Nuevos ensayos sobre el entendiemiento
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Nuevos ensayos sobre el entendiemiento

Gottfried Wilhelm Leibniz

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Gottfried Wilhelm Leibniz

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Cuando nacemos, ¿nuestra alma está completamente vacía o contiene ya los principios de la ley divina? ¿Nuestros conocimientos provienen de la experiencia? Este es el punto de partida delos Nuevos ensayos sobre el entendimiento, escritos por G. W. Leibniz entre 1703 y 1704 con el propósito de refutar las ideas de John Locke expuestas, unos años antes, en sus famosos Ensayos sobre el entendimiento humano. La obra tiene la forma de un diálogo entre dos personajes: Filaletes, defensor de los postulados empiristas de Locke, y Teófilo, seguidor de la corriente racionalista y alter ego de Leibniz. Con una nueva traducción, profusamente revisada y anotada, el editor de estos Nuevos ensayos pone de manifiesto la enorme riqueza intelectual de Leibniz, uno de los pensadores más relevantes de la historia intelectual del mundo moderno, y más especialmente si se tienen en cuenta sus notabilísimas aportaciones a ámbitos del conocimiento tan amplios como los de la metafísica, la epistemología, la lógica, las matemáticas, la física, la jurisprudencia o la historia.

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Información

Año
2017
ISBN
9788446045458
LIBRO IV
DEL CONOCIMIENTO
Capítulo I. Del conocimiento general
§ 1. FILALETES. Hasta aquí hemos hablado de las ideas y de las palabras que las representan; pasemos ahora a los conocimientos que las ideas proporcionan, pues tales conocimientos se apoyan únicamente en nuestras ideas. § 2. El conocimiento no es otra cosa que la percepción de la relación y adecuación, o de la oposición e inadecuación, que se da entre dos de nuestras ideas. Ya sea imaginación, conjetura o creencia, siempre es lo mismo. Por ejemplo, así es como nos damos cuenta de que lo blanco no es lo negro y de que entre la suma de los ángulos de un triángulo y la suma de dos ángulos rectos existe una relación necesaria.
TEÓFILO. El conocimiento también puede ser considerado de forma más general, de modo que también se encuentra en las ideas o términos, antes incluso de llegar a las proposiciones o verdades. Se puede decir que quien haya observado con atención más retratos de plantas y animales, más figuras de máquinas, más descripciones o representaciones de casas o fortalezas, quien haya leído más novelas de ficción o escuchado más narraciones curiosas, esa persona, decía, tendrá más conocimientos que otra aunque no haya ni una palabra de verdad en todo lo que le han descrito o contado. La costumbre que ese individuo ha ido adquiriendo de hacerse representaciones mentales de numerosos conceptos o ideas expresados y efectivos le hacen más apto para concebir lo que se le proponga, y de seguro que será más instruido, más hábil y más capaz que otro que no haya visto ni leído ni escuchado nada, siempre y cuando en dichas historias no crea que es verdad lo que no lo es y que las impresiones, además, no le impidan discernir lo real de lo imaginario o lo existente de lo posible. Por ese motivo, algunos lógicos del siglo de la Reforma, que por lo demás se parecían un poco a los ramistas[1], no se equivocaban al decir que los tópicos o lugares de invención (argumenta, como ellos los llaman) sirven tanto para explicar o describir con detalle un tema incomplejo, es decir, una cosa o idea, como para demostrar un tema complejo, es decir, una tesis, proposición o verdad. Y una tesis puede incluso ser explicada para que se entiendan bien su sentido y su alcance sin que tal explicación consista en su verdad o prueba, como se observa en los sermones u homilías que explican determinados pasajes de las Sagradas Escrituras o en las repeticiones o lecturas de algunos textos de derecho civil o canónico cuya verdad se presupone. Hasta se puede afirmar que hay temas que sirven de nexo entre una idea y una proposición: me refiero aquí a las preguntas, algunas de las cuales precisan únicamente un sí o un no y son las más cercanas a las proposiciones. Pero también las hay que preguntan por el cómo y las circunstancias, etc., en cuyo caso hay más aspectos que suplir para formar proposiciones a partir de ellas. Es cierto que se puede afirmar que en las descripciones (incluso de cosas puramente ideales) hay una afirmación tácita de la posibilidad. Pero es igualmente cierto que del mismo modo que se puede acometer la explicación y demostración de una falsedad, lo cual a veces sirve para