Marx, el capital y la locura de la razón económica
eBook - ePub

Marx, el capital y la locura de la razón económica

David Harvey

Compartir libro
  1. 256 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Marx, el capital y la locura de la razón económica

David Harvey

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

El capital de Marx es uno de los textos más importantes de la era moderna. Los tres volúmenes, publicados entre 1867 y 1883, cambiaron el destino de países, políticas y personas en todo el mundo, y aun hoy siguen teniendo resonancia. En este libro, David Harvey analiza y expone los argumentos clave de esta trilogía colosal. En un lenguaje claro y conciso, Harvey describe la arquitectura del capital de acuerdo con el análisis de Marx, colocando sus observaciones en el contexto del capitalismo en la segunda mitad del siglo diecinueve. En este sentido, el autor considera que los significativos cambios tecnológicos, económicos e industriales durante los últimos 150 años podrían obligar a una adaptación y modificación del análisis de Marx y de su aplicación práctica.La trilogía de Marx se refiere a la circulación del capital; el volumen I, sobre cómo el trabajo aumenta el valor del capital, lo que él llamó valorización; el volumen II, sobre la realización de este valor, vendiéndolo y convirtiéndolo en dinero o crédito; por último, el volumen III, sobre lo que sucede con el valor siguiente en los procesos de distribución. Los tres volúmenes contienen el núcleo del pensamiento de Marx sobre el funcionamiento y la historia del capital y el capitalismo. David Harvey estudia y detalla los profundos conocimientos y el enorme poder analítico que, sin comprometer su profundidad y complejidad, siguen ofreciendo a cualquier lector, incluso a aquellos que accedan al pensamiento de Marx por primera vez.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Marx, el capital y la locura de la razón económica un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Marx, el capital y la locura de la razón económica de David Harvey en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Politics & International Relations y Communism, Post-Communism & Socialism. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

