Escritos de un salvaje
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Escritos de un salvaje

Paul Gauguin

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Escritos de un salvaje

Paul Gauguin

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Si hay un personaje legendario entre los artistas modernos, ése es Paul Gauguin. La leyenda, el mito, el personaje novelesco que él mismo tanto contribuyó a crear, nos ha hecho, en muchos casos, muy difícil distinguir lo que de verdad y mentira, de hechos y de literatura, existe tanto en su biografía como en su figura artística. Su alejamiento de Europa, que oscurecía convenientemente su perfil tras una cortina de aventura, locura o valentía, o simplemente inadaptación, contribuyó en gran medida a la creación de un mito que tanto él como sus amigos se ocuparon de preservar cuidadosamente desde la lejanía. A través de los textos que se recogen en el presente volumen, en su mayoría escritos durante su estancia en los Mares del Sur, el lector profundizar en el pensamiento de Gauguin, así como en su relación con otros protagonistas de su época como Van Gogh.

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Información

Año
2018
ISBN
9788446046707
Categoría
Art
IV. Segunda estancia en Oceanía
A William Molard
Cuanto le compadezco por no estar en mi lugar, sentado tranquilamente en mi choza. Tengo ante mí el mar y Moorea, que cambia de aspecto cada cuarto de hora. Un pareo y nada más. Ni frío ni calor. ¡Ah, Europa!
Vivimos momentos de alta política en Tahití. Como usted sabe, o quizá no, desde 1890 había tres islas en estado de rebelión, ya que pretendían gobernarse ellas mismas: Huahiné, Bora-Bora, Raiatea. El señor Chessé[1] vino para traer al redil a los niños extraviados. Dos de ellos cedieron y el buque de guerra, con cuatrocientos tahitianos, todas las autoridades y yo mismo, sirvió para celebrar las fiestas de reconciliación. Le aseguro que se habló, gritó y cantó durante cuatro días y cuatro noches extraordinarias de regocijo, igual que en Cythère. Ustedes no tienen idea de esto en Francia. Ahora falta por conquistar Raiatea y eso ya es otra historia ya que va a hacer falta disparar el cañón, quemar, matar. Obra de la civilización, al parecer. No sé si, llamado por la curiosidad, asistiré al combate y confieso que me tienta. Pero por otra parte, me asquea. [...]
(Tahití, octubre de 1895)
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El museo de Auckland en los años en los que lo visitó Gauguin.
A Monfreid
Hasta el momento de recibir su amable carta no he tocado todavía un pincel, a no ser para hacer una vidriera en mi taller. Tuve que utilizar Papeete como campamento volante para tomar una decisión; finalmente, la de hacerme construir una gran cabaña tahitiana en el campo. Por ejemplo, su descripción es soberbia: a la sombra, al borde de la carretera y detrás de mí una vista fabulosa de la montaña. Imagínese una gran jaula para gorriones con rejas de bambú y techo de paja de cocotero, dividida en dos partes por las cortinas de mi antiguo taller. Una de las partes constituye el dormitorio, con muy poca luz para tener frescor. La otra parte tiene una gran ventana en la parte superior para que me sirva de taller. En el suelo, algunas esteras y mi antigua alfombra persa: todo ello decorado con telas, bibelots y dibujos.
Ya ve que no tengo mucho de qué quejarme en estos momentos. Todas las noches chiquillas endiabladas invaden mi lecho; ayer tuve tres con qué ocuparme. Voy a dejar esta vida de juerga continua para tomar una mujer seria en mi casa y trabajar sin interrupción, tanto más porque me siento inspirado y creo que voy a realizar mejores trabajos que antes.
[...] Vea lo que hice con la familia: me fui sin avisarles. ¡Que se las arreglen ellos solos, porque si sólo estoy yo para ayudarles...! Pienso acabar aquí mis días, en mi cabaña, perfectamente tranquilo. Ah, sí, soy un criminal. ¡Qué importa! Miguel Ángel también; y yo no soy Miguel Ángel. [...]
(Tahití, noviembre de 1895)
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Tahití.
A Schuffenecker
Llegué después de un viaje bastante largo y fatigoso. Ahora que acabo de terminar mi cabaña de día con taller, empiezo a respirar y, aunque no he cogido un pincel desde hace tiempo[2], sí he trabajado mucho con el pensamiento y con la vista. Este descanso, o mejor dicho, esta fatiga física del viaje, con la mirada vacía fija en el mar me han reafirmado en mi resolución de morir aquí y han preparado el terreno de mi trabajo artístico. Siento que voy a poder dar algo positivo en lo sucesivo.
Algunos podrán tildar mi huida de criminal. He discutido largamente conmigo mismo sobre qué es lo que había que hacer y he llegado siempre al mismo resultado: la huida, el aislamiento. No recibo nada, ni siquiera una carta, a falta de dinero. Espero en vano en cada correo. [...]
(Tahití, 6 de diciembre de 1895)
A Monfreid
