen. Usted, le dije, no se enfade por lo que le voy a preguntar: ¿a qué confesión pertenece? Me dijo que estaba claro, a la ortodoxa. ¿Y su esposo? También a la ortodoxa. ¿Y no pertenece a ninguna secta? Me dice que a ninguna y que «¿usted por qué lo pregunta?». Mire, señora o señorita, no sé cómo llamarla: ¿vive con su marido? Se rio y dijo «vivimos juntos».
—¿Se rio?
—Se rio: «vivimos juntos». ¿Entonces, por qué hacen eso, que usted le ve vestida de calle, como si no viviese con él? «¿Para qué mostrarse desarreglada? No hay ninguna secta de por medio» ¿Entonces de qué se trata? –dije–. «De que haya más amor y menos discusión.»
—Es cierto, Petróvna: siempre va arreglada.
—Sí, ella aún añadió algo. «No quiero que la gente me vea descuidada. A mi marido le quiero más: no debo aparecer en ningún caso ante él sin asear».
—Eso también es cierto, Petróvna. ¿Por qué miran con deseo a las mujeres ajenas? Porque las ven engalanadas, y a la suya sin arreglar. Así se dice en las Escrituras, en las parábolas de Salomón. Y fue un zar verdaderamente sabio.
II
Marchaba bien la vida de los Lopújov. Vera Pávlovna estaba siempre alegre. Pero un día, unos cinco meses después de la boda, Dmitri Serguéievich volvía de una clase cuando encontró a su mujer en un estado de ánimo especial: el orgullo y la alegría brillaban en sus ojos. En aquel momento, Dmitri Serguéievich se dio cuenta de que, desde hacía unos días, se observaban en ella los síntomas de una emoción placentera, una sonriente meditación, un orgullo enternecedor.
—Amiga mía, a ti te alegra algo; ¿por qué no lo compartes conmigo?
—Eso parece, cariño, pero espera aún un poco. Te lo diré cuando se confirme. Hay que esperar algunos días todavía. Entonces me alegraré y tú también te alegrarás: lo sé. También a Kirsánov y a los Mertsálov les agradará.
—¿Pero de qué se trata?
—Te has olvidado de nuestro acuerdo, cariño: no hacer preguntas. Cuando se confirme, te lo diré.
Y transcurrió una semana:
—Querido, te voy a dar una alegría. Solo te pido que me aconsejes: tú conoces todo eso. Sabes que durante todo este tiempo quería hacer algo. Se me ocurrió abrir un taller de confección. ¿Es una buena idea o no?
—Bueno, amiga mía, acordamos que no te besaría las manos. Pero eso era a grandes rasgos; para situaciones semejantes no había acuerdo. Así que, Vera Pávlovna, deme la mano.
—Luego, cariño, cuando vaya bien el asunto.
—Entonces, cuando vaya bien el asunto, le darás la mano a Kirsánov, para que también la bese; a Alexéi Petróvich. Todos la besarán. Aunque ahora estoy solo. Y la intención lo merece.
—¿Te pones violento? Gritaré.
—¡Adelante, grita!
—Cariño, me da vergüenza, no diré nada. ¡Ni que fuera tan importante!
—Pues mira qué importante, amiga mía. Todos nosotros hablamos y no hacemos nada. Y tú empezaste a pensar más tarde que todos nosotros, pero te pusiste manos a la obra antes que nadie.
Vérochka dejó caer su cabeza, ocultándola en el pecho de su marido.
—Querido, ¡me halagas!
Y el marido besó su cabeza.
—Querido mío, déjalo. No se te puede decir nada: ¿ves cómo eres?
—Bien, habla, mi buena Vérochka.
—No me llames así.
—Bueno, no seas mala.
—¡Ay, cómo eres! Siempre interrumpiendo; ahora escucha y siéntate bien. Aquí, me parece que lo importante es que, desde el principio, cuando escoges a alguien, hay que hacerlo con cuidado, que sean realmente personas honradas, buenas, nada frívolas, constantes, perseverantes y, al mismo tiempo, obedientes. Que no provoquen disputas superfluas y sepan elegir bien a otros. ¿No es así?
—Así es, amiga mía.
—Pues acabo de conocer a tres muchachas así. ¡Ay, cómo busqué, cómo busqué! Es que ya, desde hace tres meses, entraba en las tiendas para conocer a otras jóvenes. Hasta que por fin las encontré. Son unas muchachas excelentes: las conozco bien.
—Hace falta que sean buenas conocedoras de su trabajo; es necesario que el asunto avance por sus propios méritos: ya sabemos que todo está basado en el cálculo comercial.
—Faltaría más: eso ha quedado muy claro.
—Entonces, ¿qué más?
—¿Qué quieres tratar conmigo?
—Los detalles, cariño.
—Conque los detalles. Seguro que tú misma lo pensaste y sabrás adaptarte a las circunstancias. Sabes que aquí lo más importante de todo es empezar, el carácter y el saber. Los detalles se determinan por sí solos, según las peculiaridades de la situación.
—Lo sé, pero, de todas formas, cuando tú digas que está bien, estaré más segura.
Aunque hablaron mucho tiempo, Lopújov no encontró nada que corregir en los planes de su mujer. Pero, para ella misma, sus planes se realizaron y aclararon por el hecho de contarlo.
Al día siguiente, Lopújov llevó a la oficina de Politséiskie védomosti el anuncio de que Vera Pávlovna Lopújov recibía encargos para la confección de vestidos de señora, además de ropa interior... a precios asequibles, etcétera, etcétera.
