III
MANOS A LA OBRA
Tocaba actuar sin perder ni un minuto. Había muchas heridas que coser y demasiadas decisiones que adoptar para perder el tiempo. Y nos pusimos rápidamente manos a la obra.
Enfoque presupuestario: las necesidades por encima del techo de gasto
Aunque poner las necesidades como elemento central de la política presupuestaria no se trató de una medida que fuera percibida como revolucionaria más allá de los edificios municipales, estamos muy orgullosos de haber implantado una filosofía ciertamente novedosa en el Ayuntamiento de Madrid. Evidentemente no nos referimos al ámbito teórico, pero sí a la actuación práctica cuando comunicamos a los diferentes centros gestores municipales que había llegado el momento de empezar a gastar de otra manera. Y, además, con un componente fundamental, ya que nuestra tesis era que no debíamos gastar conforme a la recaudación que teníamos, sino recaudar en función de las necesidades y derechos que debíamos satisfacer. No es otro el principio de suficiencia fiscal, que es el que entendemos debe ser central en las Administraciones públicas. Se trataba de convertir la herramienta presupuestaria en un eje fundamental del programa de gobierno, en el reflejo de las nuevas políticas, de las nuevas prioridades para hacer posible un cambio en el modelo de ciudad, y abordar la solución de los problemas como un derecho ciudadano y no como una mera actividad administrativa.
Nuestras prioridades pasaban por garantizar derechos básicos y las necesidades más urgentes de la ciudadanía en situación de vulnerabilidad y dotar de fondos las partidas que permitieran dar un salto cuantitativo y cualitativo a la inversión social. Solamente con un planteamiento audaz y agresivo desde el punto de vista presupuestario se podía aspirar a sentar las bases para equilibrar la desigualdad entre los diferentes barrios de la ciudad. En primer lugar, hay que escuchar las necesidades de la gente, porque de nada nos sirve tener las mejores infraestructuras olímpicas de la Historia si la ciudad se vuelve inhabitable para sus vecinos y vecinas. Porque el hecho de vender Madrid a los de fuera como una ciudad cosmopolita y puntera está muy bien, pero eso no puede significar que los madrileños y las madrileñas pasen a un segundo plano. Nos enfrentábamos a una ciudad que se había convertido en la última década en la capital más segregada de Europa y en la segunda con mayor desigualdad social, según un estudio paneuropeo que analiza 13 países. En sólo 10 años, Madrid y su área metropolitana habían pasado de estar en la media europea a situarse en el puesto más alto. De hecho, el coordinador a nivel europeo del estudio afirma que «el caso de Madrid es muy sorprendente, ha experimentado la segunda subida más agresiva del mapa en los índices de segregación».
Y para abordar un reto como el de la desigualdad es evidente que resulta imposible hacerlo únicamente con buenos deseos. Hacen falta recursos y una actuación decidida por parte del sector público.
Los presupuestos, como clave de bóveda de un programa de gobierno, debían ser el reflejo del cambio de prioridades que iba a hacer posible la transformación de Madrid. Y es esa visión y esa nueva perspectiva las que íbamos a elegir a la hora de elaborar los presupuestos. No era un capricho. Era el momento de dejar atrás las dos líneas principales de actuación que habían marcado el presupuesto en los últimos tiempos:
• O bien nos dedicábamos a realizar macroproyectos, enterrando millones, sin ningún tipo de contención. Y encima, gastando por encima de nuestras posibilidades, con lo que nos íbamos endeudando sin que nadie pusiese freno.
• O bien nos dedicábamos a pagar las deudas generadas por esos macroproyectos, dejando las migajas de ese presupuesto para la ciudad.
Madrid necesitaba una nueva perspectiva diferente de estas dos y un cambio sustancial respecto a años anteriores, en que los presupuestos se caracterizaban por los recortes en las políticas más sensibles y necesarias para la ciudadanía.
Por eso necesitábamos un cambio. Porque la gente no merecía que el dinero de sus impuestos se enterrase en infraestructuras sin sentido, como puede ser el Centro Internacional de Convenciones, donde el diseño de la fastuosa infraestructura supuso más de 100 millones de euros y nos encontramos a nuestra llegada que no era más que el agujero en el que iba a construirse el aparcamiento del edificio. O la remodelación del Palacio de Cibeles, cercana a los 500 millones. O el Centro Acuático y sus más de 192 millones de euros.
Pero tampoco se merecen las consecuencias derivadas de esa gestión: una ciudad asfixiada por las deudas, donde, acuciados por las normas estatales, los responsables políticos han llegado a destinar uno de cada tres euros a pagar a los bancos. Porque el efecto parece claro: no quedaba dinero para la ciudad ni los madrileños.
