Los palestinos olvidados
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Los palestinos olvidados

Historia de los palestinos de Israel

Ilan Pappé

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Los palestinos olvidados

Historia de los palestinos de Israel

Ilan Pappé

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En 1948 se fundó el Estado de Israel. Si los ciudadanos judíos se congratulaban de ello, los 160.000 palestinos que vivían en la región no sabían a qué atenerse, sintiendo la mirada de sospecha del gobierno israelí sobre ellos, controlados por un sistema militar que determinaba sus vidas. Muchos de ellos perdieron sus hogares bajo los buldóceres o a manos de inmigrantes judíos.En este innovador libro, Ilan Pappé narra la fascinante historia de los palestinos israelíes, de los palestinos desposeídos de la Cisjordania y la Franja de Gaza, cuyas experiencias han sido descuidadas en medio de la cobertura sin fin de ciudadanos judíos de Israel.Con base en entrevistas y materiales de archivo, Pappé describe cómo les fue a esos palestinos de 1948 bajo el dominio judío, desde sus primeras luchas por la ciudadanía hasta los enfrentamientos de larga duración por la tierra y la representación de la Knéset.En el camino, Pappé contempla a los palestinos en su vida cotidiana, argumentando que se han enfrentado a la discriminación, desde la provisión de la educación, la vivienda y de Empleo. Él traza la creciente confianza que tienen en sí mismos como grupo, así como su compleja relación con sus compatriotas. En última instancia se pregunta: ¿hasta qué punto es posible ser un ciudadano no-judío en un Estado judío. "Ilan Pappé es el historiador israelí con principios más valiente y más incisivo."John Pilger