refutarla mejor, también el arte de las descripciones puede caer en lo imposible. Es como lo que se observa en las ficciones del conde de Scandiano[2], proseguidas por Ariosto[3], y en el Amadís de Gaula[4] u otras viejas novelas, en los cuentos de hadas, que se volvieron a poner de moda hace unos años, en los Relatos verídicos de Luciano[5] y en los viajes de Cyrano de Bergerac[6] por no mencionar los cuadros grotescos de los pintores. Así pues, se sabe que para los retóricos las fábulas se enmarcan dentro de los progymnásmata[7] o ejercicios preliminares. Pero considerando el conocimiento en un sentido más estricto, es decir, como el conocimiento de la verdad, del mismo modo que usted hace aquí, señor, afirmo que es muy cierto que la verdad siempre está basada en la adecuación o inadecuación de las ideas, pero no es cierto que nuestro conocimiento de la verdad sea por lo general una percepción de esa adecuación o inadecuación. En efecto, cuando solamente conocemos la verdad de forma empírica porque la hemos experimentado, pero no conocemos la conexión entre las cosas y la razón que hay en aquello que hemos experimentado, no tenemos percepción de dicha adecuación o inadecuación, salvo que comprendamos que la sentimos de forma confusa sin darnos cuenta de ello. Pero sus ejemplos (al parecer) indican que usted siempre exige un conocimiento en el que nos percatemos de la conexión o de la oposición, y eso es algo en lo que uno no puede estar de acuerdo con usted. Además, un tema complejo no solamente se puede abordar buscando las pruebas de la verdad, sino también explicándola y esclareciéndola de otro modo en función de los lugares tópicos, tal como ya expliqué antes. Y por último, me gustaría hacer otra observación sobre su definición: parece que tal definición solamente es válida para las verdades categóricas donde hay dos ideas, el sujeto y el predicado; pero existe también un conocimiento de las verdades hipotéticas o que se pueden reducir a la hipótesis (como las disyuntivas y otras) donde hay una relación entre la proposición antecedente y la proposición consecuente, de tal manera que admiten más de dos ideas.
§ 3. FILALETES. Limitémonos aquí al conocimiento de la verdad y apliquemos también a la relación entre las proposiciones lo que se diga con respecto a la relación entre las ideas, a fin de poder comprender las categóricas y las hipotéticas en conjunto. Pues bien, yo creo que la adecuación e inadecuación se pueden reducir a cuatro especies, que son: 1) identidad o diversidad; 2) relación; 3) coexistencia o conexión necesaria y 4) existencia real. § 4. El espíritu se percata al momento de que una idea no es otra, de que lo blanco no es lo negro, § 5, y luego se percata de su relación comparándolas, como por ejemplo se percata de que son iguales dos triángulos con la misma base y que se encuentran entre dos paralelas. § 6. Tras eso viene la coexistencia (o más bien conexión), al igual que la estabilidad acompaña siempre a las demás ideas del oro. § 7. En último lugar, está la existencia real fuera de la mente, como cuando se afirma: Dios es.
TEÓFILO. Creo que se puede decir que la conexión no es otra cosa sino el vínculo o relación, considerada en sentido general. Y he indicado anteriormente que toda relación es o de comparación o de concurrencia. La de comparación proporciona la diversidad y la identidad, o en todo o en algo, y da lugar a lo igual o a lo diverso, lo semejante o lo desemejante. La concurrencia se refiere a aquello que usted llama coexistencia, es decir, conexión de existencia. Pero cuando se afirma que algo existe o que tiene una existencia real, esa misma existencia es el predicado, es decir, tiene una noción vinculada a la idea de la que se trata y existe una conexión entre esas dos nociones. También se puede concebir la existencia del objeto de una idea como la concurrencia de dicho objeto conmigo. Por tanto, creo que se puede afirmar que solamente hay comparación o concurrencia: la comparación, que marca la identidad o la diversidad, y la concurrencia de la cosa conmigo son las relaciones que merecen ser distinguidas de las demás. Tal vez se podrían llevar a cabo investigaciones más exactas y más profundas, pero me conformo por ahora con hacer estas observaciones.
§ 8. FILALETES. Existe un conocimiento efectivo, que es la percepción presente de la relación entre las ideas, y otro habitual, una vez que el espíritu se percata de forma evidente de la adecuación o inadecuación de las ideas y lo integra de tal forma en su memoria que todas las veces que vuelve a reflexionar sobre la proposición, ya sabe de primeras y sin la más mínima duda qué parte de verdad contiene. Como somos incapaces de pensar con claridad y distintamente en más de una cosa al mismo tiempo, si solamente conociéramos el objeto efectivo de nuestros pensamientos todos seríamos increíblemente ignorantes, y hasta el más erudito conocería como mucho una única verdad.