Nuestras prioridades se basaron en la garantía de los derechos básicos y las necesidades más urgentes de la ciudadanía en situación de vulnerabilidad, por eso equilibrar la desigualdad entre los diferentes barrios de la ciudad era posible gracias a un incremento de la inversión en más de un 64 por 100 junto a una redistribución del gasto. Además, áreas como Cultura y Deporte, Medio Ambiente y Movilidad o Participación Ciudadana también constataron un crecimiento significativo.
Para abordar el reto de alcanzar los objetivos de mitigar los desequilibrios que la ciudad tenía, las políticas de gasto recibieron un fuerte impulso en los primeros presupuestos que aprobamos, los de 2016. Así, los programas de inversión social, en el primer presupuesto elaborado y aprobado para 2016, crecieron en más de 123 millones de euros (+24,03 por 100) con respecto a 2015. De igual forma, la producción de bienes públicos de carácter preferente también creció casi un 15 por 100, y los servicios públicos básicos se beneficiaron de más de un 7 por 100 de incremento de dotación presupuestaria. Después de años de reducción de las partidas anteriormente mencionadas, el esfuerzo que supusieron los presupuestos de 2016 mostró una reorientación clara de las prioridades del Ayuntamiento para definir las políticas a la hora de atender los derechos básicos y las necesidades más apremiantes de la población madrileña en situación de vulnerabilidad. Pero no es sólo la gente en peor situación o en riesgo de exclusión la que iba a notar la acción transformadora de los presupuestos del próximo ejercicio ya que, como acabamos de decir, las actuaciones en áreas como Cultura y Deporte o Participación Ciudadana tuvieron asimismo un importante incremento en las cuentas de 2016.
¿Y cómo se podían financiar esas políticas prioritarias? No era especialmente complicado desde una perspectiva teórica: con la reducción de los importes destinados a pago de gastos financieros y amortización de deuda y con la fiscalidad.
Y así lo hicimos. Con respecto al presupuesto de 2015, en 2016 el Ayuntamiento de Madrid decidió destinar casi un 24 por 100 menos al pago de la deuda. Nada más y nada menos que una reducción de 224 millones de euros. Además de frenar el ritmo de amortización anticipada de la deuda, la herramienta fiscal era fundamental para poder completar los fondos necesarios para la reorientación de estrategia política que iban a suponer los presupuestos de 2016. Lograr que la fiscalidad se rija por el principio de suficiencia, además del de progresividad y justicia, es imprescindible para reducir notablemente la desigualdad y frenar la concentración de riqueza en pocas manos. Teniendo en cuenta el principio de la suficiencia fiscal, el Ayuntamiento de Madrid redujo en los presupuestos de 2016 el Impuesto sobre Bienes Inmuebles en un 7 por 100. El 100 por 100 de los ciudadanos y ciudadanas de Madrid se benefició de la medida política, si bien es cierto que de manera desigual, que por el carácter regresivo de este impuesto, pero permitió un alivio también a las personas que estaban en peor situación económica. Para compensar el efecto de esta medida, se incrementó este impuesto a los inmuebles de uso diferente al residencial y que están encuadrados en el tipo diferenciado, es decir, los de valores catastrales más elevados. Solamente el 0,31 por 100 de los recibos sufrieron este incremento, que osciló entre el 7 por 100 y el 9 por 100. También se realizaron en 2016 variaciones en las bonificaciones a inmuebles del Patrimonio Histórico que realizan actividades lucrativas, familias numerosas y a la puesta en marcha de sistemas de aprovechamiento de energía solar. El resultado de las medidas fiscales relacionadas con el principal tributo municipal supuso un incremento de recaudación de 48 millones de euros en 2016.
Entre otras medidas fiscales que se pusieron en marcha en el presupuesto de ese año estaba el establecimiento de una nueva tasa por la prestación del servicio de gestión de residuos urbanos, en la que no se gravaban ni las viviendas ni almacenes ni estacionamientos y que supondría que determinadas actividades económicas aportaran más de 38 millones de euros a la financiación municipal. El objetivo era conciliar los principios de capacidad económica, provocación de costes y los de economía y eficacia en la gestión para que realmente pague quien más contamina.
También se realizó en 2016 una actualización general de los coeficientes de situación en el Impuesto de Actividades Económicas, ya que los vigentes se encontraban por debajo del máximo autorizado legalmente. Se recogieron además modificaciones en b...