[...] Confiese que mi vida es muy cruel. Durante mi primera estancia en Tahití había hecho esfuerzos inauditos, [...] ¿A qué he llegado? A un fracaso total. Enemigos y nada más, la mala suerte que me persigue sin tregua durante toda mi existencia; cuanto más camino, más retrocedo. [...] Acabo de pintar un cuadro[3] de 1,30 por 1 metro que creo es mucho mejor que cualquiera de las cosas que he hecho anteriormente [...]. Creo que no he hecho nunca nada con colores tan profundamente sonoros. Los árboles están en flor, el perro alerta, las dos palomas de la derecha se arrullan [...] ¿Para qué enviar esta tela[4] si hay otras tantas que no se venden y hacen aullar? Ésta hará aullar todavía más.
[...] Vivo con 100 francos al mes, yo y mi vahiné, una niña de trece años y medio: ya ve que no es mucho; además, está mi tabaco y el jabón y un vestido para la pequeña, 10 francos mensuales para el aseo. ¡Y si usted viera dónde vivo! Una casa de bálago con una ventana de taller, dos troncos de cocotero esculpidos en forma de dioses canacos, arbustos con flores, un pequeño hangar para mi coche y un caballo.
[...] Mucha gente encuentra siempre protección porque se les sabe débiles y porque saben pedir. A mí no me ha protegido nunca nadie porque me creen fuerte y porque he sido demasiado orgulloso. Hoy estoy derrotado, débil, medio desgastado por la lucha sin cuartel que había emprendido, y me arrodillo y dejo a un lado todo mi orgullo. No soy nada más que un fracasado. [...]
(Tahití, abril de 1896)
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Carta a Monfreid de abril de 1896.
Al mismo
[...] Usted adivinó bien con los cuadros que le mandé a mi mujer, pero ese pobre Schuffenecker creyó hacer lo correcto y no se lo puedo reprochar. Siempre tuvo debilidad por ella y cree que es una desdichada. Por distintos conductos daneses sé que, por el contrario, mi mujer es «muy feliz», que lleva la vida que le conviene, que está muy protegida y muy mimada por todo el mundo. Ella no carece de recursos y mientras tanto yo me estoy pudriendo mientras espero. Fíjese si le hubiera enviado 6.000 francos en lugar de 1.500 [...], qué hubiera sido de mí ahora que me encuentro sin recursos y sin medios de ganarme la vida, puesto que mi pintura no se vende. Mi mujer venderá mis cuadros y se pagará «tortitas de manteca» con el dinero que consiga. Y, por otra parte, como usted puede comprender, es mejor que mis cuadros estén colgados en las casas de algunos coleccionistas daneses que amontonados en un almacén.
Es duro tener que mendigar. ¿No podría usted ir a ver a Meilheurat, y enseñarle mi carta si fuera necesario y pedirle en mi nombre 1.000 francos que yo le devolveré en cuanto la situación se despeje? Si es así, le enviaría a usted como garantía ese cuadro del que le hablo, en caso de que no lo quisiera él.
Muchos consiguen que se les proteja porque tienen aspecto de débiles y porque saben pedir. A mí nunca me ha protegido nadie porque todos creen que soy fuerte y yo he sido muy duro. Hoy me encuentro caído por tierra, débil, desgastado por la lucha sin cuartel que he emprendido; ahora yo me pongo de rodillas y dejo a un lado mi orgullo. No soy nada más que un fracasado.
Le escribo a Schuffenecker una carta parecida, pero más corta, ya sabe lo susceptible que es, así que es mejor que no le enseñe esta carta pues si no pensaría que le prefiero a usted [...]
(Tahití, abril de 1896)
A Schuffenecker
[...] En cierto modo, he dado a la juventud, a falta de enseñanza, libertad: debido a mi audacia, todo el mundo se atreve hoy en día a pintar sin tener en cuenta la naturaleza y todos sacan provecho de ello, venden a mi lado porque, una vez más, ahora todo, a mi lado, parece comprensible. [...]
(Tahití, 10 de abril de 1896)
A Monfreid
[...] Se me acaba de ocurrir una idea; estoy muy enfermo en la cama y no hago más que darle vueltas a cómo poder salir de mis dificultades. Mire lo que he pensado, que creo que puede ser factible sin grandes dificultades. [...] Se trataría de reunir quince personas que entiendan mi pintura o que quieran obtener beneficios y proponerles lo siguiente: Todos los años enviaría (y por adelantado) cuatro cuadros de los buenos, como los anteriores, y varios dibujos y, a cambio, estas quince personas me enviarían 2.400 francos por año, lo que equivaldría a 160 francos por cabeza. El reparto de los cuadros se haría a suertes. De esta manera, mis cuadros no resultarían caros y a corto plazo no perderían nada. [...]
Algunos de ellos quizá le puedan decir que no son especuladores, pero no es distinto comprarlos a un marchante, en una exposición o directamente a mí por cuatro cuartos. Además esto me permitiría seguir trabajando, que es lo principal. [...]
Hable con Schuffenecker y con Seguín, que podrían ayudarle [...] He dicho por adelantado, y por tanto podría contar el primer año con los cuadros que tengo depositados en la casa de Levy, los quince siguientes se los enviaría yo el año próximo. A mí me pagarían cada tres meses, lo que permitiría que quienes participaran en este negocio no se vieran obligados a tener que abonar una cantidad fuerte de golpe [...] Es inútil decirle que nunca he engañado a nadie a la hora de vender mis cuadros y que no lo voy a hacer ahora. Los cuadros que pinte serán como los anteriores y estarán hechos con el mismo cuidado que si los destinara a una expos...

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