Sortilegios de la memoria y el olvido
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Sortilegios de la memoria y el olvido

  1. 160 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Sortilegios de la memoria y el olvido

Descripción del libro

Esta obra estudia la relación memoria/olvido en la tradición occidental, poniendo énfasis en que la historia ha sido articulada principalmente a partir del discurso del "vencedor", silenciando, muchas veces, las voces de los vencidos. Pese al deliberado propósito de acallar tales voces, se advierten, en ocasiones, huellas de discursos preteridos que es forzoso recuperar para la construcción, lo más veraz posible, de la historia, tal como sostiene C. Ginzburg.A lo largo de sus páginas se muestra cómo frente a Mnemosýne, ""la Memoria"", los griegos crearon otra figura significativa: Léthe, ""el Olvido"", esta última en consonancia con razones fundamentalmente políticas, cuyo punto más alto lo constituye la damnatio memoriae, ""condena al silencio"", recurso nefasto al que, siglos más tarde, la Roma imperial recurrió con frecuencia. En ese sentido, el autor incide en que no hay peor muerte que el olvido, ya que éste implica la muerte definitiva.Luego de una consideración teórica sobre la dialéctica memoria/olvido, se analizan las mutaciones ocurridas en la mente con el advenimiento de la escritura y, más tarde, las transformaciones sociales debidas a la invención de la imprenta de tipos móviles. Por último, el autor reflexiona sobre los modernos recursos de la electrónica y la cibernética aplicados al arte de escribir, que están provocando mutaciones y alteraciones en la forma de pensar que, en muchos casos, ni siquiera alcanzamos a imaginar.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9789874544483
Categoría
Scienze sociali
Categoría
Antropologia
Capítulo III
En la constelación de las Musas
El mundo de las Musas
A diferencia del mundo de nuestros días, en el que la escritura resulta insustituible, lo que caracteriza al mundo griego preclásico es la oralidad. Así, por ejemplo, conviene recordar que los poemas homéricos no fueron escritos, sino compuestos oralmente por aedos desconocidos y, a su vez, declamados por recitadores profesionales –los rapsodas–. Su recitado o declamación tenía lugar en ceremonias públicas y privadas en las que se ponía de manifiesto el aspecto performativo característico de toda recitación, que, naturalmente, se pierde al ser volcado a la forma escrita, que es la que el mundo moderno maneja de manera habitual. En lo performativo, la declamación del rapsoda era única e irrepetible, como hoy es única e irrepetible cada representación teatral.
Los aedos y rapsodas para su métier se valían de una serie de fórmulas –epítetos, expresiones fijas y temas característicos– enlazadas y fijadas mediante el hexámetro dactílico, que es la unidad rítmica de estas composiciones, amén de un arte o técnica de memorizar, la mnemotecnia, susceptible de ser aprendida –y transmitida–, fundada ésta en la economía expresiva y en el método formular. Al no haber escritura, los rapsodas, como es lógico, eran analfabetos, cualidad que sirvió de base a Milman Parry (1928) para comparar el método compositivo empleado en los poemas homéricos con el que utilizaban poetas contemporáneos de la ex Yugoslavia, iletrados también, quienes declamaban extensas composiciones, de corte aristocrático, mucho más extensas incluso que las homéricas.
Para esta investigación Parry, colectó, en registros fonográficos, material sonoro serbo-croata almacenado en la memoria de guslari (= guzlari), cantores que acompañaban su recitación mediante un instrumento musical, la gusla –guzla–, una suerte de violín muy rudimentario provisto de una sola cuerda. Las composiciones que entonaban, en la mayor parte de los casos, eran de tema heroico (la muerte prematura impidió a M. Parry profundizar esa labor, que fue continuada por su discípulo A. B. Lord. Para ambos, la escritura destruye la virtud de un poeta oral).
