Reconocimiento
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Una historia de las ideas europea

  1. 208 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Una historia de las ideas europea

Descripción del libro

Axel Honneth reconstruye en su último libro la idea de "reconocimiento" a partir de los diversos significados que, desde los albores de la modernidad, ha adoptado esta noción en Europa. Con un ojo puesto en las tres poderosas tradiciones europeas de pensamiento –la francesa, la británica y la germana–, describe el autor las formas en que cada una de estas interpretaciones filosóficas –y sus respectivos desarrollos sociopolíticos– han experimentado los diversos desafíos políticos y sociales.Mientras que en Francia se asocia la idea de reconnaissance con el riesgo de perder el yo individual y en la cultura británica el proceso de recognition se considera una condición para un autocontrol normativo, la Anerkennung o "reconocimiento" significa, en el ámbito germánico, la forma de implementación de todo respeto genuino por las personas. Es sorprendente que ninguno de estos tres significados, cuyas raíces se remontan hasta el siglo XVII, haya perdido influencia en la actualidad. Hasta qué punto se complementan entre sí o se anulan es algo que pretende elucidar el presente estudio, que también aspira a aclarar nuestra autocomprensión político-cultural actual.

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Información

Año
2019
ISBN del libro electrónico
9788446048350
Categoría
Filosofía
CAPÍTULO II
De Rousseau a Sartre: reconocimiento y pérdida de sí
Hace tiempo que existe un debate latente y con muchas ramificaciones en torno a quién es el pensador de la Modernidad a quien cabe atribuir los inicios de la idea de reconocimiento. Hace treinta años los investigadores estaban bastante de acuerdo en que habían sido Fichte y Hegel quienes, al inventar el término, habían dado lugar a toda una teoría, pero las cosas han cambiado mucho desde entonces. Actualmente muchos proponen anticipar el momento del nacimiento de la idea de reconocimiento y buscan sus raíces en autores anteriores desde el punto de vista histórico y filosófico[1]. István Hont ha sido quien ha hecho las propuestas más atrevidas en esta carrera por descubrir el origen filosófico y la deriva de la idea de reconocimiento. En su libro Politics in Commercial Society defiende la teoría de que fue Thomas Hobbes, nada más y nada menos, quien subrayó la enorme importancia del reconocimiento para la vida en común. Lo nuevo y rompedor de este ensayo es la idea de que lo que nos impulsa a buscar la compañía de los demás y a vivir en sociedad no son nuestras necesidades «físicas», sino sobre todo la necesidad «psicológica» del ser humano de destacar y ser honrado[2]. Este intento de convertir a Hobbes en el antepasado de la teoría del reconocimiento parece bastante acertado, puesto que el autor del Leviatán destaca en varios de sus escritos el fuerte deseo que embarga al individuo de parecer honorable y excelente a sus congéneres. En el marco de su antropología política constata, con mayor claridad que sus predecesores y sus contemporáneos, que lo que lleva a los hombres a buscar el contacto de los demás es su deseo de destacar entre la multitud: el orgullo y afán de protagonismo[3]. Pero para proclamar a Hobbes padre original de toda la teoría del reconocimiento de la Edad Moderna, deberíamos poder demostrar que esta tendencia «psicológica» de los seres humanos forma parte del núcleo de su filosofía política. En mi opinión no podemos hacerlo: el contrato, al que Hobbes quisiera que se sumaran los sujetos, surge, según él, porque cada individuo ve tan amenazada su seguridad física en el estado de naturaleza que considera ventajoso el sometimiento colectivo a un gobernante capaz de garantizar la seguridad de todos. En opinión de Hobbes este monarca, entronizado gracias al cálculo estratégico de multitud de sujetos individuales, debe ocuparse de la estabilidad política y no de adoptar medidas para satisfacer a quienes aspiran al reconocimiento social[4]. Estas dos ideas decisivas expresadas en el Leviatán dificultan la atribución a Hobbes de la paternidad de la primera filosofía política que quiso dar el peso debido a nuestra necesidad de reconocimiento. Me parece mucho más convincente la teoría de que en la obra de este autor existe una brecha significativa entre sus ideas psicoantropológicas y sus escritos políticos, en los que apenas hallamos huella alguna de las primeras.
