Sokoa
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Operación Caballo de Troya

  1. 224 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Operación Caballo de Troya

Descripción del libro

Todo lo que se narra en el presente libro, por increíble que parezca, recoge uno de esos episodios reales que, por su preparación y desenlace, merece ser contado. Por motivos de seguridad y confidencialidad relativos a personas e instituciones, algunos nombres, lugares y situaciones no se ajustan con el máximo rigor a todos y cada uno de los pasos que se dieron en su momento hasta el desenlace final. Pero no se confunda el lector: lo que puede parecer más fantástico fue absolutamente real. Lo son sus protagonistas y la mayor parte de los pormenores que se cuentan, lo mismo que la tensión creciente, palpable, de unos hechos que iban a cambiar para siempre el devenir de la lucha contra ETA.

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Información

Año
2016
ISBN del libro electrónico
9788494528309
Edición
1
Capítulo 1
Cuatro ladrones en la Gendarmerie de Anglet
Anglet, Aquitania, Pirineos Atlánticos, viernes 7 de noviembre de 1986
Llueve torrencialmente en la fría noche otoñal de Francia. El comando –el sargento Enrique Delgado y los guardiaciviles José Fadril y Raimundo Toledano, al mando del teniente Eloy Domínguez– ha cruzado el Puente Internacional de Behobia a media tarde, a la hora de mayor afluencia de circulación, para difuminar en el anonimato la furgoneta Ford Transit Supervan 2, de 1984, de 70cv, rotulada para la ocasión con pegatinas del servicio de Telefónica, uno de los vehículos de la dotación de camuflados del cuartel de la Guardia Civil en el barrio donostiarra de Intxaurrondo, equipado con matrículas francesas falsas, con el 64 de los Pirineos Atlánticos. En el puesto fronterizo español los ha reconocido el inspector Uría, que ha acompañado el gesto de paso con un deseo: «¿De caza? Tened cuidado y buen servicio».
La hora de intervención la han fijado en la medianoche con el comandante de la jefatura de Información de Intxaurrondo, quien sigue desde allí la operación. Están a unos 55 kilómetros, poco más de una hora por la A63 y la E5, del objetivo: un extraordinario asalto de un comando de la Guardia Civil a la Gendarmerie de Anglet, en el área urbana de Bayona, sita en la avenue d’Espagne, pues allí se encuentran depositados los misiles incautados por la PAF en una operación brillante contra ETA.
En Anglet cayó, en 1978, el etarra Argala, el Flaco, José Miguel Beñarán Ordeñana, jefe del «comando Txikia» y de la «Operación Ogro» que el 20 de diciembre de 1973 asesinó al Almirante, el presidente del Consejo de Ministros, Luis Carrero Blanco. Argala era, además, uno de los artífices de ETA-militar tras escindirse la banda terrorista en 1974, así que cuando, cinco años después, el 21 de diciembre de 1978, coincidiendo con el aniversario del atentado contra Carrero, imitó el vuelo de su víctima por una bomba colocada en los bajos de su coche por un grupo del terrorismo contraterrorista, el Batallón Vasco Español (BVE) o un comando de oficiales de la Marina Española, nunca se dilucidó, el Estado no sólo se cobró cumplida venganza del magnicidio, sino que asestó un duro golpe a la dirección de la organización terrorista.
Hasta medianoche quedan bastantes horas. Los hombres han comido hacia la una de la tarde en Fort Apache, como propios y extraños conocen el cuartel de Intxaurrondo, y como el desenlace de la operación es incierto, más vale hacer una merienda-cena fuerte: al igual que en una carrera ciclista, la falta de azúcar acarrea una pájara invalidante y el cerebro y el sistema nervioso necesitarán mucha glucosa para realizar la actividad que los espera. Tras el almuerzo, han estado reunidos con el comandante y los oficiales de Información y el teniente coronel de Servicios Especiales, repasando hasta el aburrimiento todos y cada uno de los pasos a dar, los planos, los accesos, el nombre en clave del contacto en el lugar del objetivo, a quiénes citar o recurrir en caso de extrema necesidad, la actitud a tomar si algo sale mal, etcétera.
Deciden cenar en Biarritz, pues aunque los habitantes son más o menos los mismos de Anglet, siempre hay una gran población flotante de turistas y visitantes de las playas y el casino moviéndose por calles, restaurantes y cafeterías, entre la que es más fácil camuflarse. Escogen un bistrot del centro, ruidoso y concurrido, y encargan el menú del día: la soupe du jour, el steak avec frites –en Intxaurrondo sirven mejor carne– y el dessert, una especie de pastel de demasiados colores, con vino tinto y dos cafés por cabeza. Cerca de las 9, enfilan la avenue de Biarritz y la avenue de Verdun, rumbo a Anglet. Sigue lloviendo y ha aumentado el frío. El tráfico es intenso.