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Información

Año
2017
ISBN
9788446044000
Categoría
Historia
1. Sobre las cenizas de la Nakba
LA TIERRA QUE FUE PALESTINA, 1947
Los informes sobre los pueblos palestinos que recopilaron los servicios de inteligencia de la Haganá, la resistencia clandestina judía, durante la época del Mandato Británico de Palestina, son una lectura fascinante. Los agentes de inteligencia de esta organización redactaron informes sobre cada uno de los pueblos palestinos, un millar en total. Este proceso de registro se puso en marcha en 1940 y se prolongó durante siete años. Cada uno de estos informes contenía la información más detallada que se pudiera recabar, desde los nombres de las familias más importantes a la profesión y la filiación política de la mayoría de los habitantes, desde la historia del pueblo a la calidad de la tierra; incluían descripciones de los edificios públicos y se especificaba incluso qué frutos daban los árboles de los huertos que se solían plantar en los alrededores de los pueblos[1].
Son una fuente de información muy valiosa, sobre todo porque demuestran hasta qué punto los sionistas estaban preparados para apoderarse de Palestina. Los informes incluyen fotografías aéreas de cada población y de su entorno, e indican la ubicación de los puntos de acceso, además de evaluar la riqueza y el número de armas de que disponían los hombres y los jóvenes del lugar.
No menos importante, sin embargo, es el valor que poseen estos informes en cuanto fuente de información histórica para el estudio de las condiciones sociales y económicas de la Palestina rural en la época del Mandato Británico. Dado que se pusieron al día por última vez en 1947, ofrecen además una imagen dinámica del cambio y de las transformaciones. Cuando se compara esta información con otras fuentes, como la prensa de la época, por ejemplo, con la publicación oficial Palestine Gazette que editaba el gobierno del Mandato Británico, la Palestina rural, de manera muy similar a la Palestina urbana, se nos presenta como una sociedad en continuo movimiento, que mostraba signos de expansión económica y de estabilización social después de años de depresión económica y agitación social.
Por primera vez, casi todos los pueblos contaban con una escuela, agua corriente y un sistema de alcantarillado eficaz; el rendimiento de los campos era abundante y, según se desprende de los informes, las antiguas reyertas familiares se habían solucionado. En las ciudades y en los pueblos más grandes la prosperidad también era incipiente. Los primeros graduados de las universidades del mundo árabe, entre ellas las universidades americanas de Beirut y de El Cairo, comenzaban a desarrollar carreras profesionales en Palestina, y se estaba empezando a formar esa nueva clase media que tanto necesitaban las sociedades para efectuar la transición hacia el nuevo mundo capitalista que había levantado el colonialismo y el imperialismo europeo. Muchos de estos graduados decidieron hacer carrera en el gobierno del Mandato Británico como funcionarios de mayor o menor rango –en 1946, los funcionarios palestinos llegaron incluso a unirse a sus colegas judíos para organizar una huelga en la que reivindicaban una mejora de los salarios y de las condiciones laborales–. La prosperidad se reflejaba en el desarrollo arquitectónico. Se podían ver por todas partes calles y barrios nuevos, e infraestructuras modernas.
El paisaje urbano, al igual que el paisaje rural, conservaba aún un aspecto muy árabe y palestino en vísperas de la Nakba –la catástrofe de 1948–. Desde el punto de vista político, no obstante, el equilibrio de poder había variado. La comunidad internacional estaba a punto de iniciar un debate en torno a la futura identidad del país con dos aspirantes en igualdad de condiciones. La Sociedad de Naciones había aceptado que el mandato para decidir el futuro de Palestina después del gobierno británico en la región expiraría en 1948. Ya en febrero de 1947, el Consejo de Ministros británico había anunciado que trasladaría el problema de Palestina a la ONU, que a su vez nombró una comisión especial, el Comité Especial de las Naciones Unidas para Palestina (UNSCOP), para deliberar acerca del futuro de la Tierra Santa.
«No es justo», se lamentaba David Ben Gurión, líder de la comunidad judía y futuro primer ministro de Israel, en una comparecencia ante el UNSCOP. «Los judíos tan sólo representan un tercio de la población total y poseen una parte muy pequeña del terri­torio»[2]. De hecho, había 600.000 judíos y 1.300.000 palestinos; los judíos poseían menos del 7 por 100 del territorio, mientras que la mayoría de las tierras de cultivo –la totalidad, en algunas regiones– estaban en manos de los palestinos.
Las quejas de Ben Gurión desconcertaban a los palestinos, que todavía se enfurecen cuando recuerdan estas declaraciones. Teniendo en cuenta, precisamente, este equilibrio demográfico y geográfico, consideraban que cualquier plan de futuro que no permitiera a la inmensa mayoría del pueblo de Palestina decidir su destino era inaceptable e inmoral. Es más, la mayoría de los judíos eran colonos y recién llegados –tan sólo llevaban allí tres años, mientras que los palestinos eran la población autóctona y nativa–[3]. Pero su opinión no contaba. Tampoco ayudó demasiado que los líderes palestinos decidieran boicotear al UNSCOP y que la política de Palestina estuviera sobre todo en manos de la Liga Árabe, que no siempre tenía en cuenta los intereses de los palestinos.
La ONU decidió apaciguar a Ben Gurión: abrió las puertas a la inmigración ilimitada de judíos y asignó el 55 por 100 del territorio al Estado judío.
Los líderes judíos eran perfectamente conscientes, incluso antes de que les pidieran una respuesta al plan de la ONU, de que los palestinos y los árabes rechazaban por principio el plan de partición. Por tanto, cuando la comunidad judía dio su visto bueno al plan, ya sabía que no había demasiado riesgo de que la oposición de los árabes y los palestinos pusiera en peligro su aplicación. No obstante, desde entonces, la propaganda israelí siempre ha afirmado que el hecho de que Israel aceptara el plan y Palestina lo rechazara demuestra que, al contrario que los intransigentes palestinos, ellos tenían intenciones pacíficas. Pero lo más importante es que el gobierno israelí utilizaría más adelante la oposición de los palestinos como argumento para justificar su decisión de ocupar algunos territorios que el plan de partición de la ONU había asignado a los palestinos.
