CAPÍTULO II
Del mito a las palabras totémicas
CONSENTIR (Y OTROS CONCEPTOS LÍQUIDOS)
La teórica feminista Susan Brownmiller creó un vademécum sobre aquellos mitos que se han creado en torno a la violación y que hemos dado por válidos. En este apartado nos vamos a centrar en uno de los más espinosos: el consentimiento.
Existe un sobreentendido generalizado de que si has dicho sí una vez, has dicho sí para siempre. Y no: el consentimiento no es extensible al futuro; sus propias reglas de juego se desvanecen apenas cumplida su aplicación. Y el hecho de haber dicho sí y pensarlo en el último momento para decir «no», tampoco quiere decir que hayas roto un compromiso ni que vaya a suceder nada de proporciones apocalípticas. Sencillamente te lo has pensado mejor. En un momento dado te pudo apetecer, o así lo creías, y luego, por mil razones, que van desde lo sutil (una sombra en la conciencia) hasta lo obvio (por ejemplo, la zafiedad de la contraparte), decides que no. No hay «sí» irrevocable. No hay «sí» que se sustente en una fuerza del destino.
No se entiende que en España la violación no entrañe un elemento tan co-substancial a la libertad individual como es el consentimiento. Negarse a un acto, acudiendo a la resistencia o, en su defecto, mostrando falta de cooperación (el consentimiento no tiene por qué expresarse verbalmente; como en otros contextos contractuales y comunicativos en general –y aquí no se trata de un contrato, sino de una interacción aberrante, viciada en origen– basta la actitud de adherirse o no adherirse) da cuenta por sí mismo si hay simetría o no en la acción. A partir de la asimetría se establece un proceso de violencia. Porque la violencia es eso: toda incursión, allanamiento o interferencia en el ser que ha dicho no. Y a quien, por extensión, se le inflige daño; algo que no se suaviza ni aun en el caso de haber existido lazos afectivos previos.
He hablado de contractual. Y voy con pies de plomo. La violación no es un fenómeno discursivo y que por lo tanto se pueda abordar desde las fórmulas comunicativas de la interacción sexual consensuada o consensuable, desde el «multiple choice» (sí/no, verdadero/falso). Aquí cuenta la fuerza emocional del paralenguaje: el grito, la nada, los sonidos de la desesperación, el llanto. No es una negociación, donde el sí se da por asumido y el no hay que explicarlo. Reducirlo a sí o no es perpetuar la confusión que existe entre el acto sexual (implícita o explícitamente consensuado) y la violencia/delito.
A estos efectos, vamos a recordar una historia que podría ser una fábula –pero que la distancia de las fábulas el hecho de que es una historia que sucedió realmente–. Una mujer, en los Estados Unidos, a comienzos de los años 90, ve interrumpido su sueño por la presencia de un violador en su domicilio. Un individuo que la amenaza con arma blanca para cometer la agresión. La chica ve que lo que se le viene encima es inevitable y decide proponerle que al menos use un preservativo, a lo que el agresor accede. No hace falta decir que a la hora del juicio se utilizó ese hecho como atenuante para el agresor puesto que se deducía, de alguna manera, la cooperación voluntaria y sin ambigüedad por parte de su víctima, a lo que la mujer respondió: «Con preservativo o sin preservativo, una violación es una violación. ¿Qué pasa, que si el violador hubiera venido disfrazado de payaso, la violación se habría considerado una función de circo?».
Si en lugar de estar moviéndonos en un terreno minado como el de la violación estuviéramos en el ámbito de la negociación descubriríamos una serie de pistas que se avienen perfectamente con lo que enunciamos, puesto que la disciplina de la negociación y la resolución de conflictos sí pone énfasis en aquellas estrategias o técnicas de no cooperación, siendo una de ellas el consentimiento. Consentir no es cooperar. Y aún hay otros matices que quizá tengamos que tener muy en cuenta para no perdernos entre los frondosos bosques del lenguaje y las trampas mortales de sus sutilísimos campos semánticos: ni ceder ni transigir son lo mismo que consentir. Quien consiente permite algo, aun sabiendo que los resultados de esa acción le van en contra. Acepta, pero sin la entrega plena de su voluntad. Ceder es rendirse, dejar de oponerse, asumir el disfrute de la otra parte. Transigir es llegar a soportar o admitir algo que va en contra del propio sentir, con el fin de llegar a un acuerdo o mitigar un conflicto. Debo subrayar que estos matices conforman una retórica fundamental para entender la violación y sus porosos límites: justamente, en esos márgenes, en esos leves confines semánticos, es donde se dirime lo que es delictivo y lo que no lo es.
El consentimiento es una suerte de piedra angular. Más adelante veremos que se trata de un concepto engañoso, de claro doble filo, puesto que incluso en los códigos penales del XIX se consideraba que el consentimiento está en la base de toda interacción entre hombre y mujer. Por lo que la alteración de ese equilibrio natural exigía explicación y pruebas, partiendo de la teoría de la maldad de la mujer en su capacidad de inventiva y descartando la violencia del varón. Ahí aparecen las vetas de las zonas borrosas donde la realidad y su interpretación son más vulnerables. Para verlo más claro tenemos que establecer un nexo claro entre consentimiento y violencia, porque el consentimiento constituye la frontera natural entre la relación consensuada y la agresión. Porque coacción, coerción, hostigamiento, acoso, silenciamiento, amenaza, sometimiento… son también formas de violencia, son acciones impúdicamente imperativas. ¿O acaso tenemos que releer a Lukács?
