III. Constituir el común
Declaración de principios
En los capítulos anteriores, insistíamos en el hecho de que el capitalismo neoliberal no consigue producir, mantener y garantizar reglas efectivas de gobernanza global y, como consecuencia de ello, los mercados financieros son capaces de aplastar a las economías y las sociedades de una manera que perjudica aún más a los pobres. Dos características adicionales definen la situación actual. En primer lugar, como hemos sostenido en detalle en otro lugar, la producción se realiza ahora tanto en los ámbitos locales como globales en el marco del común; la fuerza de trabajo se ha vuelto común, la vida ha sido puesta a trabajar, el desarrollo capitalista en forma de financiarización implica de modo central la explotación del común, etc. En segundo lugar, el desarrollo capitalista está afligido por una crisis económica, social y política irresoluble. Esta crisis puede ser explicada, al menos en parte, por el hecho de que, mientras las fuerzas productivas están tornándose cada vez más comunes, las relaciones de producción y propiedad continúan siendo definidas mediante reglas y normas individualistas y privatistas, que son incapaces de comprender la nueva realidad productiva y son completamente exteriores respecto a las nuevas fuentes comunes del valor.
Sin embargo, está claro que, a diferencia de los gobiernos de la década de 1930 frente a crisis de intensidad similar, los poderes dominantes de hoy son incapaces de desarrollar una solución política adecuada a la profundidad de los apuros económicos y sociales. No ha aparecido en escena un John Maynard Keynes o un Franklin D. Roosevelt, y sus viejas recetas, que tuvieron cierta validez para la producción industrial de su época, no pueden ser adaptadas a nuestra era postindustrial. Los enfoques políticos neoliberales basados en el mercado no tienen nada que proponer. Antes bien, lo que necesitamos es un salto cualitativo, un cambio de paradigma.
Los poderes dominantes son además incapaces de proponer una reforma constitucional que aborde la crisis. La historia moderna de la reforma constitucional siempre ha implicado mediaciones construidas, que concernían, en primer lugar, en el caso de las constituciones liberales, a las relaciones mercantiles de intercambio y, más tarde, en el caso de las constituciones basadas en el welfare state, a una dialéctica entre capital y trabajo. Resulta difícil imaginar hoy qué mediaciones podrían construirse en lo que atañe a los procesos de financiarización que viven en el corazón de la economía contemporánea. Categorías tales como representación y democracia, por no hablar de soberanía nacional, no pueden ser redefinidas sin reconocer que los mercados financieros globales se han convertido en la sede superior de la producción de legalidad y de la política. El poder de mando ejercido por las finanzas tiende cada vez más a saltar por encima de las mediaciones institucionales de los Estados-nación y a imponer una especie de chantaje, conforme al cual, no solo el empleo y los salarios, sino también el disfrute de derechos fundamentales (desde la vivienda a la salud), dependen ineluctablemente de la dinámica y las fluctuaciones de los mercados financieros.
Y sin embargo, en esta situación, numerosas luchas políticas, sobre todo las acampadas de 2011, han puesto sobre la mesa nuevos principios que tienen gran relevancia constitucional. Han hecho de esos principios un nuevo sentido común y los han designado como la base de un proyecto de acción constituyente. Así pues, creyendo que solo un proceso constituyente basado en el común puede proporcionar una alternativa real, sostenemos que estas verdades son evidentes, que todas las personas son iguales, que han adquirido gracias a la lucha política ciertos derechos inalienables, que entre estos se cuentan no solo la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, sino también el libre acceso al común, la igualdad en la distribución de la riqueza y la sostenibilidad del común. Es igualmente evidente que para asegurar esos derechos debe ser instituida la gobernanza democrática, derivando sus poderes justos de la participación de los gobernados y de la transparencia de la organización gubernamental. Por último, es evidente que cuando cualquier forma de gobierno se vuelve destructiva de estos fines, las personas tienen el derecho a modificarla o abolirla y a instituir un nuevo gobierno, que hunda sus cimientos en tales principios y organice sus poderes de tal forma que a estas le parezca que afecta del mejor modo a su seguridad y a su felicidad.