De manera que empezaré por otro lado e intentaré rastrear los orígenes de la teoría del reconocimiento en Rousseau y sus antecesores del moralismo francés del siglo XVII, pero quiero recalcar que la idea de que la necesidad de reconocimiento de los seres humanos está en su misma naturaleza ya «flotaba en el ambiente» en muchos países europeos de la época. Cuando el viejo orden social empezó a resquebrajarse tras los primeros, tímidos impulsos modernizadores del siglo XVII, también se volvieron quebradizas las relaciones sociales y se pudo cuestionar la pertenencia a una u otra clase social. A medida que perdía fuste la idea de que el orden social era algo dado y querido por Dios, el individuo empezó a preguntarse qué lugar ocupaba o quería ocupar en la sociedad y por qué razón. Se podría decir que lo que dotó de virulencia, en vastas zonas de Europa, a la cuestión del reconocimiento social fue el paso paulatino del viejo orden feudal estamental, con sus reglas de conducta específicas para cada grupo, a la moderna sociedad de clases. En aquella fase histórica, cuando dejó de estar claro cuál era el lugar del individuo en la sociedad y cómo debía comportarse, la idea de que nos relacionamos por medio de diversas formas de reconocimiento se convirtió en tema de la filosofía y la literatura. En Francia, el asunto no sólo fue cobrando importancia a lo largo de los siglos XVII y XVIII sino que adoptó asimismo un tono muy específico. Allí el tema giraba en torno a la pregunta de qué determinaría en el futuro la posición ocupada por el individuo en la sociedad. Surgió rápidamente una especie de «antropología negativa»[5], según la cual el sujeto siempre quería pasar por «mejor» de lo que era y tener mayor influencia de la que permitía su personalidad. Esto convirtió al reconocimiento en una empresa arriesgada, en la que uno nunca podía estar seguro de haber aprehendido el «auténtico» ser del otro. Mi teoría es que esta sospecha soterrada se sigue proyectando hoy, como una sombra siniestra, sobre el discurso francés del reconocimiento.
En Francia el concepto portador de las nuevas ideas sociales fue el amour propre. Antes de Rousseau, que desarrolló el término sistemáticamente para basar en él toda su teoría del reconocimiento, ya habían hecho uso de él los moralistas para cuestionar las antiguas concepciones sobre lo que constituía la esencia de los seres humanos. Fue el duque de La Rochefoucauld quien, teniendo en cuenta la llamativa tendencia de sus contemporáneos a presentarse en público bajo la mejor luz posible, decidió buscar las fuentes de una conducta tan fatua. La operación conceptual llevada a cabo por La Rochefoucauld se basaba en la reinterpretación laica de un binomio de opuestos formulado por san Agustín. El teólogo cristiano había contrapuesto al vicio de la superbia un amor a sí mismo socialmente sostenible, una virtud querida por Dios, pero el moralista francés se quedó sólo con el primer término del binomio, la soberbia o autocomplacencia, que, además, ya no consideraba una falta de ética, sino una pasión natural de los seres humanos[6]. Dio a ese impulso fijo el nombre de amour propre, un concepto difícil que debemos a una creativa traducción del joven Michel de Montaigne[7] y que sólo se solapa parcialmente con términos como «afán de notoriedad» o «vanidad». En todo caso, esta disposición es el eje y la piedra angular de las famosas Máximas o reflexiones morales de La Rochefoucauld, cuya nueva semántica despertó la sospecha de que toda conducta que hiciera gala de virtud, grandeza personal o excelencia moral era una farsa que reflejaba cualidades inexistentes. Lo que llevaba a los individuos a aparentar rasgos de carácter socialmente muy valorados era, en opinión de La Rochefoucauld, el amour propre, el «deseo impetuoso» (désir impétueux) de ser considerado excelente, o todo un ejemplo, por sus congéneres[8].
Lo que inquietaba a La Rochefoucauld de esta pasión natural de los seres humanos, hasta el punto de que le dedicó más de quinientos aforismos, no era sólo la incertidumbre cognitiva en la que nos sumía no poder estar seguros de quiénes son realmente nuestros compañeros de interacción. Lo que más le alarmaba era que el amour propre pudiera llevar al individuo, que vive fingiendo una excelencia que no posee, a olvidar quién es realmente y qué personalidad tiene. En la famosa máxima 119 se afirma de forma concisa: «Hasta tal punto nos acostumbramos a pasar por lo que no somos ante los demás, que al final también fingimos ante nosotros mismos»[9]. En opinión de La Rochefoucauld, el amour propre es un instinto humano básico que produce efectos tanto externos como internos, porque afecta a la relación que cada persona tiene consigo misma. Estar con nuestros congéneres nos incita a fingir determinados rasgos de carácter socialmente ejemplares; en nuestro fuero interno nos habitúa a la simulación hasta el punto de que olvidamos nuestro «auténtico» carácter. De ahí que La Rochefoucauld tuviera sus dudas sobre esta tentación de engañar, tanto a los demás como a uno mismo, y lo considerara un peligro propio de su época, pues la suma de ambos efectos nos podía robar toda posibilidad de disponer de nosotros mismos y de nuestra autonomía[10].