Delgado conoce, de otras operaciones, un hotel cercano a la Gendarmerie, el Novotel Biarritz Anglet Aéroport, siempre lleno de viajeros que esperan vuelo o han llegado para abordar sus asuntos en la Aquitania al día siguiente. Antes de entrar, se despojan de los monos azules de trabajo que visten, con el logotipo de Telefónica bordado en el bolsillo izquierdo de la pechera e impreso a lo ancho de la espalda.
El bar del hotel está especialmente animado por un par de celebraciones que han atraído gente de los alrededores. Eligen una mesa desde la que pueden controlar las tres entradas del local, una para cada uno, y piden cafés y coñacs. Con disimulo, como si hiciera un dibujo automático, el teniente Domínguez repasa la operación con sus hombres: dibuja un sol, la Gendarmerie, a escasos 200 metros de donde se encuentran, en el 62 de la avenue d’Es­pagne, una estrella al oeste del sol; otra estrella al sur es la rotonda que da acceso a la calle lateral del este del cuartel de la policía francesa, la rue de Quesnel, con un bosquecillo –Domínguez dibuja una constelación– en el que se ocultarán y desde el que accederán a la trasera de la Gendarmerie, al edificio auxiliar, una supernova exenta que hace ángulo recto con el sol. El cuerpo de guardia de la instalación policial se encuentra en el edificio principal, en la fachada de la avenue d’Espagne, y la puerta principal del edificio auxiliar, sin guardia, da al aparcamiento trasero del acuartelamiento. Más allá del bosquecillo, salen hacia el norte dos alamedas, la allée de l’Espérance y la allée Villarubio, que atraviesan una urbanización de chalets y desembocan en la avenue de Biarritz, al norte del sol...
El teniente Domínguez –un oficial polilla, egresado no hace mucho de la Academia, alto y fibroso, de ademanes seguros– utiliza los datos proporcionados por François Marchant, un gendarme amigo –20.000 francos nuevos y un mes de vacaciones gratis en un apartamento en Calella, la de los Alemanes, en la Costa Brava: la tarifa habitual de la amistad de los agentes sin galones–, confirmados visualmente el día anterior por Delgado y él en un recorrido sin bajar del automóvil.
Deciden dejar el coche al fondo de la allée de l’Espérance desde la avenue de Biarritz, un paseo de 30 metros hasta el bosquecillo detrás de la Gendarmerie. Para el regreso, después del asalto a la comisaría francesa –Domínguez traza estrellas fugaces al norte y al oeste del cuartel–, ganarán la D260 hasta llegar a la D810 y aquí ya verán, según esté el tráfico, y las circunstancias, si seguir por ésta recorriendo la costa o incorporarse a la autopista, la E5.
—¿Estamos? –pregunta a sus acompañantes y, tras sus gestos afirmativos, rompe en trocitos la servilleta y los deposita en el cenicero.
Las cenas y las fiestas declinan en el Novotel Biarritz Anglet Aéroport. Es el momento de salir. Antes de subir a la furgoneta, se vuelven a enfundar los monos. Por la avenue d’Espagne, la Ford Transit deja a la izquierda la Gendarmerie, donde reina la tranquilidad y las escasas luces –ninguna en el edificio auxiliar– revelan la falta de actividad, y toma la rue de Quesnel para acceder a la avenue de Biarritz. Tuercen a la izquierda, recorren los trescientos metros de la allée de l’Espérance y maniobran en ella para dejar el coche orientado hacia la avenida.
Abren el portón trasero y, de debajo de las cajas de repuestos telefónicos, Delgado y Fadril extraen una especie de estrecho ataúd de unos dos metros de largo protegido por una lona de camuflaje militar; salen aprisa y salvan los pocos metros que los separan del bosquecillo; detrás de ellos, Domínguez y Toledano recorren el mismo camino con otro cajón idéntico. Las únicas armas que llevan, además de navajas suizas multiusos, son sus pies. De alguna manera, en ese momento forman parte de lo que los propios guardias llaman «agentes BLV», los «Búscate la vida», los eufemísticamente conocidos como «destinados al norte de Intxaurrondo», que saben que la única ayuda que pueden esperar ante las adversidades es un mensaje de la superioridad por radio: «Actúe según proceda». Por suerte, al menos ha escampado.
Los guardiaciviles se reúnen en el bosquecillo donde desemboca la allée de l’Espérance, al otro lado de la rue de Quesnel, la Gendarmerie por medio. Sendas luces cenicientas alumbran las puertas gemelas, ciegas y de metal pintado de rojo oscuro, de la trasera del edificio auxiliar, de una planta. Un murete blanco de un metro, una valla de alambre de otro metro sobre el muro y un seto interior de aligustre de más de dos metros son la única protección del recinto, iluminado en esa parte sólo por una farola en la esquina del edificio auxiliar con la rue de Quesnel. Como les aseguró el francés, no hay moros en la costa. Saltan los obstáculos con los cajones a cuestas y, en fila india, pasos de gato, eligen el tramo del seto iluminado por la farola porque la mole del recinto auxiliar los protege de las vistas de cualquiera que salga por la puerta trasera del edificio principal o atraviese el aparcamiento. El cambio de guardia, que mueve más gente, todavía se retrasará unas horas.