M. Parry logró demostrar, fuera de toda duda, «que Homero fue un poeta oral, que se valió de un repositorio tradicional de frases fijas gradualmente desarrollado, que abarcaba la mayor parte de las ideas y situaciones comunes, repositorio que no era innecesariamente abundante ni restrictivamente parsimonioso» (Kirk 1968: 72), y denominó economía y extensión a las cualidades clave del conjunto de fórmulas verbales en que se funda el arte de estos poetas orales. Existe un grado tal de repeticiones de epítetos y fórmulas fijas, que aproximadamente un tercio de los poemas homéricos se reiteran, al menos, una vez; de igual modo en el interior de los versos hay frases y unidades semánticas recurrentes (en ese esquema se desecha todo lo accidental y que, en consecuencia, no es funcional al sistema).
Sobre el arte de la recitación, en la Odisea, los aedos Femio y Demódoco nos proporcionan indicios muy sugerentes. Por otra parte, a través de referencias poéticas y de los testimonios que nos brinda la iconografía en pintura de ánforas y de otras formas cerámicas, advertimos que hasta el siglo vii a.C. los rapsodas se valieron de la lira y de la cítara; luego abandonan estos instrumentos para echar mano de una vara. Ésta les otorgaría cierta consagración y respeto, a la vez que les serviría para imponer silencio. Ese reemplazo de objetos parece sugerirnos una mudanza según la cual los primitivos poetas orales pasaron a convertirse en recitadores que representaban ante un auditorio.
En cuanto a las epopeyas homéricas, en sus orígenes no estaban constituidas por textos fijos, sino por un corpus susceptible de cierta movilidad hasta que, con el correr del tiempo, un poeta notable –al que la tradición denomina Homero– le habría dado organicidad unitiva en consonancia con un ideario estético (subrayo lo de estético). Dichas composiciones más tarde fueron volcadas a la forma escrita, con las mutaciones que, naturalmente, suceden en el traspaso de la oralidad a la escritura; no son éstas meramente técnicas sino, de alguna manera, también de naturaleza.
La discusión sobre la existencia o no del poeta Homero, de que haya sido el autor de ambas epopeyas o sólo de la Ilíada, se vio cuestionada a fines del siglo xviii cuando el helenista Friedrich August Wolf publicó, en 1795, la primera parte de sus Prolegomena ad Homerum. En esta breve disertación, publicada en latín –lengua en la que en la época se exponían las controversias científicas– y en la que proporciona documentación de valor, Wolf expresaba que los poemas homéricos «carecían de unidad, que eran un conjunto de cantares independientes transmitidos oralmente por los rapsodas y que su texto fue establecido sólo en la llamada “redacción de Pisístrato”» (Thiele 1969: 26). Wolf se funda, entre otros hechos, en que en ambas composiciones no se menciona la escritura, y duda de que tales epopeyas, debido a su dilatada extensión y no obstante la destreza de los rapsodas en el arte de la memoria, pudieran ser recitadas en forma íntegra; admite, en cambio, el canto o recitado de formas aisladas. Esa cuestión nos lleva a considerar el problema de la escritura en la península griega, problema clave aún no resuelto de modo definitivo.
En la Hélade contamos con dos tipos de escritura arcaica: el lineal (= linear) A y el lineal B. La primera se desarrolló en la isla de Creta y aún no ha sido descifrada en su totalidad, pese a los importantes logros del lingüista sueco Kjell Aartum respecto del desciframiento del Disco de Phaistos. En sitios palaciegos (Cnossos, Phaistos y Hagia Tríada) se ha encontrado importante material con este tipo de escritura –en forma de tablillas de barro cocido que Arthur Evans llevó a Gran Bretaña–, que era utilizada desde el tercer milenio antes de Cristo hasta aproximadamente el 1450 a.C., cuando el poderío cretense sucumbió ante el avasallamiento militar de Micenas.
