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eBook - ePub
Iniciación a la filosofía para no filósofos
Descripción del libro
En 1975, en mitad del periodo más intensamente político de su obra y de su vida, Louis Althusser decide escribir, con afán divulgativo, un manual de filosofía: Introducción a la filosofía para no filósofos. Esta obra es el resultado que, lejos de ser una mera exposición al uso, constituye en realidad una genuina síntesis de las tesis fundamentales de su propio pensamiento. De la mano de Althusser, los no filósofos nos adentramos en el complejo mundo de la filosofía de una manera accesible e iluminadora.
Althusser aborda aquí cuestiones tales como la ideología, la ciencia y la religión, así como el concepto de praxis, central en su pensamiento, que es desarrollado en estas páginas nítidamente como en ningún otro lugar. Destilación de toda su obra, deslumbrante instantánea de una de las filosofías más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y brillante presentación de sus principales categorías, la presente Introducción alberga también un manifiesto para el futuro, como atestigua, con su candente relevancia, el vigor de los herederos intelectuales de Althusser, desde Jacques Rancière hasta Alain Badiou, pasando por Slavoj Žižek y Étienne Balibar.
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Información
II. FILOSOFÍA Y RELIGIÓN
Pues esa necesidad que hay que aceptar es primero la de la naturaleza, cuyas leyes «no puede uno controlar sino obedeciéndola» (Hegel). Pero es, además, y sobre todo, la del orden social que los individuos, tomados aisladamente, no pueden cambiar y que, por ende, deben también aceptar. De ahí el tono generalmente resignado de esta filosofía: «la injusticia siempre ha reinado sobre la tierra, siempre ha habido ricos y pobres», etc. Y si bien esta resignación probablemente ahorre a sus adeptos (en su creencia) los males que habría acarreado su rebelión, al mismo tiempo refuerza, al extenderse a masas más numerosas, el orden establecido y sus perjuicios: el orden establecido de la clase dominante que explota a los trabajadores tiene gran interés en que esas masas tomen las cosas con la «filosofía» de la resignación.
En esta concepción de una vida que hay que tomarse con filosofía encontramos no solo el reconocimiento de la necesidad de las cosas, sino también la indicación del carácter incontrolable de esa necesidad que domina a los hombres. En cualquier momento puede producirse un accidente, una catástrofe, una crisis, una intervención brutal del poder que desbarate la existencia: las personas están inermes ante esos imponderables que traducen, o bien su impotencia para preverlos, o bien la fantasía del poder. Ese poder (de la naturaleza, del Estado) aparece pues como algo que está más allá de las capacidades de los seres humanos, como dotado de fuerzas casi sobrenaturales e imprevisibles en sus decisiones.
Está claro que el modelo o el resumen de ese poder es Dios. Es por ello que, en ese nivel, la concepción de los no filósofos es, ante todo, de naturaleza religiosa. Por más lejos que uno se remonte en la historia humana, siempre encontrará la presencia de esta fuerza omnipotente que supera las capacidades de previsión y de reacción de los individuos y de los grupos humanos. Los individuos soportan pues su existencia como un destino que se decide fuera de ellos y como no vean a nadie que tome esas decisiones, piensan que el autor y el organizador de todo ese orden que hay que soportar es Dios.
Esta es la razón por la cual la resignación domina en general la filosofía espontánea de las personas comunes y corrientes cuando no están movilizadas en la lucha. Y es la razón por la que las filosofías personales que cada uno se inventa en su rincón se parecen tanto entre sí. Lo que ocurre es que, detrás de cada filosofía personal, subsiste un fondo de religión que no tiene nada de personal sino que es social, es la herencia todavía viva de la larga historia humana. Y es un hecho bien establecido que, dejando de lado ciertos momentos de la historia en los que la religión ha estado al servicio de la rebelión de los humildes (los primeros cristianos, la Guerra de los Campesinos y numerosas sectas: los cátaros, etc.), dejando de lado los intentos actuales de ciertos cristianos de participar de las luchas de la clase obrera, en la historia, la religión ha estado casi siempre vinculada con la resignación ante las pruebas de este mundo, a cambio de la promesa de una compensación en otro mundo.
Si bien la filosofía no ha existido siempre, es un hecho cierto que, de una forma u otra, la religión ha existido siempre, incluso en las primeras sociedades comunitarias llamadas «primitivas». Ha precedido a la filosofía y el advenimiento de la filosofía no provocó su desaparición. Muy por el contrario, puesto que se ha podido decir que la filosofía idealista que inauguró la historia de la filosofía con Platón y, desde entonces, muchas otras filosofías eran hijas de la religión. En la conciencia común queda algo de esta larga dominación del idealismo filosófico, tan estrechamente ligado a la religión, que la filosofía solo pudo separarse de la religión con la condición absoluta de conservar sus dogmas y de retomar para sí las grandes cuestiones religiosas como si fueran otras tantas cuestiones filosóficas. La única diferencia es que la filosofía trataba esas viejas cuestiones de una manera nueva. Pero las aceptaba como asuntos evidentes.