Luchas constituyentes
Consideramos constituyentes las luchas que se colocan en el terreno del común y que no solo expresan su necesidad urgente, sino que también trazan el camino para un nuevo proceso constitucional. Algunos de los padres fundadores franceses y americanos, sobre todo Nicolas de Condorcet y Thomas Jefferson, defendieron que cada generación debe crear su propia constitución. Es con arreglo a ese principio como hoy debemos comprender la drástica ruptura que se determina entre las instituciones constitucionales existentes y las necesidades democráticas que exige el sentido común. Como nos enseña la tradición, cuando una larga serie de abusos y usurpaciones que persiguen siempre el mismo objeto ponen de manifiesto un propósito de sumir a aquellas en el despotismo absoluto, es nuestro derecho y nuestro deber derrocar a ese gobierno y proporcionar nuevas salvaguardias para nuestra seguridad futura. De esta suerte, hoy las luchas presentan, ante todo, características destituyentes antes que constituyentes. Deben destruir los efectos despóticos que ha dejado sobre nosotros y sobre nuestras sociedades el agotamiento de las viejas constituciones.
Así, pues, las nuevas luchas presentan una profunda asimetría respecto a lo que ahora podemos llamar el Ancien Régime. Foucault insiste en que el poder es siempre una acción de un sujeto sobre otro y que el poder es por lo tanto siempre una relación entre poder de mando y resistencia. Pero cuando los movimientos se desarrollan con tal intensidad suelen romper con las relaciones preexistentes y, en ese momento, encontrarse en el bando contrario. Una declaración de independencia crea la base real para un nuevo proceso constituyente. Dicho de otra manera, las luchas expresan hoy el resultado contingente de conflictos políticos así como un acontecimiento, un desbordamiento del deseo y una propuesta política. El sentido común que habita en los corazones y en las cabezas de los sujetos que llevan a cabo las luchas e imaginan una nueva sociedad tiene un valor prescriptivo y la potencia de generar, animar y regular nuevas formas de vida. Declarando su independencia respecto al Ancien Régime, hunden sus raíces en una nueva condición ontológica y crean las circunstancias bajo las cuales pueden crecer relaciones más iguales, comunes y sostenibles. Este poder constituyente está profundamente incrustado en las luchas y estas declaraciones de derechos inalienables revelan el curso de un movimiento histórico que está alcanzando su madurez.
El hecho que estas luchas constituyentes puedan fracasar a corto plazo no desbarata este proceso. Hemos sido testigos de movimientos extraordinarios que enardecieron el norte de África, así como varios países en Oriente Medio y la península Arábiga. En la primavera de 2011, algunos de ellos obtuvieron un rápido éxito, derrocando a gobiernos corruptos y camarillas de negocios que habían dominado con poderes tiránicos y con la ayuda de los antiguos amos coloniales. Pero en todos los países que entraron en la lucha, incluyendo aquellos en los que fuerzas reaccionarias obstaculizaban el camino y aquellos en los que movimientos democráticos consiguieron victorias iniciales, la situación política ha vuelto a estar de una u otra manera en manos de elites conservadoras. ¿Significa esto, por lo tanto, que las luchas constituyentes fueron inútiles? Por supuesto que no. Durante esa primavera fueron afirmados principios inalienables de libertad e igualdad que podrán precisar de mayor tiempo para ser realizados plenamente. Y, además, aquellos principios viajaron desde el Norte de África a España, Grecia, Estados Unidos y otros lugares. Las luchas han expresado nuevos derechos de un modo insurreccional, han hecho que emerjan nuevos poderes constitucionales que, aunque ahora son latentes, mantienen la presión y han arrancado el velo de la ignorancia y la dominación, la obediencia y el miedo. En adelante, cada año habrá tanto una primavera de la naturaleza como una de la política.
Tiempo autónomo. Cuando insistimos en la temporalidad larga y expansiva de la primavera árabe podría parecer que introducimos subrepticiamente una concepción del tiempo diferente de la aceleración insurreccional de los acontecimientos que pareció definir los comienzos de esas luchas. El proceso de toma de decisiones en asambleas abiertas y horizontales, que caracterizó a todas las acampadas de 2011, suele ser también extraordinariamente lento. De esta suerte, ¿debe ser privilegiado el tiempo lento y la longue durée de los procesos institucionales por encima de los acontecimientos insurreccionales, como sugirió hace mucho tiempo Alexis de Tocqueville? No, no pensamos que sea así. Lo interesante y nuevo en estas luchas no es tanto su lentitud o su rapidez, sino más bien la autonomía política mediante la cual gestionan su tiempo. Esto marca una diferencia enorme respecto a los ritmos rígidos y agotadores de los movimientos de alterglobalización que seguían el calendario de las cumbres de mandatarios a principios del nuevo siglo. En cambio, en el ciclo de luchas de 2011, la velocidad, la lentitud, las intensidades profundas y las aceleraciones superficiales se combinan y mezclan. En cada caso, el tiempo es sustraído al calendario impuesto por las presiones externas y los periodos electorales, creando su propio calendario y sus propios ritmos de desarrollo.
