Capítulo primero
Cuando le avisaron por teléfono de que el director quería verlo, Dolan supo que aquello iba a terminar mal. Subió las escaleras pensando que era una vergüenza que ningún periódico tuviera agallas y deseó haber vivido en los días de Dana y Greely, en los que un periódico era un periódico y se llamaba «hijos de puta» a los hijos de puta y al diablo con las consecuencias. Le hubiera encantado ser uno de aquellos reporteros de los viejos tiempos. No como ahora, con el país repleto de esos pequeños Hearsts y MacFaddens que se pasaban el día batiendo los tambores y agitando banderas en sus periódicos y diciendo que Mussolini era el nuevo César (sólo que con aviones y gas venenoso) y Hitler, otro Federico el Grande (sólo que con tanques y pirómanos homosexuales). Esos sólo vendían patriotismo a precio de saldo y nada les importaba un carajo aparte de la tirada. («Caballeros, lo sentimos, no podemos prestarles nuestros camiones esta tarde para saquear el Ayuntamiento, tenemos que distribuir la última edición. Sin embargo, a partir de las seis, están a su disposición». O: «Sí, por supuesto, señor Delancey, lo comprendemos perfectamente. Las dos mujeres se abalanzaron contra el coche de su hijo. ¡Sí, claro, jajajaja! El olor a alcohol que desprendía el muchacho lo causó un cóctel que alguien le derramó sobre el traje».)
«Los muy cobardes», se dijo Dolan pensando en la prensa cuando entraba en el despacho de Thomas, el director.
—¿De dónde has sacado esta historia? –preguntó Thomas, blandiendo dos folios mecanografiados.
—Es una buena historia –respondió Dolan–. Va a dar que hablar.
—No te he preguntado eso. Te he preguntado de dónde la has sacado.
—La conseguí anteayer. En la final del campeonato de béisbol. ¿Por qué?
—Suena un poco increíble...
—No sólo suena, sino que lo es. El que un equipo campeón pierda deliberadamente la final en beneficio de unos cuantos apostadores es como poco increíble. Supongo que también la va a tirar a la papelera, ¿no?
—También. Pero no te he llamado sólo por eso. Olvídate del artículo. La Dirección Comercial...
—Espere un momento –dijo Dolan–. No puede ignorar un notición así. ¡Maldita sea, ese equipo juega sucio! Cualquiera que viese el partido sabe que estaban comprados. Ni siquiera disimularon. Además, no es una exclusiva. La competencia también tiene la noticia y la sacará esta tarde. Tenemos que proteger nuestra reputación.
—No creo que la publiquen –dijo Thomas–. No es tan terrible como crees.
—Es tan terrible como el escándalo de los Black Sox. Hoy, el béisbol estaría completamente podrido si nadie lo hubiera publicado, ¿no cree?
—Y Landis seguiría siendo un simple juez. Mira, Mike –dijo Thomas con gravedad–, no tiene sentido que tengamos esta discusión cada vez que quieres descargar tu mala leche sobre alguien. Ya conoces la política del periódico...
—Ya, claro que la conozco. Y la de todos los de la ciudad. Conozco la política de todos los malditos periódicos del país. Ninguno de ellos tiene agallas.
—¿Por qué te esfuerzas tanto en ofender a la gente? ¿Por qué siempre estás intentando sacar los trapos sucios de todo el mundo?
—No se trata de sacar trapos sucios por sacarlos. Esa historia que acaba de tirar es NOTICIA. No deja de tirar noticias a la papelera. La semana pasada fue lo del chico de Delancey...
—Silenciamos aquello porque no tenía sentido arruinar la vida de un buen muchacho...
—Por Dios Bendito... Fue él quien arruinó la de dos buenas personas. Se emborrachó, se saltó el paso de cebra, invadió la acera y mató a esas dos mujeres. Desde luego, no hizo las cosas a medias. Y nosotros nos callamos, claro. Supongo que el hecho de que su viejo sea uno de nuestros principales anunciantes es pura coincidencia, ¿verdad?
—Eres demasiado quijote –dijo Thomas.
—Será eso –respondió Dolan frunciendo sus finos labios–. ¿Y hace un par de semanas, cuando le traje la historia de la reorganización del Ku Klux Klan?
—Eso no era el Klan. El Klan ha muerto.
—De acuerdo, de acuerdo, eran los Cruzados o como coño quieran llamarse. Son los mismos perros con distintos collares. Van encapuchados, llevan sábanas y celebran reuniones secretas...
—Intenté explicarte que ningún periódico de la ciudad publicaría lo de los Cruzados. Es dinamita pura. Y cuanto antes olvides tus ideas reformistas, mejor para ti.
—¡Por Dios, deje de decirme que soy un reformista! –exclamó Dolan furioso–. Me da igual lo que haga o deje de hacer la gente en la calle. No me importa nada. Lo que sí me importa es publicar noticias sobre los políticos corruptos o sobre los grandes ladrones de cuello blanco... Hasta el puñetero gobernador del Estado está podrido y usted lo sabe. ¿Qué pasó con la noticia que me dio aquel congresista borracho el año pasado? Hasta teníamos su declaración jurada. También la tiró a la papelera. Muy bien, al diablo con todo eso. Pero ahora tiene en la mano un artículo sobre un equipo de béisbol corrupto. Yo le estoy dando razones para publicarlo y a usted no se le ocurre otra cosa que recordarme nuestras discusiones anteriores y llamarme reformista. ¿Qué pasa con los miles de niños que van cada día a los parques e idolatran a esos tramposos? Literalmente, besan la tierra que pisan. ¿Eh? ¿Qué pasa con ellos?
—Eso es quijotesco –dijo Thomas–. Siéntate y cálmate.
—¿Cómo demonio...