Por ejemplo[1], la religión planteaba la pregunta de las preguntas, la pregunta sobre el origen del mundo. ¿Por qué hay algo en vez de nada? ¿Por qué está el ser antes que la nada? ¿Por qué existe el mundo? ¿Y los hombres? Y la religión respondía: el mundo fue creado por Dios a partir de la nada y, si Dios lo ha creado, es para que los animales y las plantas nutran a los hombres y para que los hombres, hijos de Dios, sean salvados al final de los tiempos.
Ahora bien, la filosofía ha heredado esta pregunta de las preguntas, la cuestión del origen del mundo, que es la cuestión del mundo, de los hombres y de Dios. Tuvo que conservarla (era una herejía castigada con la hoguera criticarla). Pero no la conservó en su simplicidad religiosa, la de un relato o la de una serie de grandes imágenes míticas. Le dio un contenido conceptual, el de un pensamiento abstracto y racional. Así fue como el Dios personal de los Evangelios, que envía a su hijo al mundo y lo hace nacer en un establo, se transformó, para desesperación indignada de Pascal, que era un verdadero creyente, en «el Dios de los filósofos y de los científicos» (1921: 4). Se convirtió en un concepto muy abstracto que cumple una función teórica en un sistema de conceptos. Ya Platón (La República, VII, 517b-c) lo había pensado como la idea del bien, capaz de ordenar un mundo social jerarquizado, y Aristóteles (Metafísica, XII, 7, 1072a-1072b), como el primer motor apropiado para introducir el movimiento en el mundo. Descartes (1982a: 86-88) lo imaginó como la causa primera infinitamente perfecta, de un mundo reducido por entero al mecanismo; Spinoza (1999: 15, libro I, definición VI; 67, proposición XXIX, escolio), como sustancia infinita u omnipotencia de la naturaleza para producir sus efectos (que ese Dios espinozista haya sido identificado con la naturaleza, le valió al filósofo la acusación, fundada, de ateo); Leibniz (1969: 108, §8; 1890: 190 n.) lo pensó como el calculador infinito del mejor de los mundos posibles[2], etcétera.
Al cambiar así el nombre de Dios, al definirlo con rigor y sacando las consecuencias teóricas de esta modificación, la filosofía modifica en realidad la naturaleza de Dios, para someter al Dios que le imponía la religión a sus propios fines filosóficos: para cargar a ese Dios con la responsabilidad y la garantía de un mundo profundamente modificado por los descubrimientos científicos y las conmociones sociales. Ponía a Dios a su servicio, pero al mismo tiempo le servía. Para lograr esto, durante mucho tiempo la filosofía idealista tomó a su cargo, con algunas excepciones, la cuestión del «origen radical de las cosas» (Leibniz, 1994a) y trató de penetrar el «misterio» de esta cuestión, de pensarla desde un punto de vista conceptual y riguroso… como si las preguntas mismas tuvieran un sentido.
Que haya preguntas que no tienen sentido es una de las conquistas del materialismo. En esta cuestión del origen radical de las cosas, los materialistas, y el mismo Kant[3], debían ver una simple impostura teórica, inspirada por la religión, una impostura de la que la filosofía debe desembarazarse pura y simplemente. Para dar una imagen de esto, yo diría: la pregunta «¿por qué hay algo en lugar de nada?» es tan absurda como la pregunta que divierte a los niños: «pero ¿por qué el mar donde desembocan innumerables ríos no se desborda?». Cuando uno pregunta «¿Por qué hay algo en vez de nada?» no advierte que, si no hubiera «algo» (el ser), nadie estaría allí para hacer la pregunta de la nada, que la pregunta sobre la nada es pues es un fingimiento que simula creer que el ser podría no ser, cuando ¡no hay opción posible!
Y, puesto que hablamos de nuestro tiempo, querría dar, a propósito de esta famosa cuestión del origen del mundo (que inspira aún la filosofía de filósofos modernos, como Heidegger) un ejemplo esclarecedor para mostrar cómo proceden el idealismo y el materialismo.
La filosofía idealista dirá: Dios ha creado el mundo a partir del caos, vale decir, de la nada. Por tanto, antes de que Dios decretara crear el mundo, no había nada (además de Dios). Obsérvese que la palabrita «antes» plantea temibles problemas, pues designa una anterioridad temporal. Ahora bien, el tiempo, ¿existía antes de la creación del mundo? ¿O bien el tiempo apareció solo con la creación del mundo? ¿También él fue creado? Si también el tiempo fue creado, antes del tiempo, no había tiempo, sino la eternidad de Dios + la nada de la cual Dios extrajo el mundo por pura creación (a partir de nada). He aquí algo que subraya, de manera estridente, la omnipotencia de Dios (pues en el mundo de los hombres no es posible crear a partir de nada: hace falta una materia preexistente). Pero cuanto más poderoso se vuelve Dios, tanto más incomprensible. Consecuente consigo misma, la filosofía idealista hasta llegará a decir que Dios es incomprensible, que está más allá de todas nuestras ideas humanas y que, si hablamos de él, lo hacemos por analogía (salvando las distancias, porque él no tiene parangón). Vaya uno a comprender que él haya sido lo único que existía en compañía de la nada y que extrajo de la nada la existencia del mundo. Este sería pues el origen del mundo, pero incomprensible.