Silenciar es transitivo; exige alguien que sufre el silencio obligado y alguien que se lo impone. Hay un sujeto y un objeto. Coerción es un control que ejerce la autoridad o el simple acto de reprimir. Coacción es capacidad de imponerse, la fuerza moral, psicológica o física que se ejerce sobre alguien contra su voluntad y para que actúe, asimismo, en contra de esta última. Hostigamiento es acoso en el sentido de presionar para que alguien haga algo o en el sentido de perseguir. Amenazar es proferir insinuación o afirmar la posibilidad de causar un daño a alguien en caso de no darse/propiciar una situación determinada. Sometimiento es imposición por la fuerza de las armas, de la autoridad o de la voluntad de otra persona, hacer que alguien soporte una acción o situación determinadas.
Teniendo esas premisas claras (es decir, estableciendo todas esas regiones del daño cuando el consentimiento ha sido abolido) creemos estar en condiciones de afinar algunos conceptos que establezcan los nexos claros entre violencia y poder, partiendo del principio inexorable que aventura Byung-Chul Han de que «el ejercicio de la violencia incrementa la sensación de poder». No solo incrementa la sensación: incrementa el poder mismo.
1) Por violencia se entiende cualquier situación en la que A hace uso de fuerza sobre B, causando un perjuicio o daño. Se trata de un tipo de relación desigual, no consensuada. En las noticias muchas veces se niega la calidad de violencia en ciertos actos, dado que con frecuencia la acción impositiva se asocia a las meras relaciones interpersonales consensuadas y afectivas. El afecto, o sus sucedáneos, falsean muchas veces la idea de violencia, como si un contexto amoroso general desmintiera algo que queda claro que se reduce a su propio mito: una violación entre miembros de una pareja no es menos violación en virtud del vínculo previo que les une. Si acaso, debería constituir un agravante, por el abuso de confianza y por el parentesco.
2) La fuerza, según Habermas, es el acceso a las posibilidades de coerción con las que los líderes pueden conseguir sus propósitos y objetivos. Hannah Arendt distingue este concepto del de violencia. Para algunos autores el poder, simplemente, implica la disposición del recurso de la fuerza, pero no su uso. Para otros, en cambio –como ejemplo he tomado a Mosca– el poder «debe» imponerse por la fuerza; no obstante, ello no garantiza la dominación. En el caso de la violencia sexual estos matices pasan a ser secundarios. Existe la fuerza aun cuando la víctima no intervenga volitivamente para nada, ya que existe una violentación de facto física y psíquica. El agresor posee la fuerza y la ejerce. Son dos términos, en este contexto, indiscernibles.
3) Autoridad: puede ser de persona a persona, de institución a institución o de institución a persona. Se caracteriza por que no necesita ni coacción ni persuasión. Para Lenski, la autoridad es un derecho imponible de mando sobre los otros. La imposición por autoridad también puede detectarse en ciertas situaciones de abuso sexual, donde no es necesario en chantaje para imponerse. Basta el miedo a las consecuencias de negarse o rebelarse contra los deseos o la prepotencia de alguien considerado superior, sea en virtud de su estatus social, su prestigio o su poder (real o simbólico).
4) Influencia: es la forma más sutil de poder, porque se produce por la manipulación de una situación o de la percepción que se pueda tener de esa situación. La influencia se halla en la esencia del poder y se manifiesta como la capacidad de controlar los lugares estratégicos y las decisiones capitales.
Al ser una forma de poder «blanda» se puede caer en la tentación de subestimar su importancia en el caso de la violencia sexual. Pero más vale descartar su inocuidad: muchos de los casos de mujeres abducidas por alguna ideología, sobre todo si roza el fanatismo (político, religioso o de cualquier otra índole) será una víctima predispuesta en tanto se ofrezca de manera abierta a esa influencia. Ello ocurre a pesar de que –o precisamente por ello– tal influencia la mantenga engañada, seducida y, en suma, con la razón raptada y, por lo tanto, disminuida en su capacidad de alerta o de autoprotección. Son ejemplos preclaros los abusos que se dan dentro de algunas sectas.
5) Dominación: La dominación no equivale exactamente a poder, si nos atenemos a las viejas teorías de Foucault. En palabras de Weber, es uno de los elementos más importantes de la acción social y se erige como una circunstancia especial de poder en que la voluntad manifiesta del que manda influye en la conducta de los otros. Es, en resumidas cuentas, una manera de someter a otros a la voluntad del dominador. La dominación no es exactamente una forma de poder, sino que más bien presupone la imposición de designios.
La dominación, con su carácter sistémico e histórico, que afecta tanto a grupos como individuos, es una de las bases mismas de la violencia y la explotación sexuales. La dominación produce relaciones asimétricas, sugiere un principio de superioridad, exhibe mayor poder y tiene en sus manos el ejercicio del terror para conseguir sus objetivos. En este caso el patriarcado sería esa estructura de dominación en que otras acciones abusivas y violentas son posibles. Como decía el propio Engels, la primera forma de opresión se da del hombre sobre la mujer.
6) Control: situación de poder de un grupo sobre otro en que el controlado ve mermada o anulada su autonomía o indepen...