El mundo árabe declaró su intención de iniciar una guerra para impedir que este plan se llevara a cabo, pero no disponía de los medios ni de la voluntad para hacerlo. Tres meses antes de que los ejércitos árabes entraran en Palestina en mayo de 1948, las fuerzas militares de la comunidad judía pusieron en marcha un proceso de limpieza étnica de la comunidad palestina: los expulsaron de sus hogares, de sus campos y de sus tierras. Gracias a esta maniobra, las fuerzas judías lograron incorporar un 23 por 100 más de territorios a los que les había concedido la ONU. En enero de 1950, el Estado de Israel ya ocupaba prácticamente el 80 por 100 de Palestina. Los que permanecieron allí se convirtieron en los «árabes de Israel», y empezaron a construir lentamente su vida sobre las cenizas de esta catástrofe.
EL SUEÑO SIONISTA Y LA REALIDAD BINACIONAL, 1949
Las fotografías de los primeros días de 1949 hablan por sí solas. En ellas los palestinos aparecen asustados, confundidos, desorientados y, sobre todo, traumatizados. De la noche a la mañana se habían encontrado con una nueva realidad geopolítica. La Palestina que ellos conocían había desaparecido y había sido sustituida por un nuevo Estado. Los cambios visibles eran tan evidentes que no se podían ignorar. Muchos de sus compatriotas, unos 750.000, habían sido expulsados en 1948 y no se les permitía regresar. Pasaron a convertirse en refugiados o en ciudadanos del reino hachemita de Jordania, o decidieron vivir bajo un régimen militar en la zona egipcia de la Franja de Gaza. Del millón de palestinos que habitaban la región que se acabó convirtiendo en el Estado de Israel (el 78 por 100 de los territorios de la Palestina del Mandato Británico), sólo quedaban 160.000 en 1949.
Aún se conservan fotografías de los pequeños reductos, cercados con vallas y alambradas, en los que las personas que habían decidido quedarse en las ciudades destruidas y desiertas se vieron obligados a vivir durante días o incluso semanas. Estas primeras tentativas de concentrar a los palestinos que habían perdido sus hogares pero que no habían querido abandonar sus ciudades se realizaron bajo la supervisión de oficiales israelíes, que llamaban «guetos» a estas zonas de confinamiento. Los guetos desaparecieron en 1950, cuando surgió un panorama geopolítico más humanitario, pero hasta entonces simbolizaban, más que ninguna otra imagen, la penosa situación en las que se encontraban estos palestinos[4]. No menos dramática era la imagen de los que eran expulsados por intentar regresar a su hogar una vez que la lucha había terminado.
A este nuevo panorama había que añadir el ruido de los tractores y los buldóceres que trabajaban para el Fondo Nacional Judío y otras agencias gubernamentales israelíes a las que el gobierno había ordenado judaizar, con la mayor rapidez, las áreas rurales y urbanas que hasta entonces habían pertenecido a los palestinos. El objetivo no consistía únicamente en depurar Israel de árabes, sino también en facilitar tierras y viviendas a los nuevos inmigrantes judíos que llegaban desde Europa y desde el mundo árabe. La operación de demolición y destrucción fue diseñada y supervisada por Yosef Weitz, el director del Departamento de Tierras del Fondo Nacional Judío. Este organismo había intentado adquirir tierras en la época del Mandato Británico, y el hecho de que sólo lograra hacerse con el 7 por 100 de las tierras de cultivo es una de las razones de que los líderes judíos optaran por emplear la fuerza para apoderarse de una gran parte de Palestina para levantar su futuro Estado. El 19 de julio de 1948, el superior de Weitz, el primer ministro de Israel David Ben Gurión, había anotado en su diario: «Los pueblos árabes abandonados tienen que desaparecer»[5]. Dos años después, la Agencia Judía había conseguido hacerse con dos millones de dunams (1 dunam equivale a 1.000 metros cuadrados) de tierras palestinas, lo que significaba que sólo los ciudadanos judíos podían beneficiarse de ellas.
Cada palestino experimentaba el trauma de manera distinta según el lugar donde vivía. Quienes residían en las ciudades más importantes de Palestina, donde antes representaban la mayoría autóctona, se habían convertido en una minoría insignificante, y vivían bajo un severo régimen militar. A su alrededor, la apariencia habitual de una ciudad árabe había experimentado una transformación radical: los edificios que no habían sido demolidos habían caído en manos de los inmigrantes judíos. La mayoría de los palestinos urbanos fueron expulsados y los que se quedaron acabaron arrinconados en pequeños guetos en las partes más desfavorecidas de Haifa, Jaffa, Ramla y Lod. En el entorno rural, sólo habían quedado intactos unos cien pueblos de los quinientos que había antes de 1949. En el resto de las poblaciones, los tractores israelíes habían echado a los vecinos para construir parques de recreo o asentamientos judíos. Una de las experiencias más terribles fue la que vivieron los palestinos que habitaban la costa mediterránea: un gran número de poblaciones desaparecieron de la faz de la tierra en 1948. Sólo quedaron dos. Y los nómadas o seminómadas, los beduinos del sur, acabaron haciendo largas colas para inscribirse como ciudadanos israelíes después de firmar un juramento de lealtad al Estado judío[6].
Las escenas que se podían contemplar en las ciudades de Haifa y de Jaffa en aquellos primeros días del Estado reflejan la magnitud de la transformación y del trauma, que afectaban sobre todo a los que habían pertenecido a la población urbana y que, después de ser expulsados, se habían trasladado en algunos casos a los pueblos cercanos. De los recuerdos orales y las memorias escritas de estos ciudadanos palestinos se desprende que su vida en los primeros días del Estado judío estaba dominada por la pérdida, el pánico y la desesperación.
A algunos de los palestinos que se habían trasladado al campo se les permitió regresar con el paso del tiempo pero no a todos, ni mucho menos. Uno de los traumas, por tanto...

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