La idea de una temporalidad autónoma nos ayuda a esclarecer lo que queremos decir cuando afirmamos que estos movimientos presentan una alternativa. Una alternativa no es una acción, una propuesta o un discurso que sencillamente se contrapone al programa del poder, sino que es un nuevo dispositivo que se basa en un punto de vista radicalmente asimétrico. Este punto de vista está en otro lugar aunque comparta el mismo espacio. Su autonomía hace coherentes los ritmos de su temporalidad, así como su producción de subjetividades, sus luchas y sus principios constituyentes.
Las determinaciones temporales de la acción constituyente fluctúan entre el estado latente y la rapidez también en relación con otros factores. Tal vez lo más importante sea el modo en que toda acción constituyente es contagiosa e infecciosa. Por ejemplo, exigir libertad frente a un poder dictatorial introduce y extiende también la idea de la distribución igual de la riqueza, como en Túnez y Egipto; plantear el deseo de democracia contra las estructuras tradicionales de representación política también suscita la necesidad de participación y transparencia, como en España; protestar contra las desigualdades creadas por el control financiero conduce también a reivindicaciones en favor de la organización democrática del común y por el libre acceso a este, como en Estados Unidos, y así sucesivamente. Nuestro principal interés aquí no consiste en seguir las secuencias lógicas de cada afirmación política y constitucional, sino más bien en describir o hacer expreso el movimiento creado en la proliferación de estos ejemplos constituyentes y en las diferentes ocasiones revolucionarias. Las temporalidades son veloces o lentas con arreglo a la intensidad viral de la comunicación de ideas y deseos, que instituyen en cada caso una síntesis singular.
La temporalidad lenta de los movimientos constituyentes –tipificada por la deliberación de las asambleas– permite y requiere la extensión y la expresión (así como el control) de los conocimientos y de los saberes expertos. Si admitiéramos la existencia de una «autonomía de lo político» à la Schmitt, desde luego no la encontraremos aquí. Las decisiones constituyentes de las acampadas se forman a través de una construcción y una negociación complejas de saberes y voluntades que lleva tiempo. No decide ningún líder o comité central. Los procedimientos de toma de decisiones, con frecuencia lentos y complejos, respaldados por unos conocimientos y unos saberes expertos extendidos, señalan también un elemento significativo de la diferencia antropológica (u ontológica) de los nuevos movimientos constituyentes. Los indignados españoles y los ocupantes de Wall Street ofrecen poderosos ejemplos de esta complejidad, que se muestran en el modo en que combinan en el discurso y la acción la crítica de las formas actuales de la vida política (representación, métodos electorales, etc.), la protesta contra la desigualdad social y el ataque a la dominación financiera.
Por último, la temporalidad alternativa de estos procesos constituyentes fomenta tanto la creación como la extensión de conocimientos, así como la educación de los afectos políticos. La Plaza de Tahrir, el Boulevard Rothschild, el edificio ocupado del congreso de Wisconsin y la Plaza Sintagma se caracterizan en conjunto, como es obvio, por afectos intensos. Los afectos se expresan en esos lugares, pero lo que resulta más importante es que son producidos y adiestrados. Para los políticos profesionales, y de hecho para cualquiera que no haya pasado tiempo en las acampadas, resulta difícil cuando no imposible comprender hasta qué punto estas experiencias constituyentes están animadas y penetradas por flujos de afectos y a decir verdad por una gran alegría. Desde luego, la proximidad física facilita la educación común de los afectos, pero también resultan esenciales las experiencias intensas de cooperación, la creación de seguridad mutua en una situación de extrema vulnerabilidad y la dimensión colectiva de la deliberación y de los procesos de toma de decisiones. Las acampadas son una gran fábrica de producción de afectos sociales y democráticos.
