CAPÍTULO V
La eclosión latinoamericana
El presidente Richard Nixon no paraba de maldecir –como más tarde se sabría que acostumbraba a hacer–, cuando su entonces asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger y el embajador en Chile Edward Korry entraron en la Oficina Oval para una reunión a las 12:54 del día 15 de octubre de 1970. «Ese hijo de puta, ese cabrón», recuerda Korry que repetía Nixon; y cuando entraron en el despacho les anunció: «A ese hijo de perra, Allende, lo vamos a aplastar».
Se refería al presidente democráticamente electo de Chile, Salvador Allende Gossens, un izquierdista. Pocas semanas después, Nixon ofrecería algunas razones para su animosidad, grabadas en una cinta que iba a guardar en secreto durante treinta años: «Nuestra principal preocupación en Chile es la posibilidad de que él [Allende] se consolide y proyecte al mundo la imagen de su éxito […] Si dejamos creer a los líderes potenciales en América del Sur que pueden hacer como en Chile, nadar y guardar la ropa, vamos a tener problemas. […] América Latina no se nos ha escapado, y queremos mantenerla. […] No se debe permitir en América Latina la impresión de que pueden salirse con la suya, de que pueden recorrer indemnes ese camino».
Nixon y Kissinger estaban hundidos hasta los corvejones en una guerra perdida en Vietnam. Pero en aquellos días Estados Unidos tenía funcionarios que podían manejar más de una crisis a la vez, y el 11 de septiembre de 1973 ayudaron a las fuerzas armadas chilenas a derrocar al presidente Allende con un golpe militar. Se estableció una dictadura encabezada por el general Augusto Pinochet que procedió a eliminar a la oposición política. Miles de personas fueron asesinadas y muchas más fueron encarceladas, torturadas y expulsadas al exilio. El experimento socialdemócrata en América Latina fue violentamente sofocado.
Hasta 1975 no se conocieron los detalles de la participación de Washington en el golpe, documentados por el comité Church creado en el Senado para investigar las operaciones encubiertas de Estados Unidos. Y tendría que pasar cerca de un cuarto de siglo antes de que un gobierno de izquierda volviera a llegar democráticamente al poder en América Latina.
Pero cuando con el cambio de milenio comenzó la elección de gobiernos de izquierda, se extendió rápidamente. Durante los últimos 15 años éste ha sido uno de los cambios geopolíticos más importantes en el mundo, aunque ha recibido relativamente poca atención en los círculos periodísticos y académicos, observado además a través de una lente distorsionada. Todavía en abril de 2013 el Secretario de Estado estadounidense, John Kerry, ofendía a la región refiriéndose a ella como el «patio trasero» de Estados Unidos, pero llevaba más de una década de retraso. La América Latina de hoy, y especialmente América del Sur, es más independiente de Estados Unidos que Europa. A partir de 1998 fueron elegidos y reelegidos gobiernos de izquierda que han llegado a gobernar la mayor parte de la región: Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Chile, Uruguay y Paraguay en América del Sur; El Salvador, Nicaragua y Honduras en Centroamérica.
Aunque no podría estar más claro, al lector le puede resultar difícil encontrar mucho de lo que se ha escrito sobre el principal impulso para este terremoto político. Durante más de veinte años de la era neoliberal, el crecimiento económico sufrió en América Latina un colapso sin precedentes durante al menos un siglo, y de hecho poco común en la historia del capitalismo moderno (véase la figura 5.1). El resultado de este prolongado estancamiento económico fue una revuelta en las urnas; de hecho, la mayoría de los presidentes sudamericanos, entre ellos el brasileño Lula da Silva cuando fue elegido por primera vez en 2002, se han pronunciado explícitamente en contra de lo que llaman «neoliberalismo».
Figura 5.1. Aumento del PIB per cápita en América Latina
Fuente: Mark Weisbrot y Rebecca Ray, «The Scorecard on Development, 1960–2010: Closing the Gap?» Center for Economic and Policy Research, abril de 2011, http://cepr.net/publications/reports/the-scorecard-on-development-1960-2010-closing-the-gap; y IMF, «World Economic Outlook, October 2014». Base de datos en línea, http://www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2014/02/weodata/index.aspx.