IX
La locura de la razón económica
Cuando se consumen por fin las mercancías portadoras de valor, abandonan la circulación, con lo que «dejan de ser un momento del proceso económico». Pero esa desaparición depende de la conversión previa del valor de la mercancía a la forma dinero, y el dinero tiene la capacidad de permanecer perpetuamente en circulación. «En el caso del dinero –dice Marx–, se llega a la locura; a la locura, ciertamente, en cuanto momento de la economía y determinante de la vida práctica de los pueblos»[1]. La vida cotidiana se convierte en rehén de la locura del dinero. ¿Pero en qué radica esta locura?
Desde el punto de vista de las mercancías, el valor de cambio es «solo de interés pasajero», ya que el objetivo inmediato de la producción de mercancías es satisfacer necesidades sociales. En un mundo de intercambio, el dinero simplemente facilita los intercambios. Pero, en el mundo del capital y la producción de plusvalor, el dinero cobra un carácter bastante diferente. El valor ahora «se preserva mediante el aumento; y solo se preserva superando constantemente su barrera cuantitativa […] Por lo tanto, el enriquecimiento se convierte así en finalidad en sí. El objetivo que determina la actividad del capital solo puede ser hacerse más rico, es decir, aumentar, hacerse mayor»[2]. El dinero, en la medida en que funciona como una medida de riqueza, también debe participar en «el impulso constante para ir más allá de su límite cuantitativo; un proceso sin fin. Su propia animación consiste exclusivamente en eso; solo se conserva como valor de intercambio autovalidado, distinto del valor de uso, multiplicándose constantemente». Esto es lo que distingue al dinero bajo el capitalismo de todas sus múltiples formas precapitalistas. «El dinero en cuanto suma de dinero se mide por su cantidad. Que se le mida contradice su determinación, que debe estar orientada hacia lo ilimitado»[3]. Nunca puede ser contenido o restringido.
Eso es lo que Hegel entiende como «mala infinitud» [schlechte Unendlichkeit]. Es la forma del infinito, que no tiene final y que, como la sabiduría de Dios, supera todo el entendimiento humano. La sucesión numérica es su forma paradigmática. Para cada número hay siempre otro mayor que lo supera. La cantidad de dinero en el mundo, sin la restricción de una base metálica material, es una mala infinitud. Es simplemente un conjunto de números. El capitalismo contemporáneo está encerrado en la mala infinitud de la interminable acumulación y el crecimiento compuesto [iterado]. En la interpretación de Marx, sugiere Wayne Martin, «el capitalismo está esencialmente orientado a una infinitud incompletable, una orientación basada en la ontología del propio capital»[4]. El dinero puede acomodarse a la necesidad infinita de expansión del valor, simplemente haciendo que los bancos centrales agreguen ceros a la oferta de dinero, que es lo que hacen mediante la flexibilización cuantitativa. Esa es una mala infinitud, la espiral que escapa a todo control, que corre desbocada. Solíamos hablar en términos de millones, luego de millardos y de billones, y pronto, sin duda, hablaremos en términos de trillones de dólares en circulación, un número que supera cualquier comprensión real.
El infinito virtuoso o verdadero [wahrhaft Unendlichkeit] de Hegel es el círculo, la banda de Möbius o la Escalera de Escher, en la que el movimiento puede continuar para siempre, pero donde todo es calculable y cognoscible de antemano. En los dos primeros volúmenes de El capital, Marx dedica largos capítulos a la reproducción simple. Es casi como si quisiera explorar las formas cíclicas virtuosas de reproducción que podrían ser posibles en un mundo no capitalista de acumulación nula. El problema comienza con la producción de plusvalor y la necesidad de su expansión perpetua, que implica el paso de un infinito virtuoso cíclico a una espiral de acumulación sin fin. Es ese cambio el que obliga a la perpetua búsqueda de una «infinitud incompletable» por parte del capital. Los valores de uso, aunque claramente limitados por las restricciones materiales, no son, como se verá, inmunes a esta locura. Hay «intentos de elevar el consumo hasta una imaginaria carencia de límites», mientras que gran parte del resto aparece como «un despilfarro ilimitado», en el que figura tan destacadamente la degradación acelerada del medio ambiente[5].
En el Tercer Volumen de El capital Marx descubre otra dimensión de esta locura. El capital que devenga intereses es calificado como «la madre de todas las formas absurdas»[6]. En este caso, el dinero vuelve a su papel como mercancía, pero se trata de una mercancía cuyo valor de uso consiste en que puede ser prestada a otros en cantidades infinitas para producir plusvalor. Su valor de cambio es el interés. El dinero, la representación del valor, adquiere así un valor dinerario. «El interés como precio del capital es, desde un principio, una expresión cabalmente irracional»[7]. El resultado es una «contradicción absurda» en la que «la tendencia interna del capital se presenta como coerción a que es sometido por el capital ajeno»[8]. El antivalor toma el control. Cuando la circulación del capital que devenga interés (el poder de los tenedores de bonos y acciones) se convierte en la fuerza principal para mantener el valor en movimiento, entonces «queda consumada la figura fetichista del capital y la representación del capital-fetiche […]: capacidad del dinero, o en su caso de la mercancía, de valorizar su propio valor, independientemente de la reproducción; la mistificación del capital en su forma más estridente»[9]. La locura de la razón económica se disfraza con formas fetiche, en las que el dinero parece tener el poder mágico de crear más dinero sin cesar. Pongo mi dinero en una cuenta de ahorros y aumenta con interés compuesto, sin que yo tenga que hacer nada.