TEÓFILO. Es cierto que nuestra ciencia, incluso la más demostrativa, como se suele adquirir a través de una larga cadena de consecuencias, debe incluir el recuerdo de una demostración anterior, que ya no es considerada de forma aislada una vez que hemos alcanzado la conclusión; de otra forma, habría que repetir dicha demostración una y otra vez. E incluso aunque perdurase, no seríamos capaces de entenderla por completo de una vez, pues todas sus partes no pueden estar presentes al mismo tiempo en nuestra mente; así pues, si siempre tuviéramos que tener ante los ojos la parte precedente, nunca avanzaríamos hasta la última demostración que conduce a la conclusión. Esto explica también que sin la escritura habría sido difícil establecer adecuadamente las ciencias, ya que la memoria no es suficientemente fiable. Pero al poner por escrito una larga demostración, como por ejemplo las de Apolonio[8], y repasar todas sus partes como si se examinara una cadena, eslabón por eslabón, los hombres pueden cerciorarse de sus razonamientos, algo para lo que también son útiles las pruebas y el éxito final que lo justifica todo. No obstante, con ello se comprueba que como todas las creencias consisten en la memoria de una visión pasada, de las pruebas o de las razones, no depende de nosotros ni de nuestro total arbitrio creer o no creer, dado que la memoria no es algo que dependa de nuestra voluntad.
§ 9. FILALETES. Es cierto que nuestro conocimiento habitual es de dos suertes o grados. Algunas veces las verdades que se almacenan en la memoria como en reserva no acuden a nuestro espíritu hasta que este es capaz de ver la relación existente entre las ideas implicadas, pero otras veces el espíritu se conforma con el recuerdo de la convicción sin retener las pruebas, e incluso muchas veces sin poder siquiera volver a ellas aunque quiera. Se podría pensar que se trata más bien de confiar en la memoria que de conocer realmente la verdad en cuestión, y antaño me parecía que esto constituía un punto intermedio entre la opinión y el conocimiento y que se trataba de una seguridad que superaba a la mera creencia basada en el testimonio ajeno. Sin embargo, ahora, tras haber reflexionado mucho sobre ello, considero que este conocimiento implica una total certeza. Recuerdo, es decir, sé (pues el recuerdo no es más que la actualización de una cosa pasada) que una vez estuve seguro de la verdad de la proposición según la cual la suma de los tres ángulos de un triángulo es igual a la suma de dos ángulos rectos. Ahora bien, la inmutabilidad de las relaciones entre las mismas cosas inmutables es en el presente la idea mediata que me hace ver que si una vez fueron iguales, lo seguirán siendo. En matemáticas, las demostraciones particulares proporcionan conocimientos generales a partir de este fundamento; de otro modo, el conocimiento de un geómetra no llegaría más allá de la figura particular que traza para realizar una demostración.
TEÓFILO. La idea mediata de la que habla, señor, da por sentada la fidelidad de nuestro recuerdo, pero a veces ocurre que nuestro recuerdo nos engaña y en su momento no llevamos a cabo todas las diligencias necesarias aunque en el presente creamos que sí. Existen a veces revisores de oficio, como en nuestras minas del Harz; y para hacer que los recaudadores particulares presten más atención se ha introducido una multa pecuniaria por cada error de cálculo y, a pesar de ello, se siguen produciendo errores. No obstante, cuanto más cuidado se ponga, más nos podremos fiar de los razonamientos pasados. Yo mismo he diseñado un método para anotar las cuentas de modo que quien va comprobando las sumas de las columnas, va dejando en el papel el rastro del progreso de su razonamiento para no dar pasos inútilmente. Siempre puede revisarlo y corregir los últimos fallos sin que influyan en los primeros, y, además, siguiendo este método apenas hay dificultades si otro quiere hacer una revisión, ya que puede examinar los pasos del anterior de un simple vistazo. Y también existen métodos para verificar las cuentas de cada sección mediante pruebas muy sencillas que tampoco suponen un aumento considerable del esfuerzo para realizar la cuenta. Todo esto nos ayuda a comprender que los hombres sí que pueden...

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