Como en todos los sitios palaciegos de Creta se advierten restos de incendios (en Cnossos, en Phaistos, en Hagia Tríada, en Mallia, en Zacro...), Pendlebury conjetura que se trató de una invasión extranjera de aqueos o micenios, que, procedentes del norte, luego de poblar la península griega a comienzos del II milenio, habrían atacado y destruido «las ciudadades cretenses por motivos políticos, probablemente porque querían acabar con el monopolio cretense del comercio para poder participar en el rico intercambio con Egipto» (Cottrell 1958: 253): el mito, ensamblado con la historia, evoca esa contienda legendaria a través de la victoria de Teseo sobre el Minotauro.
Junto al ocaso de Creta y el surgimiento y desarrollo de la Micenas «rica en oro» –como la llama Homero– entre aproximadamente el 1400 y el 1200 (descubierta por Schliemann y estudiada por el profesor Wace y su equipo), advertimos que el lineal A deja paso al lineal B.
En cuanto al lineal A, se trata de un tipo de escritura jeroglífica: un sistema donde cada pictograma vale por una sílaba o una palabra. Es un sistema semejante al empleado en el Egipto faraónico, según conjetura el citado Aartum. Ese sistema de escritura –conocido como minoica, en recuerdo del mítico Minos– presenta rasgos orientales, más precisamente fenicios.
Diferente, en cambio, es el sistema denominado lineal B, descifrado en 1952 por el arquitecto británico Michael Ventris. Pese a la importancia de este hallazgo, cabe referir que el material descifrado aporta pocos datos respecto de la cultura de los micenios, ya que los testimonios conservados son en su mayor parte inventarios administrativos de palacios (cantidad de aceite, de trigo, de animales). Micenólogos de prestigio como John Chadwick o Martín S. Ruipérez descreen de la existencia de una posible épica micénica, sugerida por otros estudiosos (Chadwick 1977: 36).
Sobrevienen luego siglos oscuros donde este tipo de escritura rudimentaria se pierde y la civilización griega parece entrar en un cono de sombra. Habrá que esperar algunas centurias para volver a tener indicios de escritura en la cultura griega, la que reaparece en los siglos viii y vii, lo que nos permite situar la cuestión homérica, naturalmente, en el marco de una cultura iletrada.
La más antigua inscripción alfabética griega llegada hasta nosotros corresponde a un graffito ático (IG, I 2, 919) datado en torno al 725 a.C. Si bien esta inscripción –registrada en un jarro de estilo geométrico– se remonta al siglo viii, se trata de un caso muy aislado de escritura. Una centuria posterior es otro registro –grabado en la llamada Copa de Néstor–, hallado en las islas Pitecusas, frente a Cumas –localidad próxima a Nápoles, reputada en la Antigüedad como ámbito oracular de la Sibila del mismo nombre–. El hallazgo en el litoral itálico de esa inscripción da cuenta, en esa época, de la incipiente expansión del alfabeto griego en la cuenca mediterránea.
La circunstancia de que en torno al siglo viii a.C. haya vestigios de escritura alfabética en caracteres griegos no significa necesariamente una difusión masiva del mismo. El proceso de incorporación de la escritura parece haber sido lento y, en principio, se conjetura que reducido a grupos minoritarios. La invención del alfabeto silábico, donde cada grafema representa un fonema, redujo sensiblemente las dificultades de aprendizaje, a la vez que ayudó a popularizar la escritura, ya que con ello cualquier persona podía aprender a leer y escribir en escaso tiempo; además, como hasta entonces la escritura ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inter Pares
  3. Legal
  4. Hugo Bauzá. Sortilegios de la memoria y el olvido
  5. I. Los artilugios de la memoria y el olvido
  6. II: El valor de Mnemosýne
  7. III: En la constelación de las Musas
  8. IV. «Bienaventurados los desmemoriados»
  9. V. Cadmo y el alfabeto
  10. VI. La Biblioteca de Alejandría
  11. VII. La Galaxia de Gutenberg
  12. VIII. Maurice Halbwachs y el tópico de la memoria colectiva
  13. IX. La escritura después de McLuhan
  14. X. El silencio y la palabra
  15. XI. Memoria literaria y cultura
  16. XII. ¿Para qué recordar?
  17. Akal / Inter Pares