Contrapoderes. El trabajo constituyente es lento y concienzudo, avanza con arreglo a su propio reloj. Pero hay algunos asuntos apremiantes que no pueden esperar. ¿De qué sirve un hermoso proceso constituyente cuando la gente está sufriendo ahora mismo? ¿Y si, para cuando hayamos creado una sociedad democrática perfecta, la tierra se ha degradado ya sin posibilidad de arreglo?
El proceso constituyente debe acompañarse de una serie de contrapoderes que emprendan una acción inmediata en áreas de necesidad y peligro social y medioambiental. Esta doble relación de acción constitucional es algo así como la relación que se estableció en el siglo xiii con la fundación del sistema jurídico británico, cuando la declaración de la Carta magna vino acompañada de una Carta de los bosques que, como sostiene Peter Linebaugh, merece una atención mucho mayor de la que ha obtenido hasta ahora por parte de los historiadores. Mientras que la Carta magna señala los derechos de los ciudadanos respecto al soberano, la Carta de los bosques establece sus derechos de acceso al común. El acceso al bosque significaba entonces un derecho a satisfacer las necesidades de la vida, incluidos el combustible y la alimentación. Hoy el proceso constituyente debe verse acompañado de una serie de acciones similares encaminadas a garantizar los derechos de la vida y proporcionar las necesidades para una existencia segura, saludable y digna.
Un ámbito de esas necesidades incluye los peligros a los que se enfrenta el medio ambiente. La degradación y la destrucción de especies vegetales y animales y la contaminación de la tierra y de los mares continúa sin remisión. Las fechas para las cuales los científicos predicen un punto de no retorno en lo que atañe al cambio climático se acercan cada vez más mientras aumentan las emisiones de dióxido de carbono –y, de modo vergonzoso, las discusiones de los gobernantes pasan de las estrategias de prevención a las de adaptación a un cambio de clima–. Vertidos de petróleo, escapes radioactivos, contaminación del agua por el procesamiento de arenas de alquitrán, la lista de catástrofes crece y los métodos de protección no han hecho más que debilitarse en el contexto de la crisis económica, como si la preocupación por el bienestar de la tierra fuera una preocupación accesoria adecuada solo para tiempos de bonanza económica y no una verdadera necesidad para las vidas de los seres humanos y del resto de seres vivos. Las grandes corporaciones, como cabía esperar, no muestran ninguna capacidad o disposición para poner fin a sus prácticas de destrucción medioambiental. Sin embargo, los gobiernos nacionales y las instituciones supranacionales se han demostrado igualmente incapaces de abordar los grandes problemas –ni siquiera son capaces de llegar a acuerdos, y no digamos ya de hacerlos cumplir. Parece que la humanidad es completamente impotente a la hora de dejar de destruir el planeta y las condiciones necesarias para su propia vida.
Otro ámbito en el que se necesitan contrapoderes, y que está inextricablemente relacionado con las preocupaciones medioambientales, atañe a las necesidades humanas de alimentación, salud y cobijo, que pueden ser abordadas en parte mediante el acceso al común. La vivienda es una necesidad urgente para las personas en todo el mundo. En los países subordinados la carencia de vivienda y la infravivienda suele ser abordada por los movimientos ocupando suelo y estructuras sin uso, y regularizando el derecho de las personas a permanecer allí. En las partes dominantes del mundo, la crisis económica ha llevado a una avalancha de desahucios de personas que no pueden pagar las hipotecas de sus casas o no pueden seguir pagando el alquiler. Las campañas contra los desahucios deben ir de la mano de proyectos encaminaos a encontrar una vivienda adecuada para aquellas personas que carecen de ella. El acceso a alimentos y agua saludables es asimismo una necesidad, más apremiante en las regiones más pobres del mundo, pero también real y urgente en las más ricas. Las batallas contra la privatización de recursos tales como el agua son esenciales.
Además, todas las crisis medioambientales y sociales se ven exacerbadas por innumerables guerras que continúan atravesando el planeta, destruyendo vidas y paisajes. Parece que hubiéramos entrado en un estadio de la historia en el que hay un estado de guerra interminable, que pasa de niveles altos de intensidad a los bajos y viceversa. El régimen global de seguridad bajo el que vivimos no instaura un estado de paz, sino que hace permanente una sociedad de guerra, con suspensiones de derechos, altos niveles de vigilancia y reclutamiento de todo el mundo para el esfuerzo de guerra. ¿Quién p...