Aquella misma mañana, Vera Pávlovna se fue a casa de Julie. «Mi apellido actual no lo conoce, anuncie a mademoiselle Rozálskaya».
—Hija mía, usted ahora no lleva velo y, con la cara descubierta, me visita y le anuncia su nombre al criado: ¡es una locura! ¡Se está usted destruyendo, hija mía!
—Estoy casada y puedo estar donde sea y hacer lo que quiera.
—Pero su esposo se enterará.
—Vendrá dentro de una hora.
Empezaron las preguntas sobre cómo se había casado. Julie estaba entusiasmada y no dejaba de abrazarla y llorar. Cuando acabó el paroxismo, Vera Pávlovna comenzó a exponer el objetivo de su visita.
—Usted lo sabe. Uno no se acuerda de sus viejos amigos nada más que cuando se necesita su ayuda. Quería pedirle un gran favor. Estoy abriendo un taller de confección. Deme encargos y recomiéndeme entre sus amistades. Yo misma soy una gran costurera y me he rodeado de buenas ayudantes; usted ya conoce a una de ellas.
En efecto, Julie conocía a una de ellas, a la que tenía por una gran costurera.
—Estas son muestras de mi trabajo. Sin ir más lejos, este vestido que llevo me lo hice yo misma. Vea lo bien que me sienta.
Entonces, Julie examinó cuidadosamente cómo le sentaba aquel vestido. Se fijó en el encaje y las mangas, y quedó contenta.
—Hija mía, usted puede tener mucho éxito, porque es hábil y tiene gusto. Pero, para eso, hay que tener una tienda suntuosa en la avenida Nevski.
—Sí, la pondré: tiempo al tiempo. Ese es mi objetivo. Ahora recibo encargos en casa.
Dejaron los negocios y retomaron el casamiento de Vérochka.
—Ese tal Storéshnikov se corrió una tremenda juerga durante dos semanas; luego se reconcilió con Adèle. Me alegro por Adèle: él es buena persona. La única pena es que Adèle no tenga carácter.
Al entrar en su terreno, Julie se puso a charlar sobre las andanzas de Adèle... entre otras. Ahora que mademoiselle Rozálskaya ya era una dama, Julie no veía motivos para andarse con remilgos. Al principio, habló con sensatez. Luego se dejó llevar y comenzó a describir las juergas con fruición. Siguió emocionada, pero Vera Pávlovna estaba desconcertada. No obstante, Julie no se dio cuenta de nada. Así que Vérochka se repuso y escuchó con ese interés triste con el que se examinan los rasgos del rostro de una persona querida, deformado por la enfermedad. Fue entonces cuando entró Lopújov. Y en ese mismo instante, Julie se convirtió en una seria mujer de mundo, derrochando el mayor de los tactos. Sin embargo, se mantuvo poco tiempo en ese papel. Mientras empezaba a felicitar a Lopújov por una esposa tan bella, volvió a entusiasmarse: «¡Tenemos que celebrar su boda!»; así que ordenó servir un desayuno improvisado con champán.
Vérochka tuvo que beber media copa por su boda; otra media, por su taller; y media también por la propia Julie. Y comenzó a darle vueltas la cabeza. Entre ella y Julie armaron un enorme griterío, alborotando con mucho ruido. Julie pellizcó a Vérochka, se levantó de un salto y se puso a correr. Y Vérochka hizo lo propio tras ella: una carrera por las habitaciones, saltos sobre las sillas... Lopújov mientras permanecía sentado y se reía. Finalmente, a Julie se le ocurrió exhibir su fuerza: «la levantaré con una mano». «No me levantará». Y se pelearon, cayendo ambas sobre el sofá, sin querer levantarse. Simplemente siguieron gritando y riendo hasta que ambas se durmieron.
Pasó un largo tiempo y, por primera vez, Lopújov no sabía qué hacer. ¿Despertarlas? ¡Daba lástima estropear un encuentro tan alegre con un final desacertado! Se levantó con cuidado y recorrió la habitación buscando algún libro. Lo encontró, en letra bastardilla Chroniques de l´Oeil de Boeuf, una obra al lado de la cual palidecía Faublase. Se sentó en el sofá al otro lado de la habitación, comenzó a leer y, al cabo de un cuarto de hora, también él se durmió de puro aburrimiento.
Transcurridas dos horas, Polina despertó a Julie: era la hora de comer. Se sentaron solos, sin Serge, que estaba en una comida oficial; Julie y Vérochka gritaron de nuevo y de nuevo se pusieron serias. Cuando se despidieron, lo hicieron con total seriedad, y a Julie se le ocurrió preguntar (pues antes no se le había ocurrido hacerlo) por qué Vérochka abría el taller. Si pensaba en el dinero, mucho más fácil le sería hacerse actriz o inclus...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contraportada
  4. Legal
  5. Introducción
  6. Cronología
  7. ¿Qué hacer?
  8. I. Un imbécil
  9. II. Primeras consecuencias del estúpido suceso
  10. III. Prólogo
  11. Capítulo primero. La vida de Vera Pávlovna en casa de sus padres
  12. Capítulo segundo. El primer amor y el matrimonio legal
  13. Capítulo tercero. El matrimonio y el segundo amor
  14. Capítulo cuarto. El segundo matrimonio
  15. Capítulo quinto. Nuevos personajes y el desenlace
  16. Capítulo sexto. Cambio de decoración
  17. Publicidad