Sin embargo, «a los señores economistas les resulta condenadamente difícil –dice Marx– pasar teóricamente de la autoconservación del valor en el capital a su reproducción»[10]. Nuestra comprensión del mundo es rehén de la locura de una razón económica burguesa que no solo justifica, sino que promueve la acumulación sin límites, al tiempo que pretende ser un círculo virtuoso de crecimiento armónico y mejoras continuas y alcanzables en el bienestar social. Los economistas nunca han afrontado la «mala infinitud» del crecimiento compuesto (acumulativo, iterado) sin fin, que solo puede culminar en devaluación y destrucción. En su lugar, elogian las virtudes de una burguesía que «ha sido la primera en someter el progreso histórico, poniéndolo al servicio de la riqueza»[11]. Evitan tozudamente la cuestión de si las crisis son inherentes a dicho sistema. Las crisis, dicen, se deben a actos divinos o de la naturaleza, o a errores y fallos humanos (particularmente, los atribuibles a intervenciones estatales equivocadas). Cualquiera de esas razones o todas a la vez pueden hacer descarrilar la máquina supuestamente inmaculada del libre capitalismo de mercado. Pero la propia máquina, sostienen los economistas, es el epítome de la perfección. Cuando se enfrentan a una crisis, los economistas solo pueden decir que «si la producción se llevara a cabo de acuerdo con los libros de texto, las crisis nunca ocurrirían». Cualquier razón que arguyen contra la crisis es una contradicción exorcizada, y por lo tanto una contradicción real. El deseo de convencerse a sí mismos de la inexistencia de contradicciones es, al mismo tiempo, la expresión de un deseo piadoso de que las contradicciones, que realmente están presentes, no deberían existir[12]. La ciencia económica contemporánea está libre de contradicciones.
Figura 4. Aumento de la deuda pública, corporativa y privada en Estados Unidos
04.webp
Fuente: Banco de la Reserva Federal de San Luis.
Es en este contexto en el que Marx decidió dedicar gran parte de su esfuerzo intelectual y de su vida laboral a la crítica de la economía política y la locura de la razón económica. A medida que avanza va descubriendo irracionalidades cada vez más profundas y «formas de locura» en el pensamiento sistémico y el programa político que se supone que nos guía hacia un utopismo de la vida cotidiana. Las leyes dinámicas contradictorias que va desvelando solo benefician a la clase capitalista y sus acólitos, mientras que reducen a poblaciones enteras a la explotación de su trabajo vivo en la producción, a posibilidades irrisorias en su vida cotidiana y a la servidumbre por deudas en sus relaciones sociales.
La locura de la razón económica burguesa, tal como descubrió Marx, se ve aún más magnificada por el creciente antagonismo entre el valor y sus representaciones monetarias. A medida que el dinero se ve necesariamente desvinculado de cualquier base material (como la de las mercancías monetarias metálicas, el oro y la plata), más vulnerables resultan sus construcciones idealistas (como número de dólares, euros, yenes, etc.) y, lo que es más importante, su creciente manifestación como formas de dinero a crédito se hace vulnerable a los caprichos de los juicios humanos, susceptibles de excesos y manipulaciones por parte de quienes retienen las riendas del poder. «De su figura de siervo, en la que se presenta como simple medio de circulación, se vuelve de imprevisto soberano y dios en el mundo de las mercancías» y puede «llegar a ser tangiblemente poseído por un individuo particular». El dinero es un derecho individualizado sobre el trabajo social de otros, exactamente del mismo modo que la deuda es un derecho sobre el trabajo futuro de esos otros. El dinero le da a su poseedor, por su propio carácter, «el dominio absoluto sobre la sociedad, sobre todo el mundo de los goces, de los trabajos, etc.»[13]. La brecha entre la proliferación de tales derechos y el valor sobre el que se supone que se basan se ha ampliado enormemente desde los tiempos de Marx. Si todos fueran un día a los bancos a exigir un efectivo igual a sus depósitos, llevaría varios meses, si no años, imprimir los billetes requeridos. En los mercados de divisas cambian de manos dos billones de dólares al día.
Pero eso es solo la punta de un iceberg de fenómenos dentro del mundo financiero. Los flujos de dinero a crédito, de esa forma de antivalor que crea el propio capital, han aumentado enormemente desde la década de 1970 (figura 4)[14]. En primer lugar, estos flujos lubrican las actividades dentro del campo de la propia distribución. Este último aparece cada vez más como un agujero negro en el que se sume una masa enorme de valor en nombre de la redención de la deuda, sin ninguna seguridad de que vuelva a reaparecer. Los préstamos interbancarios se sitúan en un máximo histórico, al igual que los intercambios entre las instituciones financieras y los bancos centrales. Los bancos vienen prestando desde hace mucho tiempo a los gobiernos con la garantía de la capacidad impositiva del poder del Estado, que a su vez se usa, recíprocamente, para rescatar a los bancos con problemas. Las crecientes deudas nacionales de los principales Estados no tienen la menor esperanza de ser legalmente amortizadas. Pero dentro del campo de la distribución en su conjunto se normalizan flujos significativos de ingresos fiscales dedicados a la redención de la deuda. Gran parte de la demanda efectiva derivada del gasto estatal, por otro lado, es capital ficticio (antivalor) generado en el sistema de crédito y prestado al Estado. Los derechos de los acreedores sobre la producción futura de valor crecen sin cesar. El crédito al consumidor (parte del cual es de tipo depredador) se pone a disposición de todos (incluidos los trabajadores y estudiantes) y típicamente aumenta a medida que circula. Se propaga con avidez la fantasía de «un consumo imaginariamente ilimitado». El crédito fluye hacia los propietarios de tierras e inmuebles. Alimenta la especulación en rentas y otros activos que parecen tener el poder de aumentar mágicamente sin límite. Comerciantes e industriales se endeudan incluso frente al poderoso poder del antivalor que puede destruirlos en algún momento futuro. Comerciantes, propietarios de tierras e inmuebles, Estados y cualquier otro que ahorre (incluyendo sectores privilegiados de las clases trabajadoras) depositan fondos excedentes en instituciones financieras, con la expectativa (tantas veces defraudada) de una tasa de rendimiento asegurada.
Marx reconoció la importancia de la formación de capital ficticio y la especulación de activos al resaltar la locura de su razón económica. Comprendió muy bien que estas relaciones interdistribucionales constituyen agudos «momentos de economía» que afectan a «la vida práctica de los pueblos». Pero, como todos saben, este es un terreno notoriamente opaco y mistificado de actividades capitalistas, que elude cualquier resum...

Índice