Ahora tomemos una filosofía materialista como la de Epicuro. Esta no habla del origen del mundo (cuestión que no tiene sentido), sino del comienzo del mundo. No hace intervenir la omnipotencia de Dios para obtener el mundo de la nada. Antes del comienzo, no hay ni Dios ni nada. ¿Qué hay entonces? Hay, tesis materialista por excelencia, siempre ya algo, desde siempre hay materia y que no es el caos: es una materia sometida a ciertas leyes. ¿Cuál es esta materia? Los átomos en un número infinito, partículas indivisibles que caen en el vacío infinito por efecto de la gravedad (ley), paralelamente, sin encontrarse nunca. El poeta y filósofo romano Lucrecio, que expuso la filosofía de Epicuro, cuyos manuscritos fueron destruidos, dice en un poema titulado «De la naturaleza de las cosas»: antes del comienzo del mundo, los átomos caían «como una lluvia». Y eso habría durado indefinidamente, si los átomos no hubieran estado dotados de una asombrosa propiedad, la «declinación» o la capacidad de desviarse de la línea recta en su caída de manera imperceptible. Basta una nada de desvío, de «desviación» para que los átomos se encuentren y se aglomeren: y así tenemos el comienzo del mundo y el mundo. Ni Dios ni la nada en el origen, ningún origen, sino el comienzo y para explicar el comienzo, una materia preexistente que deviene mundo por el encuentro (contingente, arbitrario) de sus elementos. Y este encuentro, que rige todo, es la figura de la contingencia y del azar, pero produce la necesidad del mundo: el azar produce así, por sí solo, sin la intervención de Dios, la necesidad[4]. Lo que equivale a decir que el mundo se produce solo y que reemplazando la pregunta idealista del origen por la pregunta materialista del comienzo (o del acontecimiento o del advenimiento), uno se desembaraza de las preguntas que no tienen sentido: no solamente la pregunta sobre el origen del mundo, sino todas aquellas que se relacionan con ella (los interrogantes sobre Dios, sobre su omnipotencia, sobre su incomprensibilidad, sobre el tiempo y la eternidad, etcétera).
Del mismo modo, la religión planteaba la pregunta del fin del mundo (en sus dos sentidos: la muerte y su más allá y el destino del mundo). ¿Por qué está el hombre en la tierra? ¿Cuál es el destino del hombre? ¿Cuál es el sentido de su existencia y de su historia? ¿Cuál es la finalidad de esa historia? La religión cristiana respondía a través de los dogmas del pecado original, de la encarnación de Dios en Cristo y de la redención del género humano al final de los tiempos en virtud de la pasión de Cristo. Durante mucho tiempo, la filosofía ha retomado, ha debido retomar (y continúa retomando cuando es idealista o espiritualista) esta cuestión. Pero, naturalmente, no ha conservado la forma, aquellas grandes imágenes del relato cristiano. La filosofía ha pensado esta cuestión en conceptos filosóficos, en nociones abstractas vinculadas entre sí lo más rigurosamente posible. Ha elaborado el tema del estado de naturaleza, de la caída ineludible en el estado de sociedad (para evitar a las personas los males provocados por el estado de guerra, resultado de la anarquía del estado de naturaleza) y ha pensado las condiciones del triunfo final de la libertad en la historia. También en este caso, transformó los términos de la pregunta y los términos de la respuesta, en función de la variación histórica de lo que estaba ...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Legal
- Dedicatoria
- Prefacio
- Nota de edición
- INICIACIÓN A LA FILOSOFÍA PARA LOS NO FILÓSOFOS
- I. ¿Qué dicen los «no filósofos»?
- II. Filosofía y religión
- EL GRAN RODEO
- III. La abstracción
- IV. La abstracción técnica y la abstracción científica
- V. La abstracción filosófica
- VI. El mito del estado de naturaleza
- VII. ¿Qué es la práctica?
- VIII. La práctica de la producción
- IX. La práctica científica y el idealismo
- X. La práctica científica y el materialismo
- XI. La práctica ideológica
- XII. Los aparatos ideológicos del Estado
- XIII. La práctica política
- XIV. La práctica psicoanalítica
- XV. La práctica artística
- XVI. La práctica filosófica
- XVII. Ideología dominante y filosofía
- XVIII. El laboratorio teórico de la filosofía
- XIX. Ideología y filosofía
- XX. Filosofía y ciencia de la lucha de clases
- XXI. Una nueva práctica de la filosofía
- XXII. La dialéctica, ¿leyes o tesis?
- Bibliografía