Domínguez y Fadril van al frente del cuarteto, que cierran Delgado y Toledano. Fadril es un alicantino renegrido y fibroso con larga experiencia en la Guardia Civil y que se incorporó al cuartel de Intxaurrondo cuando se inauguró en 1980; nunca lleva llaves y nunca sale de su casa sin su estuche de delicadas ganzúas, con las que abre y cierra todas las puertas, no importa la cerradura, y enciende y apaga todos los vehículos, no importa la marca ni el modelo; un continuo entrenamiento que lo tiene siempre dispuesto para integrar los equipos de operaciones encubiertas. Los cuatro se enfundan guantes verdes de cirujano. La puerta, de chapa y pintada de gris, señalada por el contacto es la de la derecha, que da acceso directo a los almacenes; Fadril la abre en un suspiro. Domínguez y Delgado cuentan tres puertas por el pasillo por el que avanzan los cuatro con los dos cajones y con ayuda de una linterna mínima en la boca del teniente: Toledano vuelve de guardia detrás de la puerta de entrada, atento a cualquier ruido del exterior. Son precauciones inútiles; si los descubren, se entregarán manos en alto como han acordado, pero es el protocolo... El teniente ilumina la cerradura de la puerta del pasillo elegida para que proceda Fadril: un clic que les suena como un estrepitoso gong chino les abre paso a una habitación vacía, con una larga mesa metálica arrimada contra la pared opuesta. Sobre ella, dos sólidas cajas de madera, de unos dos metros de largo, rotuladas visiblemente en ruso –«9K32 Strela-2»–, en inglés –«SA-7b Grail Mod.1»– y en árabe –«2
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9K32»–, y de manera aún más destacada: «Opitnoye Konstructorskoye Biuro Kolomna», la famosa «Oficina de Diseños Experimentales Kolomna», una OKB soviética especializada en la fabricación de misiles tierra-aire SAM (Surface-to-Air Missile): los misiles con los que ETA pretendía derribar el Dassault Falcon 50 de la Fuerza Aérea que los dirigentes del Ministerio del Interior, del Gobierno, utilizaban en sus desgraciadamente numerosos viajes oficiales al País Vasco para presidir funerales de víctimas del terror.
Por fortuna, las tapas de ambos cajones están desclavadas para facilitar las inspecciones judicial y militar. Dentro de cada uno de ellos, en un lecho de espuma de alta densidad, un lanzamisiles lacado en color verde oliva y un misil, en blanco grisáceo. Y, a la vista, las pequeñas placas con los números de fabricación y de serie de ambos. Suben a la mesa los cajones que traen, los desenvuelven de sus lonas y, auxiliándose de una cuña plana de acero, Delgado desclava las tapas: dentro, junto a lanzaderas y misiles idénticos, sendas bolsitas de plástico con las placas de identificación y sus dos tornillos encajadas entre la espuma y las armas.
Delgado sabe qué cabeza de destornillador tiene que elegir de un cilindro que saca del bolsillo de la camisa, que no había dejado de palpar de cuando en cuando desde que salieron de Intxaurrondo; desenrosca la tapa y echa sobre la palma de su mano izquierda una variedad de cabezas de destornilladores. «Luz», pide a Domínguez, y escoge una de ellas, que, tras meter las demás en el bolsillo interior de su zamarra, encaja en la otra punta del cilindro-contendedor.
Por el ventanuco de la habitación llega el ruido de un portazo desde el otro edificio y voces y risotadas que avanzan por el aparcamiento. Delgado encaja el destornillador en el tornillo de la derecha de la placa del lanzamisiles. Al girarlo a la izquierda, el destornillador resbala con un chirrido; lo vuelve a encajar, cuidando de que la verticalidad del cilindro sea exacta..., con el mismo resultado. «¡Jó-dér!», masculla, mientras echa mano nerviosa al bolsillo donde ha metido el resto de las puntas y las saca todas. Oyen fuera una carcajada y un «Ne vous moquez pas de moi!» al pie del ventanuco, casi como si estuvieran asomándose por él.
En un susurro tembloroso pero tajante, ordena a Domínguez: «¡Luz, luz! ¡Con cuidado!». Domínguez pone la mano izquierda detrás del pequeño haz luminoso de la linterna, haciendo pantalla para que no se cuele claridad por la ventanilla. «En el tornillo, mi teniente... A ver, en las puntas.» Delgado escoge otra, se la mete en la boca y el resto, en e...

Índice

  1. Cubierta
  2. Sokoa. «Operación Caballo de Troya»
  3. Legal
  4. Prólogo
  5. 1. Cuatro ladrones en la Gendarmerie de Anglet
  6. 2. Una idea mortal en un buzón etarra
  7. 3. El Mosad trata de echar una mano
  8. 4. Caballo de Troya: un regalo envenenado para ETA
  9. 5. Francisco Paesa, un señorito vendemisiles
  10. 6. Del Líbano a Ávila: el azaroso viaje de SAM 1.º y SAM 2.º
  11. 7. Siguiendo los pasos de los SAM Brothers
  12. 8. Dos policías en la frontera
  13. 9. Pisándoles los talones a los etarras
  14. 10. El caballo, dentro de Troya
  15. Epílogo. El botín de Troya