Como veremos, esos nuevos gobiernos han llevado a cabo cambios significativos en la política económica. Dependiendo del país, hubo cambios en la política macroeconómica, incluidos los apartados de la política monetaria, cambiaria y fiscal, así como en los programas sociales que incluían subvenciones en efectivo condicionadas; un mayor acceso al crédito habitacional o a la vivienda pública; expansión de la sanidad, las pensiones públicas, la educación, y el crédito; y mayor inversión pública. Los resultados generales han sido muy positivos, aunque no han aparecido apenas en la mayor parte de la prensa, que se ha posicionado abrumadoramente en contra.
La parte política de esta historia también es ampliamente ignorada o distorsionada, y es inseparable de los cambios económicos. También ayuda a explicar por qué este cambio geopolítico ha sido recibido mayoritariamente en silencio o con burlas. Parte de la razón de que los electorados latinoamericanos votaran a favor de la izquierda y su agenda anti-neoliberal durante la última década y media estaba en que pudieran hacerlo. En América Latina, durante la mayor parte del siglo xx, Washington ha disfrutado –en colaboración con las elites militares y económicas locales– de un derecho de veto efectivo sobre los resultados electorales que no le gustaban, desde la diplomacia de las cañoneras que separó a Panamá de Colombia en 1903, hasta el derrocamiento de Allende. Esas intervenciones y dictaduras violentas convencieron a gran parte de la izquierda latinoamericana de que una vía electoral para el cambio social y económico en su región era impracticable.
Esa percepción cambió en 1998 y la primera década del siglo xxi, cuando la izquierda ganó las elecciones en la mayor parte de la región, y marcó el comienzo de la «segunda independencia» de América Latina, como parte importante del proceso de creación del espacio político necesario para mejorar el nivel de vida, que se había estancado durante una generación. Pero el conflicto con Washington no había terminado. A pesar de que un país tras otro se iban distanciando del Fondo Monetario Internacional –que, como hemos visto, había sido el principal instrumento de su influencia sobre la política económica de los países en desarrollo– el gobierno estadounidense siguió una estrategia de guerra fría de «contención» y «reducción». Aunque esa política ha fracasado en su objetivo de restaurar la situación anterior y la influencia estadounidense, con pocas excepciones –como los golpes de estado en Honduras (2009) y Haití (2004) apoyados por Estados Unidos, que derrocaron a los gobiernos de izquierda democráticamente elegidos–, Washington sigue aplicando hasta el día de hoy esa estrategia, que sigue formando parte del desafío que afronta la región en la búsqueda de una vía de desarrollo sostenible. Volveremos más adelante a ese aspecto de la dinámica existente, después de examinar algunos de los cambios económicos y sociales que ha traído la «segunda independencia» de América Latina.
La figura 5.1 muestra el aumento de la renta per cápita en América Latina y el Caribe durante el último medio siglo, dividido en tres periodos. La región ofrece un claro ejemplo del colapso del crecimiento expuesto en el capítulo 3. Entre 1960 y 1980 la renta per cápita casi se duplicó, creciendo un 91,5 por 100. Aunque no fue el crecimiento más rápido en el mundo, comparado, por ejemplo, con el de Corea del Sur durante ese mismo periodo, o el posterior crecimiento sin precedentes de China, fue suficiente para elevar espectacularmente el nivel de vida de la gran mayoría de la gente, incluidos los pobres de los países más pobres.
Entre 1980 y 2000, en cambio, la región apenas experimentó ningún aumento de la renta per cápita, con un promedio de apenas el 0,3 por 100 al año y un total acumulado del 5,7 por 100. Este es el peor promedio del crecimiento en la región durante más de un siglo, por lo que se suele hablar de la década de 1980 como «la década perdida», durante la que la renta per cápita en realidad disminuyó en lugar de aumentar. Esta prolongada depresión y estancamiento se atribuye a veces al endeudamiento insostenible durante los años anteriores, que llevó a una crisis de la deuda. Sin embargo, ésta fue en realidad consecuencia de la crisis económica y financiera durante la década de 1980. Es cierto que la región se vio afectada por una serie de golpes muy graves al principio de la década: la recesión estadounidense y mundial; un gran aumento en los tipos de interés de los préstamos del exterior; la caída de ...