La Rochefoucauld no era un filósofo ni un erudito y sólo supo plasmar estas agudas observaciones en consejos graciosos o malévolos. Carece tanto de la perspectiva histórica teórica como de la precisión conceptual que le hubieran permitido convertir al amour propre en la clave de una nueva definición general de la intersubjetividad humana. Hay que tener en cuenta que La Rochefoucauld no pretendía profundizar con sus máximas en la dinámica ni en la propensión al conflicto de la interacción social. La meta que se había fijado al escribir unas observaciones para su uso en los salones no era formular una teoría ni obtener conocimiento científico, sino desenmascarar a sus contemporáneos. Decepcionado por el fracaso de la Fronda, la lucha contra la marginalización de la nobleza emprendida por Luis XIV, en la que se había implicado mucho, La Rochefoucauld da fe en sus máximas de que sus antiguos compañeros de lucha se esforzaban en vano por alcanzar el favor del rey fingiendo virtudes muy valoradas. De manera que la teoría del reconocimiento de la tradición francesa surge exactamente en el momento histórico en el que los miembros de la nobleza empezaban a mirarse con desconfianza entre ellos, intentando averiguar qué medios de interacción se ponían en juego y qué perfiles personales hallaban favor en la corte.
El giro de La Rochefoucauld tendría gran importancia para la formulación de la teoría en Francia en los siglos subsiguientes. El concepto de amour propre, que definió para estudiar las relaciones interpersonales, centró la atención desde el principio en una dimensión del reconocimiento que no era necesariamente obvia. Como ya he señalado, lo que más tarde se designó con esta categoría se pensó desde la perspectiva del sujeto que siente la necesidad de pasar, a ojos de sus congéneres, por excelente, de estar por encima de los demás, de hacer gala de alto rango. Para lograr este tipo de reconocimiento, o, mejor dicho, para ser valorado positivamente por los demás, el sujeto finge continuamente rasgos de carácter muy respetados en su cultura, mejores de los que realmente posee. Esta tendencia natural a hacernos pasar por más de lo que nuestra personalidad nos permite ser, plantea un problema a ambas partes (la esfera pública que juzga y el sujeto juzgado) que, ya en La Rochefoucauld, ostentaba rasgos epistemológicos evidentes. Tanto la instancia que juzga, que otorga el reconocimiento, como el individuo que anhela ese reconocimiento acaban dudando de si las excelencias de las que se hace gala corresponden a cualidades personales reales. Con este giro epistémico, el proceso de reconocimiento de La Rochefoucauld adquiere un significado que enlaza con el elemento cognitivo de la reconaissance francesa, que pretende basar el reconocimiento de la valía de una persona en una realidad objetiva. La Rochefoucauld no utiliza el concepto de reconocimiento en sus escritos, por lo que la ambigüedad semántica de la palabra francesa no puede explicar su tendencia a describir la relación de valía entre los sujetos como si se tratara de reconocer hechos objetivos. Puede que lo más importante de esta deriva sea la circunstancia de que La Rochefoucauld reflexionó sobre los efectos tóxicos del amour propre observando el juego de rangos en la corte del rey, donde poder determinar si los demás fingían virtudes o realmente las poseían tenía gran trascendencia para el éxito de cada individuo.
La Rochefoucauld escribió sus máximas a mediados del siglo XVII, en una época en la que en ningún otro país de Europa se centró tanto la actuación pública de la nobleza feudal en torno a la corte real como en Francia[11]. Al haber perdido su poder político tras el fracaso del levantamiento de la Fronda, los nobles se arremolinaron en torno al monarca y sus más íntimos para conservar los privilegios que les quedaban. Con el objetivo de obtener la influencia necesaria, recurrían a las intrigas o hacían gala de una conducta excelente, acorde con las normas de etiqueta. Cuando las jugadas estratégicas y las artimañas no surtían el efecto deseado, había que demostrar que uno era digno de ser consejero del rey y de formar parte de la corte exhibiendo una conducta intachable y desplegando virtudes apreciadas[12]. Teniendo en cuenta que el texto de La Rochefoucauld es ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Observaciones preliminares
  6. I. Historia de las ideas e historia conceptual: reflexiones metodológicas previas
  7. II. De Rousseau a Sartre: reconocimiento y pérdida de sí
  8. III. De Hume a Mill: reconocimiento y autocontrol
  9. IV. De Kant a Hegel: reconocimiento y autodeterminación
  10. V. El reconocimiento en una comparativa de historia de las ideas: esbozo de un resumen sistemático